domingo, 27 de febrero de 2011

Al otro lado: Pasar el viento

Sábado, 19 de febrero
NO DISCUTO

“Cada día estás más insoportable”, me dice una amiga. “Pronto no va a haber quien te aguante”. La verdad es que siempre me ha gustado discutir, soy un polemista nato, pero cada vez encuentro menos gente con quien me guste discutir. Qué pérdida de tiempo. Es como jugar al ajedrez con alguien que no respeta las reglas o que hace continuamente trampas sin ser consciente de que las hace.
“Te crees más listo que nadie”, sigue mi amiga Elena. “Piensas que eres el único que se informa antes de hablar de un tema, el único que respeta las reglas de la lógica, el único que no generaliza abusivamente…”
Acepto la reprimenda porque cada vez me gusta menos discutir, sobre todo si no hay público ante el que pueda tratar de lucirme. Pero la verdad, debo reconocerlo, es que me creo más listo que bastante gente, que procuro informarme antes de hablar de cualquier asunto, respetar las reglas de la lógica, no generalizar abusivamente. Y cada vez me cuesta más no decir “eso es una tontería” cuando escucho decir una tontería.
“Dios nos dio el pensamiento como prueba. / Dichoso el que no sabe que lo lleva”, escribió Unamuno y yo debo de hacer un esfuerzo para no aplicárselos a mi amiga mientras la escucho disparatar sobre esto y aquello.
A mí me gusta discutir como a otros les gusta jugar al fútbol o al tenis. Igual que ellos ponen todo su empeño en ganar, yo pongo todo mi empeño en tener razón. Pero si no la tengo, no pasa nada. Le doy la mano a mi contrincante y me alegro de haber aprendido algo nuevo o de haberme librado de un error.


Pero no discuto de cualquier cosa, por supuesto. No se me ocurriría entrar en polémicas sobre si es mejor votar a este partido o a aquel otro. Ahora lo que si me atrevería a defender ante cualquiera es a qué partido conviene afiliarse si uno es vocacionalmente corrupto, alguien con tendencia a los negocios lucrativos que bordean la legalidad y a menudo se salen de ella. A mí, si fuera de esos, ni se me ocurriría afiliarme al partido socialista. Ahí, a las primeras de cambio, se desentienden de ti y te dejan a los pies de los caballos, como al bueno de Riopedre, ese exconsejero del Gobierno de Asturias que a la vejez se ha convertido en el involuntario protagonista de una novela de Franz Kafka. Primero se le detiene, se le humilla, se le encarcela y luego, sin prisa ninguna, se busca algún delito concreto de qué acusarle. Qué diferencia con el Partido Popular. Ahí sí que se defienden los derechos humanos de los corruptos, presuntos o no. Ahí se les mima y se les ama, se les jalea y se les piropea, se lanzan los perros contra jueces y fiscales, se les pone bajo el amparo de Federico Trillo, que en materia judicial se las sabe todas, y que sería capaz de salvar de la horca a Jack el Destripador.
Yo no digo que haya más corrupción en un partido que en otro. Solo digo que si yo fuera político y no fuera capaz de resistirme a ciertas tentaciones procuraría afiliarme al partido que mejor me iba a tratar, al que me iba a dejar en mi cargo hasta que no hubiera condena firme y ya se encargarían ellos de que no llegara nunca.


Domingo, 20 de febrero
NO OPINO

Habla Francisco Laína, el hombre que ejerció de presidente en funciones durante las horas de ocupación del Congreso de los Diputados: “Le entregué a Adolfo Suárez un informe confidencial elaborado por los servicios de información policiales. Antes se lo había pasado al ministro de Interior, Juan José Rosón, pero cuando lo leyó me dijo que era muy duro y que por qué no lo despachaba yo directamente con Adolfo. En el informe, de dos folios, se indicaba que el Rey no se recataba en criticar duramente al presidente Suárez en sus conversaciones con personas y ambientes muy diversos. Se añadía que el monarca expresaba abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por Suárez y planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente”.
Si eso es verdad, y no tenemos por qué dudarlo, queda claro que en el golpe que nos tuvo en vilo hace treinta años hubo, como en el asesinato de Villamediana según la décima atribuida a Góngora, “un impulso soberano”. Y que el rey, podrá ser todo lo campechano y simpático que se quiera, pero parece claro (con informes policiales de por medio) que su comportamiento, al contrario de lo que dicen los aduladores, no ha sido siempre “impecablemente constitucional”. Pero yo del rey –por elemental sentido de esa prudencia de la que él parecía carecer allá por 1980 y 1981— no opino. Me limito a dejar constancia, para cuando cambien las circunstancias, de que no fui (como tampoco en el caso de la limitación de derechos a una parte de la población vasca con argucias que ni siquiera se esfuerzan por aparecer legales) de los que comulgaron con patrioteras ruedas de molino.



Lunes, 21 de febrero
EL AMANTE INFIEL

¿Estoy enamorado de mí mismo? Me temo que sí, y para siempre, pero por mucho que me esfuerce soy incapaz de mantenerme fiel a ese único amor verdadero.



Martes, 22 de febrero
VUELTA AL MUNDO

En mi habitual gruta del tesoro, la librería de Valdés, me encuentro con un Portfolio of Photografs preparado, según indica la portada, “bajo la supervisión del destacado conferenciante y viajero John L. Stoddard”. Está impreso en Chicago, no se indica en qué fecha, pero todo parece apuntar a que fue en torno a 1900: Cuba ya no es española, no se ve un automóvil por las calles y junto al puente de Brooklyn todavía no aparece el de Manhattan, construido en 1903. Aún la fotografía no se había hecho popular y un volumen así, como subraya el prólogo, resultaba un tesoro inagotable.


Mientras tomo un café, doy una fascinante vuelta al mundo de hace un siglo. Me detengo especialmente, soy así de rutinario, en los lugares que conozco: la Piazza dell’ Acqua Verde, en Génova, donde, tras la estatua de Colón, todavía no aparece un hotel que conozco bien; Nápoles visto desde San Martino, con el humo del Vesubio haciendo su particular signo de interrogación; Marina Grande, donde Capri deja que el mar le moje los pies; los bulevares de París, “la ciudad del presente”, se nos dice, como Roma (veo el Capitolio con estatuas que ya no están) es la ciudad del pasado… Las fotos de selvas y montañas, de cataratas y desfiladeros me interesan menos. Prefiero la obra del hombre que la obra de Dios. Dicho de otra manera, me interesa más lo que Dios hace a través del hombre que lo que hace directamente: “donde no hay artificio todo lo corrompe la naturaleza”.


Un café, un libro, un tiempo solo para mí y el mundo entero al alcance de mis manos y mis sueños. Soy un hombre afortunado.



Miércoles, 23 de febrero
TREINTA AÑOS DESPUÉS

Como a todo el mundo, también a mí me preguntaron dónde estaba una tarde como la de hoy hace treinta años. Leo mi respuesta, en la edición avilesina del mismo periódico que leía entonces, mientras tomo un café tras pasar por la biblioteca “Bances Candamo” y salir de ella con algún nuevo libro: “Acababa de salir de la biblioteca Bances Candamo y estaba hojeando los libros en una cafetería…”
Caigo de pronto en la cuenta de que a las seis y media del 23 de febrero del 2011 estoy haciendo, y casi en el mismo lugar, exactamente lo que hacía a esa hora el 23 de febrero de 1981. Sospecho que mi fama de rutinario la tengo bien ganada.


Jueves, 24 de febrero
UNA CANCIÓN

«Ma noi siamo come l’erba dei prati / che sente sobre sé passare il vento ...» ¿Dónde escuché yo esa canción que en esta tarde triste vuelve una y otra vez a mi memoria? Y de pronto lo recuerdo, lo recuerdo muy bien. Habíamos pasado el día juntos, un interminable día de verano, con mucha luz y con una brisa fresca que aliviaba el calor. A las once de la noche partía un tren, a las once y cuarenta, otro. Iban en direcciones opuestas. Habíamos llegado con tiempo a la estación. Nos sentamos en la cafetería y de pronto, tras el día eufórico, lleno de iglesias y palacios, y aquel rincón en el jardín di Boboli, lejos de todas las miradas, cayó sobre nosotros todo el cansancio y toda la melancolía del mundo. De sobra sabíamos, desde el principio, que no había antes ni habría después, y ninguno tenía intención de lamentarlo. Los dos teníamos otra vida en otro lugar y estábamos contentos con ella y la gracia de aquella aventura (que surgió al azar, tras tropezarnos en dos o tres lugares con la guía en la mano: “Parece que llevamos el mismo itinerario, podríamos seguir juntos") estaba precisamente en su alacridad sin compromisos.


“Me habría gustado que este día no terminara nunca”, dije yo, sabiendo que era mejor no decirlo, que era mejor no decir nada. “Te habría gustado que no terminara nunca precisamente porque termina. Has conocido mi mejor cara, tengo otras”, respondiste. “Es mejor así, ya lo sé, pero eso no quita para que ahora me sienta la persona más desdichada del mundo después de haber sido la más afortunada”. “Me da la impresión de que esta película ya la he visto yo más de una vez”, respondiste intentando tomar a broma mi tristeza, que era también la tuya. “La vida a veces se parece a las malas películas tópicas y sentimentales”, traté de bromear yo. Y entonces en un transistor que alguien tenía en una mesa cercana (todavía era el tiempo en que la gente utilizaba transistores) sonó aquella canción, que nunca he vuelto a escuchar, de la que solo recuerdo dos versos: « Ma noi siamo come l’erba dei prati / che sente sobre sé passare il vento ...».


Viernes, 25 de febrero
TODAVÍA

Sí, somos como la hierba de los prados que siente sobre sí pasar el viento… El viento que a ti te llevó a París y luego a Nueva York, y a mí a Roma y luego a Oviedo. Ese viento que sopla todavía y me aleja cada vez más de mí mismo sin moverme siquiera del sitio.
Estuve a punto de perder mi tren, que era el primero que partía. De sobra sé que no habría sido más feliz si hubiera sido menos prudente y lo hubiera perdido. De sobra lo sé. Pero ahora, en esta tarde triste, me vuelve a la memoria una canción que habla de la hierba de los prados y te veo diciéndome adiós sonriente en el andén. Sonriente, sin una lágrima, pero algo me dice que si tu tren hubiera sido el primero en partir lo habrías perdido. Y otra habría sido mi vida. No sé si mejor o peor, sé que distinta. Y hoy no hay nadie a quien no envidie solo por no ser yo.

domingo, 20 de febrero de 2011

Al otro lado: Known unto God

Domingo, 13 de febrero
MIENTRAS LLEGA EL SUEÑO

“Yo mismo me encontré frente a mí mismo / en una encrucijada”. Me gustan esos versos de Ángel González, que me repito a menudo.
Yo mismo me encuentro frente a mí mismo esta noche, antes de dormirme, como todas las noches.
¿Has aprendido algo en todos estos años?, me digo.
He aprendido a quejarme menos y a agradecer más.
¿Escogerías otro camino si volvieras a encontrarte en las antiguas encrucijadas con la experiencia que tienes ahora?
Quizá sí, pero sospecho que cualquier otro camino me llevaría al mismo sitio.
¿Te consideras un fracasado?
No, salvo en lo que todos los hombres lo somos.
¿Un triunfador entonces?
Tampoco, y no desde luego desde el punto de vista social. En la universidad voy a disfrutar del raro honor de jubilarme —cuando no tenga más remedio, no antes— siendo el último del escalafón. No me quejo: lo que soy se aproxima bastante a lo que quise ser.
¿Echas de menos el éxito como escritor?, ¿que cuando publiques un libro, aunque sea un bodrio, todos los suplementos culturales te dediquen la primera página y se pasmen de admiración?
La verdad es que no me molestaría nada. Pero para mí el éxito es como el chocolate: me gusta, pero puedo pasar bastante bien sin él.
¿Y en el amor? ¿Te gustaría haber tenido más éxito en el amor?
A bote pronto te diría que sí, pero si lo pienso bien, no sé, no sé… Me temo que, en ese aspecto, nunca he dejado de tener catorce años. No he sido capaz de madurar. Me gustan los amores imposibles. En cuanto un amor imposible comienza a ser posible comienzan también los problemas. Y empieza a dejar de interesarme. Nunca he sido capaz de comprometerme. A estas alturas de la vida no creo que aprenda a hacerlo. Tendré que resignarme.
No sueles dejar claro, cuando hablas de tus amores, si se trata de hombres o mujeres. ¿Esa ambigüedad es deliberada?
Por supuesto. Pero no me parece que haya ninguna ambigüedad.
¿Crees en Dios?
No. ¿A qué viene eso?
Desaparecer para siempre, ¿no te angustia?
No creo en Dios, pero creo en la Nada como destino final de todo. Y me parece una idea más consoladora.
¿Te pasas la vida contando tu vida? ¿Hay cosas que no hayas contado nunca?
Las que más me importan. Soy un escritor pudoroso. Parece que saco al escenario la verdad desnuda, pero siempre lleva una malla color carne.
¿Cómo te gustaría ser recordado?
¿Ya quieres escribir mi epitafio? Pues ahí va: “Hizo lo que pudo”. Eso hice: lo que pude. No más. Pero tampoco menos.


Lunes, 14 de febrero
SIROS

Al levantar los ojos del libro me sorprende en el televisor, que parpadea en un rincón, el rostro amigo y sonriente de María Durán. Fue mi guía en Siros, la capital de las Cícladas, y ahora me invita de nuevo a recorrer la isla. Recuerdo ahora el aviso de Ana Vega: el lunes participa María en “Asturianos en el mundo”.
Llegué a Siros en un tambaleante y diminuto avión con la sola compañía de un pope de barba florida y un hombre con sombrero al que solo le faltaba el látigo para parecerse a Indiana Jones. El aeropuerto no era más que un barracón en medio de ventosas y desoladas colinas. ¿Qué vengo yo a hacer aquí?, me pregunte. No era aquella la imagen que yo me había hecho de una isla griega. Pero nada más bajar del coche, frente a la bahía de Hermúpolis, supe que había llegado a casa.
Con los lugares me ocurre como con las personas: el amor es siempre amor a primera vista. Unos ojos me miran al azar de unas calles y ya sé con quien me gustaría pasar el resto de mi vida. El ajetreo ocioso de esta avenida, entre el azul del mar y el empaque decimonónico de los deslustrados edificios, me hace sentir a gusto, parece que me invita a sentarse en cualquiera de las terrazas y a escuchar una historia.
Muy cerca una gran victoria de bronce alza la corona de laurel y, al fondo, se divisa el pórtico majestuoso de un palacio. Si me alejo algo, veo las dos colinas que coronan una ciudad que abunda en neoclásicos palacios, balcones de elaborada rejería, secretos jardines, suntuosas iglesias, ociosos cafés en los que sin prisa y sin pausa ver pasar el tiempo.


Siros tiene una larga historia: fue fenicia, griega y romana, veneciana y turca. Pero la historia de Hermúpolis es mucho más corta. La población de la isla se amontonaba en una colina, Ano Siros, al amparo de la iglesia de San Jorge, para protegerse de los piratas. A partir de 1820 comenzaron a llegar refugiados de Asia Menor, de la Grecia ocupada, de la Italia que luchaba por la unificación. Era gente emprendedora, y el puerto el mejor situado del Mediterráneo oriental. Pronto llenaron de actividad y edificios los alrededores de la bahía. Los viejos habitantes de Siros, católicos, no querían tener nada que ver con aquellos prósperos advenedizos, en su mayoría ortodoxos. Ellos les devolvieron el desdén creando una nueva ciudad, a la que dieron nombre reunidos en asamblea en la iglesia de la Metamorfosis. Quisieron dedicársela a Hermes, el dios del comercio, y por eso la llamaron Hermúpolis. Hasta final de siglo fue la ciudad más próspera de Grecia, una de las más cosmopolitas del Mediterráneo. Aquellos buenos burgueses, enriquecidos con el tráfico marítimo, encargaron el Ayuntamiento al mejor arquitecto; construyeron un teatro de la ópera tomando como modelo el de Milán; se reunieron, a la manera inglesa, en clubs donde poder leer los periódicos del mundo, escuchar música, hacer negocios, discutir de políticas; a ellos se debe también el primer colegio público que hubo en Grecia y el primer liceo femenino.
Aquella prosperidad duró poco más de medio siglo. Pero Hermúpolis no es una ciudad fantasma, aunque esté llena de fantasmas y ningún lugar mejor para convocarlos que el cementerio de Aghios Giorgios, con sus angélicas esfinges, sus próceres barbudos, sus mariposas y sus rosas de mármol. La historia de la ciudad está escrita en unos epitafios que hablan de gentes venidas de Venecia y Esmirna, de Londres y Nueva York, de muy distintos y distantes lugares para hacer grande a Siros y quedarse para siempre en este lugar.
Pero el sector del cementerio que a mí más me conmueve está lleno de tumbas iguales y anónimas: soldados de la Gran Guerra, que viajaban en barcos hundidos por los submarinos alemanes, y cuyo nombre solo conoce Dios.


Abro los ojos. Ahora María está en la plaza Miaoulis, frente a la estatua del prócer y el quiosco de música con sus delicados bajorrelieves que homenajean a Orfeo y a las musas, saluda a un alumno, se acerca a una pastelería para enseñar los dulces típicos de la isla. Yo sé que si sigo por la izquierda pasaré delante del teatro Apolo, llegaré hasta una pequeña plaza ajardinada sobre la que se alza la iglesia de San Nicolás, con su hermosa cúpula azul que caracteriza el perfil de la ciudad, seguiré luego por una calle palaciega que mira al mar. Este es el barrio de Vaporia, el preferido por los comerciantes de más éxito: desde sus ventanales podían ver llegar los barcos.



Martes, 15 de febrero
EL DISCURSO ENAMORADO

El amor es una quimera, un ser verbal: solo existe en las palabras.

El amor no se siente si no se dice.

Primero nos enamoramos y luego decidimos de quién.

El enamorado no se aburre nunca.

Sin el loco amor la vida carece de argumento.

El enamorado que no busca su propia perdición no está de verdad enamorado.

Si el cielo y la tierra me sonríen, estoy enamorado, aunque aún no sepa de quién.

El amor que nos tienen ata, el amor que tenemos desata.

Amar es sentarse a esperar a quien no llega nunca porque ya estaba contigo antes de que tú nacieras.



Miércoles, 16 de febrero
NO TENGO MÁS VIDA

Es curiosa la memoria. Apenas estuve unos días en Siros, pero podría dibujar un plano minucioso de Hermúpolis, señalarle al amigo que vaya allí mis lugares favoritos: la pedregosa playa de Kymata, escondida detrás de los edificios de la antigua aduana (en ella encontré, pulido por el mar, un pequeño trozo de mármol en el que todavía se distinguían los pliegues del vestido de alguna estatua); la iglesia de Kimisseos con su icono pintado por el Greco; el museo arqueológico y los gatos que esperan a la puerta para entrar junto a los visitantes; una plaza en el empinado laberinto de Ano Siros, desbordante de buganvillas y con el azul espejeante de la bahía asomándose por cualquier esquina…


Me basta una mirada, unas pocas palabras, una noche, para que una persona forme parte para siempre de mi vida; me basta una mirada, un paseo, una o dos noches felices para que un lugar forme parte para siempre de la historia de mi vida.
¿Mi vida? No tengo más vida que la mis sueños. Lo mejor que me ha pasado no me ha pasado nunca.

Jueves, 17 de febrero
LO QUE MÁS ME GUSTA

Lo que más me gusta de estar enamorado es estar enamorado, saber que paseo por el mundo envuelto en una deslumbrante armadura invisible, tan indestructible como el yelmo de Mambrino.
Estar enamorado me gusta más que estar contigo, amor, simple pretexto para que un dios me tenga de su mano.



Viernes, 18 de febrero
EN EL JARDÍN

En el jardín de tu casa, cómo lo recuerdo, podabas un tilo con una podadera apoyada en una larga pértiga; los brotes caían sobre una sábana extendida en el suelo. Yo me quedé mirando, inmóvil en la acera, no sé si a ti o al árbol o al mar tras de los dos, un mar exactamente del color del océano en los mapas que me hacían soñar de niño.
No hay noche de insomnio que no perfume el aroma de ese tilo.

domingo, 13 de febrero de 2011

Al otro lado: Cosas que no me atrevo a decir en público

Domingo, 6 de febrero
DESAFORTUNADO EN AMORES

En cuestiones de amor, he tenido la fortuna de ser el hombre más desafortunado del mundo. Apenas ha habido año, desde que tengo catorce, en que no me rompieran el corazón por lo menos media docena de veces.
En esa clase de historias, cuando hay suerte, un caballero tiene poco que contar. Yo, en cambio, podría escribir tan minuciosamente como Casanova mis memorias eróticas y no dejar de ser un caballero.
Casi siempre me dieron con la puerta en las narices. Casi nunca pasé de los preliminares.
He tenido esa suerte. A veces pienso que habría sido mejor que las cosas hubieran ocurrido de otra manera. Quizá lo que ha de venir se soporta mejor entre dos.
Quizá. No estoy muy seguro de ello. Ahora lo que más temo es que me vuelva tan cobarde que mire hacia otro lado, bien protegido el corazón, cuando unos ojos me miran. Que no haya más desengaños porque, perro viejo, ya no me deje engañar. Pero todavía no ha llegado ese momento, todavía no he perdido la capacidad de ilusionarme.
“Paso mañana por Oviedo. Me gustaría saludarte”. Nos vimos dos o tres veces, durante una semana, en Pisa (yo dormía en Pisa e iba todos los días a Florencia); intercambiamos el correo electrónico. Escribí, no me contestó. Y de pronto –casi cinco años después− este imprevisto recado. Ocurra lo que ocurra mañana, nadie me podrá quitar las felices fabulaciones de la víspera.


Nos conocimos en el Campo dei Miracoli, vacío de turistas, con una luna inmensa sobre la fantasmagoría de los mármoles. Volvimos a coincidir en el patio arbolado de la librería Feltrinelli del Corso de Italia. Seguro que no me hace ningún caso, como casi no me lo hizo entonces. Pero se acuerda de mí…
Un fracaso más, me digo, no te hagas ilusiones. Pero son esos fracasos los que hacen que todavía tenga para mí algún interés la novela de mi vida.


Lunes, 7 de febrero
LIBRE TE QUIERO

Un nuevo partido político declara expresamente en sus estatutos que rechaza el uso de la violencia y de la amenaza para conseguir objetivos políticos y en ese rechazo incluye expresamente el terrorismo etarra.
Otro partido afirma que no va a consentir de ninguna manera que ese nuevo partido se presente a las elecciones.
¿Quiénes son los demócratas, quiénes lo totalitarios? Con la Ley de Partidos en la mano, es el segundo –que pretende impedir el derecho a elegir y a ser elegidos a una parte de los ciudadanos españoles− el que debería prohibirse.
Pero prohibirán al primero, con la ley, sin la ley o contra ella.
No me gusta hablar de política, siempre hay algún amigo que se molesta. Pero una cosa es no hablar de política menuda, y otra convertirse en cómplice. Por eso, aunque no servirá de nada, repetiré algunas obviedades.
En democracia, tan legítimo es defender que Cataluña, Portugal o Euskadi deben formar parte de España como que deben ser independientes: en la historia de la península ibérica hay razones para ambas posibilidades. El que una organización terrorista defienda criminalmente unas ideas (la unidad de España, por ejemplo, como hicieron los GAL) no criminaliza esas ideas: sigue siendo legítimo, después de aquellos asesinatos (y los de sus antecesores: el Caudillo, el batallón franco-español), defender que Cataluña o Euskadi forman parte de la nación española. Tan legítimo, al menos, como lo contrario.
Procuro no hablar de este asunto. El nacionalismo exacerbado (el español como cualquier otro) suele nublar las entendederas, y yo no quiero líos. Pero uno no escribe solo para distraer el ocio dominical de amables lectores; también para dejar constancia de en qué lado está cuando se ponen en juego cosas serias. El partido al que voto (en el que hay muchos que piensan como yo −así pensábamos cuando nos oponíamos a Franco−, pero no se atreven a decirlo) y el principal partido de la oposición no solo se comportan, en este asunto, de manera bastante menos democrática que la izquierda abertzale, sino que parecen hacer todo lo posible para que continúe el terrorismo, no para que desaparezca. Sospecho que tienen más miedo al independentismo democrático que al otro. Y no les falta razón: con violencia Euskadi nunca será independiente, con los votos y los pactos quizá algún día. Y entonces me sentiré tan en mi casa en Bilbao como me siento ahora en Lisboa, Madrid o Barcelona.
Yo a quien quiero, hombre o mujer, nación o nacionalidad, lo quiero libre para irse o quedarse. Y esa libertad no es una graciosa concesión mía, sino un derecho suyo.


Martes, 8 de febrero
MI IDEA DEL ÉXITO

No todos los escritores sin éxito desdeñan el éxito. Yo, por ejemplo, no lo desdeño en absoluto. Todo lo contrario: nada me gustaría más que tener, no el de Vargas Llosa, sino el de Belén Esteban, esa señora a la que le basta ser como es, como todo el mundo, para que todo el mundo, o una buena parte, se pasme delante de ella. Soy así de ambicioso. Mis amigos se ríen, y piensan que bromeo, cuando les digo que mi idea del éxito no pasa por ganar ningún premio (soy alérgico), sino porque en las horas de máxima audiencia una cadena televisiva me dedique un programa, con una duración de varias horas, y que se titule sencillamente “España pregunta, García Martín responde”, con el mismo formato que el que dedicaron a mi envidiada nulidad. Y que luego la mayoría de las publicaciones serias se dedican a elucubrar sobre mí y las sinrazones de mi éxito.


Miércoles, 9 de febrero
DESPEDIDA

“Un gusto un po’amaro di cose perduta”. Un gusto un poco amargo de cosas perdidas. ¿De quién es ese verso que de pronto ha comenzado a martillearme en la memoria? Quizá de Montale.
Te lo pregunto mientras esperamos el autobús que te ha de llevar a Santander (vienes de Santiago, desde Santander volarás a Italia) y tú sonríes y cantas en voz baja: “Sapore di sale, sapore di mare, / un gusto un po’amaro di cose perdute, / di cose lasciate lontano da noi, / dove il mondo è diverso, diverso da qui”.
Vuelvo a casa con el regusto amargo de algo perdido y encontrado, encontrado,
perdido.



Jueves, 10 de febrero
VANIDAD

Leo en una entrevista que el académico tal (no diré su nombre, hay muchos como él), además de no tener televisor en casa (y por eso presume de no saber quien es Belén Esteban: ese señor no lee los periódicos), y escuchar mucha radio, tiene orgullo, pero carece por completo de vanidad.
Yo, en cambio, cada vez tengo menos orgullo y más vanidad. Al orgulloso solo le importa el alto concepto que tiene de sí mismo; al vanidoso, en cambio, nada le importa más que la opinión de los otros.
Ayer, cuando iba hacia ediciones Nobel, como hago todos los días desde que hace dieciséis años comenzó a publicarse la revista Clarín, una señora que se cruzó conmigo, se dio la vuelta y me dijo: “Perdone que le moleste, pero le leo todas las semanas. Los domingos es su página lo primero que leo en el periódico”.
Alguna otra vez me ha ocurrido. Pero siempre me pasa cuando voy solo, no con algún conocido o con alguno de esos amigos que piensan que no hago más que repetirme y que todo el mundo está ya harto de mis viajes y fantasmagorías eróticas. Y yo no le puedo contar esas cosas a nadie: procuro siempre que nadie note mi vanidad, soy un maestro en la falsa modestia. Esas palabras, quizá solo mera cortesía, me alegran la mañana.



Viernes, 11 de febrero
DE POLÍTICA NO HABLO

Siguen elucubrando, lo políticos de uno y otro signo, de si hay que fiarse o no del nuevo partido vasco, de si se les debe o no dejar presentarse a las elecciones. Me recuerdan aquellas disputas de los años treinta sobre si debía o no concederse ya el voto a la mujer. “Es que están muy manipuladas por los curas y van a votar en masa a la derecha”, decían algunos políticos de izquierda. Afortunadamente, Clara Campoamor impuso su criterio de que el derecho a voto no admite condiciones: las mujeres, o los vascos, votan a quien creen que deben votar, y no a quien nosotros nos gustaría que votaran.


Yo nunca sería un buen político, diría siempre lo que me parece razonable sin importarme perder votos. Diría, por ejemplo, ahora que se critica tanto a los políticos, que a mí me parece que, en general, están bastante por encima de media de sus votantes, en cultura, en honradez, en cualquier parámetro. ¡Hay que ver lo que piensa –es un decir− la buena gente de la calle cuando disparata en los foros de Internet! ¡Qué soluciones tienen para acabar con la crisis, el paro y todo lo demás! Pero quizá la buena gente calla y son los energúmenos más o menos anónimos los que hablan en su nombre.
Si yo me atreviera a entrar en el debate independentista (ni se ocurre), no diría más que obviedades: que el Estado es cosa de la cabeza y del bolsillo, pero que la patria es cosa del corazón. Ser un estado independiente o formar parte de otro estado, tiene ventajas e inconvenientes, y es complejo asunto que depende de razones históricas, pactos, componendas. Pero no me diga usted, españolito de a pie o jacobino Alfonso Guerra, cuál es mi patria. Eso tiene que preguntármelo, soy yo quien lo sabe.
No todos los ciudadanos de este país sienten que su patria es España. Para darse cuenta de ello no hacen falta profundos estudios sociológicos: basta, por ejemplo, con ver “Vaya semanita”, el programa de humor de la televisión vasca.


Sábado, 12 de febrero
SAPORE DI SALE

La vida es dura, sí. Pero de vez en cuando se escucha una canción que habla de días perezosos que dejan en la boca el gusto de la sal y de tu desnudo entre las olas: “Poi torni vicino e ti lasci cadere / così nella sabbia e nelle mie braccia / y mentre ti bacio sapore si sale, / sapore di sale, sapore di mare”.
El beso que no te di nunca, te lo sigo dando en la canción.

domingo, 6 de febrero de 2011

Al otro lado: Ejemplo y lección

Domingo, 30 de enero
ESTARÉ SOLO MAÑANA

La obsesión por la ortografía es uno de los recursos infalibles para reconocer a un bobo ilustrado. El otro es su desprecio por la televisión. Cuando oigo a alguien decir (no como quien constata un hecho, sino presumiendo de ello) “yo veo poca televisión, pero escucho mucha radio”, de inmediato sé a qué atenerme. Y rara vez me equivoco.
También hace tiempo que sé a qué atenerme en lo que a Javier Marías se refiere. Hoy critica las nuevas reformas ortográficas. Dice que no conoce a nadie que pronuncie “truhan” como Juan (con una sílaba y no con dos). ¡Qué poco oído tiene el ilustre novelista para el habla coloquial! Así lo pronuncia la mayoría de la gente, incluso probablemente él mismo cuando no se está escuchando a sí mismo.
Termina su artículo defendiendo la tilde del adverbio “solo” con un chiste que parece tomarse muy en serio. ¡Incluso crímenes puede acarrear la desaparición de ese acento diacrítico! ¿Cómo saber, si no, lo que se está diciendo en la frase “‘Estaré solo mañana”? “Si la escribe en un mail un hombre a su amante, la diferencia no es baladí”, afirma el académico discrepante. Y aclara: “Sin tilde significa que estará sin su mujer; con tilde que mañana será el único día en que estará en la ciudad. No es poca cosa, la verdad. Por menos ha habido homicidios”.
No sé yo si por menos ha habido homicidios (hay gentes –ahí están las “Cartas al director” de cualquier periódico para demostrarlo— a quienes las faltas de ortografía les ofenden como el mayor sacrilegio), lo que sí sé es que nunca ha habido amantes tan inverosímiles y distraídos como los que el novelista imagina para hacer gracia. “Estaré solo mañana”, con tilde o sin tilde, significa que será el único día que estará en la ciudad de la amante si reside en otra ciudad, y significa (con tilde o sin tilde) que al día siguiente estará solo, sin enojosos compromisos, si viven en la misma ciudad. Las ambigüedades, en la lengua real (no en la entelequia de los gramáticos, o mejor, de los aficionados a los tiquis miquis gramaticales), las aclara el contexto.



Lunes, 31 de enero
DONDE LA VIDA NO DUELA

“¿Conoces a Sybille Bedford?”, me pregunta Ángeles Carvajal esta mañana en la cafetería de todas las mañanas. “Nunca he oído hablar de ella”. “Pues ya verás como te gusta”. Y me pasa uno de sus libros, Arenas movedizas. Nada me apetece menos que leer la novela de una ilustre desconocida. Pero no es una novela, sino unas memorias que comienzan en Ginebra y que luego siguen por Florencia y Roma, por París y Nueva York, por Capri e Ischia.
Como a la mayoría de los sedentarios, me fascinan las vidas cosmopolitas. De sobra sé que el tedio habita en todos los lugares, pero me gusta pensar que hay sitios donde la vida no duele como una postura incómoda.
Ischia, por ejemplo. Llegué solo a la isla buscando no sé qué, huyendo de algo que de sobra sabía que llevaría conmigo a donde quiera que fuera. Pero era un día de invierno que parecía de primavera, el azul del cielo tenía esa transparencia de los momentos excepcionales, olía a mar y a felicidad. Dejé el embarcadero y me puse a caminar hacia la izquierda, sin saber a dónde iba. Una calle larga, con restaurantes y tiendas, que luego son sustituidos por hoteles y grandes villas rodeadas de jardines. Sigo caminando y de pronto me encuentro, como en los cuentos, con un castillo sobre una roca oscura que surge de las aguas. No lo sabía, pero es exactamente el lugar que iba buscando. Un puente me lleva hacia esa otra isla sobre la que se alza no un castillo, sino una secreta ciudad con su catedral y su fortaleza y sus huertos y jardines. Paseo solo por aquel insólito laberinto. Al dar la vuelta a un sendero que bordea al mar entre laureles, escucho un cacareo familiar y me encuentro con un corral lleno de gallinas. Sonrío. “Me quedaría aquí para siempre”, pienso. Pero súbitamente sopla un viento frío, el cielo se oscurece, y en un instante paso de querer quedarme allí para siempre a temer tener que quedarme allí toda la noche. Miro el reloj: apenas falta media hora para el último transbordador. Escapo con prisa de aquel paraíso, como he escapado siempre de cualquier paraíso. En el barco, dos enamorados se miran y se admiran, ajenos a lo que sucede a su alrededor. Yo los contemplo a hurtadillas, con envidia. De pronto la chica se vuelve hacia mí y me dice algo. Me asusto, pienso que han notado mi atención y se han molestado. Pero no, solo quiere decirme que se me había caído uno de los libros que llevaba conmigo. Era yo el que no tenía ojos más que para ellos.


Me los volví a encontrar, poco después, en la librería Feltrinelli de la Piazza dei Martire, donde se presentaba un libro de poemas. La chica me reconoció y me saludó sonriente. En su compañero creí entrever un gesto de desagrado. Muchas noches sueño que vuelvo a Ischia y al Castello Aragonese y que nos volvemos a encontrar y que no es ella sola la que me sonríe.
Hay lugares en que la vida no duele como una postura incómoda. Pero están todos fuera de mi vida.


Martes, 1 de febrero
LA DECADENCIA DE LA ORTOGRAFÍA

Cuando se habla de la decadencia de la ortografía, siempre recuerdo una anécdota que cuenta Eugenio d’Ors en su Glosario, al que vuelvo con frecuencia:
Examinábamos una Historia de la Literatura en compañía de un benemérito profesor, cuando saltó a nuestros ojos una ilustración que allí venía, con el retrato de don Francisco de Quevedo. En el campo de la imagen, una inscripción manuscrita de la época daba el nombre del gran poeta (y algo más); pero grafiado aquel con una ‘b’ de burro en vez de la ‘v’ de vaca. El rostro de mi compañero de contemplación marcó alguna sorpresa, a la vez que cierta repugnancia. Tras de una breve meditación, así me dijo, muy penetrado de unción consoladora: “No se puede negar que lo que más ha progresado modernamente es la ortografía”.



Miércoles, 2 de febrero
LOS MATRIMONIOS DECENTES

Hermosamente desgrana sus lamentos Tristán en el escenario del Campoamor. Al contrario que a Woody Allen a mí no me dan ganas de invadir Polonia cuando escucho a Wagner, pero según se suceden las horas no puedo dejar de pensar que Hitler necesitó menos tiempo para invadir por completo ese país.
No se acaba de morir nunca Tristán en el tercer acto de Tristán e Isolda. Entre las armonías de la música creo detectar un ligero zumbido, un peculiar ronroneo. Miro hacia mi izquierda y recuerdo la frase de Peter Ustinov en El amor de los cuatro coroneles: “Los matrimonios decentes solo duermen juntos en el palco de la ópera”.



Jueves, 3 de febrero
COMO SE FUE EL MAESTRO

Abro el periódico y a la memoria me vienen, antes que ninguna otra consideración, unos versos de Antonio Machado: “Como se fue el maestro, / la luz de esta mañana me dijo: Van tres días / que mi hermano Francisco no trabaja…”. Jesús Neira, el mejor maestro, nos los dictó en su clase de Lengua un día de 1968, cuando yo tenía dieciocho años y él era bastante más joven de lo que yo soy ahora –ni siquiera se había casado—, pero ya me parecía el anciano bondadoso, tímido y sabio que me pareció siempre. “¿Murió?... Solo sabemos / que se nos fue por una senda clara, / diciéndonos: Hacedme / un duelo de labores y esperanzas. / Sed buenos, y no más, sed lo que he sido / entre vosotros: alma. / Vivid, la vida sigue, / los muertos mueren y las sombras pasan, / lleva quien deja y vive el que ha vivido”.
Recuerdo también los versos de León Felipe que citó al comienzo de uno de sus libros, El bable. Estructura e historia: “Ya vendrá un viento fuerte / que me lleve a mi sitio”. Pero no hizo falta. Estuviera donde estuviera, siempre estaba en su sitio.


Viernes, 4 de febrero
JET D’EAU

Mi emoción preferida: el deslumbramiento de llegar a una ciudad en la que no has estado nunca y con la que has soñado muchas veces. Es como acostarse por primera vez con quien ha sido tu amor secreto durante años.
“Bajé del tren, seguí el carrito del pausado mozo a través de las dos aduanas hasta la consigna de la estación, y paseé, libre durante unas horas, por la ciudad en que se derramaba la luz, centelleaba el agua y se encendía la nieve sobre el azul estival”.
Así comienza sus memorias Sybille Bedford, y yo vuelvo con ella a Ginebra y a una noche de junio en que la cometa blanca del Jet d’Eau se alzaba hasta una luna inmensa rodeada de todas las estrellas. “It’s too romantic”, como tú me dijiste al retirar los labios.



Sábado, 5 de febrero
TRÁFICO DE INFLUENCIAS

Leyendo estos días a tantos eruditos a la violeta criticar las nuevas normas ortográficas, me viene a la memoria la anécdota de Dámaso Alonso que le oí contar a Jesús Neira una vez que fui a su casa, en la plaza de la Gesta, por encargo de un amigo, para pedirle que tuviera benevolencia con él ya que la asignatura de Dialectología, que se le había atragantado, era la única que le quedaba para licenciarse. Fue la única vez que practiqué el tráfico de influencias y lo pasé bastante mal. “No hay problema, no hay problema”, me dijo antes de que yo terminara de balbucear mi petición. Luego hablando de quienes quieren someter la lengua viva, en la que solo mandan los hablantes, a la horma de sus prejuicios gramaticales, me contó que Dámaso Alonso andaba por Andalucía, en compañía del poeta Ricardo Molina, investigando un curioso fenómeno fonético: palabras que terminaban en “a” formaban el plural cambiándola por una “e” abierta (“botellas” sonaba así “boteye”). Como era poco frecuente, y los dos buenos bebedores, su método de investigación consistía en parar en la taberna del pueblo, invitar a los parroquianos y preguntarles. Cuando había duda, mandaban a un chiquillo a buscar al maestro para que les informara. Y hubo uno que los confundió con inspectores de primera enseñanza. Tardó en llegar. Por fin apareció vestido de punta en blanco, con sombrero y hasta con alfiler de corbata. Aún no repuesto del susto, les dijo, recalcando mucho las cetas, las uves y las elles, que “en aquel pueblo, como tendrían ocasión de observar, y gracias a su excelente pedagogía, se hablaba con la más correcta pronunciación castellana y de acuerdo con las últimas normas de la Real Academia”.