domingo, 29 de abril de 2012

Razón de más: Los tres hermanos


Sábado, 21 de abril
BÉCQUER

Bécquer hablaba de esos misteriosos espacios que separan la vigilia del sueño. Yo los conozco bien. Para mí no tienen nada de misteriosos. O no más que cualquier otro espacio. Sonó el teléfono cuando estaba a punto de dormirme. La voz se oía muy lejos, pero la reconocí en seguida. Me vestí sin dudarlo un instante y a buen paso, hacía frío, me fui hasta el bar desde el que me había llamado, un cuchitril del Oviedo antiguo.
Hacía más de treinta años que no nos veíamos, pero nos reconocimos de inmediato. “No has cambiado nada”, dijo. “Tú tampoco”. Pero los dos mentíamos. Pagó en cuanto me vio entrar, como si tuviera prisa. “Tú no sabes de mí; yo de ti lo sé todo, te leo”. “Miento mucho”. “Lo dudo, nunca has tenido imaginación”.
Habíamos sido muy amigos en un tiempo ya tan remoto (para decirlo con una frase de Borges que me gusta repetir) como el paso de Aníbal por los Alpes. Quizá entonces habría querido ser algo más; ahora, ya no. Pero me había levantado de un salto y había salido de casa, aquella desapacible noche, nada más oír su voz.
De camino al hotel España, donde se alojaba, me dijo que necesitaba veinte mil euros, que debía prestárselos a primera hora, nada más abrieran los bancos. No valía una transferencia, tenía que ser en efectivo.
Quedé atónito. “No tengo ese dinero”. Y aunque lo tuviera, por supuesto que no iba a prestárselo a la primera sombra del pasado que volviera a aparecer en mi camino.
En la puerta del hotel cambió de opinión. “Vamos a tu casa. Sé que vives en la calle Murillo”. Yo comenzaba a asustarme. “¿A qué te has dedicado estos años?”, pregunté. “Oh, a muchas cosas, no todas salieron bien. Ya sé que tú has seguido siendo un buen chico. Ahora estoy en un apuro, no me puedes fallar otra vez”.
No se sorprendió al entrar en mi piso, que tiene más de desordenada librería que de espacio habitable. “Es como me lo imaginaba”, dijo. “Tú no podías vivir en otro lugar”. Quiso beber algo, pero en mi casa lo único que hay para beber es agua, y del grifo. Se encogió de hombros. “¿Te importa que me quede a dormir? No me encuentro a gusto en el hotel”. Le preparé la otra habitación, pero prefirió acostarse conmigo. “¿Te molesta?”. No, no me molestaba.
Tardé en dormirme. Cuando me desperté, a media mañana, ya se había ido. Pero antes había bajado a la cafetería de la esquina y había comprado un croissant y allí lo tenía junto al café recién hecho y el zumo de naranja. Y mientras desayunaba solo no sabía si sentirme feliz por mi recuperada tranquilidad o inmensamente desdichado.


Domingo, 22 de abril
ALAN WATTS

Al volver a casa después del cine, he recordado antiguas lecturas y he buscado un libro de Alan Watts, Esto es eso. Efectivamente, en sus primeras páginas se describe la “conciencia cósmica”, ese momento en que se tiene “la viva y abrumadora certeza de que el universo, tal como es exactamente en este momento, en su conjunto y en cada una de sus partes, es tan completamente adecuado que no necesita ninguna explicación ni justificación más allá de lo que simplemente es”.
En una obra de Bernard Berenson, Fragmentos para un autorretrato, encuentra descrita esa experiencia (de haberlos conocido, habría podido citar los poemas últimos de Vicente Gallego): “Era una mañana de principios de verano. Una neblina plateada rielaba temblorosa sobre los tilos, cuya fragancia impregnaba el ambiente. La temperatura era como una caricia. Me recosté contra un árbol, cerré los ojos y de pronto me sentí inmerso en la sustancia. Es una manera torpe de decirlo. Sentí que el mundo y yo no éramos cosas distintas y que todo era como tenía que ser”.
            Mi experiencia es más prosaica, no menos intensa y verdadera. Había estado leyendo, tratando de escribir, dándole otra vuelta de tuerca a mis obsesiones de siempre. Y al entrar en la sala de cine y sentarme en la butaca de costumbre (siempre pido la misma: fila siete, junto al pasillo), sentí que los problemas quedaban fuera, o mejor, que no eran verdaderos problemas. Se apagaron las luces, comenzaron los anuncios y las promociones, y todo era lo mismo y distinto. Vi la película, La pesca del salmón en el Yemen (un elegante cuento de hadas), en el mismo estado de ánimo: una especie de acorde con el universo. Y regresé a casa, atravesando sin prisa bajo una tenue lluvia el parque solitario, viendo las cosas que veo todos los días como si las viera por primera vez, maravillado –como leo ahora en Alan Watts–  ante la naturaleza “autoevidente y autosuficiente” de la realidad.
            No entré de golpe en la experiencia, sino poco a poco, como en una sesión de hipnosis; tampoco desperté de golpe, poco a poco se fue diluyendo. Busqué el libro de Watts para tratar de racionalizarla. No fui capaz. Tampoco sería capaz de narrarla adecuadamente. ¡Si hubiera ocurrido en el claro de un bosque, en lo alto de una montaña o una mañana de primavera entre los tilos! Pero ocurrió en una sala de cine de un centro comercial, rodeado de gente y palomitas… Y sin embargo fue allí donde supe que, a pesar del dolor y de la muerte, el mundo está bien hecho. Estaba, porque mientras escribo estas líneas va dejando de estarlo. Y yo dejo de ser un dios para ser solo un hombre que envejece y resbala aterrado hacia el precipicio.


Lunes, 23 de abril
JONATHAN SWIFT

Jonathan Swift es autor de un famoso panfleto titulado Una modesta proposición para impedir que los hijos de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país. Esa modesta proposición consiste en vender a los bebés de tierna carne como exquisito manjar para los sofisticados terratenientes ingleses. Un buen negocio, con una materia prima que nunca escasearía, ya que si de algo no se olvidan los pobres, por muy pobres que sean, es de hacer hijos.
            Alguien ha copiado el macabro humor de Swift y por la Red circula un presunto capitulo final para el programa de rigurosos ajustes que han de llevar a cabo los países de la zona euro. Ahorro los detalles técnicos. Solo diré que, tras rigurosos razonamientos técnicos y muchos datos macroeconómicos, se afirma que no es posible reducir el déficit a los términos adecuados sin una adecuada reducción de los empleados públicos, los pensionistas, los parados que cobran alguna prestación, etc, etc.  Habrá que ajustar finalmente, para que las medidas de Angela Merkel resulten eficaces, también la población de cada país. España, por ejemplo, para que sea realmente viable, necesita prescindir de diez millones de habitantes. Como la emigración no sería un modo suficiente de corregir ese exceso de población, se propone una limpia y discreta y, a ser posible, indolora solución final que no me atrevo a describir aquí.
            Puedo imaginarme perfectamente a nuestro presidente del gobierno afirmar con el mismo gesto adusto y decidido con que cada día anuncia un nuevo tijeretazo: “La solución no es agradable, pero es la única solución”.
            Luego ya no sobrará ningún funcionario ni habrá listas de espera en la seguridad social. El único problema será cómo deshacerse de tantos cadáveres.


Martes, 24 de abril
GOYA Y MORAND

Vuelvo agotado de las clases, con la cartera llena de trabajos para corregir, y en la plaza de la Escandalera me encuentro con un amigo. Aprovecho para quejarme un rato. Me mira burlón. “¿Pero no eras tú el que consideraba una ofensa que le propusieran jubilarse cobrando el sueldo íntegro, con todos los complementos? Seguro que ahora te tiras de los pelos por no haber aceptado esa oferta. Y no te quejes, que según el ministro los profesores sois unos vagos y os va a poner el doble o el triple de carga docente”.
            La verdad es que no me quejo. O sí, pero no de tener que trabajar más (eso me distrae), sino de no poder hacer las cosas todo lo bien que quisiera. Estos días tengo la sensación de que estoy superando ampliamente mi nivel de incompetencia.
            Pero si de algo no me arrepiento es de haber rechazado esa incomprensible propuesta que recibí al cumplir los sesenta (la Universidad no tiene dinero para pagar a los nuevos profesores que necesita, pero sí para sobornar a otros a fin de que dejen de trabajar). Me moriría de vergüenza si con la que está cayendo me pagaran por estar en casa mano sobre mano incluso un poco más de lo que cobro ahora.
            Pronto se me pasa el mal humor. Yo tengo dos lemas. Uno lo he tomado del grabado de Goya en que un anciano decrépito garabatea unos palotes. “Todavía aprendo”, se titula. El otro es de Paul Morand: “Rápido y bien”. Cumplir lo primero me ha resultado fácil (va con el carácter); a ver si puedo con lo segundo antes de los setenta. Tendré que esforzarme: ya me queda poco. Por suerte, todavía aprendo.


Viernes, 27 de abril
AGNIESZKA MARYASZCZYK

Hojeo los Cuentos populares polacos que Agnieszka Maryaszczyk publica en Cátedra y de pronto me encuentro con un relato que conozco bien. Me lo contaba mi abuela, en las noches de invierno, allá en Aldeanueva, mientras el viento y la nieve se agitaban fuera y yo era feliz al amor de las llamas. Había una vez tres hermanos. Dos altos y fuertes y uno pequeño del que todos se burlaban. Una bruja, transformada en halcón, rompía cada noche una de las vidrieras de la iglesia. Los hermanos mayores, grandes cazadores, la aguardaban con sus escopetas. Pero siempre se dormían antes de que llegara y solo se despertaban cuando oían el estrépito de cristales. El hermano pequeño quiso hacer guardia un día. Bajo la barbilla se puso una rama de espino. En cuanto se quedó dormido, bajó la cabeza. Se hizo sangre, pero despertó de golpe. En aquel mismo instante apareció el halcón. Le derribó de un tiro. Entre las plumas que revoloteaban apareció la bruja, toda huesos. En el lugar en que golpeó en el suelo se abrió un pozo. Al fondo brillaba algo dorado. Los hermanos mayores trajeron una cuerda y le mandaron al pequeño que bajara a buscar aquel tesoro. El hermano pequeño bajó y se encontró en un jardín, lleno de flores y árboles frutales. Junto a una fuente dormía una joven. Se despertó al acercarse él, le cogió de la mano y le llevó hasta un castillo. Otras dos jóvenes dormían a la entrada. “Son mis hermanas mayores”, dijo. Una habitación estaba llena de joyas y monedas de oro. Con ella llenaron más de una docena de grandes cestas y los hermanos las fueron subiendo a lo alto del pozo, atadas con una cuerda. Luego ascendieron las tres doncellas. Cuando el hermano menor se iba a atar la cuerda a la cintura, para subir él, apareció la bruja. “Me has querido matar y me has arrebatado a mis tres hijas, pero yo te voy a salvar la vida. Antes de subir tú, ata esta gran piedra”. El joven lo hizo y cuando la piedra estaba a medio camino, los hermanos cortaron la cuerda. “Ya ves lo que te quieren. Ahora te quedarás aquí para servirme por los siglos de los siglos”. Y soltó una gran carcajada que retumbó en la enorme caverna. Porque no había jardín ni fuente ni castillo, solo una gruta oscura y maloliente. Yo temblaba al oír el relato de mi abuela, que continuaba lleno de truculencia y maravilla hasta un final feliz, mientras el viento golpeaba las contraventanas y el frío y la oscuridad me esperaban fuera.
            Que sigan esperando. Abro el libro de Agnieszka Maryaszczyk y vuelvo a ser aquel niño que, con los ojos muy abiertos, no se cansa nunca de oír cuentos de hadas, las únicas historias verdaderas.


domingo, 22 de abril de 2012

Razón de más: Feliz y célibe


Domingo, 15 de abril
UN NOBEL, ALGUNAS TONTERÍAS

Consuela un poco pensar que ni siquiera Vargas Llosa se libra de proclamar solemnes vaciedades. “¡La cultura ha muerto!”, clama hoy en un suplemento dominical, como antes y después hará en otros muchos lugares (está promocionando su último libro). Cito textualmente: “Eliot dijo ya en 1948: la cultura desaparecerá. Parecía una boutade y sin embargo se ha cumplido”.
Pues resulta que los físicos que en el CERN de Ginebra está buscando el bosón de Higgs y otras partículas elementales no se han enterado, ni se ha enterado Carlos López Otín, ni los departamentos de Matemáticas, de Filosofía o de Lingüística de las Universidades del mundo. Ni por supuesto quienes, como ayer, llenan la sala de cine del centro comercial para entretenerse con la minimalista Traviata que en ese mismo momento se está representado en el Met de Nueva York.
Para Vargas Llosa nada tiene que ver la verdadera cultura con lo que hoy se llama cultura y es solo entretenimiento: “los productos de aquella pretendían trascender el presente, mientras que los productos de hoy son para ser consumidos al instante y desaparecer como las palomitas”. O sea, por citar un ejemplo muy suyo, que las novelas rosas de la asturiana Corín Tellado pretendían trascender el presente mientras que las de la rumana Herta Müller pretenden ser consumidas al instante y desaparecer como las palomitas. ¡Qué cosas!
Ya no hay diferencia entre el periodismo serio y el amarillo, clama después. Parece que a él lo mismo le da leer Le Monde, The New York Times o El País que los periódicos de Murdoch o los que entregan gratis en las esquinas.
¿Y qué vamos a decir de la literatura?, añade. Hoy ningún editor se atrevería a publicar a un autor nuevo que apareciera con una novela tan compleja como La casa verde, por no citar las obras de Proust. Olvida que la edición del primer tomo de En busca del tiempo perdido se lo tuvo que pagar el propio Proust porque ningún editor, en aquellos tiempos que tanto valoraban la cultura, quiso hacerlo. 


Seguir rebatiendo a Vargas Llosa resulta demasiado fácil, no tiene gracia. Confunde las grandes obras y los grandes nombres de otras épocas con lo que divertía a la gente de la calle. A principios del siglo XX, las figuras más populares en España eran las tonadilleras y los toreros, no los poetas ni los filósofos. Pero no puedo resistirme a comentar alguna otra simpleza. Ni siquiera el sexo es ya lo que era, afirma quejumbroso. Ha perdido toda su magia y su misterio, se ha convertido en algo normal y sano, y la única actividad sexual que debe ser normal y sana es la de los animales. Ahora en las escuelas hay talleres de masturbación y eso está mal porque tal práctica se debe aprender en la intimidad. ¿Qué escuelas conocerá Vargas Llosa? ¿Habrá fantaseado esos talleres o simplemente se lo habrá contado su admirada Rosa Díez para denostar al malvado Zapatero y a Bibiana Aído y otras miembras de su gobierno?
Sin secreto y clandestinidad no hay erotismo, no hay verdadero sexo (deduzco entonces que, para Vargas Llosa, no ya el matrimonio homosexual, sino el matrimonio a secas, serán lo más contrario al erotismo y, por tanto, a la cultura).
En fin, parece que invento semejantes necedades para darme el placer de rebatirlas, pero no. Estas cosas –y otras iguales o peores: que no hay ética sin religión, por ejemplo–  las dice muy seriamente, y mirando por encima del hombro a la vulgar humanidad, un señor que es premio Nobel, ese galardón que, como suele afirmar mi amigo Felipe Benítez Reyes, otorgan unos no siempre bien informados académicos suecos, aunque la gente, y especialmente quienes lo reciben, piensan que lo otorga el Espíritu Santo.


Lunes, 16 de abril
UN CONSEJO NO PEDIDO

Si me pidiera consejo un alto personaje que acaba de meter estrepitosamente la pata, yo le repetiría una frase de Pep Guardiola, que no será un intelectual (esa especie en extinción, como los dinosaurios, según Vargas Llosa), pero al que, al contrario que a tantos intelectuales, nunca le he escuchado decir ninguna tontería: “Equivocarse está permitido; rectificar es obligatorio”.

Martes, 17 de abril
ALGUNOS SUBRAYADOS

Cuando leo un libro, me gusta ir subrayando frases que no están en el libro, pero sí en sus márgenes. Esta vez se trata de la Poesía vertical, de Roberto Jaurroz: “No hay mirar sin pensar”. “Las puertas prohibidas siempre están abiertas”. “El pensamiento es pura música”. “El vacío que hay antes y después de todo no lo llena ni Dios”.


Miércoles, 18 de abril
ME EQUIVOCO EN MIS PROFECÍAS

Como soy un poco áspero con mis amigos, me suelen tratar de la misma manera. A las ocho de la mañana me despierta el teléfono: “¿No decías que nos librábamos de Álvarez-Cascos? ¿No cantabas aquellos de Se va el caimán cuando convocó elecciones anticipadas? Pues se queda, acaba de pactar con el PP”.
Me imagino una broma pesada. Pero no. Me levanto de un salto, enciendo el ordenador, miro la portada digital de los diarios y el dinosaurio sigue todavía allí: la astuta serpiente, que se las sabe todas, tiene hipnotizado a la tierna avecilla popular y está a punto de tragársela de un bocado.
            Después de esa llamada, vinieron otras y dos docenas de correos burlándose de mis dotes de profecía: “¿No decías que el que pactaran los de Foro y los del PP era como si pactaran Caín y Abel?”
            “¡Adiós, Niemeyer, para siempre adiós!”, se ríe otro. “Tendremos Centro Internacional de Avilés y Comarca para toda la eternidad.”
Paso el día deprimido, hundido, exasperado, indignado. Por la tarde desisto de darme una vuelta por la librería de Valdés. Tras las elecciones le aseguré, por activa y por pasiva, que nos habíamos librado del dinosaurio para siempre, y él, con su socarrona sabiduría popular, afirmaba que no estuviera tan seguro… No me apetece nada reconocer que me había apresurado y que puede que tenga razón. Olvidaba que puede haber atolondradas gaviotas con vocación suicida.

            
Jueves, 19 de abril
NADA DIRÉ DEL REY

Después del jaleo de las clases de la mañana, me gusta sentarme en el café de siempre y hojear los libros recién comprados: Esperando a Gödel, un minucioso recorrido por las fronteras entre literatura y matemáticas, y Pura lógica, medio millar de aforismos de Benjamín Prado. El primero comienza llevándome a uno de mis rincones favoritos: “Hay en París un puente que sin ser el más antiguo, majestuoso o relumbrante de la ciudad atrae a diario, en particular al atardecer, a numerosos paseantes que se sientan en sus escasos bancos o en el suelo de madera. Es el Pont des Arts, el puente con más encanto de la ciudad, donde abundan los artistas y se reúnen pandillas de jóvenes, una liviana pasarela que une el Museo del Louvre con la Academia de las Ciencias, reconciliando así el arte y las ciencias como habían soñado los románticos”.


Alterno las apretadas páginas de Francisco González con las casi en blanco de Benjamín Prado: “A veces es necesario pararse para dejar de perder el tiempo”. Eso mismo lo he afirmado yo muchas veces y de todas las maneras. Los buenos aforismos siempre se le ocurren antes a otro, aunque se le ocurran después.
            ––¿Interrumpo? ¿Puedo sentarme un momento?
            Por supuesto. Nunca me molesta que me interrumpan, ni siquiera en la más apasionante lectura. Los libros saben esperar, jamás se les acaba la paciencia.
            ––¡Estoy deseando leerte este domingo para ver lo que dices del rey!
            ––No diré nada. Todo lo que yo podría decir ya lo han dicho otros.
            —A mí lo que más me ha gustado es la viñeta de El Roto en El País: “Demasiada corona para tan poca cabeza”. No me puedo creer que un republicano como tú no aproveche la ocasión para ensañarse un poco.
            ––Soy un republicano sin prisa. En tiempos de tribulación, no hacer mudanzas.
            ––¡Pues tú bien que te compras una casa de un millón de euros en el sur de Francia!


            ––Es solo una fantasía.
            ––¿Entonces todo lo que cuentas en tu diario son fantasías? Pues yo no sé si serán fantasías, pero en la sesión digital creo que de El Mundo, leí que la verdadera razón por la que habían expulsado a Garzón de la judicatura no fue la envidia de sus colegas, que también, sino que temían que, con su afán de protagonismo, aceptara una denuncia que se estaba preparando contra el rey.
            ––Resultaría inviable. El rey no es responsable de sus actos.
            ––Pues parece que esa cobertura legal no abarca sus actividades privadas, solo las públicas, avaladas por el Gobierno, que es quien se hace responsable. Con las noticias que traen hoy los periódicos, y que tienen su origen en la propia Casa Real, bastaría para acusarle de cohecho impropio, ese delito por el que fue procesado Francisco Camps. Al expresidente le regalaron unos cuantos trajes. Al rey un empresario saudí, Mohamed Eyad Kayali, que hace buenos negocios en España, le invita a un safari, con avión privado incluido, cuyo coste, calculado por lo bajo, es de unos cuarenta mil euros, y parece que no invita solo a él sino también a alguien de su intimidad, aunque no de su familia. Ten en cuenta que aquí, en el caso Marea, hay quien está imputado porque, al parecer, la empresa Igrafo le pagó un viaje a Canarias de ochocientos euros.
            ––Del rey prefiero no hablar, ya te lo dije.
            –-¡Menudo republicano que estás tú hecho!

Viernes, 20 de abril
UNA PUERTA

Creo que fue en 1968 cuando leí por primera vez estos versos de Ángel González: “Yo mismo me encontré frente a mí mismo en una encrucijada”.  Desde entonces los he recordado innumerables veces. Ahora estoy, otra vez, ante una encrucijada.
            En la noche de insomnio le doy vueltas y más vueltas a las razones para tomar un camino u otro. Sospecho que voy a acabar haciendo lo que siempre hago en estos casos: arrojar una moneda al aire. No sería tan racional como soy si no supiera que a veces la razón tiene poco que decir.
            Vivía feliz y célibe en el limbo y de pronto alguien me abre la puerta no sé si del infierno o del paraíso, o de las dos cosas juntas. Lo pienso mucho sin ser capaz de decidirme, tiro luego una moneda al aire y, sin pararme a mirar si ha caído cara o cruz, cierro los ojos, respiro hondo y avanzo decidido.


domingo, 15 de abril de 2012

Razón de más: Los griegos y los gatos


Sábado, 7 de abril
DOS REGALOS

Uno apenas se mueve de un lugar, pero los lugares no se quedan quietos, se convierten en otros. No siempre para mal. Las tardes de los sábados eran de tertulia en Avilés, pero los amigos se van desvaneciendo y, a partir de cierta edad, cada vez resulta más difícil hacer otros nuevos. También fueron cerrando los lugares en que nos reuníamos.
Pero como si no quisiera perderme (siempre he sabido que me quería bien), esta tarde me ofrece un regalo: un café nuevo que se llama La Biblioteca, como aquel otro, de la calle México, esquina con Perú, muy cerca de la antigua Biblioteca Nacional argentina en que más de una vez paró Borges cuando era su director. En 1992 estuve allí y un camarero me dijo que le había conocido y me contó algunas anécdotas no demasiado significativas, pero que me hicieron la ilusión de casi compartir mesa con el escritor. En La Biblioteca, el café de Avilés, no hay ningún libro, y sí tres grandes pantallas de televisión. Un nombre irónico, parece. Pero es un local amplio, con rincones apacibles para tertulias o lectores solitarios. Me siento, pido mi primer café, abro un libro y en seguida convierto La Biblioteca en una biblioteca. Hazlitt el egoísta, de Adolfo Salazar, es el libro que traigo conmigo. Lo encontré en la casa de Avilés que, como mi despacho en el Milán, tiene mucho de librería de viejo. Los libros se van amontonando a mí alrededor y solo en una pequeña parte consigo imponer orden.
Aprecio las personas previsibles, con las que se puede trabajar a gusto, pero todas mis simpatías se van hacia las otras. Lo mismo me pasa con las bibliotecas: me gusta que tengan una parte caótica, que te pueden dar una sorpresa cuando menos lo esperas.
“Pequeñas digresiones sobre la vida y los libros” es el subtítulo de Hazlitt el egoísta y podía ser el título de todo lo que escribo. Pequeñas digresiones, cosas sin importancia, el doble regalo de esta tarde de sábado, en la que una vez más me aferro a la costumbre, aunque ya nada sea igual.
En La Biblioteca, abro el regalo de la vieja biblioteca familiar: “Gran oficio el de buen lector. Para él, las horas y las lecturas vienen y van al ritmo cómodo de su desocupación. Vivir para leer y no leer para vivir. Y la vida, apenas otra cosa sino el amable divagar de la imaginación”. Habla Adolfo Salazar del ensayista inglés William Hazlitt, a quien llama “magnífico egoísta”. Habla de mí, no menos egoísta, aunque nada magnífico.



Domingo, 8 de abril
DEL AMOR

Cuando dejo de estar enamorado, lo primero que siento es vergüenza por todas las tonterías que he hecho, y luego pena por no poder ya seguir haciéndolas.
            La única persona capaz de saber todo lo que yo sé de mí y de seguir queriéndome soy yo mismo.
            Amar y no ser amado tiene su grandeza; lo contrario resulta siempre un poco ridículo.
            Las personas que me detestan son las únicas a las que estoy seguro que no voy nunca a defraudar.
            Para sentirme vivo necesito el odio y el amor de los demás, aunque del segundo me es más fácil prescindir.
            Amores he tenido unos cuantos, yo diría que bastantes, pero amores eternos, lo que se dice eternos, apenas media docena, y que duraran más de una semana prácticamente ninguno.
            Soy un hombre tan enamoradizo que estar mucho tiempo enamorado de la misma persona me parece una falta de respeto a las demás.


Lunes, 9 de abril
MÍA O DE NADIE

“La posteridad de un escritor depende de sus viudas”, leo en una narración humorística de Edgar Neville. Y yo sonrío un momento, pero en seguida me viene a la memoria Ángel González y dejo de sonreír. Qué historia más triste. Ahora podríamos tener en Oviedo, no solo sus libros y sus recuerdos, también la mejor biblioteca de poesía de España, y no tenemos nada. Pero es un tema en el que prefiero no entrar. Y no me duele porque a Ángel González le importaran mucho los homenajes ni las fundaciones. Le bastaba, y le basta,  el homenaje de los lectores. Lo que sentiría es que una persona a la que él quería a pesar de todo (no hay amor sin dolor) emplee su tiempo, no en ser fiel a su memoria y a su legado, sino en destrozarlo minuciosamente. Yo sé lo que apreciaba Ángel González a Manuel Lombardero (me reprochó más de una vez las duras reseñas que dediqué a sus biografías de Campoamor o Valera); yo sé que a Luis García Montero le consideraba como al hijo que le habría gustado tener. A Ángel González le importaría poco que exista o no exista la Fundación con su nombre, pero nada le dolería más que ver a Susana Rivera enfrentarse con sus mejores amigos.
            Pero mejor no pensar en cosas tristes. Mejor pensar en que el esperpento del desgobierno asturiano  tendrá pronto un final feliz. “¿Tú crees? –me dice un amigo–. Álvarez-Cascos sabe de sobra que esta es su última oportunidad. A nadie le gustaría pasar a la historia como él va a pasar, no como un político, sino como un raro caso difícil de explicar. Utilizará todas las triquiñuelas, incluidas las legales, para aferrarse al cargo hasta el último minuto, recurrirá todo lo recurrible en primera, en segunda y en última instancia. Ya se ve como un personaje bíblico, otro Sansón que, si tiene que morir, no lo hará solo, derribará las columnas del templo para que Asturias se hunda con él. No busca formar gobierno con el partido del que se separó, al que atacó durante toda la campaña y al que aspira a destruir (empeño absurdo en el que ni él mismo cree), busca que no haya gobierno, que sea necesario convocar otra vez elecciones. Como un amante despechado, le dice a Asturias: Si no eres mía, no serás de nadie”.


Martes, 10 de abril
ME GUSTA

Me gusta que me digan lo que tengo que hacer para darme el placer de no hacerlo.
Me gusta llegar tarde al reparto de cualquier botín y recoger del suelo, pero solo como recuerdo, lo que nadie ha querido llevarse.
            Me gusta que haya gente más joven que yo, más alta, más guapa, más rica, más simpática, más bondadosa, y algunos días hasta más inteligente que yo.
            Me gusta admirar a escritores que viven lejos, cuanto más lejos mejor, y que me admiren los que tengo cerca.
            Me gusta escuchar lo que dicen mis sueños, leer el horóscopo, tener razón.
            Me gusta ser muy conocido sin que nadie se entere.
            Me gusta dormir solo, pronto y bien.
            Me gusta estar despierto.


Miércoles, 11 de abril
QUÉ BIEN ME CONOCE

Al pasar por su despacho para saludarla y discutir un poco (mi ocupación favorita), me dice Josefina Martínez: “No compres esa casa. ¿Para qué quieres meterte en líos?”. “¿Qué casa?”, pregunto extrañado. “Esa que has visto en Francia y de la que hablabas el domingo”. “Pero si ya te dije que me enteré del precio y cuesta más de medio millón de euros, era solo una fantasía”. Y Josefina, muy seria, me dice: “Pues yo creí que tenías ese medio millón ahorrado y buscabas como invertirlo. Comprar una casa en la que uno solo va a vivir unos días es un absurdo. Alarcos siempre se negó a ello”.
            ¡Medio millón de euros ahorrados! Sospecho que mi amiga Josefina debe de pensar que, aparte de dar clases y escribir, tengo también otras ocupaciones menos confesables. El narcotráfico, por ejemplo.


Jueves, 12 de abril
NOTAS PARA UN TALLER

Con la primera frase tienes que agarrar al lector por el cuello y no soltarle hasta el último.
            Cuando escribas, procura no gritar. Comienza siempre con un susurro para que los lectores tengan que aguzar el oído.
            Las cosas que nunca le dirías a nadie son las únicas de las que vale la pena escribir.
            Cada uno de nosotros es el guionista de su propia vida, y qué poco abundan los buenos guionistas.
            Si cuentas bien tu vida todo el mundo pensará que estás contando un cuento.
            Escribir: trazar una línea de puntos que ha de unir el lector para ver el dibujo.
            No te preocupe tener poco o mucho éxito; en cualquier caso, nunca te parecerá que tienes suficiente.


Viernes, 13 de abril
EL SUDOKU DE BOLONIA

Soy una persona acostumbrada a hacer siempre lo mismo y a la misma hora. ¿Soy? Era. Este cuatrimestre doy cada día más clases que en el anterior en una semana y los horarios cambian cada día y  la duración de las clases y el aula en que se imparten. Cada noche he de estudiarme muy bien el plan del día siguiente. Tengo dos cursos de ochenta alumnos a los que unas veces les doy clases a todos juntos, otras divididos en cuatro grupos de cuarenta y otras en ocho de veinte. O sea que unas explicaciones las repito dos veces, otras cuatro y otras ocho. Con todo ese jaleo, que algunos achacan a Bolonia (y yo a quienes aplicaron sus directrices al más descerebrado pie de la letra), no sé si los alumnos lograrán aprender algo, pero de lo que cabe duda es que no tengo tiempo de aburrirme.
Y luego están las sorpresas. Llego hoy a Magisterio y me entero de que la clase de las nueve la han trasladado, sin avisarme, a las dos, con lo que terminaría a las tres y a esa misma hora comenzarían mis clases en el Milán a media hora de distancia. Me gusta no aburrirme, ya lo dije. Pero tampoco hay que abusar.  


Sábado, 14 de abril
MIS MEJORES MAESTROS

Como casi todo el mundo soy un maestro en el arte de perder el tiempo. Nunca me salen las cuentas al final del día: siempre hay tres o cuatro horas que no sé a qué las he dedicado (y que, si bien se mira, son las únicas en las que no he perdido el tiempo).
¿Mis mejores maestros? Los griegos y los gatos. Los griegos de la época de Sócrates y los gatos de cualquier época.
           

domingo, 8 de abril de 2012

Razón de más: Los segundos, los minutos, las horas


Domingo, 1 de abril
CAMINO DE FRANCIA

En una esquina solitaria del pueblo, junto al arroyo que discurre apacible por las páginas de tantos de sus libros, me sorprende la casona de Itzea como una estampa antigua coloreada a mano. Cuando Baroja vino por primera vez a verla, hace ahora cien años, era una ruina en la que de vez en cuando se refugiaban mendigos y vagabundos. En el pueblo la llamaban “la casa de las brujas”.


            Todo el mundo se dirige hacia la iglesia, endomingado y feliz, con las palmas o el laurel en la mano. ¿Todo el mundo? Siento de pronto una mirada fija en mí. Hay un gato blanco y negro en un extremo del caserón, bajo el amplio alero. Sin prisa, señorial, se acerca a saludarme. No tiene que esforzarse en saltar el muro que rodea la fachada principal. Para eso está la gatera. Se detiene a una cortés distancia y se me queda mirando, como tratando de reconocerme. Luego vuelve al interior. Me lo imagino acurrucado y ronroneante en la biblioteca o tomando el sol entre las rosas del jardín.
            A un lado de la casa discurre el camino de Francia. Como el aterrado novelista aquel día del verano de 1936, yo también lo emprendo a pie. Recuerdo que hace años, en el verano de 1982, volviendo de Italia, entré en España cruzando el puente internacional –gendarmes de una parte, guardia civil de otra– cargado con una bolsa llena de libros. Ahora, más ligero de equipaje, con solo la rama de laurel que acaban de bendecir en la alta iglesia de San Esteban –su torre cuadrada recortándose sobre la Peña de Aya–, cruzo a pie una frontera invisible. A un lado y otro, sobre los mismos árboles, bajo el mismo intenso cielo azul, los mismos pájaros cantan idéntica canción. Y yo pienso que así me gustaría cruzar todas las fronteras, especialmente la última.

Lunes, 2 de abril
FIELMENTE

En Ainoa, la iglesia, el frontón y el cementerio toman juntos, espalda contra espalda, el sol de primavera. En lo alto, al fondo, vigila el monte sagrado de Larrun, como escribe Baroja, o Le Rhune, como aquí se le conoce. Me gusta creer que los muertos siguen al lado de los vivos y que también se apasionan y hacen sus apuestas en los partidos más disputados. Dentro de la iglesia, varias galerías de madera, a manera de palcos, parecen convertirla en un teatro, y tras el altar mayor, el cielo abovedado no está cubierto de estrellas sino de doradas flores de lis. Este mundo y el otro son un único mundo.
            Junto a la iglesia de la Santa Cruz, en lo alto de Oloron, hay un antiguo cementerio, medio abandonado, que se asoma sobre la ciudad. En uno de los panteones, el de la familia Candau-Dufourcq, junto a las lápidas llenas de títulos rimbombantes, hay otra más pequeña que dice: “En mémoire de Jéanne / qui a fidèlement servi / notre famille plus de quarante ans”. La dulce Juana sirvió fielmente a la familia durante más de cuarenta años y no se imagina un paraíso mejor que seguir sirviéndola fielmente durante toda la eternidad.


Martes, 3 de abril
MI MANERA DE SER VANIDOSO

Subrayo unas líneas en el libro que Mainer acaba de dedicar a Baroja: “Pero la casona de Itzea fue siempre bastante más que un lugar de veraneo familiar, adornada con las pautas del estilo hidalgo que prevalecía en la época. Desde hacía bastante tiempo, los escritores reconocidos consideraban su vivienda como una escenificación de su relieve social y cultural; a menudo, también como una suerte de teatro de la memoria que atesoraba y exhibía recuerdos personales, objetos adquiridos en viajes, retratos de sus maestros e inspiradores o motivos vinculados a su propia obra”.
            En Cambo-les-Bains encuentro otro “teatro de la memoria” bastante más espectacular que el de Baroja: la Villa Arnaga, de Edmond Rostand. Baroja la conoció y, como era de esperar, le gustó poco: la biblioteca era de pacotilla, importaba el mobiliario y la decoración, no los libros, y el aparatoso jardín francés que la precedía se quedaba pequeño comparado con la vanidad de su dueño.


            Pero Rostand fue feliz viviendo en este museo, sin consultar jamás el reloj, despreocupado de todo, dándole al tiempo su tiempo. No lo fue tanto su mujer, la poetisa Rosemonde Gérard, que añoraba el ajetreo de París.
            Yo también me aburriría pronto en esta ciudad balneario y, antes que en ninguna otra parte, en el lujoso retiro de Arnaga. Yo para estar solo, gozosamente solo, no necesito estar solo, ni para estar acompañado estar acompañado. Donde me encuentre a gusto, a la sombra de un árbol, en la mesa de un café, en el bullicio del mercado o en la fresca penumbra de una vieja iglesia allí está mi casa y está el centro del mundo.
            Mi domicilio, ese al que me llegan las cartas, no es más que una parte de mi casa, la más insignificante. Solo los mínimos aposentos privados del palacio en que vivo, de mi particular –y envidiable–  “teatro de la memoria”: todos los lugares que he soñado, leído, paseado, amado.
            Ni Itzea ni Arnaga quiero para mí, ni siquiera el inmenso Château de Hautefort, donde vivió Bertran de Born, el trovador y señor feudal al que Dante invitó a pasar la eternidad en otro lugar bastante menos confortable: el infierno. Yo prefiero andar errante sin nada que me sujete a ningún lugar. Y no dejar otro recuerdo que un puñado de libros perdidos en cualquier biblioteca. Y que quien los abra me encuentre entero, vivo para siempre, a resguardo del ultraje de los años.
Cada uno tiene su manera de ser vanidoso.  

Miércoles, 4 de abril
CASA Y JARDÍN

Llego a una ciudad desconocida con la misma impaciencia con que tomo en mis manos un libro nuevo. Dejo el equipaje en el hotel, cerca de la estación, y de inmediato me pongo a recorrer las calles sin otro guía que el azar. Cruzo un puente, poco después me encuentro con otro. Dos ríos, que confluyen un poco más allá, rodean un barrio medieval de empinadas callejuelas. Me gusta perderme, fatigarme, dar vueltas y más vueltas, entrar en las iglesias que me salen al paso, subir a torres y terrazas para contemplar el revuelto caserío, admirar el color del mercado y la música de las conversaciones en una lengua que no entiendo o que apenas entiendo.
            Me gusta luego armarme de planos y guías, o solo del portátil, y en un café tranquilo, después de oscurecer, tratar de poner orden en todo lo que he visto, armar el rompecabezas.


            Oloron Sainte-Marie, un nombre doble para lo que, hasta el siglo XIX fueron dos ciudades, dependientes en su origen de vizconde y obispo. Abrazada por el Aspe y el Ossau se alza Oleron. Sainte-Marie surgió al otro lado del Aspe, junto al camino de Santiago. Dos ciudades, pero cuatro barrios: el mercado de Oleron, en el margen derecho del Ossou, dio origen al Quartier Notre-Dame, dominado por una esbelta iglesia neogótica y al que se trasladó el nuevo ayuntamiento; la llegada del ferrocarril motivó otra ampliación de la ciudad, el Quartier de la Gare.
            Colinas, ríos, laberintos y la siempre protectora sombra de los Pirineos. Me siento bien en esta ciudad géminis, tortuosa y enrevesada y transparente como yo. Si yo quisiera imitar a Baroja y a Rostand, aquí encontraría mi casa ideal. Está en la Rue Labarraque, pero a ella se puede llegar también descendiendo desde lo alto del Quartier Sainte-Croix por el zigzagueante Chemin de Bellevue, que algo tiene de napolitano. A la entrada, a la derecha, están las caballerizas, y junto a ellas un inmenso magnolio. La huerta y el jardín se encuentran en un plano menos elevado; al jardín se desciende por una rampa o por una escalera de caracol construida en el interior de uno de los contrafuertes que sostienen la terraza posterior y el edificio. Nunca había visto una escalera así: parece que va a continuar hasta otro jardín en el centro de la Tierra.


Pero ¿qué haría yo con este inmenso caserón y sus huertas y jardines desde los que se escucha el murmullo incesante del río? Acabaría aburriéndome: demasiada casa para un hombre solo. Pero como me gusta ser muy preciso en mis fantasías, llamo al teléfono de la inmobiliaria para saber el precio, calculo el servicio que necesitaría (lo puedo contratar por semanas o por meses, incluso por días, solo el tiempo que pasara aquí) y los gastos generales. Luego, antes de dormirme, me divierto haciendo la lista de invitados para la fiesta de inauguración. Cuando ya la tengo hecha, caigo en la cuenta de que no me gustan las fiestas.
            No compraré esta casa de Oleron, pero estoy seguro de que no dejaré de volver a pasear por sus jardines una y otra vez, de asomarme a las altas ventanas de la mansarda para contemplar el cementerio y la iglesia de la Sainte-Croix. Disfrutaré de ella, de eso también estoy seguro, bastante más, y con menos preocupaciones, que si fuera de mi propiedad.


Jueves, 5 de abril
BE-M  PLATZ

“Lo que abandonamos nos abandona” escuché decir una vez y por eso yo, siempre que puedo, siempre que paso por estas tierras, me detengo en Bayona, aunque solo sea un momento. Aquí, en 1808, y no en el Cádiz de 1812, se promulgó la primera constitución española, y la más liberal. Si no tengo tiempo para más, me llego hasta la placita ajardinada que hay entre la catedral y la biblioteca, deambulo un poco por las viejas rúas, tomo un café bajo los soportales, tan avilesinos, de la Rue du Port Neuf, y luego me llego hasta la punta del Baluarte, donde se juntan los dos ríos, el manso Nive y el áspero l’Adourd.
            Me gusta entrar en la biblioteca y abrir un libro al azar y dejar que lo leído me acompañe luego como música de fondo. Esta vez fueron unos versos de Bertrand de Born, vizconde de Hautefort que terminó su vida en el Císter: “Be-m platz lo gais temps de pascor, / que fai fuolhas e flors venir…”. Sigo en mi castellano: “Me gusta el alegre tiempo de la pascua / que todo lo llena de hojas y flores / y mucho me agrada oír la alegría / de damas y pájaros en bosque y jardín”.


Viernes, 6 de abril
NO TAN RÁPIDO

Vite, vite, il court, le temps de la vie. Rápido, rápido –como en la canción que oí cantar en Hendaya mientras la tarde, sin perder nada de su claridad, se desangraba sobre el Golfo de Vizcaya–, rápido, rápido, corre el tiempo de mi vida.
Vite, vite, tout se précipite, les secondes, les minutes, les heures. Rápido, rápido, corro hacia el precipicio, y arrastro conmigo todo lo que amo.
Vite, vite, s’enfuit le temps, les secondes, les minutes, les heures. Rápido, rápido, huyo con el tiempo, los segundos, los minutos, las horas.
Pero no tan rápido que no pueda detenerme un momento, hacer recuento de todo lo que he visto, de todo lo que cada día (y son ya veintidós mil trescientos sesenta y uno) me regala por el simple hecho de estar vivo y decir simplemente: gracias.


domingo, 1 de abril de 2012

Razón de más: La invasión de los ultracuerpos


Domingo, 25 de marzo
NO DEBERÍA DECIRLO

Ya sé que no debería decirlo, pero me estoy volviendo un blandengue y un sentimental. Hacerse viejo es lo que tiene. En Almanya, esa fábula amable sobre la emigración turca, las hermanas Yasemin y Nesrim Sanderelli cuentan su propia historia, pero yo al trasluz veo la mía, la de mi familia. Y a la memoria me vienen episodios olvidados, no siempre agradables, pero a los que dora el sol de lo perdido para siempre.
            En el cine soy un espectador agradecido e ingenuo. Abro los ojos y me dejo llevar. Me gusta que me cuenten cuentos, que me hagan vivir otras vidas. Encontrarme con un espejo me gusta menos.
            Mientras veía Almanya en la sala casi vacía se me llenaron los ojos de lágrimas. Vivo en una casa llena de puertas cerradas. Hay temas de los que nunca hablo, ni siquiera conmigo. Pero están ahí, y entre las sonrisas que provoca esta crónica costumbrista –qué estupenda escena la que convierte al crucifijo en un objeto de terror– asoman un momento la nariz para decirme que soy todos los que he sido.
            Lloro cada vez con más facilidad. Pero con la misma facilidad emerjo de las aguas turbias del blando sentimentalismo para sentirme, si no en el mejor de los mundos, sí en el mejor de los que he tenido ocasión de patear.


Lunes, 26 de marzo
EN CUALQUIER PARTE

Qué ganas de estar en otra parte estos días espléndidos de luminosa primavera. Ponerse zapatos cómodos, echarse la mochila a la espalda, coger el bastón y comenzar a andar, a andar. Atravesar bosques, vadear arroyos, cruzar puentes sobre hondos ríos, descansar un rato donde te ofrezcan un poco de pan y un poco de vino, y andar, andar. Dormir al raso, a la luz de las estrellas, dejándose acariciar por la luna, sin temor a las alimañas ni a los humanos, a veces peores. Siempre de un lado a otro, sin detenerse en ningún sitio. Desde lo alto de una montaña veo allá, al fondo de la colina, la ciudad vieja apiñada en torno a la catedral y la nueva desparramada en torno. Quizá sea la soñada Compostela, pero yo paso de largo. Mi meta es el camino.
            Estar en otra parte. Mientras cruzo la ciudad, de vuelta a casa tras las clases de la mañana, pienso que si estuviera en otra parte –por muy hermosa que fuera– donde querría estar es donde ahora estoy.
            Preparo la comida y luego, con la torre de la catedral empinándose sobre los tejados para asomarme a mi ventana, lo devoro todo con tanto apetito y tanta felicidad como si estuviera allá lejos, sobre la verde yerba, junto a una fuente, a la sombra de un roble centenario.


Martes, 27 de marzo
MENTIR CON LA VERDAD

Un café con Iñaki Uriarte y con María, de paso por Oviedo. Iñaki está un poco abrumado con el éxito de sus diarios. “Ahora me van a dar otro premio, ya no sé cuántos van, y el editor me dice que los ha pedido la reina.  Y luego los reseñan en todas partes (en Babelia tres o cuatro veces) y todos me ponen por las nubes, salvo la mujer de Trapiello, y eso no sé si tomármelo como otro elogio. Pero desde que aparecieron no he vuelto a escribir una línea. No me siento capaz de nada más. Me pongo a ello y es como si todo el mundo me estuviera mirando por encima del hombro. Quedo paralizado. No sé cómo te las arreglas tú, que lo que escribes hoy lo publicas mañana. Yo me sentiría en una casa de cristal, con todo el mundo cotilleando alrededor”.
            Sí, cuando uno cuenta su intimidad en el periódico es como si abriera las puertas de su casa, no solo a los amigos, sino a cualquiera que pase por allí. Pero yo, al abrir las puertas de mi casa, no las abro todas. Las que más me interesan las mantengo bien cerradas y ocultas tras las estanterías de los libros. Ahí no entra nadie.
            La sinceridad, si se usa bien, es la mejor máscara. La mentira resulta más difícil de controlar. Por eso, al hablar de mí, pongo todo mi esfuerzo en no mentir, en no fantasear. Cuanto más elaborada la mentira más se transparenta lo que tratamos de esconder.


Miércoles, 28 de marzo
UNA PREGUNTA

“Pero ¿es cierto lo que dicen los periódicos? ¿Es cierto que la derecha y la izquierda están empatadas y que en Asturias va a gobernar quien diga Rosa Díez, que le debe un favor a Foro?”, me pregunta un amigo angustiado desde Madrid.
            “No, no es cierto. Lo cierto es que Foro sacó doce escaños y los dos partidos contra los que convocó elecciones anticipadas veintisiete. Podría pactar con el PP de Asturias, pero tendría que querer el PP y me temo que antes preferiría pegarse un tiro. Sería una manera igualmente eficaz de suicidarse; no mucho más rápida, pero bastante más dolorosa”.


Viernes, 30 de marzo
LA JORNADA DE AYER

Para ciertas cosas soy tan rigorista como un judío ortodoxo, de esos que en el sabbath no pueden ni siquiera apretar el botón del ascensor. Ayer me desperté angustiado. Para mí estar en huelga no es solo no ir al trabajo, es también abstenerme de cualquier ocupación que pueda estar remunerada, aunque sea muy vagamente. Sin clases, sin poder corregir los trabajos de los alumnos, ni leer ningún libro que luego pudiera reseñar, ni escribir en el diario, ¿a qué iba a dedicar las interminables horas del día? Mi psicoanalista dice que el trabajo me sirve para compensar mis carencias afectivas. Es posible. También sirven las metódicas rutinas. Y ayer todas saltaban por los aires. No podía ni tomar café, aunque mi cafetería de costumbre estuviera abierta, porque eso sería hacerle el juego a los que boicotean la huelga.
Pero todo resultó mejor de lo que esperaba. Por la mañana, un demorado paseo hasta Santa María del Naranco. Las escaleras de San Pedro de Los Arcos me recordaron la “escadaria” monumental de Coimbra y aquel verano y aquella desesperación y aquella felicidad. Luego el colegio donde en 1970 realicé las prácticas, Las primeras aulas, los primeros alumnos, los compañeros de entonces, las interminables charlas con Mariluz Fernández, en el descanso del mediodía, mientras subíamos hacia los monumentos.
Dos o tres horas de relajada marcha, en la mañana de primavera, con la ciudad al fondo envuelta en niebla y oyendo bucólicas esquilas. Y las piedras doradas, resplandecientes y solitarias. Cuántas historias en su fresco, penumbroso silencio.


Y a la tarde, la lenta marcha desde la plaza de América hasta la Escandalera. Soy un solitario al que le gusta la gente. En el viaducto Marquina dos furgonetas de la policía impiden que otra manifestación menor se una a la nuestra. Nos desviamos del camino previsto, llenamos la calle, pedimos a la policía que los dejen pasar. Yo, en primera línea, observándolo todo. Durante casi una hora, unos tratan de convencer a los agentes con buenas palabras y otros les apoyan con gritos. Yo también grito, como en los viejos tiempos: “¡De-jad-los pa-sar! ¡De-jad-los pa-sar! ¡Li-ber-tad! ¡Li-ber-tad! ¡Li-ber-tad!”. A los policías, que eran pocos y estaban encajonados entre las dos manifestaciones, cada vez se los veía más nerviosos. De pronto, todos a una, como si hubieran recibido una orden, comenzaron a ponerse el casco. Fue el momento que yo aproveché para dejar a otros mi privilegiado lugar en primera fila y escabullirme entre el gentío hasta situarme bastantes metros más allá.
Pero la sangre no llegó al río y pronto la otra manifestación se unió a la principal. Agradecieron el esfuerzo tratando de boicotear la intervención de los líderes sindicales. “PP y PSOE la misma mierda son”, gritaban. Yo me volví hacia ellos y dije lo más fuerte que pude: “Hombre, aquí tenemos a Foro Asturias”. No sé por qué, aunque piensen lo mismo, a algunos militantes de la CNT o del 15-M, no les hizo gracia la comparación y yo no tuve más remedio que volver a practicar mi deporte favorito, escurrir el bulto, antes de que la cosa pasara a mayores.


Sábado, 31 de marzo
MISTERIOS POR EXPLICAR

¿Te has enterado de la noticia?, me pregunta un amigo. Aquí en Asturias apenas se ha hablado de ello, pero en América están ya preparando un documental para el canal Historia. Resulta que en Somiedo, poco antes de la irrupción electoral de Foro, se vio un extraño círculo de fuego y luego aparecieron unas raras semillas.
            ––¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?
            ––Pues parece que ahí puede estar la explicación de fenómenos que no tienen explicación racional. Ya conoces aquel cuentecillo que recogió Juan Valera. Al tío Cándido, un pardillo andaluz de la ciudad de Carmona, le estafaron una vez con un burro, pero la segunda vez que quisieron venderle el mismo burro respondió aquello de “quien no te conozca que te compre”. “Quien no te conozca que te vote” deberían haberle respondido unánimemente lo asturianos a Cascos, a quien han tenido ocasión de conocer demasiado bien. Y sin embargo más de la mitad de los que le habían votado le volvieron a votar. ¿Cómo explicas tú eso?
            ––Raro sí que resulta, pero recurrir a los extraterrestres, como si fuera el misterio de la Atlántida, ya me parece exagerar un poco.
            ––¿Tú has observado bien a esos votantes?
            ––La verdad es que no conozco a ninguno, pero me cuentan que son gente normal, al menos en apariencia, gente como tú y como yo. Hay incluso algún profesor de Universidad y Valdés me dijo que uno de los clientes habituales de su librería de viejo es de ellos. Gente normal, ya te digo, con hijos, hasta con estudios. Eso que tú insinúas de que, como en la película de Don Siegel unas extrañas semillas venidas de otro mundo están ocupando el lugar de la gente, me parece un poco fuerte.
            ––Piénsalo bien y verás que es la única explicación racional. Y ten en cuenta que no me refiero al fundador del partido, que va a lo suyo, y no le importa que para conseguirlo caiga quien caiga; tampoco a los resentidos del PP que se agruparon junto a él, ni siquiera a los Crabifosse y los Vallaure (¡las fotos de Saura estaban desenfocadas!), ni a los artistillas de Avilés ofendidos porque no les daban cancha en el Niemeyer, me refiero a esos miles de asturianos que los siguen votando después de haber demostrado por activa y por pasiva que no eran capaces de hacer nada bueno pero resultaban incansables a la hora de deshacer todo lo bueno que encontraban. La única explicación racional es la que yo te digo. Unas semillas, llegadas del espacio exterior como en La invasión de los ultracuerpos, han ido tomando su apariencia y ocupando su lugar. Por eso resulta inútil tratar de explicar su comportamiento con los parámetros habituales en la raza humana. Sí, tú ríete, ríete, pero hay testigos muy serios que afirman haber visto unas semillitas convertirse en vainas y las vainas en votantes. El canal Historia ya ha enviado a Asturias el equipo para un documental.