domingo, 25 de septiembre de 2011

Razón de más: El que lo ha perdido todo

Domingo, 18 de septiembre
LA NOVELA DE LA HISTORIA

Como a todos los personajes sin historia, nada me interesa más que la novela de la historia.  En uno de los puestos del Fontán encuentro Mussolini secreto, la edición de los diarios de Claretta Petacci, la mujer cuyo cadáver colgaba junto al suyo en Piazza Loreto aquel día de abril de 1945. Abarcan solo de 1932 a 1938, la única parte que el Gobierno italiano, que los confiscó en 1950, ha permitido, muy recientemente, publicar. Los herederos pleitearon más de una vez para que los devolvieran. Las razones para la negativa la expuso el ministerio fiscal: “Los documentos son de tal importancia que su divulgación podría perjudicar las buenas relaciones diplomáticas con otros países”.
            Prologa el volumen Ferdinando Petacci, que tenía tres años y medio el 27 de abril de 1945: “Iba en coche con mi padre Marcello Petacci, mi madre Zita Ritossa, mi tía Clara Petacci y mi hermando Benghi, de seis años, en la columna de los jerarcas que acompañaban a Mussolini en su intento de llegar a la Valtellina. En Dongo (Como) me encontré en medio de una tragedia que no podía entender, que me superaba. Mataron a mi padre y a mi tía. Mi hermano sufrió un terrible shock: obligado a presenciar la muerte del padre y la violación de la madre, perdió la capacidad de desarrollarse mentalmente (a los treinta años razonaba como un niño de seis)”.
            ¿Qué terrible secreto guardan esos diarios tan tenazmente ocultos? Ferdinando cree que en ellos está la prueba de los pactos entre Churchill y Mussolini, pero no sé yo si es razón suficiente para mantener todavía tal secreto. Hay quien piensa que era una espía de los ingleses y que fueron agentes ingleses quienes la asesinaron.
            La realidad imita al arte. En muchos pasajes quien habla parece Napoleoni, el personaje de la película de Chaplin. Le pregunta a Claretta si le gusta su cuerpo.  Y añade: “Me han dicho que es uno de los más bellos de Italia. Lo dijo un hombre en la playa: Mussolini tiene el torso más perfecto de toda la playa. Y yo añadí, orgulloso: De toda Italia. Pero las piernas torcidas me afean”.

           
Lunes, 19 de septiembre
EN EL SUPERMERCADO

Después de leer un rato, como cada tarde, en la cafetería del Rosal, paso por el cercano Mercadona. Tengo la manía de ir sumando mentalmente los precios de los productos que compro.  Cuando el cajero me dice el importe, respondo: “¿Seguro? Creo que me cobra de menos”. Me mira extrañado, lo mismo que los clientes que aguardan cola. Miro la cuenta: hay cinco productos y yo llevo seis. Efectivamente, me había cobrado un euro y cuarenta y cinco céntimos menos.
            Sonrío al salir recordando un caso semejante ocurrido hace bastantes años. Fue en el economato de Carabanchel, una ventanilla en el patio, donde el que tenía dinero compensaba el escaso y a menudo intragable rancho carcelario. No se utilizaba dinero en efectivo, sino unos cartones con su valor impreso que te entregaban en su lugar.  Al recibir el cambio, aquel soleado día de otoño de 1974, me di cuenta de que no era correcto. “Eh”, dije,  “que me das de más”, y devolví los cartoncillos sobrantes, por importe de dos o tres pesetas, no recuerdo bien. Inmediatamente comenzaron las burlas. “¡Un tipo honrado!”, grito uno. “¡Te vas a echar a perder entre tantos ladrones!”, dijo otro. Yo me escabullí como pude.


Martes, 20 de septiembre
CASAS CON FANTASMA

Colecciono casas con fantasma y esta tarde luminosa en el que el verano parece despedirse vestido de gala añado a ellas la de mi amiga Ángeles Carbajal, en Argüelles, a dos pasos de Oviedo y sin embargo en otro mundo y otro tiempo. Es un caserón del  XVII, construido junto a una torre medieval, de la que se conservan algunos restos. Su familia vive allí desde hace varias generaciones; eran los “llevadores” –así los denomina— de una tierras cuyos dueños, marqueses de esto o de lo otro, vivían en Madrid. Ahora lo ocupa ella sola, con sus libros, su música y sus versos. El gran portón del patio está siempre abierto, incluso cuando no hay nadie en casa. Los vecinos, muchos de ellos ancianos, pueden entrar allí cuando quieran y sentarse a descansar en su cotidiano paseo.

            
            Muy cerca corre un río diminuto  y transparente que algún invierno, sin embargo, se sale de madre y llega rugidor hasta los muros de piedra. Ahora todo es silencio apenas punteado por el susurro de las hojas o de algún ave. Robles, álamos, castaños, sombríos humedales, distantes caseríos y, al fondo, la silueta borrosa del Naranco. Cada caleya, cada prao, cada árbol tiene una historia… Ángeles me habla de los días de invierno en que de niña, con lluvia o con nieve, iba por estas caleyas a recoger les vaques… “Mi padre y el cura intentaron que Argüelles, que depende de Pola de Siero, pasara a formar parte de Noreña, que está más cerca. A muchos vecinos no les gustaba y los niños, que oían los comentarios en casa, la pagaban luego conmigo. Eran tiempos duros, pero yo guardo un buen recuerdo”. A la memoria me vienen los versos de Machado: “Miedo infantil, amor adolescente, / cuánto esta luz de otoño os hermosea…”


            Colecciono casas con fantasma, y este rincón de Argüelles está lleno de ellos. “El tiempo aquí se pasa sin sentir. Mira qué descuidado están estos rosales. No hago nada y no tengo tiempo para nada. Incluso en invierno, cuando la niebla que sale del río lo emborrona todo, no hay paisaje más hermoso”.
            Sí, este destartalado laberinto de huecos cegados, grandes salas, diminutas alcobas, y de cuadros y de libros y de viejas fotografías sobre las que el tiempo se pone amarillo, está lleno de fantasmas. Pero no dan miedo, solo hacen compañía.

Miércoles, 21 de septiembre
UN CUENTO DE TERROR

“Su nombre era Bárbara Guerrero, pero todos la conocía por Pachita. Tenía una figura rechoncha; era risueña y simpática. Muchos testigos afirman que los pájaros revoloteaban a su alrededor siempre que aparecía. Pachita diagnosticaba las enfermedades mirando las palmas de las manos. Pachita operó a miles de personas en México con técnicas increíbles. Parece ser que un médico que estaba presente en una de sus operaciones se salió de la sala abrumado porque lo que había visto no podía ser, y sin embargo era. Las operaciones quirúrgicas se realizaban en un cuarto modesto, presidido por un altar con la imagen de la Virgen de Guadalupe, la de algunos santos y la de Cuauhtémoc. Su bisturí era un viejo cuchillo de monte con la hoja oxidada. Pachita, en estado de trance y con los ojos cerrados, abría la carne de sus pacientes con el cuchillo, no tenía ningún temor de hurgar en sus entrañas para extirpar un tumor, un coágulo o una esquirla de hueso. A veces sus ayudantes le traían alguna víscera de animal que ella injertaba tranquilamente con manos diestras y sin temblores. Cuando terminaba la intervención, pasaba la mano por la herida y el enfermo podía salir por su propio pie mostrando tan solo una mínima raya roja en su epidermis”.


            Lo cuenta Sol Blanco-Soler, licenciada en Ciencias de la Información y máster en no sé qué por la Universidad de San Pablo, pero para ella no es un cuento, sino un hecho cierto. Leo su libro Crónicas del más allá, con prólogo de Javier Sierra, y me aterra pensar en el desesperado que haciendo caso a los que hacen negocio con la angustia humana pudiera ponerse en manos de semejante curandera.

Jueves, 22 de septiembre
ABOGADO DEL DIABLO

A Francisco Brines se le beatifica en el último número de Ínsula. Vicente Gallego cuenta que hace milagros: sana con la manos y habla con los muertos (también cuenta que una vez que probó el ácido lisérgico, vio las estrellas y entonces se acordó de Claudio Rodríguez y dijo: “Si hubiera podido contemplar toda esta grandeza”). Felipe Benítez Reyes refiere, divertido, que “mientras conduce, habla de poesía, saca de la guantera un libro o revista, te señala un párrafo o una estrofa, se pone a leer…”
            Es también un gran conversador, según se nos informa: “Yo le he visto dar un sabio repaso a la poesía de posguerra en una esquina de Valladolid, en pleno enero, a las cuatro de la mañana, mientras sus contertulios comenzaban a cultivar estalactitas en las greñas”.
            Y un sabio defensor de la poesía: “Los poetas tenemos una suerte enorme. Lo normal es que la gente establezca amistad con personas de su edad. La poesía nos da muchos puntos de encuentros más allá de la edad. Puedo mantener una amistad íntima con gente mucho más joven que yo. La poesía, por encima de los años, nos hace coincidir, somos dueños de nuestra amistad”.


            Pero lo que se deduce del entusiasmo de sus turiferarios es bien distinto de lo que ellos pretenden. Lo que yo deduzco al menos: que se trata de un conductor temerario que pone continuamente en peligro su vida y la de los demás, que es un pesado capaz de disertar minuciosamente sobre cualquier tema en el momento más inoportuno, que le gusta repetir tópicos sobre poesía (siempre dice los mismo, y con las mismas palabras, en cualquier entrevista) que no resisten el más mínimo análisis.
¿Cómo que es propio de los poetas tener amistad con gente más joven que ellos? Es propio de los poetas, de los abogados, de los profesores, de los carpinteros, siempre que les guste tratar con gente joven. Si frecuentara ciertos locales, vería que quienes traban “amistad íntima” (o lo intentan) con gente mucho más joven, no siempre son precisamente poetas
Otra cosa que le gusta repetir es que gracias a la poesía podemos ponernos en lugar del otro, de una mujer, de un heterosexual, de un ateo, de un místico. Gracias a la poesía, al cine, a la televisión.…
 “La poesía no tiene público, tiene lectores”, es una de sus frases memorables. Y a ninguno de sus admiradores se le ocurre preguntar: Y la novela ¿qué tiene? Y en uno de esos multitudinarios recitales de poesía que organiza su amigo José María Álvarez y en los que “se le aclama igual que a un torero”, según cuenta Benítez Reyes, ¿qué hay, público o lectores? En fin, que Brines será un gran poeta, pero intelectualmente parece poca cosa, una especie de Aleixandre.

Viernes, 23 de septiembre
CUANDO ME QUEDO SOLO

A menudo me encuentro lleno de dudas, confundido, perplejo, y sin embargo, al hablar, me expreso siempre con rotundidad, sin admitir réplicas, como si la verdad estuviera entera de mi parte. Luego, cuando me quedo solo, después de haber vencido (o creer haber vencido) en una discusión, recuerdo la frase de Chesterton: “El loco no es el que ha perdido la razón; es el que lo ha perdido todo menos la razón”.


domingo, 18 de septiembre de 2011

Razón de más: El listo y el tonto y otros relatos

Domingo, 11 de septiembre
SIN POR QUÉ

Una antigua mentira que se pudre y va infectando poco a poco la vida de los mentirosos; de eso trata La deuda, la película de John Madden que veo en Los Prados. Los protagonistas son agentes del Mossad, y hoy es once de septiembre, así que salgo del cine dándole vueltas a un asunto sin solución, el de la violencia política.
            Nos parece bien cuando se trata de conseguir objetivos que compartimos (llevar la democracia a Libia); intolerable, terrorismo, en caso contrario. Un crimen execrable se convierte en lamentables pero inevitables daños colaterales cuando es obra de los nuestros.
            ¿Y quiénes son los nuestros? En La deuda se trata de secuestrar, para que luego sea juzgado, a un antiguo criminal nazi; en ese conflicto no tengo ninguna duda de con quién estoy. Pero, si se trata de israelíes y palestinos, los míos están en los dos lados, y la más injustificable y sofisticada barbarie en uno de ellos, no diré cuál.
            La rosa es sin porqué, decía Angelus Silesius; como mi simpatía por el pueblo judío, compatible con mi poca simpatía por el gobierno de Israel.
            Llego a casa y abro uno de los tomos del Talmud: “Un sueño que no ha sido interpretado es como una carta que no ha sido leída”, “A un mal sueño, su tristeza le basta; a un buen sueño, su alegría”.


            Simpatías y antipatías son irracionales. Qué poco simpática la comunidad judía de Oviedo. El domingo pasado abrieron el pequeño local que tienen en el Fontán, cedido por el Ayuntamiento. Había oído hablar de él, pero no había conseguido localizarlo; no tiene ninguna señal externa. Pregunté amablemente por qué. “¡Todo el mundo sabe por qué!”, me respondieron no demasiado amablemente, como si mi pregunta fuera una provocación. Una chica, que notó mi cara de pasmo, me sacó fuera: “Verá por qué”. En la fachada había un cartel que anunciaba un concierto de música para esa tarde. Estaba ligeramente manchado en una esquina: “Mire lo que han hecho”.
Fingí aceptar la explicación, entré y compré un libro del Rabí Najman de Bratslav, El listo y el tonto, historias populares que vienen de la Ucrania del siglo XVIII y del origen de los tiempos. No dije nada, pero me habría gustado tomar a aquella chica de la mano y llevarla al cercano Campillín. Allí, desde hace años, hay plantado un olivo en memoria, como indica una placa puesta al pie, de la amistad entre Oviedo e Israel. En torno suyo se celebra, cada domingo, un rastro más desastrado que el del Fontán; en torno suyo, cada noche, pulula la más pintoresca marginalia urbana, y nunca ha sufrido cualquier daño. No dije nada, pero pensé que el clandestino comportamiento de los judíos de Oviedo, el convertir su lugar de reunión casi en el piso franco de una célula del Mossad, era no solo innecesario, sino un ofensivo para los ciudadanos de Oviedo.


            Muchas noches, cuando pasaba hace unos días por el Ghetto Novo, lo único que encontraba abierto e iluminado era el local donde los judíos ortodoxos de Venecia, con sus sombreros y sus largas barbas, se reúnen para estudiar y precisar y discutir punto por punto sus antiguos textos. Ningún miedo tenían en aquella ciudad en que se abrió, o se cerró en torno suyo, a comienzos del siglo XVI, el primer ghetto del mundo.
            Mi amigo Jon Juaristi, converso al judaísmo, me dijo que era la única religión en que ser heterodoxo, y discutirlo todo, y hasta ser ateo, resultaba perfectamente ortodoxo. Marina Svietaieva escribió: “Todos los poetas son judíos”.
            Yo no soy judío, pero nada que tenga que ver con el mundo judío me es ajeno. 

Lunes, 12 de septiembre
OTRO COMIENZO

Acostumbrado a encontrarlos desoladamente vacíos, me sorprende el bullicio juvenil en los pasillos del antiguo cuartel del Milán. Caigo de pronto en la cuenta de que hoy comienza el curso, un mes antes de lo acostumbrado. Los nuevos alumnos vagan de un lado a otro, un poco aturdidos, sin acabar de dar con las aulas correspondientes. Mientras camino hacia el despacho, recuerdo unos versos de Cernuda: “Verdor nuevo los espinos / tienen ya por la colina, / toda de púrpura y nieve / en el aire estremecida”. Todo renace en cada comienzo de curso, y a mí me llega una oleada de optimismo que pronto se mancha de melancolía: “Cuántos ciclos florecidos / les has visto; aunque a la cita / ellos serán siempre fieles, / tú no lo serás un día”.
            Los espinos cernudianos seguirán floreciendo en cada primavera y el curso al final del verano, pero un día yo faltaré a la cita. Me encojo de hombros, un deporte que practico cada vez más según van pasando los años. Faltaré a la cita y nadie me echará de menos. Y menos que nadie yo, ¿a qué preocuparse por ello?
            El cielo se nubla solo un instante; la alegría de otro comienzo, otro regalo inmerecido, tarda en desaparecer.


Martes, 13 de septiembre
BALAS SOBRE EL NIEMEYER

“¿Es cierto —me pregunta un amigo— que la única consigna que les dio Álvarez Cascos a sus consejeros, en la primera reunión que tuvo con ellos, fue: Que no quede piedra sobre piedra de la obra de Areces? ¿Es cierto que a uno le mandó a arremeter contra la Universidad Laboral, a otro a deshacer minuciosamente la Fundación Municipal de Cultura de Gijón y al veterano Marcos Vallaure a demoler el Centro Niemeyer, del que tan orgullosos estabais todos?”
            “No creo que hubiera esa consigna expresa. Lo que ocurre es que en Asturias tenemos un presidente por accidente (porque se perdieron unos cuantos votos por correo y porque los del 15-M consiguieron que se abstuvieran unos pocos votantes más de la izquierda), que tuvo que improvisar en escasos días su equipo y aún no ha tenido tiempo de formular un programa de gobierno. Álvarez Cascos se fue cabreado del PP y su intención era arrebatarle un buen puñado de votos, hacer una fácil y fuerte oposición a quien gobernara en minoría en Asturias (de nuevo el PSOE, que fue el partido más votado, o el PP) y gracias a esa labor de demagogia conseguir suficiente apoyo en las próximas elecciones generales como para volver a jugar un papel determinante en la política nacional. El azar, y la tontería de algunos votantes (cansados de los políticos de siempre solo se les ocurrió buscar un recambio en el desván de los trastos viejos), ha puesto Asturias en sus manos. Y no sabe qué hacer con ella, salvo seguir haciendo oposición. Tampoco saben muy bien qué hacer las gentes de su equipo de gobierno (la alcaldesa de Gijón se distrae de las tareas municipales, que le aburren, con su habitual trabajo de excelente cirujana). Marcos Vallaure, antiguo director y creador del admirable  Museo de Bellas Artes, se ha pasado la vida quejándose de que los políticos desatendían su museo para mimar el nuevo centro de la Laboral o el Niemeyer. Ahora que es él quien reparte el dinero se frota las manos: ¡Ya verán esos advenedizos! Poner a Marcos Vallaure, que nunca soñó con tal cosa, al frente de Cultura es como poner a la zorra al cuidado del gallinero. Si le dejan, sembrará de sal el margen derecho de la ría para que sobre las ruinas del Niemeyer no vuelva a crecer la hierba”.
            “Tampoco hay que exagerar, amigo Martín. A mí lo que me han dicho es que piensa convertir la cúpula en el Museo de la Madreña y el auditorio en la sede permanente de la Asociación Asturiana de Gaiteros”.


            “¿Y qué pasa con las facturas?”, me pregunta Saúl. “Hay facturas sin justificar y en agosto, según me contó alguno de los asistentes, se celebró en la sala del cine el cumpleaños de ese chico que ahora trabaja en El País y que fue alumno tuyo”. 
            “El nuevo gobierno de Asturias lo que debería hacer, si ejerciera de gobierno, es enterarse de la situación, pedir las aclaraciones que necesite y luego, si hay irregularidades, cesar o solicitar la dimisión de quien corresponda. Atacar al Niemeyer es como disparar contra sí mismo. O tratar de darle una patada a Areces en el trasero de todos los asturianos”.
            “Tú, con Areces hasta la muerte”.
“¿Con Areces? Yo, en todo caso, con Woody Allen. Pero reconozco que no soy objetivo en estas cuestiones. El Niemeyer me parece una de las mejores cosas que le han ocurrido a Asturias en los últimos tiempos y Álvarez Cascos una de las peores. Vamos a ver qué dicen las elecciones dentro de unos meses. Si tras no hacer nada y deshacer lo que estaba bien hecho, le siguen votando por resentimiento o simple bobería, pues habrá que encogerse de hombros (mi deporte favorito) y aguantar el chaparrón”.
  

Miércoles, 14 de septiembre
LO QUE SOSTIENE EL MUNDO

El estudio es la actividad principal del judío. Una clase no se interrumpe ni siquiera para la construcción del templo “porque el mundo se apoya en el aliento de los niños que estudian”. 


Jueves, 15 de septiembre
LAS HERIDAS DE LA INFANCIA

Alterno la lectura de Los tres mosqueteros, mi más seguro bálsamo contra el desánimo, con la de Los tres Dumas, de André Maurois, no menos minuciosamente fascinante. El menor de los Dumas, el autor de La dama de las camelias, hijo natural de una costurera, fue arrebatado a su madre e internado en un prestigioso colegio. “No se le había ocurrido pensar al padre –escribe Maurois— en cómo le acogerían aquellos niños mimados, pervertidos y vanidosos”. El dolor que le causaron los pequeños e incansables verdugos –le llamaban bastardo, le despertaban a media noche, le pasaban en el comedor los platos vacíos, pintarrajeaban sus libros con dibujos obscenos al pie de los cuales ponían el nombre de su madre— no llegó a olvidarlo ni siquiera “en los días más dichosos de su vida”. Ya adulto, paseando una tarde por el boulevard, le encontró uno de sus antiguos perseguidores. Muy amablemente se detuvo a saludarle y le tendió la mano “con esa generosidad con que el hombre perdona el mal del que ha sido culpable”. Esta fue su respuesta: “Estimado señor, como vuelva a saludarme, le parto la cabeza”.
            Olvidamos el mal que hemos hecho, no el que nos han hecho. Recuerdo un poema de Luis Antonio de Villena, otro niño maltratado, en el que, ya escritor famoso, se le acerca uno de sus antiguos compañeros. Le da la espalda, le desea toda clase de males a él y a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Qué terrible herencia, el odio que se pudre y nos pudre el alma.
            Pero el Dumas padre, atolondrado causante de todas las desdichas de su hijo, es alérgico a cualquier remordimiento, a cualquier resentimiento. Llego a casa, abro Los tres mosqueteros y vuelvo a ser el adolescente feliz que no se cansa de soñar las aventuras de las que algún día será protagonista.


Viernes, 16 de septiembre
UNA PARÁBOLA DE RAJMAN DE BRATSLAV

Había una vez dos amigos, uno tonto y otro listo. Uno andaba a menudo confuso y sin saber qué hacer. El otro triunfaba siempre en las discusiones y tenía respuesta para todo. Era el amigo tonto.


domingo, 11 de septiembre de 2011

Razón de más: El viaje aquel

Domingo, 4 de septiembre
QUIZÁ

Llego con varias horas de retraso. Es casi media noche. Frente a la estación, y en la calle cercana, hay todavía alguna gente. Pero cruzo el puente sobre el canal del Cannaregio, atravieso un sottoportego y la ciudad deja de ser real para convertirse en el escenario de una historia de fantasmas. Ni un alma, ni un ruido, salvo el eco de mis pasos. Cruzo el campo del Ghetto Nuovo, que parece más inmenso ahora sin nadie. Atravieso un puente. Calles estrechas, canales oscuros, y el cielo sin una estrella.
            Si no encuentro el lugar al que voy, en este barrio perdido, ¿a quién preguntar? Me sentaría en el escalón de un puente a esperar a que amaneciera. Y entonces se iluminaría una ventana frente a mí, y una voz diría: “¿Por qué has tardado tanto?”
            Me detengo un momento, cierro los ojos. Detrás de alguna de estas fachadas oscuras, está el jardín que busco, el centro del laberinto. Cierro los ojos, y ahí estás: “¿Por qué has tardado tanto?”
            Juego a que estoy perdido. Sé que tras cruzar el primer puente, he de caminar a la izquierda, por la orilla del canal, luego seguir una calle que termina en otro puente, volver a caminar a la izquierda de la fondamenta hasta que la interrumpe una verja a la que asoma un rosal. A la derecha está la calle dei Reformati y en ella el lugar que busco, un antiguo squero o taller donde se arreglan las góndolas, ahora convertido en residencia.  Juego a que estoy perdido para disimular que estoy perdido.
            Cierro los ojos y a la memoria me vienen los versos de Borges: “Pienso también en esa compañera / que me esperaba y que quizá me espera”.



Lunes, 5 de septiembre
SAN JORGE Y EL DRAGÓN

Mañana lluviosa y desapacible. Tengo muy cerca la iglesia de S. Alvise, sobre cuyos muros, en el escenográfico techo, se dibujan los muros de la Jerusalem celeste. Pero tras cruzar el puente de la Bonaventura, me encamino en sentido contrario y pronto encuentro el camino cortado por una puerta acristalada. Tras ella, un descuidado jardín con rotas estatuas, juegos para niños, pabellones dispersos acá y allá.
En un portal un anciano inmóvil me mira fijamente, a una ventana se asoma una mujer que, tras verme, la cierra de golpe. El sendero que sigo termina en medio de la maleza. Entre los huecos de la vegetación se entrevé el gris de las aguas plácidas. Creía saberlo todo de esta ciudad, a la que tanto me gusta volver, y al primer paso que doy ya estoy en otra ciudad secreta.


Suena el teléfono. Es mi amiga Marina Gasparini, que lo sabe todo de los infinitos laberintos de este laberinto: “Estás en un antiguo hospital psiquiátrico, ahora me parece que han hecho viviendas sociales”. Y el lugar calmo y apacible se convierte de pronto en un lugar siniestro. Busco la salida, no la encuentro. La mujer ha vuelto a abrir la ventana y me mira, o eso me parece, como miran los niños a la mosca atrapada en un vaso de cristal puesto boca abajo. Tengo la sensación de que por mucho que gritara, como en las pesadillas, nada se oiría.
 Pero un instante, o una eternidad, después encuentro el lugar por donde entré y entonces me fijo en que hay un cartel que prohíbe la entrada y que al lado hay una especie de corredor con raros trampantojos. No me atrevo a seguirlo. Vuelvo a la orilla del canal, camino rápido hacia S. Alvise, respiro aliviado al pisar terreno conocido.


            Pero no hay terreno conocido, de sobra lo sé. En cualquier lugar, aparece una grieta, una puerta, una piedra que nos hace tropezar y nos lleva a otro mundo.
Vivo en una casa llena de habitaciones cerradas a las que no me atrevo a entrar, y de vez en cuando oigo ruidos, un charco de sangre asoma por debajo de la puerta.
            Para olvidarme de que estoy perdido juego a que estoy perdido. Voy de iglesia en iglesia, en esta mañana lluviosa, tratando de distraer mi angustia (¿Por qué has tardado tanto?) con sus penumbrosas maravillas.
En San Giobbe, al otro del Ponte dei Tre Archi, mientras contemplo la cúpula de la Cappela Martini, una voz de mujer, aterrada, pide ayuda. Es la chica que cuida la entrada (una iglesia, tres euros; un pase para diecisiete, válido por un año, diez euros). Habla muy rápido, no se la entiende. Pero sus gestos son inequívocos. La ha asustado un monstruo que se ha colado en el pequeño habitáculo donde trabaja. Sonrío. Me siento como San Jorge que ha de salvar a la princesa. Cojo una de las cartulinas informativas y con ella levanto al dragón, en realidad una diminuta lagartija, y cuidadosamente lo dejo fuera. La princesa, libre de la amenaza, sonríe y me da un beso.


Martes, 6 de septiembre
TODO ME FALTA

Huelga de transporte. No circulan los vaporettos. Y es hoy cuando tengo una cita para visitar el nuevo laberinto que esta ciudad de laberintos ha construido en la isla de San Giorgio Maggiore. Solo se puede visitar los sábados y domingos, pero la persuasiva Marina me ha logrado concertar una cita para hoy. Vamos de una parada a otra hasta encontrar aquella donde funcionan servicios mínimos.
Antes de llegar al nuevo laberinto, hay que cruzar dos claustros, el de los cipreses y el de Andrea Palladio. Los había visto muchas veces desde lo alto del Campanile, pero nunca los había atravesado. En su armonioso silencio apetece quedarse para siempre.


Desde la terraza de la nueva residencia de la Fondazione Cini contemplo, por fin, el laborioso homenaje a Borges. Los setos trazan doblemente su nombre y dibujan una clepsidra, un bastón de ciego, una interrogación… Pero, laberinto por laberinto, yo preferiría perderme en la Nuova Manica Lunga, la biblioteca que ocupa el antiguo dormitorio de los frailes y que termina en un ventanal sobre el puerto deportivo y el bacino de San Marco. Ese corredor abovedado, un claro laberinto rectilíneo, me gusta más que la de Baldassare Longhena, con sus oscuras estanterías barrocas y los libros bien protegidos en ellas. En la Manica Lunga los libros están al alcance de la mano y uno puede dejarlos sobre la mesa para seguir trabajando, o disfrutando, al día siguiente.


            Pero ni siquiera este prodigioso lugar me haría aceptar una larga estancia en este lugar. Soy como un gato viejo al que no le gusta abandonar su territorio. De vez en cuando hago una exploración por los alrededores, pero en seguida vuelvo a casa.
            Desde el campanile vuelvo a ver el verde laberinto borgiano. Es para recorrer con los ojos, un laberinto para leer. Y solo repite un nombre: Borges, Borges. No hace falta más porque, como el prodigioso Aleph, esas sílabas contienen el Ródano y el Arno, las calles de Buenos Aires y los rojos laberintos de Londres, “lunas, marfiles, instrumentos, rosas, / lámparas y la línea de Durero, / las nueve cifras y el cambiante cero…”
Y también la “Venecia de cristal y crepúsculo” que, en la dedicatoria de Historia de la noche, le ofrece a María Kodama. Ahora la tengo en torno mío, entre el azul verdoso de la laguna y el cambiante cielo (al fondo, con turbante de nubes, las montañas del Friuli).


Nunca, a ningún rey, a ningún emperador, le ofrecieron un más prodigioso presente. Lo tengo todo y, sin embargo, todo me falta: “Que no daría yo por la dicha / de estar a tu lado / bajo el gran día inmóvil / y de compartir el ahora / como se comparte la música / o el sabor de una fruta”.


Miércoles, 7 de septiembre
EL ARTE DEL LUGAR

El arte es ilusión. Es arte lo que, quienes saben de eso, nos dicen que es arte. Paseo desdeñoso por los Giardini de la Biennale. Admirando, a veces, algunos pabellones, casi nunca lo que se encuentra en ellos. El menos interesante es el de España, ocupado, no por ningún artista, sino por una idea de Dora García. Entro y un artista, o similar, explica no sé que a un grupo de desatentos alumnos. En una esquina, un joven observa lo que ocurre, lo teclea en su ordenador e inmediatamente lo podemos leer en una gran pantalla: “Entra una mujer rubia, mira a un lado y a otro sorprendida, ¿qué es esto?, le dice a su acompañante…”. Y yo, en voz alta, añado: “Esto es la demostración de que si entre cierto arte y el ridículo solo hay un paso, Dora García ha dado ese paso”. Pero el ordenador no está encendido, el joven hace como que escribe. En la pantalla blanca va apareciendo un texto pregrabado.
            Lo mismo me ocurre en el Arsenale. Me gustan los grandes espacios, el jardín de las Vírgenes, que tantas veces había rodeado desde la laguna, pero que hasta ahora solo había adivinado. Aunque las esculturas dispersas acá y allá tienen, a veces,  su gracia no consiguen competir con la magia del lugar.


            Bangladesh e Irak ocupan dos viviendas consecutivas de la Fondamenta Sant’Ana. La Biennale permite entrar en suntuosos palacios abandonados. No menos fascinantes resultan estas dos casas, con su pequeño patio detrás, con restos de la antigua cochambre en el baño y la cocina, con sus empinadas escaleras y sus crujidos fantasmales. ¿Qué valen frente a esas ausentes presencias los ingeniosos cachivaches o las fáciles denuncias que los artistas han querido colgar acá y allá? En el estrecho pasillo que separa ambas casas, lleno de maleza, unos uniformados tamborileros (solo se ve el uniforme y el tambor: dentro no hay nadie) le ponen hipnótica banda sonora a la melancolía.
            Dedico la tarde a descubrir Tizianos, Tintorettos, Bellinis en la penumbra de las iglesias. Pero, de pronto, en una de ellas, tras admirar largo rato una obra de Tiépolo, descubro un pequeño cartel que indica que se trata de una copia, que el original está en no sé qué exposición. Y pienso: si todos esos cuadros que admiré fueran copias, ¿me habría quedado pasmado frente a ellos? De ninguna manera, salvo que no lo supiera. El arte es ilusión, el de ayer y el de hoy.
            Si yo me atreviera a ser sincero, diría que el pabellón de los Giardini que más me ha interesado es la cafetería, con su colorido pop y el fragmentado espejo del fondo que todo lo convierte en la viñeta cubista de un inesperado cómic.



Jueves, 8 de septiembre
LA ÚLTIMA COSTA

Cada noche, antes de dormirme, voy oscuro por las calles solas, como en el verso de Virgilio, hasta la parada de S. Alvise. Apoyado en el parapeto, contemplo la negra lámina de la laguna, el cambiante reflejo en ella de algunas dispersas luces. Se oye solo el chapoteo del agua. Sigilosamente se acerca el último vaporetto. Trae unos pocos viajeros, a veces no se baja nadie. Le veo alejarse como un fanal fantasmal sobre su tembloroso reflejo. Se adivina al fondo el muro con cipreses de San Michele. ¿Cómo no pensar en otra laguna y en los dos versos con que Francisco Brines termina el último poema de su último libro: “Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco, / en el viaje aquel de todos a la niebla”?


lunes, 5 de septiembre de 2011

Razón de más: Decir lo que se piensa, pensar lo que se dice

Domingo, 28 de agosto
POR QUÉ NO SOY POLÍTICO

Ser político es una de mis vocaciones frustradas (la otra, ser matemático). Las dos cosas que más me gustan en la vida son razonar y mandar. En razonar, no me considero malo del todo. Si me equivoco en alguna afirmación, siempre es por carecer de la información suficiente o por partir de datos erróneos, nunca por incurrir en sofisma o quebrantar la lógica.
En cuando a lo segundo, no sé si sería bueno o no: nunca he tenido ocasión de mandar a nadie, salvo a mí mismo, y eso no tiene mérito, porque soy bastante obediente, siempre que se me razonen las cosas (y eso es algo que hago bastante bien).


            Nada me habría gustado más que ser político, tener poder. Pero en democracia nunca podría haberlo sido. Sí, antes de que se inventara, en la época del despotismo ilustrado. El tipo de político que a mí me habría gustado ser lo representan Federico el Grande, amigo de Voltaire, o Carlos III, que antes de ser rey de España, hizo su aprendizaje en Nápoles.
            En democracia, si lo hubiera intentado, si no hubiera sido muy consciente de mis limitaciones, no habría llegado ni siquiera a concejal de mi pueblo.
            ¿Y por qué, a pesar de que me gusta tanto el poder, estoy incapacitado para ser político? Porque en democracia hay que decirles a los electores lo que quieren oír y luego, si uno es un buen político, hacer lo que conviene hacer. No lo que le conviene a uno o a los banqueros o a los que nos financiaron la campaña, claro, sino lo que conviene al país, esto es, a la mayoría de los ciudadanos.
            Entonces ¿tú crees que la gente no sabe lo que quiere?, me pregunta el amigo que me escucha decir esto mientras rebuscamos entre los puestos de libros del Fontán.
            Pues claro que sabe lo que quiere, le respondo. Quieren que las medicinas sean gratis, que la educación sea gratis y de calidad, que haya trenes de alta velocidad en cada capital de provincia, aeropuertos cerca de casa con vuelos baratos a cualquier parte del mundo, que los bancos no cobren comisiones, concedan préstamos a largo plazo y reducido interés, dejen de cobrarte la hipoteca si te encuentras en apuros, que puedas bajarte cualquier película o cualquier libro de Internet sin pagar un euro… La gente sabe lo que quiere y todos sabemos lo que quiere la gente. Lo que no sabe la gente, ni sabe nadie todavía, es cómo puede financiarse todo eso.
            Tú desprecias a los electores. Parece que los consideras niños caprichosos.
            Exacto. Eso los considero. Pero yo no desprecio a los niños, tampoco a los electores. Lo que desprecio es su manera de razonar. No soy capaz de respetar el pensamiento mágico. Salvo cuando escribo poemas, claro.
            ¿Y a qué llamas tú pensamiento mágico?
            Pues al que considera que si no todo el mundo tiene trabajo, gana lo suficiente, vive en una buena casa, puede ir a Roma o a Londres por diez euros, tiene garantizada su pensión, etc., etc., es porque los políticos lo han hecho mal, le han engañado.
            ¿Y tú no crees que es así? ¿No crees que en un país democrático la constitución debe garantizar todo eso?
            No, no lo creo. Todo lo que tenemos lo hemos ganado muy trabajosamente, con décadas de esfuerzo. Y todo lo podemos perder. Nada está garantizado para siempre.
            No te entiendo.
            A los demagogos bien intencionados, a los del 15-M, incluso a Llamazares y otras lumbreras de Izquierda Unida, yo les diría: cuidadito con los experimentos, porque por muy mal que estén las cosas siempre pueden ponerse peor. Pero saben de sobra que pueden jugar todo lo que quieran, que no va a haber lo que ellos llaman democracia real, que el poder no va a quedar en la calle, a merced de cualquier veleidad asamblearia, que mientras ellos discuten si son galgos o son podencos la derecha de siempre abre sus grandes fauces para tragarnos pronto de un bocado, si Rubalcaba no lo remedia.
            Se te ve el plumero. Tú eres de los que creen que Rubalcaba va a hacer, si gana, lo que no fue capaz de hacer cuando gobernaba con Zapatero.
            Cierto. A mí en seguida se me ve el plumero. No soy capaz de engañar a nadie ni de pensar lo que se lleva en cada momento. No solo creo en Rubalcaba, sino que creo que Zapatero, que ya no necesita adular al electorado, lo está haciendo muy bien, está gobernando de la mejor manera posible en estos tiempos de zozobra en las que nos jugamos tanto.


Lunes, 29 de agosto
EN LOS PORCHES

Hace unas semanas abrieron de nuevo la cafetería Los Porches, cerrada durante meses, y hoy por primera vez el nuevo camarero, sin yo pedirlo, me trae el habitual café y vaso de agua. Ya estoy de nuevo en casa.
En torno a las doce, paso por aquí todas las mañanas desde hace unos cuantos años. Exactamente, desde 1982, cuando se abrió este centro comercial de Las Salesas. Desde entonces, la cafetería se ha renovado en varias ocasiones. Aparte del nombre, me parece que yo soy lo único que tienen en común las diversas etapas. La última fue de decadencia total, con dos televisores a todo volumen derramando basura. Pero yo resistí.
            La rutina es mi manera de luchar contra el tiempo. Aquí estoy, con el periódico, el café y unos cuantos libros nuevos, como si no hubiera pasado nada. ¡Y han pasado tantas cosas en estos treinta años!


            Me gusta el nuevo decorado, que parece hecho para mí. En la esquina donde me sentaba, en lugar de las comunes mesas rectangulares, han puesto una aparatosa mesa redonda. Al principio, no me atrevía a sentarme en ella, pero como la veía siempre vacía, la he ocupado yo, y allí estoy cada mañana, señero y feliz, dispuesto a charlar con quien quiera acercarse o a hojear, impaciente, los libros que me acaban de llegar.
            De sobra sé que nada es permanente. De sobra sé que ni los huesos son una posesión segura del hombre. Pero las costumbres, las pequeñas rutinas cotidianas, me proporcionan una ilusión de eternidad.


Martes, 30 de agosto
L’AMOR MIO FINÌ

Soy un lector caprichoso. A menudo lo que menos me interesa es la gran literatura. No se puede ser sublime a todas horas. Lo mismo me pasa con el cine. Dejo a veces de lado una obra maestra, según los críticos, pero desagradable y áspera, por cualquier acariciadora nadería. Uno no siempre tiene ganas de que le den un puñetazo ni de que le conmuevan demasiado.
Esta noche me las prometía muy felices paseando por Nápoles con el comisario Ricciardi, una creación de Maurizio de Giovanni que parece quiere competir con el comisario Brunetti de Donna Leon.


El invierno del comisario Ricciardi es la primera de sus novelas que se traduce. Yo no dejo de notar la puerilidad y el artificio de una historia que mezcla un peculiar protagonista que tiene el don de ver el último momento de los asesinados, con los años del fascismo y el mundo de la ópera. Pero disfruto acompañando al comisario desde su casa, cerca de la Piazza Dante, a lo largo de la Via Toledo, a la que se asoman las empinadas y temerosas callejuelas de los Quartieri Spagnoli, el barrio de los españoles; sentándome con él cada mañana a tomar un café en el Gambrinus (su mesa favorita da a Chiaia; la mía, a la Piazza del Plebiscito); ascendiendo por Gennaro Serra hasta Santa Maria degli Angeli, con su alta cúpula y sus naves llenas de retóricos y conmovedores epitafios. El tranvía número 7 le deja en el Largo de San Martino, donde el tenor asesinado se encontraba con su amante, y desde allí contempla la ciudad, solitario, entre las parejas que utilizan aquel lugar para sus expansiones amorosas… Un escenario minuciosamente exacto añade verdad a cualquier fábula. Pero luego, cuando volvemos a pisar esos lugares, es la fantasía del escritor lo que les añade peso y realidad.


            A partir de que el comisario llega al Largo de San Martino y contempla las innumerables y zigzagueantes escaleras de la Via Pedamontina, dejo de acompañarle. El enigma de quien asesinó al insoportable Arnaldo Vezzi poco antes de que, en el San Carlo, se dispusiera a interpretar el Tanio de I Pagliacci, me interesa menos que otra historia que comenzó cuando yo bajaba solitario esa calle que un día fue la calle más hermosa del mundo, con el mar y la ciudad mostrándonos un nuevo rostro en cada vuelta del camino. Esa novela de la vida real, menos verosímil que las de la literatura, no tuvo más que un primer capítulo. Antes de dormirme, muchas noches, juego a imaginarme el resto de la historia. Y resuena en mi cabeza, lo mismo que en la del tenor asesinado antes de morir, el lamento de Alfio, el amante traicionado, en Caballería rusticana: “Io sangue voglio, all’ira m’abbandono, in odio tutto l’amor mio finì…”. En odio ha terminado todo mi amor.
            Entro en un libro para salir de mi vida y de pronto tropiezo con un párrafo y vuelvo bruscamente a ella.



Jueves, 1 de septiembre
NUEVE

Un correo de mi amigo Ismael Serna  me informa que, desde las doce horas de la pasada noche, ha terminado su vida laboral. No parece lamentarlo. A mi todavía me quedan nueve cursos, nueve, y ya me aterra la perspectiva. “Para todo hay término y hay tasa”, decía Borges. De sobra sé que nada está garantizado, que la vida de cualquiera puede terminar en cualquier momento. Pero del accidente, si hay suerte, nos podemos librar. No del fin del trayecto.
            Pero también tiene su lado bueno ser conscientes de que “hay término y hay tasa” en todo, en lo bueno y en lo malo. Dentro de unos días comenzará el nuevo curso (me alegra que se adelante un mes) y yo disfrutaré de cada momento sabiendo que solo me quedan nueve raciones de la tarta. Nueve. Antes las devoraba rutinariamente, como una simple ocupación laboral. Pero nada hay simple en esta vida. Cada curso, como cada día, como cada instante, es un regalo que he aprendido a agradecer.



Viernes, 2 de septiembre
NO AL REFERENDUM

¿Así que tú, tan demócrata, tan de izquierdas, no eres partidario de que se consulte al pueblo nada menos que la reforma de la constitución?
            No, en este retoque, no soy partidario. Poner límite a la capacidad de endeudamiento para que sean menores los intereses de la deuda me parece muy razonable. Y hacerlo de la manera más rápida posible, la mejor opción.
            ¿Entonces tú crees que deben mandar los mercados y no los políticos?
            Yo creo que debe primar el principio de realidad por encima de las elucubraciones ideológicas. Si vives de prestado, cada día te costará más encontrar quien te preste dinero y más pronto o más tarde llegará la bancarrota. No rebajar el sueldo a tus funcionarios, sino simplemente no poder pagarlos. No reducir las prestaciones sociales, sino simplemente que no haya prestaciones sociales.


domingo, 4 de septiembre de 2011

Anónimo avilesino

En la plaza Meynard de Burdeos, en torno a la esbelta torre exenta de Saint Michel, se celebra todos los días, salvo los martes, un “marché aux puces”, un colorista y animado rastro. Muy cerca, en la plaza Canteloup, hay un pasaje lleno de tiendas de anticuario en cuya revuelta mezcolanza de espejos, lámparas y lujosos pecios salvados del naufragio del tiempo resulta fascinante perderse. Pero no tiene menos encanto el astroso mercado al aire libre. Este barrio fue el preferido de los exiliados españoles, y eso se nota todavía en los bares que ofrecen “tapas”, pero ahora los emigrantes son mayoritariamente árabes o procedentes de los antiguos países comunistas. Sobre una manta en el suelo, entre libros sin mayor interés, me encontré hace unos días media docena de títulos en español y un cuaderno (de esos con anillas y páginas cuadriculadas) con anotaciones manuscritas también en español.


             Uno de los libros era la novela de David Arias Después del gas (donde se anticipa una segunda guerra mundial bien distinta de la que poco después se haría realidad) y otro un libro de Ana de Valle publicado en los años setenta. El cuaderno no estaba firmado ni los libros llevaban señal alguna de su antiguo propietario, pero esos dos títulos me hacen suponer que era de Avilés, o estaba muy relacionado con la villa, y por eso lo he denominado “Anónimo avilesino”. Seguramente se trataba de un exiliado de la guerra civil, amigo de Ana de Valle, que le mandaría su libro (supongo que dedicado, pero del volumen habían arrancado la página de respeto).


En el cuaderno había versos tachados, algunos comienzos de poema que no tuvieron continuación (“Rimas invierno con infierno y sabes / que nunca ha de llegar la primavera”) y abundantes aforismos, no sé si originales o traducción de algunos de los moralistas franceses, como Joubert, Chamfort o La Rochefoucauld. Bastantes dan la impresión de ser solo borradores. Copio aquí una selección de los que me parecieron completos. Me imagino al autor de estos apuntes paseando por la plácida orilla del Garona, como antes hicieron Goya o Moratín, y añorando la ría de Avilés, tan distinta, tan distante y tan semejante: el mar, que es su razón de ser, no se divisa nunca desde ninguna de ellas.


La peor angustia es la que nos sobreviene cuando no tenemos motivo para angustiarnos.
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A la obra de arte, como a los reyes, le corresponde siempre decirnos la primera palabra.
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La lejanía, que empequeñece los objetos, agranda a los hombres.
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El aburrimiento nos acerca a los seres humanos; el fastidio nos aleja de ellos.
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Ni indecisión ni precipitación: esas son las características del verdadero hombre de mundo.
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Hay cosas tan serias que solo se pueden decir en broma.
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Si no quieres llegar a ser muy desdichado, no pretendas ser demasiado feliz.
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Era tan escéptico que ni siquiera se creía la buena opinión que tenía de sí mismo.
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Engaña más quien confiesa algo que quien lo oculta todo.
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Para resucitar hay que morir primero.
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Solo quienes nos calumnian nos dicen la verdad sobre nosotros mismos.
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Hay que hacer sitio a cada nuevo amor, a cada nuevo amigo, desalojando a otros.
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Los ricos suelen ser tacaños; los pobres, derrochadores.
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Envejecía él, pero no sus amantes.
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Nadie más aburrido que esas personas que nunca se aburren.
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Era tan infortunado que ni siquiera en el amor propio fue correspondido.
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Los peores dramas son los que se disfrazan de comedia.


No te dejes aconsejar por nadie, y menos que nadie por ti mismo.
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No hay mayor señal de fracaso que, al final de la vida, no deber nada a nadie.
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Los corazones de buena calidad son los que se desgastan primero.
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Era todo un personaje, pero no tenía ninguna personalidad.
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Solo los imbéciles se que quejan cuando se les toma por imbéciles.
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De un amor no se puede huir: llena el mundo.
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Nos vuelve locos la alegría y cuerdos el dolor.
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Me resigno a tu ausencia como uno acaba resignándose a la ausencia de Dios.
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El amor es un lugar de paso; nadie puede quedarse en él para siempre.
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Te tengo entre mis brazos y no soy capaz de encontrarte.
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Estoy solo y solo me falto yo.


A veces abrir una puerta es cerrar una herida.
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La eternidad es aburrida; la historia del mundo es la televisión de Dios.
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Si un laberinto no tiene salida, no es un laberinto.
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A veces tenemos tanto que decir que la única manera de decirlo es callar.
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A veces la peor forma de la ausencia es la presencia.
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El amor adormece, el odio nos pone en pie.
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El amor es una jaula, pero solo es verdadero si deja la puerta abierta.
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La ciencia nos enseña lo que sabemos, la filosofía lo que no sabemos.
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Es fácil ser gran hombre cuando se está rodeado de hombres minúsculos.
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Cada amanecer Dios vuelve a crear el mundo.
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Ninguna ocurrencia vale la pena si no se le ha ocurrido primero a otro.
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Me gusta tener siempre un libro o un amigo a mano, aunque no abra el libro, aunque el amigo se limite a callar conmigo.
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Confío en mis sueños: nunca me engañan, aunque no me cuenten más que mentiras.
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No se puede ser feliz, pero se puede haberlo sido. Y confiar en volverlo a ser.