domingo, 30 de octubre de 2011

Razón de más: Glosas silenses

Sábado, 22 de octubre
DESDE EL SILENCIO


Tras la lectura de poemas, ya en la celda, abro Cartas desde el silencio, de Víctor Márquez Pailos, prior de Silos, que el propio autor me acaba de regalar. Una peculiar teología la suya: “Como lo santo está separado de lo profano, así la caricia está separada de todo cuanto separa o divide en dos la esperanza humana”.
            La gran sequoia que preside la entrada del monasterio se asoma a mi ventana; si yo me asomara, tendría casi al alcance de la mía la mano del santo que parece danzar en el centro de la fachada.
            Cierro el libro, abro el cuaderno que siempre llevo conmigo, y continúo a mi manera este peculiar epistolario:

La madurez del hombre cabal no depende de su grado de seguridad sino de su grado de fragilidad.
            Nadie más vulnerable que el hombre seguro de sí mismo.
            Quien levanta una muralla para defenderse de los otros levanta los muros de su propia cárcel.
            Escribir no es, como decía María Zambrano, defender la soledad, sino abrir puertas y ventanas para que los demás invadan nuestra soledad.
            Si no estás indefenso, ¿cómo pretendes amparar a nadie?
            El que busca desesperadamente a Dios y no lo encuentra, ya lo ha encontrado; el que cree tener a Dios en su corazón lo ha perdido para siempre.


Domingo, 23 de octubre
VIGILIA Y LAUDES

Sin necesidad de poner el despertador, a las cinco y media ya estoy despierto. Camino por el laberinto de pasillos; en el claustro románico, apenas iluminado por una tímida luna, doy algunas lentas vueltas, a pesar del frío, antes de seguir mi camino. Por la puerta de la Virgen, me dirijo luego hacia la iglesia. Recorro luego la gran nave vacía; al fondo, en el coro, se adivinan ya las siluetas de los monjes. Me coloco en un banco de la primera fila, pero uno de ellos se adelanta y con un gesto me invita a acompañarlos. Me siento en el coro y participo, como uno más, de la vigilia del domingo. Siento que cantan solo para Dios y para mí.
            He dicho más de una vez –a mi edad todo se ha dicho ya muchas veces— que soy un ateo que colecciona experiencias religiosas. Recuerdo siempre, en primer lugar, mi entrada en Jerusalén. Iba con otros invitados a participar en un curso sobre el Holocausto organizada por el Yad Vashem. En el aeropuerto de Tel Aviv nos estaba esperando Perla Hassam, judía de Melilla, encargada de la relación del museo con los países de lengua española. Subimos al autobús y, cuando nos acercábamos a la ciudad, tuvo la feliz idea de que visitáramos, en primer lugar, antes incluso de ir al hotel, el Muro de las Lamentaciones. Era la tarde del viernes, estaba a punto de comenzar el Sabbath. Cruzamos ante la puerta de Damasco, que se doraba al sol y parecía una estampa iluminada de la época de las Cruzadas. En seguida, el autobús se detuvo y, tras cruzar el detector de metales, avanzamos por la gran explanada ante el muro. Era el momento mismo en que no se podía distinguir un hilo de otro; comenzaba el sagrado sábado. Llegaban grupos de adultos y de adolescentes, algunos cantando y bailando como si se dirigieran a una fiesta. Junto al muro, otros inclinaban repetidamente la cabeza. No podría explicar lo que sentí. Al principio era solo el extranjero que mira un espectáculo curioso. Pero en seguida fui uno de ellos, la sal de la tierra y el chivo expiatorio por los siglos de los siglos.
            A Plovdiv, en Bulgaria, he ido en varias ocasiones. Y siempre que voy me descalzo y entro en la gran mezquita, junto a la plaza en que muestran su costillas las ruinas romanas y los pintores venden sus cuadros. En pocos lugares me siento tan bien recibido. Bulgaria fue dominada por los turcos durante siglos; tras la independencia, una minoría continuó siendo musulmana. Esta hermosa mezquita, del siglo XVI, sigue siendo mezquita, no es un museo, como la de Sofía, pero no está en un país árabe y eso le da, no sé por qué, un aire distinto. Cuando yo entro, casi nunca hay nadie. A veces un solitario reza en cuclillas; otras, unos pocos adolescentes escuchan la lección de un hombre barbudo. Nada más entrar siento un gran sosiego, como si alguien me abrazara, me cogiera en su mano, me alzara sobre el abismo del mundo.
            La cúpula del Panteón, en Roma, tiene en lo más alto un círculo abierto al cielo por el que entran los rayos del sol o cae la lluvia. Me gusta colocarme exactamente debajo, sentir sobre mí la airosa cúpula ciclópea, en torno mío los gruesos muros que han soportado el paso y el peso de los siglos.
            “Quoniam Deus magnus Dominus / et rex magnus super omnes deos”, cantan los monjes. Sí, el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses, pero por muy grande que sea sin los ritos, las magias y los templos de los hombres no sería nada. Su verdadero nombre es Vacío, Enigma, Nada.
            Dios no existe, pero a veces –junto al Muro de las Lamentaciones, en la mezquita de Plovdiv, en el Panteón, en el silencio de Silos— su ausencia se hace tan presente que se convierte en la más consoladora verdad.

  
Lunes, 24 de octubre
VANIDAD

“¿Cómo es que a un crítico le da de pronto por escribir poemas? ¿No tiene miedo de que le traten ahora con la misma dureza que usted trató a los demás?”
            Recuerdo, con una sonrisa, la pregunta que me hizo durante el coloquio uno de los asistentes a la lectura del pasado sábado. Al final me regaló su último libro, de hermoso y preciso título, La realidad inverosímil. Antolín Iglesias Páramo no sabía que yo era poeta, pero yo había leído poemas suyos, le había perdido luego la pista y ahora le reencuentro en sentenciosos sonetos: “Vivir es sorprenderse y aceptarse…”
            Ser un poeta poco conocido no afecta para nada a mi vanidad (aunque no me molestaría, para qué nos vamos a engañar, ser admirado y célebre).
            Mi vanidad –ya sé que no debería decirlo, pero me paso el día diciendo cosas que no debería decir— tiene más bien que ver con el alto concepto que tengo de mí mismo. Me parece que nadie razona tan atinadamente como yo, no ya en literatura, sino en política, en matemáticas y en cualquier cosa que se me ponga por delante. Cada vez me cuesta más reconocer que no siempre tengo razón, que solo la tengo casi siempre.


Martes, 25 de octubre
MÁS ANOTACIONES

            No te avergüences de tus imperfecciones: son ellas las que te hacen digno de amor.
            La vida real es siempre, en un noventa por ciento, imaginaria.
            Si nunca has caído, no podrás enseñar a nadie a levantarse.
            Quien no tiene hijos, no tiene padre.
            El que renuncia a la mujer que ama por amor a Dios no ama a Dios ni ama a la mujer.
            Aprende de los niños a tomarte el juego en serio.
            El silencio y la soledad son las armas predilectas del demonio.
            No hay verdad que no pueda volverse del revés.
            Cuando habla de Dios, nadie sabe lo que dice.
            El mayor enemigo de la religión es el hombre religioso que considera falsas todas las religiones menos la suya.
            Busca la verdad, pero no te alegres de encontrarla; si crees encontrarla es que la has perdido para siempre.
            Si nunca has perdido la cabeza, ¿cómo sabes qué tienes cabeza?
            Los muertos no creen en Dios.
            Si nadie creyera en el otro mundo, no habría otro mundo.
            Si nadie creyera en los fantasmas, no habría fantasmas.
            Cuidado con las buenas intenciones: las carga el diablo.
            Desconfía de los milagros; también los dioses falsos hacen milagros.
            Cuando no tengas nada que ofrecer, ofrece tus manos. Incluso vacías, valen más que cualquier tesoro.
            Tómate muy en serio todo lo que haces, pero nunca te vayas a la cama sin haberte reído un poco de ti mismo.
            Si no eres Dios, lo mejor que se puede ser es hombre, salvo que se sea mujer.
            Todos los libros sagrados son falsos; Dios no sabe escribir.


Jueves, 27 de octubre
FRAY MARTÍN

El huerto, la hermosa y desordenada biblioteca, el orgulloso ciprés del claustro, que se sabe más famoso que ningún monje, la rigurosa parcelación del día en las diversas ocupaciones… Vista desde fuera la vida monacal, para una persona como yo, tiene sus atractivos. Y no es el menor que, detrás de su bucólica apariencia, esconde un microcosmos tan lleno de tensiones como cualquier otro. Umberto Eco lo sabía muy bien. Con la cabeza baja, entran y salen los monjes del coro, como en un escenario, pero cada uno de ellos es un mundo: el padre Recaredo, que conoció los tiempos más duros, que anduvo por Argentina, que algo tiene de Voltaire candoroso; el padre Rufino, que se sabe a San Juan de memoria; el padre Ángel, tímido fotógrafo… No falta quien disimula apenas sus modales de sargento cuartelero. Y luego está el prior, que estudió en Oviedo y alguna vez pasó por nuestra tertulia, todo un personaje: ingenuo y sabio, frágil y firme, que no le teme al desorden de la vida.
            No habría desentonado yo en ese variopinto y bien concertado conjunto. El voto de pobreza lo he practicado desde siempre, el de castidad, a estas alturas, creo que me costaría poco, y el de obediencia… Bueno, el de obediencia tampoco me costaría nada siempre que yo fuera abad o prior.


Viernes, 28 de octubre
LORCA Y YO

El otro día, en el Hotel Reconquista, nos contó Andrés Amorós que había conocido a Rafael Martínez Nadal, el gran amigo de Lorca: “Decía que Federico no tenía una gran cultura ni leía mucho, pero que lo poco que leía lo aprovechaba muy bien”.
            Yo en eso soy como Lorca, y no porque lea poco (a veces pienso que no hago otra cosa), sino porque vivo poco, porque apenas tengo experiencias vitales fuera de los libros, pero a las pocas que tengo les saco todo el partido posible.
            “Equivoqué mi vocación, yo habría debido ser monje”. “¿Y qué otra cosa eres?”, me responde Catarina. “Lo que ocurre es que, como no soportas obedecer a nadie, has creado tu propia orden y eres a la vez el padre fundador y el único seguidor”.


domingo, 23 de octubre de 2011

Razón de más: Decir algo es decir nada

Domingo, 16 de octubre
DEJO DE HABLAR DE POLÍTICA

Nada me gusta más que no tener razón. Me gusta que la realidad me desmienta. Pero la realidad últimamente ha cogido la mala costumbre de no desmentirme. Tras cada nuevo éxito del famoso 15-M, las tercas encuestas nos informan que la izquierda ha dado un paso atrás y la derecha dos pasos al frente. Con un poco de planificación, organizando una gran marcha el día antes de las próximas elecciones, además de ocupar las primeras páginas de los periódicos (su éxito mediático ya parece superior al de Belén Esteban), harán realidad la peor de las pesadillas. La derecha no solo tendrá mayoría absoluta, sino la mayoría necesaria para, por ejemplo, nombrar a los miembros del tribunal constitucional sin pactar con nadie. Y entonces veremos resolverse los recursos de inconstitucionalidad pendientes en contra de las leyes progresistas. ¿Se declararán nulos todos los matrimonios entre hombres o entre mujeres celebrados hasta la fecha? Es muy posible. Y volverán a la cárcel las mujeres que interrumpan un embarazo no deseado. La ley del divorcio, en cambio, parece que no estará en peligro. Algo es algo.
            Pero si nada me gusta más que no tener razón, nada me gusta menos que meterme en política. Lo que haya de ser será: yo poco puedo hacer por evitarlo. Mejor que me dedique a hablar de otra cosa. Prometo no volver a llamar tontos a mis amigos más izquierdistas que nadie, a esos que tanto ayudan a la marcha triunfal de la derecha con su progresista y progresiva majadería (también ayudan un poquito a la izquierda que ni pincha ni corta, la de Cayo Lara, que gracias a ellos arañará algunos impotentes pero gritones diputados más). Llamárselo no se lo llamaré, lo prometo. No me gusta nada insultar, como es bien sabido. Pero me temo que es lo más benévolo que se puede decir de ellos.


Lunes, 17 de octubre
DE BUENA TINTA

Lo oí comentar en el descanso de la ópera a dos señoronas de la Vetusta de siempre: “El problema no es el Niemeyer, sino los once millones de euros que han robado”. Creí que era una frase dicha al albur, pero hoy mi emérita vecina de despacho, mientras comentamos la manifestación de ayer en Avilés, me confirma que esa es la cifra exacta del dispendio en copas de los gestores del centro cultural. Yo trato de razonar  (“pero si el presupuesto es de solo tres millones…”), acabo discutiendo, casi me enfado, pero ella sigue erre que erre: “Once millones es lo que nos han birlado a los asturianos, once millones nada menos. Y lo sé de buena tinta. Estoy bien informada. Me lo ha dicho la hermana del consejero de Cultura, si ella no lo sabe, a ver quién lo va a saber”.
            Y yo entonces me encojo de hombros y me vuelvo a mi trabajo. Lo que pienso del consejero, del familiar que utiliza para difundir sus dañinos bulos y de la gente que se los cree por burdos que resulten, me lo callo. Cada día soy más diplomático.


Martes, 18 de octubre
UN ADIÓS

Leo una reseña de Hombres delincuentes, el ensayo biográfico de José Ovejero. Se habla en ella de Carlos Montenegro y de su novela Hombres sin mujer, “que voy a conseguir como sea y en seguida”. ¿La habría conseguido ya el autor de la reseña, Félix Romeo, cuando partió imprevistamente para un viaje del que no se regresa?
            Me lo presentaron hace bastantes años, en la época en que dirigía un programa de televisión, La Mandrágora. El amigo que nos presentó dijo: “Tú lo has leído casi todo, pero Félix lo ha leído todo”.
            En mi caso exageraba; en el suyo, no. Esté donde esté seguro que está rodeado de libros y que, en cuanto oye hablar de alguno que no conoce, sigue empeñado en conseguirlo “como sea y enseguida”·.


Miércoles, 19 de octubre
SILENCIO Y SOLEDAD

Subrayo unas líneas en la correspondencia de Carmen Martín Gaite con Juan Benet: “Nuestras más íntimas zozobras y desolaciones (esas que cubrimos con discursos sobre literatura o sobre música o sobre lo que sea) nadie las puede comprender ni compadecer y están fatalmente abocadas al recóndito pudridero interior donde van a parar los detritus personales de todo lo roto, lo sobrante, lo abortado y deforme, al solitario pudridero donde la ruina de cada uno se gesta silenciosamente”.
            De lo que más me importa, sigo siendo incapaz de hablar.


Jueves, 20 de octubre
ALGO DE HISTORIA

Rosa Navarro Durán me dio la noticia cuando pasé a recogerla al hotel: “Hoy es un día histórico, ETA acaba de anunciar que deja definitivamente las armas”. Luego, durante la cena, apenas hablamos de ello, distraídos con las pesquisas detectivescas en que anda metida últimamente y que afectan a una de las grandes obras de la literatura catalana.
Al volver a casa, miro los titulares, compruebo la alegría de unos, el mal disimulado enojo de otros, y pienso que para la gente de mi edad hoy es efectivamente un día histórico. A partir de ahora se podrá hablar de lo que no se podía hablar.
Como no puedo dormir, me levanto, enciendo el ordenador y comienzo yo contando algunas cosas que no he contado nunca. ¿Por miedo? En parte, sí: Por miedo y por razones personales en las que no voy a entrar.
            Nunca he hablado de mi relación con los terroristas vascos. A poco de salir por primera vez al patio de la cárcel, se me acercó un recluso y me dijo: “Los de ETA quieren conocerte”. Yo me asusté y respondí que yo no tenía nada que ver con ellos, que no quería conocerlos”. Sin hacer caso de mis excusas, añadió: “Camina a mi lado. Se han puesto en huelga de hambre y están en celdas. Te verán mientras caminas junto a mí”.
            Pronto tendría ocasión de conocer personalmente a los huelguistas. Durante quince días me tocaba participar en las comunes labores carcelarias como cocina o limpieza (luego me enteré que pagando una pequeña cantidad había otros presos que hacían esos trabajos por ti). Teníamos que llevar la comida a los que estaban en celdas. Toda la planta baja de la séptima galería la ocupaban los presos de ETA. Se negaban a probar la comida, pero la primera vez que pasé la mayoría de ellos se levantaron de sus camastros y se acercaron a saludarme y a darme palabras de ánimo. Ninguno tenía pinta de facineroso ni de asesino. Más bien parecían seminaristas. Luego, durante varias noches, ocurrió algo que todavía me conmueve.
Los días, mal que bien, iban pasando en aquel lugar, lleno de noveleras novedades para una persona como yo. Pero las noches, encerrado en la celda, oyendo la respiración de los compañeros, con la luz que no se apagaba nunca, las noches eran interminables. Apenas dormía, y cuando conseguía hacerlo siempre tenía la misma pesadilla: soñaba que estaba en la cárcel. Me despertaba sudoroso, aliviado al comprobar que era solo un sueño; el alivio solo me duraba lo que tardaba en abrir los ojos y mirar a mi alrededor.
Pero algunas noches ocurría el milagro. En el silencio, un preso se ponía a cantar. Era una canción vasca. Inmediatamente se oían los pasos de lo funcionarios que iban a hacer callar esa voz. Se oían –resonantes en el silencio— los cerrojos de la celda al abrirse. Pero la voz que cantaba ya se había callado y en otro extremo de la galería era una voz distinta la que continuaba esa canción. Los pasos de los carceleros se dirigían a ese otro lugar, pero antes de que llegaran se hacía el silencio y la canción brotaba en otra parte. Así durante algún tiempo hasta que los presos vascos se cansaban del juego. Sigue siendo todavía, después de tantos años, un recuerdo hermoso. Un símbolo de libertad y de gallardía en la noche franquista. Y los protagonistas eran presos de ETA. ¿Cómo iba a atreverme a contarlo? Pero yo nunca he tenido ninguna simpatía por los asesinos, y nada me repugna más que los crímenes por razones ideológicas.
            La razón última de por qué estaba en la cárcel no la sé, aunque he llegado a algunas hipótesis bastante verosímiles. Porque no es solo que yo fuera inocente de los brutales asesinatos de los que se me acusaba, sino que además quienes me habían encerrado sabían que lo era. Voy a contar ahora por qué puedo afirmar que lo sabían. Estuve primero durante bastantes días (más días de los permitidos legalmente) en una celda incomunicada de la Dirección General de Seguridad, interrogado repetidas veces de no muy educadas maneras; no soy precisamente un héroe: habría delatado a cualquiera si hubiera tenido a alguien a quien delatar. Pero yo ni había tenido nada que ver con el crimen de que se me acusaba (un atentado con bomba en una cafetería) ni participaba de ningún modo en la oposición al franquismo: solo me dedicaba a trabajar y a estudiar. Por fin la policía me llevó al juez, un educado militar que me tomó declaración en un despacho de la misma Dirección General. Al final, tras el interrogatorio, me dijo: “Yo personalmente le creo. Pero no puedo dejarle en libertad. Tengo aquí la declaración firmada de varias personas, entre ellas la de su amiga, que afirman que usted participó en los hechos. No tengo más remedio que enviarle a prisión hasta que se aclare todo”. Alguien le llamó y salió un momento del despacho. Cuando me quedé solo, o eso creía, no pude contenerme más (hasta entonces me mantuve bastante entero) y me puse a llorar. Entonces oí una voz: “No te preocupes. Nada de eso es cierto. Yo estuve aquí y lo he escuchado todo”. En una esquina del despacho había una mesita con una máquina de escribir y tras ella un soldado. El nerviosismo y el que me hubieran quitado las gafas habían hecho que no me fijara en él. “Yo estaba aquí cuando prestaron declaración todos los implicados. Nadie te acusó de nada. La mayoría no te conocía. Y tu amiga lloró mucho al saber que estabas detenido, dijo que no tenías nada que ver, que no te interesaba la política, que solo te interesaban los libros”. Luego me contó que era de Jaén, que sus padres y su novia habían venido a Madrid a verle aquel fin de semana, pero que le habían anulado el permiso.


Viernes, 21 de octubre
EN EL CAMPOAMOR

En la tertulia de los viernes cada semana tenemos que llevar un poema escrito en una estrofa diferente. Para hoy tocaba una décima y yo lo había olvidado. No puedo presentarme con las manos vacías, he de dar ejemplo. Sentado en el Campoamor, mientras espero que comience la entrega de los premios, me recito algunas de las décimas que recuerdo de memoria y luego procuro no pensar en nada y dejar que las palabras sigan el ritmo. Cuando la reina aparece en el palco, el juego ha terminado: “Nadie sabe lo que dice /cuando dice lo que sabe / porque el decir se desdice / antes que la frase acabe. / Lo que vale el pensamiento / lo saben la mar y el viento / que pasa y no se detiene. / La verdad siempre está errada. / Decir algo es decir nada. / El loco, qué razón tiene”.


domingo, 16 de octubre de 2011

Razón de más: Autorretratos

Sábado, 8 de octubre
SINCERO

Solo hay una cosa que me molesta más que las personas que siempre se están quejando: ser una de ellas. Por eso no me quejo, aunque me extrañe, de tener tan poco éxito en ciertos asuntos sentimentales de los que no resulta demasiado elegante hablar. Para no pensar en ello abro el libro que he traído conmigo (una nueva edición de Al faro, de Virginia Woolf) y me encuentro con las siguientes líneas: “Lo que decía era verdad. Siempre lo era. Incapaz de faltar a la verdad, jamás tergiversaba los hechos, ni suavizaba una palabra desagradable por la conveniencia o el gusto de ningún mortal”.
            ¿Soy yo así? Creo que ya no. Últimamente he aprendido a mentir bastante bien. Sé adular cuando me conviene, fingirme desvalido, disfrazarme de cordero cuando voy de lobo. Pero sigo sin conseguir lo que está al alcance de cualquiera. A mi edad, todos mis amigos se han casado ya tres veces o más veces. Y yo casi ninguna. A veces hasta me da un poco de vergüenza…
            Pero soy demasiado viejo para cambiar.  Nada de parejas estables. Tendré que seguir conformándome con lo que encuentre al paso, con apaños de lo más inestables.
A pesar de ello, jamás me he quejado de estar solo. Soy de esas personas que cuando están solas casi siempre están bien acompañadas. Casi siempre.


Domingo, 9 de octubre
CAMORRISTA

“¿Sabes una cosa? Tú mucha Venecia, mucha poesía y mucha bibliografía, pero nunca has dejado de ser un gamberrete de barrio, un camorrista que anda por ahí buscando pelea y al que nada le gusta más que humillar al contrario, hacer sangre, arrastrarle por el fango. Lo tuyo son los puñetazos dialécticos, las patadas en las partes más sensibles de la autoestima, la esgrima verbal. No eres más que un pequeño matón agresivo. Nadie te ha enseñado buenas maneras”.
            “¿Me las vas a enseñar tú?”, respondo algo chulescamente. Luego, ya a solas, pienso que un poco de razón sí que tiene mi amigo. Pero mentiría si dijera que esa comparación con los chicos malos a los que siempre he admirado me molesta demasiado.


Lunes, 10 de octubre
ABURRIDO

Soy de esas personas que no es ya que no dejen para mañana lo que puedan hacer hoy, sino que hacen hoy el trabajo de hoy y el de mañana. La consecuencia es que luego se aburren sin nada que hacer. Tengo que controlar mis impulsos. Si me regalan una tarta, procurar no devorarla toda de una vez. Si tengo una ocupación, un entretenimiento, tratar de no agotarlo de una sentada.
            “Si trabajaras más despacio, te aburrirías menos y lo harías mejor”, me dicen. No estoy yo seguro de ello. Más despacio lo hago todo peor. Cada uno tiene su tempo. Y el mío es molto accelerato. Con la consecuencia de que siempre me sobra tiempo.
            “A ti lo que te pasa es que no tienes vida privada, solo tienes tu trabajo”, me dicen. Y no saben lo peor: que la mayor parte de ese trabajo es un trabajo al que nada ni nadie me obliga, un falso trabajo que me invento yo.
            Pero aburrirse también resulta útil —pienso mientras paso incansable de un canal de televisión a otro sin detenerme en ninguno—; solo cuando me aburro se me ocurre algo interesante; si no me aburriera, jamás habría escrito una línea.
            El aburrimiento es el humus fecundo del que brotan los versos. Y todo lo que vale la pena.


Martes, 11 de octubre
INMADURO

“El paso a la tierra de la madurez donde se desvanecen nuestras esperanzas más luminosas y nuestras frágiles barcas se hunden en la oscuridad requiere, por encima de todo, valor, sinceridad y capacidad de aguante”.
            Pero a mí no me falta, o eso creo, ni valor ni sinceridad ni capacidad de aguante, y sin embargo el paso de los años no me hace más maduro, sino solo más viejo.


Jueves, 13 de octubre
AVERGONZADO

Leo Morirse de vergüenza, de Boris Cyrulnik: “El avergonzado aspira a hablar, querría decir que es prisionero de su lenguaje mudo, del relato que se cuenta en su mundo interior, pero que no os puede decir porque teme vuestra mirada. Entonces cuenta la historia de otro. Escribe una autobiografía en tercera persona. El hecho de haber dado forma verbal a su vergüenza le ha permitido liberarse de la imagen del monstruo que creía ser. Se ha convertido en un ser como los demás puesto que le habéis comprendido  y tal vez amado. La escritura es una relación íntima. Incluso cuando se tienen miles de lectores. Cada lector está a solas con el autor”.
            Quien más habla es quien más tiene que ocultar. Yo siempre estoy hablando de mí mismo, pero de las cosas que de verdad me importan solo me hablo a mí mismo.
            Para mejor guardar mi secreto, finjo que no soy capaz de guardar ningún secreto.
            Me gusta ponerle puertas al campo. Me angustia lo indefinido. Me tranquiliza pesar, medir y contar. Llevo cuenta de todo: de los pasos que doy cada día, de las personas que asisten a una conferencia (ciento siete escucharon hoy a Luis Alberto de Cuenca), de las veces que me he enamorado, de las que he tropezado con la misma piedra… Y de las veces en que no me he comportado como debía comportarse un caballero. Exactamente siete, ni una más ni una menos. Si yo fuera importante, a nada le temería más que a una biografía no autorizada que las sacara a la luz. Lo negaría todo, pero me moriría de vergüenza. Afortunadamente he tomado la precaución de no ser importante.


Viernes, 14 de octubre
MENTIROSO

Nada me gusta más que mentir, sobre todo cuando hablo de mí. Creo que la sinceridad es una descortesía, nada detesto más que los desahogos autobiográficos. Pero la mentira tiene que ser verosímil. No vale cualquier cosa. Para esconderse bien nada mejor que fabricar una máscara que parezca reproducir exactamente los propios rasgos. En un cuaderno fechado en Perugia en el verano de 1982 encuentro estos versos, sin indicación de autor: “Lavoro tutto il giorno come un monaco / e la notte in giro, come un gattaccio / in cerca d’amore… Farò proposta / alla Curia d’esser fatto santo”.
            ¿Así me vería yo entonces? ¿Trabajando todo el día como un monje y dando vueltas toda la noche como un gato en celo en busca del amor? La verdad es que si es así no he cambiado mucho, pero ahora trabajar como un monje no lo veo precisamente como una condena, sino todo lo contrario. Y en cuanto a lo del gato en celo, pues no diré nada. Hay cosas de las que es mejor callar. En estos casos siempre repito la frase de Somerset Maugham: “Está bien que un caballero tenga vida sexual después de los sesenta años, pero no está bien que hable de ella”.
            De pronto recuerdo al autor de los versos (por entonces yo también escribía en italiano a la manera de Sandro Penna): Pier Paolo Pasolini. La curia finalmente no le hizo santo (aunque se lo merecía), pero una sangrienta madrugada le convirtieron en mártir en la playa de Ostia.


Sábado, 15 de octubre
BUEN ADMINISTRADOR

¿Te has dado cuenta –me dice un amigo— que salvo los economistas, que no se aclaran, todo el mundo parece tener muy claro quiénes son los causantes de la crisis económica y cómo salir de ella?
            Sí, me he dado cuenta. Incluso yo doy lecciones al respecto, pero eso no tiene nada de extraño porque a mí nada me gusta más que dar lecciones sobre cualquier cosa, especialmente aquellas de las que ignoro casi todo.
La verdad es que me considero un buen economista. Al menos mis finanzas las llevo bastante bien. Nunca he tenido que preocuparme del dinero desde que empecé a ganar dinero. Pero de estas cosas nunca hablo en público. O casi nunca. A veces lo hago y siempre hay quien considera una ofensa oírme decir que gano lo suficiente y, aún peor, que pago con gusto mis impuestos. Exactamente, la tercera parte de lo que gano, el máximo correspondiente a mis ingresos. Y me gusta hacerlo. Sé que declarar esto resulta escandaloso, pero yo hace tiempo que he perdido la vergüenza. Cuando entro en la biblioteca del Fontán, o en cualquier otra biblioteca pública, pienso que se financia con mi dinero, y me siento orgulloso de ello. Lo mismo me ocurre cuando escucho la algarabía de los niños en el patio del colegio.
Qué antipático resulta decir esto. Pero a mí me gusta ser antipático. Otro tercio del dinero que gano lo empleo en subvencionar discretamente actividades que considero valiosas. Y con el tercio restante vivo. Como un monje, ciertamente. Pero así me gusta vivir. Me alimento parcamente, visto de cualquier manera, apenas necesito buscar libros (aunque sigo yendo a librerías) porque los libros me buscan a mí, y siempre dispongo de tiempo por la mañana y por la tarde para perder gozosamente el tiempo. Los viajes los evito, salvo que sean de trabajo. Claro que, como también soy mi propio empresario, si de pronto me apetece tomar un café en Venecia o Nueva York o en cualquier otro lugar (siempre una ciudad, la naturaleza me interesa poco), pues me hago un encargo que me obligue a ir allí. Y todo esto lo consigo con un sueldo, si no mínimo, bastante ajustado y además rebajado en un cinco por ciento. Me parece que no se puede negar que, al menos en lo que a mí se refiere, soy un buen administrador. Tampoco creo que se pueda negar que me gusta tocar las narices a mis amigos de la pseudo izquierda más o menos unida e indignada.
            --¿Y no te da vergüenza restregar todo eso en la cara de los sin trabajo?
            --En absoluto. Soy un egoísta que cuida mucho su buena conciencia. Más del sesenta por ciento de lo que gano lo devuelvo a la sociedad. ¿Qué pasaría si todo el mundo hiciera lo mismo?
            --Pero es que tú no tienes familia.
            --Ahí me has pillado. Gracias por recordármelo. Ya me estaba yo cansando de tanto ponerme estupendo. No soy más que un solterón egoísta. Pero buen administrador, eso no me lo niegues.


domingo, 9 de octubre de 2011

Razón de más: Mientras espero

Sábado, 1 de octubre
EL NEGOCIO DEL SIGLO

Mientras espero a Shakespeare, invitado de honor en el otoño avilesino, pienso en que buena parte de mi pequeña experiencia teatral tiene que ver con este teatro, el Palacio Valdés. Etelvino Vázquez me encargó una adaptación de Medea, que se estreno aquí. No quise cobrar por mi trabajo, como siempre hago cuando se trata de actividades que no considero trabajo. Pero Etelvino me dijo que la SGAE le había obligado a pagar los derechos de autor, aunque yo hubiera renunciado a ellos. Desde entonces estoy esperando que se pongan en contacto conmigo para que me entreguen un dinero mío que cobraron sin permiso mío. “No te pagan porque no eres socio —me dijo un amigo—, tienes que asociarte para que te paguen”. “Si pueden cobrar, no sé yo por qué no pueden pagar sin que lo sea. En cualquier caso, tienen mi dirección,  mi teléfono. ¿Por qué no me informan de que me abonarán esa cantidad en cuanto realice ciertos trámites?”
Parece que la sociedad general de autores, bajo la dirección de Teddy Bautista, y con la complicidad de gente muy respetable, practicaba la extorsión legalizada.
Los derechos de autor deben respetarse, cierto. Pero el propietario de ellos es el autor y los gestiona quien el autor libremente decide. La SGAE decidió que era ella quien debía cobrar y administrar los derechos de cualquier obra, fuera de autor conocido o desconocido. Una parte de esos ingresos los repartía entre sus socios, tras descontar un sustancioso tanto por ciento; la otra parte, la principal, se la quedaba entera. Y si alguien no estaba de acuerdo, que reclamara y pleiteara.
            Tenían montado el negocio del siglo, un mecanismo de extorsión bendecido por los políticos y protegido por la policía; los capos de la mafia les envidiaban.  Afortunadamente, les pudo la codicia… O el gusto por el riesgo. Porque es aburrido ser el rey, tenerlo todo, estar rodeados de palmeros que te digan amén, amén (desde Caco Senante, con su pinta de buena persona y su premonitorio hipocorístico, hasta Víctor Manuel), y entonces, para darle un poco de aliciente a la vida, decidieron presuntamente ir más allá: primero un poquito de desvío de capitales, luego unas gotas de malversación de fondos…Y en estas aparece la policía y se termina la fiesta.
            Mientras aplaudo a Kevin Spacey, al final de este prodigioso y duro Ricardo III, pienso que solo he aplaudido tanto cuando vi a Teddy Bautista tropezar con el manto de rey del mundo y rodar por la suntuosa escalinata de su palacio modernista. Y sin embargo a mí solo me robó unos pocos euros –pesetas entonces— que yo había desdeñado.  Y su banal historia de eficaz ejecutivo, no parece precisamente digna de Shakespeare; todo lo más, de Santiago Segura.


Domingo, 2 de octubre
ORTEGA Y LAS MUJERES

Antes de entrar a ver la tediosa Somewhere, de Sofia Coppola (un padre tontorrón tiene que llevar a su hija a una clase de patinaje artístico, y a la buena de Sofía no se le ocurre otra cosa que hacernos contemplar entero el numerito de la niña), me entretengo con la edición facsímil de Índice, la revista que Juan Ramón Jiménez publicó entre 1921 y 1922. Se inicia con una colaboración de Ortega:
“La esencia de la feminidad se revela en que un ser sienta realizado plenamente su destino cuando entrega su persona a otra persona”.
            “Para la mujer vivir es entregarse, para el hombre vivir es apoderarse”.
            “La mujer normalmente imagina, fantasea menos que el hombre y a ello debe su más fácil adaptación al destino real que le es impuesto”.
            “La sequía de imaginación caracteriza a la psique femenina”.
            “La mujer normal, no se olvide, es lo contrario de la fiera, la cual se lanza sobre la presa; ella es la presa que se lanza sobre la fiera”.
            ¿La mujer es la presa que se lanza sobre la fiera? ¿Habré leído bien? Sí, eso es exactamente lo que pensaba, a comienzos de los años veinte, una de las mentes más lúcidas de su tiempo. ¿Qué pensarían las otras?


Martes, 4 de octubre
VANIDOSO VALENTE

El 7 de diciembre de 1991 escribe José Ángel Valente en uno de los cuadernos que pasarían a formar parte de su Diario anónimo: “Retener el nombre de estas dos personas –Ramos Gascón y Martínez Sarrión— que no recuerdo haber conocido, como símbolo de la estupidez”. Un mes después añade: “No recuerdo por qué escribí, solo recuerdo que la conclusión era inamovible”.


            Martínez Sarrión sí lo recuerda, y nos lo cuenta en el diario El Pais. El libro colectivo España, hoy dedicó un apartado a la poesía que reproduce un trabajo suyo incluido en Una cultura portátil. En el trasvase desaparecieron las dos líneas dedicadas a Valente. Ese arañazo a su vanidad le bastó para llegar a la conclusión “inamovible” de sus autores eran el símbolo de la estupidez.
Siempre me he reído de la grotesca vanidad infantil de algunos escritores. La de José Ángel Valente parece que superaba, no ya a la de cualquier poetastro, sino hasta a la de su amigo Juan Goytisolo.


Miércoles, 5 de octubre
CRIMEN EN PERUGIA

Nada de lo que ocurra en Perugia me deja indiferente. Pero lo que estos días ocurre en Perugia no deja indiferente a nadie. La guapa Amanda Knox, fría como una de las rubias heroínas de Hitchcock, ha sido declarada inocente del asesinato de su amiga Meredith Kercher. Había sido condenada a 26 años de cárcel, y su novio de entonces, Raffaele Sollecito, a 25, por los siguientes hechos probados: en la prolongada celebración de Halloween del 2007, Kercher se negó a participar en un juego sexual junto a los dos condenados y Rudy Guede. Este acabó violándola mientras Sollecito la sujetaba. Amanda Knox terminó el juego apuñalándola repetidas veces. A Rudy Guede, de Costa del Marfil, que se movía entre los estudiantes sin serlo, quizá trapicheando con droga, lo juzgaron y condenaron aparte. Las familias de Knox y Sollecito, de otro nivel social, buscaron los mejores abogados. Y ahora han conseguido anular la condena porque las pruebas (el cuchillo encontrado en casa de Sollecito, por ejemplo) no fueron manipuladas adecuadamente. Lo curioso es que la condena de Rudy Guede sigue firme. Y él sabe quiénes le acompañaban. Pero se anula la condena de Raffaele y Amanda sin que nadie le traiga a testificar.


            Amanda dijo primero que estaba en la casa que compartía con su amiga Meredith, en la cocina, y que la oyó gritar. Luego se desdijo, acusó a la policía de haberla obligado a declararlo, y afirmo que estaba con su novio en casa de este. Pero nadie, salvo el novio, puede confirmar esa coartada. Numerosos testigos, los vieron, muy fumados y bebidos, deambular por los antros de la ciudad hasta que los tres decidieron volver a casa de Amanda. Meredith Kercher estaba ya allí, no tenía ganas de fiesta, no podía imaginar la fiesta que la esperaba.
            Los tres criminales trataron de simular un robo. Y esa es la hipótesis que más convenía a todos, a ellos y a nosotros. Aceptamos que Rudy Guede, un pequeño delincuente, pueda perder la cabeza y hacer un disparate. Sus cómplices han de ser como él, marginados, de clase baja, de familias desestructuradas. No buenos y guapos estudiantes de Erasmus por Europa. Raffaele es hijo de un médico, Amanda de una familia muy religiosa de Seattle, en Estados Unidos. Cierto que en las redes sociales le gustaba utilizar el pseudónimo de “zorrita Knox”, pero eso son bromas de chiquilla.
            No fueron Amanda y Raffaele, aunque lo fueran, los culpables. Fue el demonio que todos llevamos dentro el que aquella noche de Halloween se apoderó de ellos. Como la posesión diabólica no se considera atenuante, bien están las triquiñuelas legales que han permitido, después de cuatro años, dejar libres a esas otras víctimas. Y si Rudy Guede se sigue pudriendo en la cárcel, pues que se pudra. No era de los nuestros.


Jueves, 6 de octubre
ELOGIO DE LA INFIDELIDAD

Nigel Nicolson, en Retrato de un matrimonio, recoge el consejo que le dio su padre antes de casarse: “Dormir toda la vida con la misma persona, por mucho que la quieras, es una tontería tan grande como afirmar que Cumbres borrascosas es la mejor novela de lengua inglesa y, como consecuencia, no leer ninguna otra. Discretas infidelidades no estropean un matrimonio; todo lo contrario: lo enriquecen”.


Viernes, 7 de octubre
ADIÓS, OBAMA, ADIÓS

La bobería es contagiosa. La presunta “revolución española”, la de los indignados, alcanza Nueva York y acampa junto a Wall Street. Sandro Pozzi escribe: “Cada vez se alza más la protesta contra la clase dirigente política e incluso contra Barack Obama. ‘Votamos por un cambio que no llega con la suficiente rapidez’, señala Steve Shorts, llegado hace días desde la vecina Filadelfia”. Votante demócrata, se muestra desencantado: “Promesas, promesas y más promesas, nunca pasa nada, somos nosotros los que tenemos que traer el cambio”.


            Y no faltan los intelectuales a la violeta que ponen en relación esas protestas con la “primavera árabe”. Olvidan una pequeña diferencia. En un país no democrático y sin libertad de prensa las elecciones no representan la voluntad popular; esta se muestra en las calles, desafiando a la policía. Fue lo que ocurrió en la Rumanía de Ceaucescu y en el Egipto de Mubarak. En los países democráticos la voluntad popular –que pone y quita gobiernos— se manifiesta en las votaciones, no en las algaradas callejeras.
            En España los políticos de derecha arremeten contra los indignados (en realidad, se ríen de ellos) porque no les tienen ningún miedo; los de izquierda, en cambio, les adulan porque saben que les pueden hacer mucho daño fomentando la abstención (ya se lo han hecho en las pasadas elecciones).
            Mi amigo Martín López-Vega dice que me dedico a llamar tontos a los que no piensan como yo. Pero a mí jamás se me ocurriría calificar así a Trillo o a Cospedal, que de tontos no tienen un pelo. Su comportamiento político me parece de lo más inteligente: utilizan todos los medios, incluidos los legales, para conseguir lo que pretenden. En cambio, aunque esté de acuerdo con alguno de sus postulados, la palabra “tontería” es la primera que se me viene a la mente para calificar el comportamiento de quienes, pretendiendo unos fines, ayudan a alcanzar exactamente los contrarios. En Estados Unidos, por ejemplo, que la revolución ultraconservadora de los Tea Party –en comparación, Bush va a parecer un moderado— arrase en las próximas elecciones presidenciales. Si eso no es tontería, amigo López-Vega, que venga Dios y lo vea.


domingo, 2 de octubre de 2011

Razón de más: Matizar y atizar

Sábado, 24 de septiembre
CUANDO ERA JOVEN

Cuando era joven me gustaba repetir un verso de Villamediana: “No me puedo sufrir a mí conmigo”.    Con el tiempo, si no otras cosas, he aprendido a soportarme. Pero debo reconocer que a veces me cuesta bastante. Cómo envidio a los que no me soportan y además, al contrario que yo, no tienen ninguna obligación de hacerlo.


Domingo, 25 de septiembre
MANÍAS PERSONALES

Siempre he creído que la inteligencia de las personas está en razón inversa a la importancia que conceden a las faltas de ortografía. A mayor importancia, menor inteligencia.
            Y si alguien escribe a un periódico diciendo que va a dejar de comprarlo porque, en la edición de no sé qué día, encontró tres erratas ¡y hasta una falta de ortografía!, entonces ya no tengo ninguna duda: ese señor es tonto (además de profesor jubilado, por lo general).
            Y que no se me irriten los tontos con buena ortografía (ni los profesores jubilados: ya me queda poco para ser uno de ellos). Claro que la corrección ortotipográfica es importante. Tan importante como salir bien aseado a la calle. Pero ese es asunto menos del escritor (o del político) que del corrector editorial.  Los que se escandalizan de encontrar alguna falta de ortografía en los exámenes seguro que no han tenido nunca la ocasión de observar los manuscritos de Lorca o de Gómez de la Serna. “Don Ramón, don Ramón, he tenido que corregirle una palabra”, le dijo una vez un tipógrafo a Valle-Inclán, “¡había puesto usted ermita con hache!”, “Pues ha hecho usted mal, debería haberla dejado: habría servido de campanario”, le respondió el escritor.


Lunes, 26 de septiembre
TEMAS LOCALES

Dice un amigo mío que la música no favorece la actividad intelectual. Después de haberme aburrido como nunca con la representación de El murciélago, de Johann Strauss, leo las declaraciones de Mario Pontiggia, director de escena: “La producción que ahora presentamos prescinde del contexto vienés de los tiempos de Sissi. Esto no obedece a un simple capricho estético. Trasladando la acción al siglo XX, a esos años que habían dejado atrás la cruenta Segunda Guerra, podíamos recuperar la alegría de vivir, el desparpajo que hacía olvidar las preocupaciones, la picaresca y el cinismo de esta comedia de alta sociedad”.
            En la ópera llaman “trasladar la acción” a cambiar los decorados y disfrazar de una manera o de otra a los personajes. Al director de escena le apetece “trasladar” Il trovatore de Verdi al contexto de la Alemania nazi, pues nada más fácil: se coloca alguna esvástica acá y allá, se disfraza al coro de miembros de la gestapo y todos tan contentos. Mario Pontiggia, que no parece distinguir muy bien de guerras mundiales, sitúa a los personajes en los años veinte (si hemos de hacer caso a vestuarios y decorados), pero luego traduce las partes habladas y las trufa de alusiones que las sitúan en el Oviedo actual. Chen Reiss, la soprano que hace de Adele, no sabe hablar español y por eso lo hace en alemán. ¿Algún problema? En absoluto. El ingenioso Pontiggia le hace decir a su señora Rosalinde que está aquí estudiando un Erasmo.
            El murciélago es una comedieta disparatada, muy de otro tiempo. Mario Pontiggia salpica el texto de referencias locales y actuales presuntamente cómicas. En un primer momento la broma pudo tener gracia. Tres horas y media después, maldita la gracia que tiene. Actualizar Hamlet no es darle un móvil para que llame a Ofelia. 
            No sé yo si la ópera favorece o no la actividad intelectual. La de los directores de escena, seguro que no. Ni la de los aficionados que se han acostumbrado, con tal de que la música suene bien, a darles por buena cualquier disonante ocurrencia. Hasta los disparates tienen su lógica, que hay que saber respetar.


Martes, 27 de septiembre
ESO NO ES CULTURA

--¡Qué razón tenías con lo de la zorra y el gallinero! –me dice un amigo—. No, el problema no son unas facturas más o menos justificadas, el problema es el Niemeyer, que al parecer nada tiene que ver con la cultura, sino con el espectáculo. Marcos Vallaure, que viene a vengar viejas ofensas a su Museo y al Tabularium, está obsesionado en acabar con él. ¿Crees que lo conseguirá?
            --No te preocupes que ya le hará su jefe cambiar de opinión cuando vea los votos que le hace perder. A mí Vallaure me cae bien. Tiene gusto poético. Cita a Xuan Bello.
            --Imagínate que Berlusconi nombra al Marcos Vallaure de Italia ministro de cultura. ¡Lo primero que hace es tratar de acabar con la bienal de Venecia! ¡Un pabellón donde se invita a niños y mayores a jugar con plastilina! ¿Es eso arte? ¡Dos cabezas mecánicas, unidas por la rala cabellera, que se mueven y dialogan! ¡Eso es circo, eso es espectáculo! ¡Carlos Saura hace fotos borrosas!
            --No te burles del bueno de Marcos Vallaure. Ni siquiera creo que haya visitado la exposición de Saura. Eso de las fotos se lo habrá oído a Crabifosse, que como es el mejor estudioso de la fotografía en Asturias, no aguanta bien que aquí se haga algo sin tenerle en cuenta. Una reacción muy humana.
            --Lo que pasa es que tú le defiendes porque más de una vez has ido al Museo de Bellas Artes, su finca particular, con tus amigos de la tertulia a leer poemas. Y seguro que os pagaban bien. Eres un estómago agradecido. Qué razón tenía la anterior administración cuando lo quería dejar todo bien atado. Oía acercarse los cascos de los caballos con el hacha en la mano resentida y vengadora.


Miércoles, 28 de septiembre
VOTAR O NO VOTAR

Siempre que oigo arremeter contra los políticos en general (otro procedimiento infalible, como el de la ortografía, para reconocer a un tonto) recuerdo una viñeta de El Roto publicada hace algún tiempo en El País: un ciudadano indignado (de los del 15-M) alza los brazos al cielo y clama: “Señor, ¿por qué tenemos políticos tan malos?”. Y el Dios tronante del Antiguo Testamento asoma entonces entre unas nubes y grita: “Porque los votáis, imbécil”.
            Algunos, aplicándose el cuento, deciden no votar. Y el resultado es que les gobiernan los políticos que eligen los que no piensan como ellos. O sea que es peor el remedio que la enfermedad. Yo prefiero votar a lo menos malo que encuentro en el mercado.


Jueves, 29 de septiembre
POESÍA Y MATEMÁTICAS

Cada vez me siento menos combativo. Debe ser cosa de la edad. Hubo un tiempo en que me metía en todos los charcos. Ahora leo que este mastuerzo es un gran poeta, aquella nadería un gran narrador y Vicente Luis Mora el mejor de los críticos surgidos en los últimos años, y me encojo de hombros. En el último número de El Ciervo selecciona lo fundamental de su biblioteca de crítica literaria. Una de las obras es El anillo de Clarisse, de Claudio Magris, subtitulada, según nos indica, “Tradición y nihilismo en la literatura alemana”, y le pone varios reparos, el principal la ausencia de autores “de lengua no alemana”, autores “que están a la altura o incluso por encima del nivel germánico medio”. Lo que es como reprocharle a un libro que se ocupa de la arquitectura gótica no dedicarle ni un capítulo al neoclasicismo del siglo XVIII.
            Pero no se limita a eso la gran revelación de la crítica literaria. Selecciona también un libro de Ignacio Prat, Estudios sobre poesía contemporánea, y cita un ejemplo de su estilo: “Se mantienen en C2.2 ([29], [30] y [36]) los poemas de c1.2 [21], [20], que constituían con [23] (también 7-21-X-T) el grupo central de la parte segunda en 1928; [23]”. Lo considera un “extraño ejercicio de inteligencia” y se pregunta cómo criticar un texto, qué tipo de análisis es mejor. “Las ratios matemáticas de Prat son una posibilidad aunque, si usamos un método científico para medir poemas, parece más interesante la estratigrafía que la topología, cuyas limitaciones, incluso en el propio campo matemático, quedaron demostradas por Gödel”.
            ¿Pero tiene algo que ver con las matemáticas o con “un método científico para medir poemas” el asustante parrafito de Prat? En absoluto. Lo único que hace es señalar los cambios que se dan entre una edición y otra del Cántico de Guillén. Lo traduzco: “En la segunda parte del Cántico de 1936 (con los números de orden 29, 30 y 36) se mantienen los poemas del Cántico de 1928 (números 21, 20) que constituían, junto con el 23 (también formado por 21 versos de siete sílabas con rima blanca y agrupados en tercetillos) el grupo central de esa parte segunda”.  En la cita Mora se ha saltado un fragmento, y al cortarla tras “[23]” demuestra que no entiende lo que está copiando. El final de la frase es el siguiente: “[23] ‘El horizonte’ ha pasado al puesto inicial de C2.4 ([98])”. Esto es: el poema titulado “El horizonte”, que en la edición de 1928 hacía el número 23 y estaba en la parte segunda, en la edición de 1936 pasar a formar parte de la parte cuarta y hace el número 98.
Sospecho que Vicente Luis Mora sabe tanto de poesía como de matemáticas y que su alusión a la estratigrafía y a la topología y a Gödel es solo un recurso retórico para sorprender a los lectores más ingenuos (lo mismo que el aparente cientifismo de Prat, un engañabobos para lectores desatentos: a Gimferrer creo que le entusiasmaba).
            Antes estas cosas me irritaban y era el primero en reírme en público de quienes en público hacían el ridículo. Ahora me limito a sonreír y a pasar a otra cosa.


Viernes, 30 de septiembre
AUTORRETRATO DE DESCONOCIDO

¿Quién fue Roberto Robert? Mi amigo Valdés me regala un libro suyo, editado en 1885 por La República. Diario federal para sus suscriptores. Al final del prólogo se lee: “Deseábamos hacer aquí un corto relato de su vida; pero no hemos podido procurarnos suficientes noticias suyas. Baste por hoy saber que vivió y murió pobre, no faltó jamás a sus principios democráticos, y habiendo empezado por labrar joyas de oro y plata, dejó a la nación verdaderas joyas literarias”.
Busco y rebusco en Internet, donde se afirma que está todo, y tampoco encuentro yo noticias suyas. Me gustaría saber quién fue porque lo que de él dice el anónimo prologuista es exactamente lo que me gustaría que se dijera de mí, no ahora (ofendería mi natural modestia), sino dentro de cien o doscientos años: “Espontáneo y fácil, escribía como hablaba; de corazón leal y sincero, decía solo lo que pensaba y sentía; de claro juicio y de un sentido común nada común entre los autores de nuestros días, no se dejaba llevar fácilmente de supersticiones ni de logomaquias. Cautivan y cautivarán en todo tiempo su obras a cuantos no ciegue la pasión ni el fanatismo”.