domingo, 18 de enero de 2009

En breve

Era tan buen poeta como Virgilio y no menos escrupuloso: antes de morir, pidió a sus amigos que quemaran sus manuscritos. Tuvo la mala suerte de que le hicieran caso.

Cuando el cura le preguntó si quería a aquella mujer como su legítima esposa, respondió: ¿Podría repetirme la pregunta?

Otro distraído: fue a echar una carta y, cerca ya de correos, advirtió que se le había olvidado salir de casa.

Le gustaban tanto las mujeres que nunca se casó: quería probarlas todas antes de decidirse por alguna.

A aquel tímido no hubo manera de santificarle. Cuando hacía un milagro, nadie se enteraba de que había sido él. Las sospechas eran muchas, pero ninguna pudo confirmarse.

Era un fantasma tan educado que siempre daba tres golpes en la pared antes de aparecer.

Quiso empezar una nueva vida y se mudó a una remota ciudad en la que no le conocía nadie, pero de pronto, al verse reflejado en un escaparate, se dio cuenta de que no había servido de nada ya que le había seguido su mayor enemigo.

Me dijeron que en la India vivía el hombre más sabio del mundo. Vendí todo lo que tenía y fui a buscarle. Cuando llegué, hacía poco que había muerto y me ofrecieron ocupar su lugar. Acepté, ¿qué remedio? No me quedaba dinero para volver a casa.

“¡Haz desaparecer a mi mujer!”, gritó el bromista para burlarse del mago. La mujer avergonzada fue luego a pedirle disculpas al camerino y desde entonces le acompaña a todas partes.

“¿Qué tengo que hacer para ser feliz?”, le pregunté al hombre más sabio del mundo. “Si lo supiera, no sería el más sabio del mundo, sería el más feliz”.

Judas, tras su traición, se largó al casino a jugarse las treinta monedas Tuvo tanta suerte que las multiplicó por cien. Y ese fue solo el principio de su fortuna. Lo del ahorcamiento no es más que una leyenda piadosa que hicieron correr los primeros cristianos para evitar el mal ejemplo.

Don Juan, ya viejo y solo, quiso dar una fiesta en la que reuniría a todas las mujeres a las que había amado. Se puso a hacer la lista y resulta que no recordaba ningún nombre, que todo era una confusión de senos, muslos, rubias y negras cabelleras. Entonces descubrió que no había amado a nadie. Y que por eso lo había pasado tan bien. Murió sonriente y feliz.

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