sábado, 26 de septiembre de 2009

Lecturas y lugares: Cruce de caminos

Soy de esas personas afortunadas que saben que no lo saben todo, que siempre están descubriendo Mediterráneos. El último lo encontré muy cerca de mi pueblo, Aldeanueva del Camino, y se llama Cáparra. Había oído hablar de su arco tetrapylon, un arco triunfal de cuatro pilares, lo había visto reproducido muchas veces, pero nunca se me había ocurrido darme una vuelta por allí.


Se encuentra rodeado de olivos en la dehesa Casablanca, a la orilla de un río que, como el Tíber a Roma, llora su ruina “con funesto son doliente”. Y ese río es el Ambroz, el mismo en que yo me bañaba de niño.
Hace veinte siglos, Marco Fidio Macer levantó este arco para conmemorar que “Vespasianus Imperator Augustus” había convertido a Cáparra en municipio romano, concediendo a sus habitantes el derecho de ciudadanía. Lo construyó exactamente en el cruce de las dos calles principales de cualquier ciudad romana, una de las cuales coincidía con el camino de la Plata, que un poco más allá pasa delante de la casa en que nací.
Camino alrededor del arco, pisando el descampado que un día fue bulliciosa ciudad, y recuerdo viejos versos que cantan a las ruinas: “Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora / campo de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa”.


Aquí estuvo el teatro, aquí rieron las gracias de Plauto y se conmovieron con la devoción fraternal de Antígona; estos muros correspondían a las termas, al lado se alzaban las columnas del Foro… Cuesta imaginarse el ajetreo urbano, los comerciantes trapaceros, los políticos charlatanes, los esclavos, los gozosos lectores de Ovidio y de Virgilio.
No fue necesario ningún Vesubio, bastó la mano del tiempo para arrasarlo todo. Solamente con el orgulloso arco no pudo. Ya no había ciudad y todavía los viajeros que buscaban el norte seguían atravesándolo y sorprendiéndose al encontrarlo en medio de la desolación; luego la ruta de la Plata se desvió unos pocos quilómetros y ahí quedó, más solitario, igualmente señero.
Cuando volvió a poblarse el valle del Ambroz, se prefirió otro lugar y ese fue el origen de Aldeanueva del Camino. Alguna piedra con inscripciones, dos o tres fustes de columna testimonian que se aprovecharon las cercanas ruinas.
Pone uno el dedo sobre el mapa, señala la más remota aldea, y allí se entrecruzan los caminos del mundo. Atravesaba Aldeanueva el camino de la Plata y también la frontera entre los reinos de Castilla y de León, entre los ducados de Béjar y Alba. Al duque de Béjar le dedica Cervantes el Quijote; los duques de Alba tenías un palacio muy cerca, en la Abadía, y por sus jardines se pasearon Garcilaso, que allí escribió alguna de sus églogas, y Lope, que los cantó en retóricas octavas.
Paseo yo ahora al sol de Cáparra y pienso que soy como el protagonista de una antigua fábula, como el soñador que recorre el mundo en busca de un tesoro y al final descubre que ese tesoro estaba enterrado ante su puerta.
Por delante de la puerta de mi casa pasaba la historia del mundo, pero yo lo creía un lugar apartado de la mano de Dios y soñaba con irme lejos, muy lejos, sacudirme el polvo de los zapatos, no volver nunca.
Ahora sé que mis antepasados fueron ciudadanos romanos, que soy ciudadano del mundo. Que esté donde esté, si estoy a gusto, estoy en casa. Y que no hay lugar que no sea un cruce de caminos, que cualquier punto de llegada es un punto de partida.

1 comentario:

  1. Veníamos de bañarnos en la orilla sur del pantano de Gabriel y Galán. El nivel del agua estaba alto aquel verano y alcanzaba a un arenal que sombreaban unas encinas. Tumbados allí nos parecía gozar de una playa tropical, con los árboles casi metidos en el agua.
    De regreso a Hervás, preguntamos a un viejo por el arco de Cáparra:
    - Llegan a la gasolinera y toman la estrecha carretera que parte de allí hacia occidente.
    Nos cansamos de buscar algún cartel orientador sin hallarlo y ya estábamos por abandonar la búsqueda cuando, por una escotadura en el cierre de una finca, lo vimos: solitario e imponente en medio del secarral, destacando sobre el cielo turquesa de una puesta de sol espléndida, como suelen ser las de aquellas tierras.
    Pude ver que el terreno circundante había sido removido por los arqueólogos en lo que parecía ser una campaña de excavaciones. No sé si habrá dado a la luz cosas relevantes.
    Lo que me choca es que vestigios de tal importancia sea tratados con ese desprecio, al punto de que apenas figure en las guías turísticas del país. Por contra, es común ver cómo son motivo de promoción las cosas más irrelevantes de lugares carentes de interés cultural pero de afluencia masiva de turistas.
    A lo mejor, está bien como está.

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