sábado, 30 de junio de 2012

Fugacidad, eternidad, verano: Junto al lago sin nombre



Los días de verano son una perpetua invitación al viaje. Pero no hay viaje mejor que el que lleva de un verso hasta otro verso, de un sueño a otro.  Con ayuda de la poesía, durante los domingos de julio y agosto, viajaremos por el espacio y el tiempo en un mágico vehículo hecho de tinta y papel de periódico. La primera etapa de este estival periplo tiene lugar junto al Lago Sin Nombre, el más melancólico de China desde que en sus aguas se suicidó el poeta Quan Yuan. Está en los jardines de la Universidad de Pekín, que antes lo fueron de un palacio imperial. Allí nos aguardan las voces de los poetas de la dinastía Tang (618-907). ¿Qué cantaban los poetas de hace más de mil años? Como los de ahora mismo,el sucederse de las estaciones, la amistad y el amor, los dolores de la separación, la alegría del reencuentro.


AIRE DE PRIMAVERA

                                   (Li Po)

Allá en el norte hay campos de jade,
aquí moreras que curvan sus verdes ramas.
Mientras que tú preparas el regreso
a mí se me quebranta el corazón.
El aire de primavera, sin pedirme permiso,
aparta las cortinas de seda de mi cama
y a mi lado se tiende y en vano
ofrece sus caricias como dulce consuelo.


CANCIÓN DE LA FRONTERA

                                   (Wang Changling)

Tras beber, cruza el caballo las aguas del otoño.
El arroyo está frío y es una espada el viento.
Lejos, muy lejos, tras la desolación del llano,
anochece en Lin Tao y hay fiesta en sus jardines.
Al pie de la Gran Muralla, cuántos héroes han muerto.
Sobre sus huesos blancos, en la tierra amarilla,
crece por todas partes la maleza.




LA LUNA EN EL PASO MONTAÑOSO

                                               (Li Po)

La clara luna se alza sobre la Montaña Celeste,
nada puede contra ella el batallón de nubes.
El viento furioso llega desde muy lejos
y golpea en los muros del Paso de Jade.
Las tropas del emperador se abren camino
por los estrechos pasos de la cordillera.
Junto al Lago de Aguas Azules acampan los tártaros.
Este lugar ha sido campo de infinitas batallas,
quienes lo pisan no suelen regresar.
Los militares de la fortaleza fronteriza,
cuando el viento concede alguna tregua,
cierran los ojos y escuchan los suspiros
de la que, sin dormir, aguarda allá en su alcoba.


UN VIEJO PESCADOR

                               (Liu Zongyuan)

Un viejo pescador pasó la noche aquí,
bajo la roca de la Montaña Oeste.
Al amanecer, sacó agua del cristalino río Xiang
y encendió fuego con los secos bambúes.
Cuando salió el sol y se disipó la niebla,
pareció haberse disipado con ella.
Río abajo hacia el horizonte,
golpes de remo en las verdes aguas,
una barca alejándose.
Quizá, más afortunado que yo,
tenga un lugar donde alguien le espere.




LA LUNA Y LA LEJANÍA

                               (Zang Jiuling)

En tu noche y la mía se alza la luna.
Sobre este mar y sobre los lejanos campos,
sobre tu cabeza y ante mis ojos,
se alza la misma luna.
Apago el candil para verla mejor,
me pongo el abrigo para evitar la helada
y subo a lo alto del acantilado.
Dejo que me acaricie la luz que te acaricia
y luego vuelvo a la cama
para gozarte en sueños.


RECORDANDO A MI HERMANO
EN UNA NOCHE DE LUNA

                               (Tu Fu)

Los viajeros se apresuran a desaparecer
al escuchar el tambor de la fortaleza fronteriza.
Solo un ganso solitario gime en el otoño.
Hoy se inicia la Temporada del Rocío Blanco.
La luna en mi tierra ha de ser muy hermosa.
Hermanos míos perdidos y dispersos,
¿a quién podría preguntar si seguís vivos?
Ni siquiera en tiempo de paz llegaban las cartas,
¿qué puedo esperar entre tantos desastres?




ATARDECER DE OTOÑO EN LAS MONTAÑAS

                                   (Wang Wei)

Tras la reciente lluvia, la montaña solitaria
alza su fresca frente en el ocaso;
el pinar se ilumina con la brillante luna
y cristalinas aguas corren sobre las piedras.
Los bambúes se agitan de alegría
con las lavanderas que regresan a casa;
y las hojas de loto, con los barcos de pesca.
Todos se fueron cuando se fue el verano,
Pero yo quisiera quedarme
para siempre en este lugar,
cuanto más solo más hermoso.


PARA EL MINISTRO ZHANG
DESDE EL LAGO DONG TING

                                                               (Meng Haoran)

En este agosto lunar han crecido las aguas del lago,
se extienden hasta el horizonte, se confunden con el cielo.
La densa niebla domina los pantanos Yung y Meng
y las olas agitan la ciudad de Yue Yang.
Quisiera cruzar a la otra orilla,
pero no encuentro bote ni remo.
En esta época de sabios gobernantes,
yo estoy condenado a la ociosidad.
Sentado contemplo a los pescadores
y admiro a los peces que no se dejan engañar
y siguen su viaje.




MENSAJE A WANG WEI

                               (Meng Haoran)

Con paciencia envejezco. ¿Cuánto tiempo aún
he de seguir esperando en vano?
Se ajetrean los amigos en la ciudad distante,
olvidan sus promesas, el vino compartido,
las charlas y el silencio a la luz de la luna.
Más que el oro y el jade la amistad escasea.
Solo la soledad nunca me niega
su amarga compañía.
Cerraré para siempre la puerta
de este viejo jardín.


VISITA EN EL ARROYO DEL SUR
AL SACERDOTE CHANG

                                   (Liu Changqing)

Camino por la estrecha vereda.
Sigo las huellas de otros caminantes
inquietos por saber su destino.
Pinos reverdecidos por la lluvia,
hierbas de primavera,
el arroyo tranquilo
que remonto hasta el manantial,
hasta la cabaña en que habita
toda la sabiduría.
Cualquier pregunta
aquí tiene respuesta,
aquí donde me olvido
de todas las preguntas.




REECUENTRO JUBILOSO CON UN VIEJO AMIGO

                                               (Wei Yingwu)

Vivimos en Jiang-Han,
lejos de nuestra tierra,
cada vez que nos encontramos
bebemos hasta emborracharnos.
Desde la última vez
diez años han transcurrido
en la corriente que incesante fluye.
Reímos y charlamos, sin querer ver
nuestro cabello cano, los huesos que se encogen
hacia la sepultura. El vino todavía
tiene el mismo sabor.


DESPEDIDA A LI DUAN

                        (Lu Lun)

En nuestra tierra natal,
cubierta de hierbajos amarillos,
cómo me pesa nuestra separación.
Volviendo de vez en cuando la cabeza,
te alejaste por el camino más allá de las nubes
y yo regresé solo, pisando la nieve de la noche.
Huérfano desde niño, di vueltas por el mundo,
pasé penalidades pero tuve la suerte
de encontrar un amigo, de verdad un amigo.
Ahora lloro ocultando la cara entre las manos.




HIERBAS

                        (Bai Juyi)


Las hierbas de la orilla del camino
se marchitan y reverdecen cada año.
Ni el fuego logra exterminarlas.
Resucitan con la brisa de la primavera.
Su fragancia alivia al caminante.
Enlazan ciudades con su verde esplendor.
A mi amigo lo han destinado lejos,
al reino de la nieve, entre montañas.
Como la hierba la amistad, indestructible.


OTRO OTOÑO

                        (Tu Fu)

Los pájaros sobrevuelan
el islote de arenas blancas,
en el bosque las hojas
caen arrasadas por el viento,
las aguas del inmenso Yantsé
todo lo arrastran a su paso.
A tres mil millas de mi tierra
me encuentra un nuevo otoño.
La nieve que corona mi cabeza
invade ya mi corazón.
Ni el vino me consuela.

sábado, 23 de junio de 2012

Razón de más: Todavía aprendo


Viernes, 15 de junio
RUTINA Y PLEGARIA

Esté donde esté lo primero que hago es armar mi tenderete de rutinas. Sin ellas me siento perdido. Tengo que caminar un poco para llegar a la cafetería en que desayuno. Atravieso primero el campus del oeste, cruzo luego por el paso subterráneo el tercer anillo de circunvalación que separa un campus de otro, bordeo un parque, llego a una calle bulliciosa llena de pequeñas tiendas y en seguida encuentro el local de aire americano pero inconfundiblemente chino. La rica bollería se hace a la vista del público. Cada día pruebo un dulce distinto.
Subo a la parte alta y allí me entretengo sin prisas contemplando el ir y venir de la gente. Compruebo, en primer lugar, que hay dos modos de andar: una cierta molicie vagamente habanera y un decidido marcar el paso de los que saben lo que quieren y a dónde van. Procuro tomar nota de pequeños detalles y abstenerme de formular teorías. Me cuesta. Soy de los que con cuatro datos mal leídos ya se lanzan a generalizar, arreglar el mundo, sentar cátedra.
Hay poca gente en la parte alta del local. La mayoría hacen su compra y se van. Quienes están cuando yo llego, y siguen cuando marcho, son sobre todo estudiantes. Chicas por lo general. Ronronean aprendiéndose de memoria la lección.
Cerca está la entrada a no sé qué edificios oficiales. Los dos guardias siempre están entretenidos con sus teléfonos móviles, indiferentes a lo que ocurra en torno suyo. No parece que puedan ofrecer mucha seguridad. Sentado a una mesa, en plena calle, un médico atiende a los pacientes. Una furgoneta se detiene y llena de paquetes la acera. Se trata de empresas de mensajería, más rápidas y eficaces que el correo oficial, a las que no dejan entrar en el campus. Casi todos los envíos son compras que los estudiantes hacen por Internet. Han de recogerlos en plena calle.


Observo. No entiendo nada de lo que se habla a mi alrededor, no puedo leer ningún cartel. Quiero concentrarme en observar sin teorías ni prejuicios, pero no puedo escapar de la biblioteca de mi memoria. En la calma mañana, este rincón de la ciudad sigue desplegando su cotidianidad en torno mío, pero yo ya estoy dentro de mí, levantando un muro de palabras frente al mundo. La biblioteca de mi memoria está llena de libros leídos o fantaseados. ¿En qué obra encontré la plegaria que los funcionarios chinos debían formular al comenzar sus estudios?
            Enséñame a recordar el cumpleaños de cada general, y el cumpleaños de la madre de cada general.
            Enséñame suavidad, sangre fría, que parezca que la manteca no se derrite en mi boca.
            Enséñame a respetar las reglas y a desdeñar el juego.
            Enséñame oratoria.
            Enséñame caligrafía.
            Enséñame a ofrecer y a recibir regalos sin ofender ni ser ofendido.
            Enséñame a respetar todos los dioses y a no creer en ninguno.
            Enséñame a no tomarme mi vida demasiado en serio y a encogerme de hombros cuando  me dé la espalda.
            Enséñame a perdonar, a aceptar el perdón, a recordar y a olvidar.
            Enséñame a ocultar mis sentimientos, a no abrir mi corazón a nadie, a pasar por la vida desconocido incluso para aquellos a los que más quiero.
           
Sábado, 16 de junio
EL FALSO HÉROE

Mañana en la Gran Muralla. Al pie de las montañas de Huairou, hay una especie de mareante romería con incansables vendedores que acosan a los turistas, pero cuando el funicular te deja en lo alto y te pones a caminar por los kilómetros y kilómetros de muros que suben y bajan entre torreones de vigilancia, es fácil quedarse solo, sentirse perdido, no poder soportar toda la inmensa desolación de aquella remota frontera que de pronto se te viene encima. El cielo azul se llena de súbitos, negros nubarrones. Una tormenta en estas alturas puede ser mortal. Antes de venir, ya me hablaron de un despistado viajero muerto por un rayo.


Me entretengo contemplando el hondo valle hacia el sur, las varias líneas de montañas en el norte mongol. Ya había una barrera natural. ¿A qué construir esta obra de cíclopes en la ondulante cresta de las montañas? Quizá en aquella época sobraba gente, como ahora, y había que tenerlos entretenidos de alguna manera.
            Camino solo por la Gran Muralla, disfrutando con lo que habría disfrutado el adolescente que fui y que tantas vueltas dio al mundo sin moverse de casa.
            Camino solo, dispuesto a la aventura, jugando a ser un héroe que no le teme a nada. Pero por poco tiempo. Se alejan las nubes negras, vuelve a lucir un sol sofocante, grupos de turistas me dan alcance y al salir de una de las torres me encuentro con una pareja engalanada que se hace las fotos de boda. No, no estoy en el fin del mundo.  La cotidianidad me sigue y gratamente me arropa. Como al niño fantasioso y tímido que viajaba con el dedo sobre el mapa, todas las aventuras que me pasan únicamente pasan en mi imaginación.
            Pero por un instante he estado solo, perdido en este confín del mundo, sintiendo sobre mis hombros el peso de la inmensidad. Y he resistido ese peso. Vuelvo a Pekín, en el coche de la gentil Xu Lei, como si hubiera superado una gran prueba. También la verdad se inventa.


Domingo, 17 de junio
CAPRICHOSOS REGALOS

Este día, en que cumplo 62 años, recibo el más raro de los regalos. Nada menos que 360 minutos de propina. El día de hoy tiene treinta horas. Hay tiempo para todo. Para comenzar a celebrarlo en China, para continuar en Madrid, en la sala Vips del aeropuerto de Barajas (un regalo de Iberia) y para terminarlo, con un café y un libro y una película, como cualquier otro domingo, en Los Prados. Salgo de ver Profesor Lazhar, una historia que me llena los ojos de lágrimas (pero yo en el cine lloro fácilmente, menos por lo que ocurre en la pantalla que por lo que la película me trae a la memoria), y me parece imposible que el día, tan cotidiano ya, comenzara en Pekín. En las vidas en las que nunca pasa nada pasan a veces estas cosas. Y yo disfruto como un niño al que todo le asombra con estos caprichosos regalos del azar y de los usos horarios.


Lunes, 18 de junio
NO ENTIENDO NADA

Retener los nombres chinos resulta bastante complicado. Por eso los alumnos de español juegan a ponerse otro nombre para que sus profesores puedan distinguirlos. Así Fu Yi Wen se convierte en Miguel. Nos acompañó en la visita al Palacio de Verano, una rara mañana nublada y fresca en la que las colinas, los templos, los puentes y las embarcaciones sobre el lago Kunnming apagaban sus colores y parecían trazados con un delicado pincel impresionista. De pronto, el silencio fue roto por un montón de voces jubilosas. Disonaba aquel entusiasmo con la melancolía del recinto. Un coro cantaba y también lo hacía la gente que estaba a su alrededor, muchos de ellos con la partitura en la mano. El coro se llamaba, según se leía en inglés, “Corazón a corazón”, e incluso yo, que solo canto en sueños, sentí ganas de unirme a él. Entre aquellas voces uno se sentía parte de un gran todo. “¿Qué cantan?”, le pregunté a Miguel. “Es una antigua canción revolucionaria. Dice: Avanzamos por el camino grande. / Mao Tse Tung nos enseña el camino / y retumbamos en la tempestad”. El repetido estribillo, que a mí tanto me conmovía, decía: “¡Adelante, adelante, la Revolución arrolladora! / ¡Adelante, adelante, el triunfo nos espera!”


            A mí me gusta explicarlo todo, pero el resultado de mezclar la minuciosa y arcaica belleza de los palacios imperiales, los no menos arcaicos entusiasmos revolucionarios de Mao y las grandes corporaciones que hacen doblar la cerviz al mundo capitalista occidental es algo que escapa a mi comprensión. Recordé unos versos de Alberti en su libro Sonríe China: “Venid, los que dudéis, a ver este milagro. / No hay ya nubes que puedan confundiros los ojos. / Confesad si os lastima. Gritad, si os apasiona. / Aquí ha nacido algo que ha de asombrar al mundo”.
            A mí me asombraron los jóvenes universitarios, tan formales, tan estudiosos, con su español casi perfecto y graciosamente libresco, tan competitivos. Liu Yang, que nos acompañó a ver el Templo del Cielo, me repitió sonriente un famoso verso de Zorrilla: “El ruido con que rueda la ronca tempestad”. Pronunciar la erre fuerte es una de las dificultades de los chinos; él, para conseguirlo, me comentó que el primer año se paseaba por el campus repitiendo en voz alta “rrrrrrrrrr”. Al principio, le miraban con curiosidad; al poco, los otros estudiantes le imitaban.


Martes, 19 de junio
PARA MI COLECCIÓN

A mi colección de calles, añado la de Wang Fu Jing, con sus indolentes terrazas, sus familiares o exóticas tiendas de lujo, los anuncios luminosos que tanto recuerdan a Time Square, los centros comerciales, las inagotables librerías. “Pero esta calle podría estar en Nueva York o en cualquier parte”, me dice mi amiga Catarina. “Fíjate bien y verás que, aunque ahí se encuentre Zara y más allá haya un McDonald’s, solo podría estar en Pekín”.
            En la Librería de Lenguas Extranjeras compro una antología de la dinastía Tang, hermosamente ilustrada y traducida al español por Chang Shiru. Me siento luego en la terraza de un café. Un retrato de Mao mira con indulgencia a la gente que camina sin prisa disfrutando del aire fresco de la noche. Leo un poema de Wei Yingwu: “Melancólico, alejándome de mi mejor amigo, / navego hacia la infinita niebla. / ¿Cuándo y dónde nos volveremos a encontrar? / Las cosas del mundo son como la barca en las olas, / van a la deriva y no se detienen con tu voluntad”.


Miércoles, 20 de junio
MÁS Y MEJOR

Quizá sea debido al cambio horario, pero desde que regresé de China me entra el sueño primero y en torno a las seis despierto. Remoloneo un poco en la cama, pero a las siete ya estoy desayunado y trabajando. Antes me levantaba a las ocho. Creo que voy a adoptar esta nueva costumbre. Dos horas añadidas al día para trabajar más y mejor. Uno de mis lemas es “Todavía aprendo”. El otro, “Rápido y bien”. La primera parte ya la he cumplido; ahora solo me falta la segunda.
            Todavía aprendo, pero con dificultad. Me esforzaba cada día por retener alguna frase de cortesía en chino, y apenas si logré decir: “xiè xiè”, que significa “gracias”. Bueno, si bien se mira, no es mal principio.


viernes, 15 de junio de 2012

Razón de más: El deudor impertinente


Sábado, 9 de junio
UN PUNTO DE DUDA

Nada  me gusta más que ser impertinente. Meter el dedo en el ojo. Gritar que el rey está desnudo. Antonio Elorza es un historiador prestigioso. En el Babelia de hoy reseña El caso Casas Viejas, de Tano Ramos. No parece haber leído el libro que comenta ni tener idea muy clara de en qué consistieron los crímenes a los que se refiere. De haberlo hecho no terminaría con “un punto de duda” sobre la “bien probada” (¿en qué quedamos?) inocencia de Azaña.
Según Elorza, si Azaña no dio entonces esa orden, la de los famosos “tiros a la barriga”, “tal había sido su postura un año antes frente a otro levantamiento anarquista, el del Alto Llobregat”. Y cita para confirmarlo un pasaje de sus diarios: “Mostré mi resolución de proceder con toda rapidez y la mayor violencia a reprimir la rebelión. Como Fernando me oyó decir que se fusilaría a quien se cogiese con la armas en la mano, quiso discutir, pero yo no le dejé, y con mucha brusquedad le repliqué que no estaba dispuesto a que se comiesen la República. Todos los demás ministros aprobaron mi resolución”.
Pero no fue eso lo que ocurrió en Casas Viejas: allí se reprimió, sí, con toda dureza la rebelión anarquista y no quedó vivo ninguno de los que se refugiaron en la choza de Seisdedos. En un principio, a Azaña le informaron que tal era todo lo que había pasado. Y de ahí su primera respuesta a una interpelación en el Congreso: “En Casas Viejas ocurrió lo que tenía que ocurrir”.  Pronto se supo que había ocurrido algo más, que el capitán Rojas, pacificada ya la aldea, mandó sacar de sus casas a todos los hombres que se encontraran, hubieran participado o no en la rebelión (la mayoría no), incluso a uno muy enfermo; los llevó con las manos atadas hasta la choza de Seisdedos, y allí mandó hacer fuego… Los que quedaron vivos fueron rematados poco después. La mayoría cayeron acribillados por la espalda, aunque se quiso hacer creer que murieron en enfrentamiento con la fuerza pública.
De ese crimen execrable, los anarquistas y las derechas de inmediato trataron de sacar rendimiento político acabando con Azaña, que era lo mismo que acabar con la República. Encontrar al culpable, ayudar a las víctimas (viudas, hijos) les importaba menos.
Han pasado ochenta años, Tano Ramos se ha esforzado en investigar la verdad, y Antonio Elorza aprovecha precisamente una reseña de su libro para seguir alimentando el estúpido bulo de los “tiros a la barriga”. Si esto es un  historiador, que venga Dios y lo vea. Hasta Andrés Trapiello se muestra más riguroso.


Domingo, 10 de junio
CONTAR, CONTAR

La luz de la mañana asoma hermosamente sobre un techo de nubes negras. Estamos a punto, tras casi doce horas de vuelo, de descender sobre Pekín. Pero tras dar dos o tres vueltas, el avión asciende de nuevo y toma rumbo al norte. Al parecer, problemas meteorológicos –hay una gran tormenta sobre la ciudad— impiden aterrizar y hemos de dirigirnos  a otro aeropuerto.
Una hora después, el avión se detiene en un lugar de nombre impronunciable, en medio de ninguna parte, en un fantasmagórico aeropuerto sin nadie. Somos los únicos en la pista.
No podemos salir. Hemos de permanecer en nuestros asientos hasta que autoricen el aterrizaje en Pekín.
Comienza a pasar el tiempo y lo más curioso es que nadie se impacienta, las azafatas siguen con la sonrisa de siempre, impolutas y maquinales, trayendo un vaso de agua o un té a quien se lo pide; de vez en cuando alguien se levanta para ir al baño. Se nota que viajan pocos españoles, nadie habla a gritos, nadie protesta, nadie se alborota. Solo yo comienzo a impacientarme, a sentir angustia.


Primero me da por pensar que estamos secuestrados, que lo de la tormenta es un bulo para mantener la calma, que en Pequín han perdido contacto con nuestro avión. Y como últimamente veo muchos documentales del canal Historia sobre extraterrestres, se me ocurre que aquel aeropuerto está en un lugar fuera del espacio-tiempo. Incluso esbozo el guión de una serie televisiva con esa historia. Siempre he tenido mucha facilidad para inventar tonterías.
Pero el tiempo pasa y no pasa nada y crece mi angustia. Para calmarla, hago lo que hago siempre en estos casos: me pongo a contar. Paseo por el pasillo y compruebo que en clase turística hay 57 filas y que todas tienen ocho asientos salvo las tres últimas, que solo tienen siete, que hay nueve asientos vacíos y dos baños ocupados. Tras  averiguar el número exacto de viajeros, averiguo cuántos hombres hay y cuántas mujeres (los niños son cuatro, inverosímilmente tranquilos). De todo tomo nota mentalmente, como si llevara a cabo una operación importante secreta. Concluyo y el avión continúa detenido. Y todo el mundo con la misma calma, solo yo estoy a punto de gritar. Entonces me da por ponerme trascendental y pensar en mi vida, que es lo que siempre trato de evitar. Ya se sabe que, a debida distancia, cualquier vida es de pena. Hace años leí, en un texto de no sé qué filósofo antiguo, que la vida del hombre se dividía en siete décadas y que todo lo que viniera después es una propina. En cada una de esas décadas hay una función principal. Yo ya he entrado en la última, la que está destinada a pagar deudas. Saco mi cuaderno y pongo a hacer una lista de todos los deudores que recuerdo. Los primeros, y más importantes, han muerto, ¿cómo podría pagarles? Pero de pronto, cuando menos lo esperaba, el avión se ha puesto de nuevo en marcha. Cierro el cuaderno, abandono melancolías, y pronto me encuentro con Catarina Valdés, que, después de largas horas de espera, me recibe sonriente junto a uno de sus alumnos chinos y me da la bienvenida a Pekín. Estoy en la década de pagar deudas y arreglar los vidrios rotos, pero no dejo de recibir regalos.


Lunes, 11 de junio
MIRAR, NO TEORIZAR

Me alojo en el campus de la Universidad de Estudios Extranjeros. Frente a las ventanas de mi apartamento, en el piso bajo de la residencia, tengo un pequeño parque de altos árboles centenarios y solitarios paseantes. Como en el poema de Fray Luis, me despiertan cada mañana las aves “con su cantar suave, no aprendido”. De vez en cuando, sentado en un banco, me sorprende algún estudiante que recita su lección en voz baja y monocorde, como los escolares del poema de Machado.
Dentro del campus, con sus puertas indolentemente vigiladas por guardas casi niños, hay otro recinto cercado, los barracones de los obreros que construyen un nuevo edificio. También ellos tienen un arco de la entrada y banderolas que cuelgan de los muros, como toscas imitaciones de templos y palacios. Dos mundos, el de los  bulliciosos estudiantes venidos de los más diversos lugares y el de estos casi esclavos, alejados de sus familias, que no hacen otra cosa que trabajar y dormitar.
            Basta salir del campus, para estar en otro mundo ruidoso, oloroso y sucio, un mundo de fritangas, diminutas tiendas, coloridos puestos de fruta y sudorosas aglomeraciones. “Esta es la verdadera China”, me dice mi amiga Catarina. “Pues a mí, qué quieres que te diga, me recuerda mucho a Nueva York. Es como estar en Canal Street y  alrededores”.
            A mí la China que me parece más China es otra, nunca he sido muy partidario del pintoresquismo de la miseria. Ya sé que exagero un poco, pero espero que no demasiado, si digo que los barrios chinos tal como uno tópicamente se los imagina, van siendo una rareza en Pekín y que quizá algún día serán solo una curiosidad para turistas. Pero no por eso la ciudad se confunde con cualquier otra. Multitudes estresadas y atareadas en los grandes barrios de negocios, entre rascacielos que me recuerdan menos a Nueva York que los antihigiénicos mercadillos de Weicongcun, por un lado, y el taxista que se detiene, dice que no le apetece llevarnos, busca un rincón con algo de sombra en la acera y allí se sienta a fumar pachorrentamente un cigarrillo. Bajo el sol nos deja, tratando de conseguir otro taxi,  mientras él se pierde en sus ensoñaciones contemplando las volutas de humo. Un discípulo de Confuncio, quizá. O solo un mal trabajador. Procuro mirar, anotar, no opinar. Pero no soy capaz de evitar la tentación de las apresuradas generalizaciones. Me gustan los símbolos. El taxista indolente, el estudiante que llega con su bicicleta al local en que desayuno (me gusta ver pasar la gente sentado tras la cristalera), pide un café, se lo bebe fuera y, cuando termina, arruga el vaso y en lugar de tirarlo al suelo, lleno de desperdicios, lo deja en la cesta de su bicicleta, sin duda para depositarlo más adelante en un contenedor de basura, y parte hacia sus ocupaciones. Los nuevos chinos piensan, como yo, que solo hay que conservar las tradiciones que merecen ser conservadas.


Martes, 12 de junio
SALDAR DEUDAS

Antes de mi primera charla, cuento una historia que he contado infinitas veces. La poesía la descubrí a los diez años, con un texto que ni siquiera sabía que era un poema. La profesora de Lengua, Sara Suárez Solís, nos hizo un dictado. Tras corregir la ortografía, pasamos a otra cosa. Ni siquiera mencionó al autor. Pero aquellas frases, que yo no entendía del todo, tenían un misterio y un fulgor distintos. Se me quedaron en la memoria. Durante más de veinte años vivieron anónimamente en mi memoria. Y por fin un día, al hojear impaciente un libro recién comprado me las encontré. Eran nada menos que un texto de Li Po en la versión de Marcela de Juan. Mis amigos están hartos de oírme recitar ese poema, como una especie de oración, antes de cualquier lectura. Almuzara creo que ya ha llegado a aprendérselo también de memoria. Lo dije en Nueva York y en Roma, también en Piedras Blancas y, hace unos días, en Sevilla. Y ahora lo recito ante los atentos ojos, muy abiertos, de los alumnos de la Universidad de Estudios Extranjeros. Sonrío porque ya sé qué deuda he venido a pagar a esta ciudad. Rodando por el azaroso camino de los siglos y las lenguas un poema llegó hasta el aula del instituto Carreño Miranda, en Avilés, para abrirle a un  niño la puerta de un mundo inagotablemente maravilloso. Y medio siglo después ese niño lo devuelve al lugar de partida. He de hacer un esfuerzo para que no se me llenen los ojos de lágrimas, al repetir una vez más: “¿Cuánto podrá durar para nosotros / el disfrute del oro, la posesión del jade?”. Cuando al final del poema, lleno mi copa para vaciarla de un trago, se que he saldado una deuda. Pero todavía me quedan infinitas deudas que saldar.


Jueves, 14 de junio
YO, COMUNISTA

De sobra sé que no nací para diplomático. Pero a veces me paso. A la entrada de la Universidad, el año pasado colocaron una gran piedra con el lema escrito en grandes caracteres chinos y también en latín y en todas las otras lenguas que en ella se enseñan. La versión española a mí me gusta poco. Es la peor de todas, carece de cualquier elegancia epigráfica: “Una mente abierta a lo universal, / conocimiento concebido para ser aplicado”. A la salida de mi conferencia, se lo comento al decano. “Parece que lo ha redactado un funcionario sin sentido estético”. Él sonríe y no dice nada; luego sabré que ha sido a él a quien el año pasado le pidieron la versión. Pero no todo acaba ahí. Mientras cenamos pato laqueado en un restaurante tradicional (yo soy tan inhábil con los palillos que pronto me resigno una vez más al ayuno protocolario), acabo dando una conferencia sobre la situación política de China. Liú, el decano, que es un sabio bien humorado, me escucha sin perder un momento ni la paciencia ni la sonrisa. Al final me dice: “Tendrías que dar una charla ante el comité central del Partido. Estarían encantados de oírte. Piensas exactamente lo que piensan ellos. Que los occidentales quieren traer la democracia lo más pronto posible para hundir la economía China y así eliminar a su mayor competidor en estos tiempos de crisis”.
            Llevo tres días en este país, ni siquiera sé utilizar los palillos y ya doy lecciones sobre cómo solucionar sus problemas. No tengo remedio. 


sábado, 9 de junio de 2012

Razón de más: Festina mox nox

Sábado, 2 de junio
NADIE ME ESCUCHA

“Si nadie te escucha, puedes decir todo lo que se te ocurra” escribe Jarvis Cocker, vocalista y letrista de Pulp, en el prólogo a Madre, hermano, amante, recopilación de las letras de sus canciones. Yo también, en lugar de quejarme de que nadie me escucha, siempre he procurado aprovecharme de esa libertad.
            Sigo leyendo: “Una habilidad no es más que una incapacidad disfrazada”.
“No intentes esconder tus defectos, exagéralos, hazlos tan grandes que nadie pueda verlos”.
“Sin un inmenso amor no correspondido ninguna vida está completa”.
“Puedes hacer mitología con lo que quieras, salvo con los mitos clásicos, con ellos solo se hace arqueología”.
“Con los temas profundos es difícil no ser superficial”.
 “Cuenta tu vida de manera que nadie sepa donde acaba la realidad y comienza la fantasía”.
“El arte es lo que queda de la vida cuando de la vida no queda nada”.
“Aléjate un poco de lo que más te interesa para poder verlo con claridad”.
 “No te esfuerces en ser distinto a todo el mundo si no quieres acabar siendo como todo el mundo”.
“El niño sabe todo lo que hay que saber, pero solo cuando llega a viejo y lo ha olvidado sabe que lo sabía”. 
“Procura que lo que haces se parezca a lo que eres como un huevo a otro huevo y no como un huevo a una castaña”.
“El mejor momento de la vida siempre suele llegar demasiado pronto, o demasiado tarde”.
“El mejor lugar del mundo no está lejos del peor lugar del mundo, casi siempre está en el mismo lugar”.
“Si sabes claramente lo que quieres, seguro que no sabes lo que quieres”.
“Un hombre y una mujer no son nada si solo son un hombre y una mujer”.
“Solo si sabes que no eres tan listo como te crees eres tan listo como te crees”.
“Trabajo mucho para que no se note lo mucho que trabajo”.
“Los secretos que todo el mundo conoce, pero nadie se atreve a confesar en voz alta: esos son los verdaderos secretos”.
“No decir nada, a menudo es ya decir demasiado”.
“La última mujer de tu vida es siempre la primera mujer de tu vida”.
“El mundo entero cabe en las cuatro calles de tu barrio mejor que en el mundo entero”.
“Me gusta que me mientan, pero no soporto que me engañen”.
“Pasamos más tiempo muertos que vivos, incluso cuando estamos vivos”.


Lunes, 4 de junio
EL HOY ES MALO

Casi cada mañana, cuando paso por Los Porches, se me acerca una señora, a la que conozco de coincidir en la cafetería, con el periódico lleno de malas noticias económicas en la mano, y me dice: “Tú que eres tan listo, que siempre andas con libros, ¿cuándo crees que se va a solucionar esto?”. Está muy preocupada porque su hijo, que ha terminado brillantemente los estudios, no tiene trabajo. Y yo, a la vez halagado y humillado, tengo que contestar: “No lo sé”. Nadie lo sabe. No hay recetas. Lo que beneficia por una parte, perjudica por otra. “¡Y luego este rey que tenemos!”, añade ella que es muy de Oviedo, o sea, muy de derechas, pero nada monárquica. Yo lo soy todavía menos, pero por una de esas contradicciones de las que nadie se libra creo que ayudará a recobrar la confianza en el futuro el que el tiempo viejo, con sus corruptelas y sus Carlos Dívar, pase a la historia y un nuevo jefe del Estado inicie un nuevo tiempo. A Felipe de Borbón, que tanto gusta de las citas poéticas, yo le ofrezco una de Machado: “El hoy es malo, pero el mañana es mío”. Y mejor.


Miércoles, 6 de junio
UNA DUDOSA MANERA

A las doce en punto se comunica, desde la capilla del hotel Reconquista, la concesión del Príncipe de Asturias de las Letras a Philip Roth; a las doce y cuarto, ya estoy en Los Porches con un café y tres o cuatro libros tratando de recuperar mis costumbres perdidas. Pero me cuesta. Tengo la sensación de haber hecho el ridículo. No aprendo. Y eso que siempre he estado rodeado de buenos maestros. Por ejemplo, Víctor de la Concha. O Xuan Bello. El año pasado, tras las primeras votaciones, que dejaron fuera a Javier Marías, Teresa Sanjurjo (por inverosímil que parezca) y Víctor de la Concha me echaron una bronca en el pasillo, como si yo tuviera la culpa. Estaba completamente de acuerdo con ellos en que la apertura internacional del premio de las Letras (una inteligentísima idea) no podía suponer dejar fuera a los autores de lengua española. Y se estaba dando esa impresión. Pero para que un autor de lengua española sea premiado es necesario, obviamente, que sea candidato. Y eso no podía solucionarlo el jurado, al que el nuevo reglamento impide presentar candidatos. Teresa Sanjurjo, directora de la Fundación, me pidió que pasara por su despacho para hablar del tema. Hay muchos medios para conseguir buenos candidatos. Se nos ocurrió consensuar una lista entre críticos, catedráticos, profesores de literatura para que nunca faltaran diez o doce nombres de primera fila españoles e hispanoamericanos entre los aspirantes al premio. Y que luego el jurado decidiera libremente, como es habitual. Pero esos buenos propósitos se quedaron en nada. Este año no es que no hubiera más escritores de lengua española, es que no había prácticamente ninguno. Y los pocos que había incumplían casi todos una de las exigencias explícitas del reglamento para la admisión de candidaturas: el reconocimiento internacional de su obra. Daba risa leer algunos de los currículos. Y yo en lugar de callarme, votar y luego irme discretamente con la música a otra parte, que es lo que haría cualquier persona inteligente, pues discutí, discrepé, enfadé a unos y a otros… Bueno, exagero, creo que solo enfadé a Luis María Ansón. El resto del jurado –salvo Diana Sorensen, espantada con mis maneras– disfrutó viéndome hacer el buen salvaje, el ingenuo justiciero. Y lo curioso es que me comporté así, no porque no me hubieran hecho caso (no soy tan vanidoso, aunque lo finja), sino por sentido de la responsabilidad. Cuando la Marca España no pasa por su mejor momento, cuando el gobierno lleva tan lejos la lucha contra el optimismo de Zapatero que hace todo lo posible por acabar con la autoestima nacional, cuando están en entredicho parte de la familia real, el presidente del tribunal supremo, el banco de España y no sé cuántas cosas más, parece poco conveniente declarar insistentemente que los escritores de lengua española no tienen nada que hacer frente a los que escriben en inglés.  


Y si la Marca España no sale beneficiada, la monarquía mucho menos. ¿Cómo no voy a sentirme ridículo dando lecciones de cómo apoyar a la monarquía a monárquicos de toda la vida como mi admirado, es un decir, Ansón? Pero un premio que lleva el nombre del próximo jefe del Estado no puede granjearse la enemistad, o al menos la antipatía, de los escritores españoles. Ya se sabe que los escritores importan poco, pero cuentan mucho a la hora de crear opinión. Y la monarquía no pasa por el mejor momento para jugar con esas cosas. Yo debería haber aprendido de Víctor de la Concha, dejar de luchar contra la corriente y abandonar el barco (él para seguir con sus cada vez más altos destinos, yo para seguir con mis buenas costumbres, que no cambio por sus toisones), o de Xuan Bello, que enseguida comprendió lo que se pedía de él: ver, oír, votar y callar en las reuniones formales, y luego en las comidas, pasillos y paseos lucir todo su encanto y toda su inteligencia y hacerse con el personal.
            Tomo mi café, hojeo un novelón de Elsa Morante, Mentira y sortilegio (termina con un poema dedicado a un gato: “La alegría de saberte mi amigo / le basta a mi corazón”), y sonrío. Diez minutos después ya se me ha pasado el mal humor. He hecho el ridículo, pero eso no es ninguna novedad. Estoy acostumbrado. Si no me llaman más, perfecto; pero si me llaman de nuevo, allí volveré a dar la tabarra. Soy de los que, cuando les piden su opinión, siempre la dan, aunque quien la pide lo haga solo por educada cortesía y por un oído le entre y por otro le salga.
            Mis amigos republicanos me reprochan que participe en este jurado. “¡Es una manera de apoyar a la monarquía!”, me dicen. “Tal como va el premio de las Letras”, les respondo, “una dudosa manera”.   
            

Jueves, 7 de junio
ME QUITAN EL SITIO

En la presentación del nuevo libro de Javier Almuzara, Catálogo de asombros (tiene lugar en el Ateneo Obrero de Gijón, un lugar de  hermosas resonancias republicanas), cuento una vieja anécdota. Hace más o menos cuarenta años, yo daba clases en un colegio de Mieres. El colegio se llamaba Carrero Blanco, eran otros tiempos, pero los niños eran tan inquietos e inteligentes como suelen ser los niños antes de convertirse en adultos. Mi caligrafía siempre ha resultado detestable, pero entonces lo era menos que ahora, y me esforzaba todo lo posible cuando escribía un texto en el encerado para que los alumnos lo copiaran. Pero una vez salió al encerado uno de los niños y escribía tan bién que otro no pudo menos de exclamar: “Maestro, lo hace mejor que usted”. Conté esa anécdota y añadí: “Seguro que ahora muchos, después de escuchar a Almuzara, se quedan con ganas de decir los mismo: Profesor, habla y escribe mejor que usted”.
            Al final de la presentación, mientras tomamos el vino al que nos invitaba la editorial Impronta en su estreno, se me acerca una de las asistentes: “Me ha interesado mucho lo que ha dicho, yo fui profesora en el instituto de Mieres”. Pero seguro que ella no pensó que Almuzara escribiera mejor que yo porque terminó la breve conversación con esta pregunta: “Por cierto, ¿cómo se llama usted?”


Viernes, 8 de junio
RELOJ DE SOL

El libro de poemas de Inmaculada Pelegrín, Cuestión de horas, trae un maravilloso regalo. Cada una de las secciones va precedida por una inscripción encontrada en un reloj de sol. Algunas son bien conocidas, otras no las había oído nunca; todas resultan memorables.
            “Sol me vos umbra regit”. El sol a mí me gobierna, a vosotros la sombra. “Detego tegendo”. Descubro cubriendo. “Breves sunt sint utiles”. Son breves, sean útiles. “Dum numeras amittis”. Mientras las cuentas, las pierdes. “Fallere nescio”. No sé engañar. “Sol rex regula”. El sol es rey y norma. “Ego redibo tu nunquam”. Yo volveré, tú jamás. “Veritas filia temporis” Verdad, hija del tiempo. “Altera pars otio pars ista laboris” Una parte para el ocio, otra para el trabajo. “Festina mox nox”. Apresúrate, pronto anochece. 


sábado, 2 de junio de 2012

Razón de más: Cierro los ojos confiado


Sábado, 26 de mayo
NOSTALGIA DEL CLAUSTRO

Siempre he tenido una cierta predilección por la vida monástica o cuartelera. Nada me hace más feliz que los horarios rígidos, las normas claras, la vida minuciosamente pautada. Orden exterior, total libertad interior. El pensamiento libre, la curiosidad siempre alerta, los demonios sueltos pero nunca desmandados, y a las siete en punto el desayuno, a las doce la comida y a las seis la cena, y horas fijas para el paseo, el rezo o la instrucción. Dormir bien con el cuerpo fatigado y la mente siempre alerta. Mucha soledad, pero en cercana compañía.
            Estas cosas pienso en Caleruega, donde nació Santo Domingo de Guzmán. Sobre un alto pedestal, en la plaza del pueblo, alza la mano señalando al cielo. Allí envió muchas almas, aunque no tantas quizá como cuerpos albigenses al sepulcro los cruzados papales a los que acompañaba.
            De estas cosas hablo, poco educadamente, con el padre prior de los dominicos mientras nos muestra el claustro y el museo del cercano monasterio de las monjas. Pronto me arrepiento, no es el lugar más adecuado para anticlericalismos. A fin de cuentas, si Torquemada era dominico, también lo era Fray Bartolomé de las Casas, y váyase lo uno por lo otro.
            Paseo solo, ya de noche, por los alrededores del inmenso edificio, con sus torretas cónicas en las esquinas y la sólida torre de los Guzmanes alzándose en medio. Podría servir de cobijo al pueblo entero, y aún habría sitio para gente de los alrededores, pero solo lo habitan ocho frailes y dos legos. La silueta de un ciprés se recorta en el cielo lleno de estrellas, coronada por la dorada luna en cuarto menguante.


Domingo, 27 de mayo
CONOCER A LOS HOMBRES

Las mañanas de los domingos están hechas para tomar el sol, pasear entre los puestos de libros, saborear luego un tranquilo café hojeando las recientes adquisiciones. En Burgos estuve por primera vez en 1971. Vine a recoger un premio literario, el único que he obtenido (se me puede perdonar porque solo tenía veinte años).
Recorro ahora el paseo del Arlanzón, atravieso el Arco de Santa María, entro en la catedral, solo, como hace cuarenta años, y no con más certezas. Aquel primer libro premiado se titulaba Marineros perdidos en los puertos y no valía nada. Dentro de otros cuarenta años probablemente se pensará lo mismo de lo que escribo ahora. Pero lo que es seguro es que no seré yo quien lo piense.
            Hojeo luego, en la terraza de un café, uno de los libros que acabo de comprar, El arte de conocer a los hombres, del Abad de Bellegarde. Esta nueva edición enmendada se publicó en Amberes, “a costa de Andrés Perisse”, en 1755. No se engaña el sabio abad sobre la naturaleza humana: “Es tan bueno el hombre que no puede sufrir las buenas cualidades de los otros, ni naturales ni adquiridas, ni corporales ni espirituales; les envidia su talle, su buen parecer, su vigor, su salud y su mérito. No solamente no hace caso, y no se preocupa de los otros sino en tanto contribuyen a su gloria o su placer, o pueden servirle a sus intereses; también es su enemigo irreconciliable, en cuanto dan alguna muestra de oponerse a lo que él desea; y es tal la violencia de su amor propio, que se halla siempre dispuesto a hacerlos miserables, y a destruirlos, si no puede colmar sus deseos más que por medio de su infortunio y de su destrucción”.
¡Qué bien conocía a los hombres el abad de Bellegarde!


Lunes, 28 de mayo
DE SOMBRA Y SUEÑO

En Covarrubias, ante la estatua de Cristina de Noruega, recordé los versos de Juan José Cuadros: “Caballeros / de roja barba dan escolta / a tu cortejo; las muchachas / de piel de trigo, ojos de novia / y ataviadas para el baile, / vinieron a ofrecerte moras / silvestres de encendido zumo / para las sedes de tu boca / acostumbrada al hielo, y / las parras te prestaron sombra / –de sombra y sueño somos– para / ese salvaje sol que encona / su llamarada y que te irá / consumiendo como una antorcha”.
            La leyenda dice que Cristina de Noruega murió en Covarrubias de melancolía. El guía nos dice que murió en Sevilla y de una infección de oído. Yo me fío más de la leyenda. A la memoria me vienen unos versos de José Bergamín: “Qué poco me va quedando / de lo poco que tenía. / Todo se me va acabando / menos la melancolía”.


Martes, 29 de mayo
KAFKA EN LA FUNDACIÓN, KAFKA EN LA UNIVERSIDAD

“¿Todavía sigue siendo jurado del premio Príncipe de Asturias?”, me pregunta un amigo.  “Todavía no se han cansado de mí; debe ser porque salgo barato”, “Claro, no te van a pagar lo mismo que a Sánchez Dragó”, “A nadie pagan nada, salvo viaje y alojamiento, y yo vivo aquí mismo”, “Pues entonces creo que deberías dejarlo, no es buen momento para que le asocien a uno con la monarquía”, “No te preocupes que ahora no va a pasar como cuando Alfonso XIII perdió el amor de su pueblo; ahora hay recambio, y un buen recambio”, “Cortesano te veo. ¿Y cuándo le vais a dar el premio a un autor de lengua española? Para alguien que escriba en español es ya más difícil conseguir el Príncipe de Asturias que el Nobel?”, “Pues este año parece que tampoco va a ser”, “¿Están vetados?”, “No, ni mi opinión influye mucho. Una vez propuse a Eugénio de Andrade, lo defendí y luego solo tuvo mi voto, no conseguí convencer a nadie. Pero ahora eso ya no es posible, los miembros del jurado de las Letras no podemos proponer candidatos para el premio de las Letras. Podemos hacerlo en cualquier otro, pero no donde teóricamente somos especialistas. Antes uno recibía las candidaturas presentadas y, en los quince días que quedaban para las reuniones del jurado, podía añadir algún nombre significativo que echara en falta. De ese modo se conseguía que entre los candidatos estuvieran siempre los mejores escritores. Ahora no es así. Los que proponen suelen ser consulados, embajadas, asociaciones como el Pen Club, todos muy protocolarios, oficialistas y con escasa capacidad crítica. ¿Entre qué autores de lengua española tenemos que decidir este año? Entre muy pocos y, en la mayor parte de los casos, ni siquiera cumplen las condiciones necesarias para ser candidato. Porque, como ocurre siempre, la burocracia de la Fundación es muy rígida en unas cosas y muy laxa en otras. Yo de ninguna manera puedo presentar como candidato a Antonio Muñoz Molina, pero el rector de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala (que quizá ni siquiera es especialista en literatura) puede presentar a Amable Sánchez, que primero dio clases en esa universidad y ahora trabaja en ella como corrector de estilo. Ya me dirás cuál es la “repercusión internacional” de Amable Sánchez, a pesar de que esa es condición imprescindible para optar al premio. Otro candidato es un cubano de Miami entre cuyos méritos está el haber obtenido en España el premio de poesía Amantes de Teruel (¡prestigioso galardón!); lo propone Jennifer Clement, presidenta del Pen Club de México, también sin duda bien conocida especialista en la literatura contemporánea”, “Pero no todos los autores de lengua española serán así. ¿No están Caballero Bonald, Brines, Marsé, Savater, Ana María Matute, Gamoneda, Millás, Ricardo Piglia, incluso Pere Gimferrer o Francisco Rico, que se considera mejor prosista que Javier Marías?”, “No, no están, pero está Gabriel García Márquez, a pesar de que haya dicho por activa y por pasiva que no acepta ningún premio después del Nobel. Lo propuso un despistado Woody Allen, porque quizá era el único autor de lengua española que le sonaba, y lo aceptó algún despistado funcionario de la Fundación. Pero el amplio jurado (hay casi tantos miembros como candidatos), que algo sabe del asunto, no puede proponer a nadie. Así va el mundo. También tenemos en España un ministro de Educación que valora tanto la docencia que la considera un castigo para los profesores universitarios que no investigan bastante o que no justifican adecuadamente su investigación según burocráticos criterios. Para él, en la Universidad, el que vale investiga y el que no vale enseña. ¡Pobre alumnos!”


Miércoles, 30 de mayo
CONTRA LA MELANCOLÍA

Andar ajetreado de un lado para otro, enredado en cien asuntos, es mi remedio contra la melancolía. Pero los días tienen veinticuatro horas, y por muchas ocupaciones que uno se invente, siempre queda tiempo para encontrarse con ella.
            Llego a las seis, a las ocho presento un libro en el Centro Andaluz de las Letras, y antes subo hasta lo alto de la Alcazaba para observar la ciudad y el puerto, el mar y el lejano horizonte.
            A Antonio Machado, que casi me sé por completo de memoria, le tengo siempre como mentor y maestro, pero hay una cosa en la que no estoy de acuerdo con él. “Y al cabo nada os debo; debéisme cuanto he escrito” afirma en su famoso “Retrato”. Yo no tengo la sensación de que nadie me deba nada. Podré estar en deuda con mucha gente, pero el mundo no está en deuda conmigo. Dejo que me acaricie una vez más, en este lento atardecer, mientras me llegan, con el rumor de Málaga a mis pies, tantos recuerdos, tantos versos, tanta vida vivida y nunca perdida.
            Sonrío ante mi añoranza del claustro o del cuartel. Para la vida militar me faltaron condiciones físicas; para la vida religiosa, capacidad del comulgar con ruedas de molino.
            Los dioses castigan a los hombres concediéndoles lo que desean. A mí me lo han negado. Señal de que me quieren bien.

        
Jueves, 31 de mayo
EN LA PLAZA DE LA ENCARNACIÓN

Días sin apenas tiempo de leer los periódicos. Quizá por eso aún no he perdido del todo el buen humor.  “¿Pero tú escuchaste ayer a Rajoy?”, me pregunta un amigo en lo alto de la plaza de la Encarnación, mientras tomamos un café entre las azoteas, las cúpulas y las torres de Sevilla.  “No. Supongo que haría lo de siempre, echarle toda la culpa al gobierno anterior”, “Ha dicho que Zapatero dejó a España a un paso del abismo, pero que gracias a su esfuerzo hemos logrado dar un paso al frente”.
            Resulta tan verosímil que tardo en darme cuenta de que se trata de un viejo chiste.


Viernes, 1 de junio
UNAS MANOS

Soy muy sensible al cariño. Recuerdo el gato, de apenas tres meses, que en la plaza de Caleruega, levantó del suelo Cristina Fierros cogiéndole delicadamente por detrás de la cabeza. “Así los transportan las madres cuando son pequeños”, dijo. Y el gato apaciblemente plegó las patitas, puso cara de confiada felicidad y se dejó llevar de un sitio a otro. Yo, como ese gato, cierro los ojos confiado, y me dejo llevar de un sitio a otro y acariciar por unas manos que no existen y sin embargo todavía me sostienen.