sábado, 29 de diciembre de 2012

Nada personal: De guante blanco


Domingo, 23 de diciembre
RECUERDOS OLVIDADOS

Salgo de ver El cuerpo, la película de Oriol Paulo, con su intrigante comienzo, como de novela de William Irish, y su frustrante y rebuscado desenlace (raro es el enigma que no fracasa en la solución), y al cruzar el parque de Los Prados, solitario a estas horas, me encuentro de pronto con una mujer que me saluda.
Me asusto bastante porque no sé de dónde ha salido. “¿No te acuerdas de mí? ¿No me reconoces?”. No, no la reconozco, pero su cara me resulta familiar, me inspira confianza. “Si me puede dar alguna pista, o decirme directamente su nombre, la verdad es que tengo un poco de prisa”. Y ella: “Mi nombre no te lo puedo decir, tendrás que adivinarlo”. Aceleré el paso: “Disculpe…”
Cuando llegué a casa, pocos minutos después, allí estaba sentada en el sofá. “Tengo las llaves, no creas que soy un fantasma”, dijo mostrándomelas.
“Deberías recordarme, estuvimos a punto de casarnos, y esa no es una experiencia que hayas tenido muchas veces”. “Pues ahora sí que no recuerdo nada”, dije firmemente. Soy de esas personas que jamás recuerdan nada que no les interesa recordar. “Entonces me destrozaste el corazón, pero ahora me alegro de que no te casaras conmigo. Yo no habría podido vivir en esta leonera, con libros por todas partes. ¿Cómo eres capaz de encontrar lo que buscas? ¿No te ahogas entre tantos montones de papel?”.
Yo seguía sin recordar nada, estaba firmemente decidido a ello, pero sentía cierta mala conciencia por mi comportamiento de otro tiempo y quise ser amable. “En unos minutos preparo la cena. ¿Quieres cenar conmigo?”, “No me fío demasiado de tus habilidades en la cocina”, “Solo tengo que meterla en el microondas. La ha preparado la asistenta”.
“¿Por qué despareciste tres días antes cuando ya estaba todo preparado? ¿Por qué no diste ninguna explicación ni entonces ni en todos estos años?”, “No sé de qué me habla”, “¿Ahora vuelves a tratarme de usted?”, “Quizá tenga prisa. Si no puede quedarse a cenar conmigo, lo comprendo perfectamente”. “Ahora quieres echarme. No te preocupes, no estaré mucho tiempo. ¿Sabes que estuve en tratamiento psiquiátrico durante varios años? Pero no te preocupes, ya estoy curada, me casé, soy feliz, tengo tres hijos, nunca me acuerdo de ti, aquello fue una pesadilla hace tiempo desvanecida”, “¿Y qué haces aquí entonces?”, “Aquí, ¿dónde? ¿En tu casa o en tu cabeza?”, “¿No pretenderás hacerme creer que eres una alucinación mía?”, “¿Y qué otra cosa voy a ser? Crees que me has olvidado, nunca piensas en mí, nunca le has hablado a nadie de mí, encerraste mi cadáver en el sótano más profundo y atrancaste bien la puerta, pero los cadáveres se pudren y su hedor atraviesa cualquier rendija. Yo he superado el daño que me hiciste; tú, no; tú no lo superarás nunca. Seguirá ahí, agazapado en un rincón, como una alimaña que no perdona ni olvida dispuesta a saltar sobre ti cuando menos lo esperas. Pero te dejo, no te preocupes. Yo te quise de verdad, pero hace tiempo que no me importas nada; tú no me querías o tuviste miedo de quererme, pero nunca podrás librarte de mí. ¿Tienes a mano un papel? Apunta mi teléfono. Me alegrará que me llames, no te guardo ningún rencor. Te presentaré a mi hijo más pequeño; las dos hermanas mayores viven fuera. Ya le conoces en realidad. Estudia en el Milán. Es alumno tuyo”.


Lunes, 24 de diciembre
PESADILLLA ANTES DE NAVIDAD

Soñé que todos mis amigos dejaban de quererme. Y al despertarme, cuando los necesitaba, ninguno estaba allí.


Martes, 25 de diciembre
MITOS

Me gustan las mañanas que son como la primera mañana del mundo. Salgo del hotel por la escalera secreta, junto a la capilla, y paseo por el parque solitario. Ha llovido por la noche, los árboles y el césped brillan ahora como recién lavados, como recién creados. Voy saludando a viejos conocidos que abren sus brazos desnudos o todavía llenos de hojas en el azul, escucho el rumor de las sigilosas fuentes machadianas, visito la mansión del ciervo volante… Salgo luego a las calles, también todavía solitarias, tan familiares y tan desconocidas.


            Antes de la comida familiar, se me ocurre, no sé por qué, visitar el Fondo de Valliniello, mi primera residencia en Avilés, allá por 1960. Ahora ha recuperado su condición rural. No logro reconocer el lugar en que estaban la escuela, el lavadero, el cine, la casa en que viví. Todo pegado a los muros de la antigua Ensidesa, todo siempre cubierto de polvo y tóxicos desechos, todo temblando cuando el monstruo siderúrgico rugía (y lo hacía con frecuencia, especialmente a altas horas de la noche).
Han arrasado, maquillado, falseado el lugar. Han plantado árboles, borrado cualquier huella de cuando allí se hacinaron los emigrantes y sus familias. Solo los antiguos muros siguen presentes, y tras ellos el envejecido y achacoso monstruo de cien cabezas. Yo he hecho lo mismo con buena parte de mi vida.
            Termina la mañana en el Faro de Avilés, en San Juan de Nieva, que tantas veces he visto desde la otra orilla, o desde la ría, y al que nunca me había acercado. Como cualquier faro es una invitación a la ensoñación y al viaje, o a lo mejor del viaje, el regreso.
            Mañana de Navidad, un solsticio de invierno que es casi de verano. El pasado se borra, se reescribe, regresa, no se va nunca. O no ha existido nunca.
            El niño que fui renace cada Navidad. La mentira de los mitos es más verdadera que cualquier verdad.


Miércoles, 26 de diciembre
RICO, RICO

“Estuve con Francisco Rico en la presentación del libro de Trapiello”, me cuenta mi amigo Enrique Bueres, que aprovecha estas breves vacaciones para pasar por la tertulia como en los viejos tiempos. “Me contó una historia confusa que tenía que ver contigo. Al parecer has publicado una reseña sobre su edición del Lazarillo que no has escrito tú sino una antigua alumna suya, medio loca (eso dio a entender), que se llama Rosa Navarro Durán”.
            Y yo sonrío. Qué raros somos los seres humanos. De cuántas piezas estamos hechos. Francisco Rico es un sabio, quién lo duda, pero pasará a la pequeña historia de la estupidez contemporánea por un furibundo artículo de opinión publicado en El País contra la ley del tabaco, en el que afirmaba –entre otras lindezas– que era “un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y vileza”. Y respaldaba la objetividad de sus argumentos con “en mi vida he probado un solo cigarrillo”. Luego resulta que era una broma, porque se trata de un pertinaz fumador. Una broma que a nadie hizo gracia.
            Una broma constituye quizá también su afirmación de que el Lazarillo no es una obra anónima, sino apócrifa. Se pretendería hacer creer que su autor, no solo su protagonista, era Lázaro de Tormes, el pregonero analfabeto de Toledo. Y así lo indica la portada de su edición: “Lázaro de Tormes” (entre comillas para indicar que es un apócrifo). Basta comenzar a leer la obra para darse cuenta de que esa interpretación no se sostiene: quien habla es un escritor que cita a Plinio y parafrasea a Horacio y Cicerón (como señalan las notas), no el pregonero que jamás ha tenido un libro en las manos.
            Pero Francisco Rico, en el ámbito de la filología, tiene algo de señor feudal de horca y cuchillo; es un catedrático a la antigua, de los que procuran no dejar crecer la hierba fuera de sus dominios. Por eso nadie se atrevió a decir que esa ocurrencia de última hora era una tontería insostenible. Lo dije yo en mi reseña, y la infantil manera que se le ocurre de refutarme es que esa reseña no puedo haberla escrito yo (que no soy especialista en el Siglo de Oro), sino una antigua alumna suya que sí es catedrática de la especialidad y a la que valora tan poco que ni siquiera se ocupa de rebatirla.
            Y luego dicen que la erudición no es divertida. Francisco Rico es un sabio, el mejor editor de los clásicos que hayamos tenido nunca, pero además es un disparatado personaje que parece sacado de uno de esos novelones anacolúticos de su amigo Marías. A mí, quizá porque no lo frecuento nada y nunca he tenido que padecerle, me hacen mucha gracia sus ocurrencias. Me imagino que a Rosa Navarro Durán le harán menos.


Jueves, 27 de diciembre
LA REALIDAD Y EL SUEÑO

Me gusta utilizar la televisión como cortinilla que separa la realidad y el sueño. Todos los días la enciendo media hora o una hora antes de irme a la cama. Durante un tiempo prefería las series cómicas, como Big Bang (tengo grabados todos los episodios), ahora me fascina Ladrón de guante blanco. Me identifico bastante con la maniática genialidad de Sheldon Cooper, pero todavía más con la inteligencia sofisticada de Neal Caffrey, un elegante estafador y falsificador obligado a colaborar con el FBI (aunque nunca está claro si colabora de verdad o no). La acción transcurre en una Nueva York que muestra su mejor cara y no hay cadáveres ni descuartizamientos ni crímenes rituales, solo robos en museos y complicadas estafas y tesoros escondidos en un submarino nazi. Veo cada episodio como quien escucha un cuento de hadas y voy a la cama, olvidado por un rato de los desastres del mundo, a soñar con los angelitos y con Matt Bomer, el actor protagonista, mi héroe favorito, la persona que me gustaría ser de mayor.


Viernes, 28 de diciembre
PASO LISTA

Como todos los que me conocen saben, nada me gusta más que hacer listas. De las cosas más pintorescas. De la gente que me quiere, por ejemplo. O de la que me odia. En este día melancólico me ha dado por revisar esta última, y me sorprende su brevedad. Solo hay diecisiete nombres. ¿Tan poco importante soy que solo me odian diecisiete personas? Pero no, no hay motivo para deprimirse: he dejado fuera todo lo que tiene que ver con motivos literarios. Quiero decir que no apunto los nombres de los poetas a los que he maltratado reiteradamente en mis reseñas, a la mayoría de los cuales no conozco personalmente. Supongo que también me odiarán, pero ellos no cuentan.
Separo luego en la lista los que me odian sin razón, porque sí (como hacemos todos a veces), de aquellos otros que tienen razón para odiarme, de aquellos a los que he hecho daño. Quedan diez. Diez que yo sé que no me han perdonado, porque –queriendo o sin querer– sin duda habré maltratado a bastantes más personas.
            De lo que no guardo lista es de los que me han hecho daño a mí. ¿Para qué? Si ya no pueden volver a hacérmelo, los borro de la memoria. La venganza es propia de gañanes, no de caballeros.


Sábado, 29 de diciembre
UN SECRETO INCONFESABLE

Soñé que era feliz. Y al despertarme lo seguía siendo.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Nada personal: Ruedas de molino


Domingo, 16 de diciembre
SÉ QUE SÍ

Nunca le he contado a nadie lo que le voy a contar a usted. ¿Para qué? Nadie me creería. Usted tampoco. O quizá sí. A fin de cuentas, si es verdad lo que escribe, le pasan cosas semejantes.
Iba yo a Madrid en coche, por asuntos de trabajo, la semana pasada. Entre Zamora y Benavente tomé una pequeña desviación hacia el pueblo de mi mujer. Tenía que entregarles un paquete a unos parientes suyos.  Cien veces he hecho yo ese camino. Podrá hacerlo con los ojos cerrados Y sin embargo esta vez me perdí. Se tarda poco más de quince minutos en llegar al pueblo y yo llevaba más de media hora y ni siquiera divisaba las pequeñas lomas que lo preceden.
La carretera comarcal continuaba recta, no se divisaba ni un árbol ni una casa por ninguna parte. En el horizonte apareció de pronto una inmensa luna amarilla, como una moneda de oro. En el aire sentí una vibración extraña. Detuve el coche. Comencé a dar la vuelta. Regresaría al punto de partida y continuaría hacia Madrid. Era lo mejor. No quería llegar demasiado tarde. A fin de cuentas, el paquete podía perfectamente entregarlo a mi vuelta, dos días después. El sol ya se había puesto hacía rato, pero aún había bastante claridad. De pronto la luz comenzó a cambiar de color y los campos a mi alrededor se fueron tiñendo de rojo, de verde, de un intenso azul. Bajé del coche sorprendido y algo asustado.
Y entonces los vi. Eran tres o cuatro, de aspecto muy extraño y a la vez familiar, no sé bien por qué.  A su lado estaba la nave, sin puertas ni ventanas, cuyas superficies reflejaban lo que había alrededor como un espejo. Yo vi mi coche y mi rostro atónito en ellas. Uno de aquellos individuos alargó su mano hacia mí. El brazo se estiró, como si fuera de goma, y sin él avanzar un paso comenzó a acariciarme la cara. Yo no sabía si gritar o echar a correr. Pero como en los sueños no podía hacer nada. Lo que ocurrió entonces fue sorprendente. La cara de aquel ser que me acariciaba, una cara impersonal como la de un maniquí, comenzó a parecerse a la mía; pronto no hubo diferencia entre la que reflejaba la superficie de la nave y la suya. Pero la del espejo tenía un gesto de terror mientras que la otra sonreía plácidamente. “No temas”, me dijo. Otro de aquellos seres alargó uno de sus brazos hasta tocar mi coche. Comenzó a pasear la mano por su superficie y otro coche idéntico fue apareciendo junto a la nave. Toda esta operación duró menos de lo que tardo en contarlo. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Cerré los ojos asustado y los abrí al instante. A mi alrededor no había nadie, comenzaban a aparecer las primeras estrellas y a soplar un viento frío. Yo parecía estar en medio de ninguna parte. Me metí en el coche, di la vuelta y menos de diez minutos después (aunque recordaba perfectamente que había tardado más de media hora en llegar hasta allí) estaba en la carretera general camino de Madrid. Antes de llegar ya me reía yo mismo de lo que presuntamente me había ocurrido. Tengo que descansar más o acabaré majara, me dije. Y es que últimamente, con esto de la crisis, tengo que trabajar más del doble para ganar menos de la mitad. Soy comercial, ya se imagina usted.
No le dije a nadie, ni siquiera a mi mujer, lo que me había pasado, o lo que yo creía que me había pasado. Alucinaciones causadas por la fatiga, sin duda. Pero desde entonces ocurren cosas raras, muy raras. Alguien me cuenta que se encontró conmigo en Barcelona cuando yo no me moví de Oviedo, o mi mujer me habla de una película que vimos juntos y que yo no recuerdo haber visto jamás. De esto último le echo la culpa a mi mala memoria, pero no sé. Es como si alguien se dedicara a suplantarme. ¿Pero por qué iba a hacer nadie nada semejante?
Le cuento esto porque, según su diario, usted ve el programa Alienígenas, del canal Historia, aunque me parece que solo para reírse. ¿Usted cree que habrá algo de verdad en lo que cuentan? Por supuesto que yo también, como usted y todas las personas sensatas, creo que no. Creo que no, creo firmemente que no, pero sé que sí. 


Lunes, 17 de diciembre
EN CENTRAL PARK

La historia es conocida, bien conocida. Una noche de abril de 1989 una mujer blanca, soltera, de veintinueve años, analista de inversiones, salió a correr después de la larga jornada de trabajo por Central Park, como solía hacer casi todos los días. La encontraron a la una y media de la madrugada con la ropa arrancada cerca del camino de conexión con la Calle 102. Tenía el cráneo aplastado, había sido violada. “Pesadilla en Central Park” fueron los titulares del día siguiente en todos los periódicos.
            Ese crimen marcó un antes y un después en la percepción que los neoyorquinos tenían de su ciudad. Por todas partes aparecieron patrullas de ciudadanos para devolver el parque a la gente, para liberarlo de las pandillas de salvajes merodeadores. Joan Didion lo analiza en uno de los capítulos de Los que sueñan el sueño dorado. Y muestra cómo un crimen real fue convertido en una narración simbólica. Todos los problemas de Nueva York podían desaparecer con un gesto mágico: entrar de noche en el parque cogidos de la mano, encender velas, expulsar con la sola presencia de los ciudadanos honrados, blancos en su mayor parte, a los depredadores, negros en su mayoría.
            Después de leer a Joan Didion, yo mismo veo la ciudad de otra manera. Los hechos, incluso los más violentos, no son nada si no se insertan en una narración que les da sentido, que les convierte en parte de un cuento con el que nos abren los ojos o, más a menudo, nos adormecen.

           
Jueves, 20 de diciembre
UNA NOCHE EN LA ÓPERA

¡Qué mundo tan ridículo el de los aficionados a la ópera!, pienso tras soportar en el Campoamor el primer acto de Agrippina.
            “¡Es una ópera antigua y muy larga!”, parece que pensó la directora, Mariame Clément. “Para hacer que el público no se aburra demasiado y entienda algo, voy a trasladar la acción a los años ochenta, voy a convertirla en un remake de las series televisivas Dallas o Dinastía”.
            En la ópera se llama “actualizar la acción” a cambiar de trajes. Clément además llena de pantallas la mitad del escenario. En ellas aparece de todo en revuelto y a menudo repugnante revoltijo, desde rascacielos hasta huevos fritos, desde una grúa hasta una fabada.
            Y los cantantes han de hacer continuamente el ridículo mientras cantan maravillosamente. En un diminuto despacho, que si nada tiene que ver con el mundo romano menos tiene que ver con el de los ejecutivos del petróleo, uno de los personajes viola a Agrippina sin quitarse los pantalones, y luego se sube la cremallera de la bragueta mirando al público (estos torpes pegotes escandalosos gustan mucho a los programadores). Tras quedarse sola junto a la bañera que Claudio acaba de abandonar (se baña con el sombrero tejano puesto, sin duda para hacer más gracia), Agripina juega con la espuma del agua sucia y luego vacía en ella una botella de champán (sé a quien le haría beber yo el mejunje resultante). Nerón se reúne a charlar con sus amigos en un coche abandonado en un desguace. De vez en cuando nos encontramos en un pueblerino restaurante… Nada de esto aparece, por supuesto, en el libreto de Vincenzo Grimani.
            En los actos siguientes ya lo pasé algo mejor. Encontré el remedio casi perfecto. Cerré los ojos y me dediqué a escuchar la música. Y a fantasear una escenografía a mi gusto. Como se estrenó en Venecia a comienzos del XVIII, me inspiré en el Veronés para los trajes fantasiosos y en Tiépolo para las arquitecturas palaciegas. Ottone y Nerone se escondían entre cortinajes, por supuesto, no en un armario ropero.
            Claro que de vez en cuando me podía la tentación y abría un instante los ojos: ver hacer el ridículo también tiene su gracia, sobre todo si quien lo hace es alguien, Mariame Clément, con muchas pretensiones, como demuestra en el programa de mano. Pero podía más la música y la historia tragicómica y en seguida volvía a cerrarlos.
            Luis Vázquez del Fresno, que se sentaba a mi lado, dijo con resignación: “Esto es muy frecuente. Hay que acostumbrarse. A saber lo que harán algún día con mi ópera La dama del alba”. Y yo pensé que a lo mejor, para que el público no se aburra, trasladan la acción al Madrid de Aquí no hay quien viva o La que se avecina.
            “Pues a mí me gusta”, me dice una señora de la fila de atrás (a su acompañante, en cambio, se le escapó un “putos vídeos” que a punto estuvo de provocar una general carcajada).
            Pero no se trata de que guste o no, sino de un desprecio a la obra representada que debería ser inaceptable. Es como si al comisario de la exposición de Matisse que acaba de inaugurarse en el Met de Nueva York le diera por pensar que la pintura de Matisse es aburrida y anticuada para el público actual, acostumbrado al cómic, y encargara que dibujaran graciosos monigotes en el cristal de los cuadros para que los visitantes se aburrieran menos.


  
Viernes, 21 de diciembre
RECUERDE ESE NOMBRE

Ganas me dan de organizar una asociación de damnificados por la función de anoche. Yo apenas pude dormir, tuve pesadillas, me levanté con dolor de cabeza. Catarina Valdés tampoco se encuentra bien, Esther García promete no volver a repetir, Rodrigo Olay dice que pasó las peores horas de su vida… Coincidimos en Avilés, donde Marian Suárez nos ha invitado a leer poemas en la iglesia de Sabugo. Allí charlo con otras víctimas. Unos amigos me repiten la frase “los matrimonios decentes solo duermen juntos en el palco de la ópera”, y añaden: “Pues nosotros estuvimos a punto de vomitar juntos”. Luego cada uno va contando el mayor disparate que recuerda y acabamos riéndonos a carcajadas. ¡Cuántos sacrificios hay que hacer para que no le tomen a uno por anticuado y provinciano! Pero no todos los aficionados son tan masoquistas y acomplejados como piensan los programadores: casi la mitad abandonó la función. Yo resumo mi experiencia en una advertencia que convendría grabar a la entrada de cualquier teatro:
            “Mariame Clément. Mariame Clément. Recuerde ese nombre. Y huya de inmediato en cuanto lo vuelva a escuchar”.


Sábado, 22 de diciembre
APRETAR UN BOTÓN

Ayer no se acabó el mundo. Lástima. Porque era una buena manera de terminar con tanto dolor, tanta sangre injustamente derramada. Si en un platillo de la balanza pusiéramos a toda la gente feliz y en la otra a los que sufren, ¿qué lado pesaría más?
            Cierto místico judío afirma que el mundo es un borrón que Dios, en un momento de descuido, dejó caer en la página en blanco de la nada. Y que más pronto o más tarde –para Él mil años duran un segundo– se decidirá a borrarlo. Entonces la humanidad volverá al paraíso sin desesperación ni conciencia del que no debería haber salido. Ahora lo hacemos de uno en uno, dejando en herencia nuestra angustia a los que quedan.
            Irse todos de una vez, sin darnos cuenta… “Si bastara apretar un botón, ¿tú qué harías?”, me pregunto. Mejor que no me encuentre nunca en una situación semejante.


sábado, 15 de diciembre de 2012

Nada personal: Brujería y encantamiento


Sábado, 8 de diciembre
CRIATURAS DE LOS BOSQUES

Estos días de otoño, frescos y soleados, sueño con ponerme a caminar sin rumbo fijo, salirme de los caminos trillados, internarme por sendas del bosque que no sé a dónde me llevarán.
Me gusta sentir las hojas secas bajo mis pies, ir dando nombre al canto de los pájaros, sentir el leve crujido que anuncia la cercanía de alguna alimaña.
Comienzo a caminar con el sol en lo alto, lleno de entusiasmo, pero la luz tiene cada vez más prisa por desaparecer. Pronto tengo que alumbrarme con la linterna.
A veces, entre las ramas de los árboles, sobre una colina, distingo un caserón con las ventanas iluminadas y el humo saliendo de la chimenea. Me dan ganas de acercarme, llamar a la puerta, pedir permiso para pasar allí la noche y luego, al día siguiente, seguir mi camino con el alba.
            Seguir mi camino hasta ninguna parte, siempre con la esperanza de encontrar lo que busco, imprevistamente, a la vuelta de cualquier recodo, en un claro del bosque. Lo que busco, sin saber qué es.
            A veces, en estos viajes solitarios, he creído oír el aullido de los lobos, como en los cuentos de la infancia. He sentido miedo, un terror antiguo, pero he seguido andando.
Yo sí que debía dar miedo al que me viera caminar así en medio de la noche y de los bosques, como un enfebrecido vagabundo.
En verano he llegado a dormir al raso, acariciado por la luna, vigilado por los ojos abiertos de todas las estrellas. Ahora vuelvo a casa, agotado y con frío, pero decidido a seguir buscando.
            No han desaparecido las criaturas del bosque que pueblan las fábulas antiguas y los relatos infantiles.
No han desaparecido, solo se han escondido.
            Y vienen a visitarme en sueños. A veces finjo que estoy dormido, finjo muy bien, hasta yo mismo me lo creo, y abro de pronto los ojos para sorprenderlas. He llegado a ver el revoloteo de una túnica blanca, unos pies de chivo, un zapato de cristal, el resplandor de la llama en la boca del dragón, una corona de muérdago que deja caer algunas hojas…
Las encuentro luego, al hacer la cama, y sonrío: algún día, antes de que vuelva a escapar hacia ninguna parte, lograré sujetar por un pie a la dama que huye y resplandece en medio de las criaturas de la noche y de los bosques.


Domingo, 9 de diciembre
UNA CARTA ESCONDIDA

Me gustan las historias en las que hay que encontrar un tesoro. En realidad creo que todas las historias son de ese tipo, aunque al final no haya ningún tesoro. Al pie de un árbol, en las afueras de mi pueblo, pasado el puente romano, camino de Valdelamatanza, escondí yo una vez una caja de lata con dos o tres monedas, el casquillo de una bala, procedente de la guerra civil, que había encontrado cerca de la escuela (no se la había enseñado a nadie), y una carta contando lo que era entonces mi vida y lo que quería que fuera. Quizá hubiera alguna cosa más que he olvidado.
Siempre que vuelvo al pueblo busco ese árbol, pero hasta ahora no he sido capaz de dar con él. No se trata de ningún tesoro, pero para mí valdría más que cualquier tesoro.
¿Qué le diría con su clara letra –luego se hizo ininteligible– el niño que fui al adulto que soy? Trivialidades, sin duda. Pero cómo me gustaría volver a tener en las manos esa carta.


Lunes, 10 de diciembre
NO CUMPLIR UN DEBER

“Qué placer / no cumplir un deber, / tener un libro por leer / y dejarlo de hacer”, exclamaba Fernando Pessoa disfrazado del ingeniero futurista Álvaro de Campos.
            A mí, en cambio, no cumplir un deber no me produce ningún placer. Nunca, salvo por causas de fuerza mayor, había faltado a un compromiso hasta hoy. El viernes tenía que participar en un seminario sobre Miguel Labordeta en Zaragoza. Cuando acepté, no caí en la cuenta de que Zaragoza está más lejos de Oviedo que Pekín o Nueva York y casi tanto como Badajoz. Son ocho horas de autobús y alguna más si se opta por el tren. Lo más cómodo parece ir hasta Madrid en avión y luego de allí a Zaragoza en tren, aunque no parece que se tarde menos tiempo. Estaba decidido a hacerlo así, y ya me habían enviado los billetes, cuando se convocó la huelga de Iberia. Un día de viaje, hablar una hora ante oyentes desatentos (son tres días de ponencia tras ponencia sobre el poeta) y luego, tras mal dormir en el hotel, otro día entero de viaje. Y las clases que hay que anticipar y el artículo que entrego los viernes y que habría de redactar un día antes.
            Pero el deber es el deber. Me he comprometido y debo cumplir mi palabra. El cuerpo, sin embargo, es más sabio. Hoy me levanté con fiebre y mareos y no tuve más remedio que escribir a José Luis Calvo Carilla, organizador del encuentro, pidiéndole que cancelara mi intervención.
            Una vez librado del compromiso comencé a sentirme mejor. Me temo que mi malestar no era más que una argucia psicosomática.
            Pero resulta que al pasar, ya feliz, por la librería de Valdés y contarles mi peripecia, me dicen que acaban de oír que se ha desconvocado la huelga de Iberia. Y vuelvo a sentirme mal por haber faltado a mi compromiso.
            Ser un maldito puritano es lo que tiene. Mi placer, amigo Álvaro de Campos, es cumplir un deber, tener un libro por leer y no dejarlo de hacer. Bueno, esto último solo si el libro vale la pena; los bodrios me basta con hojearlos para darlos por leídos y releídos y, si son de algún amigo, elogiarlos hiperbólicamente por carta. Y es que a mentir, al menos en privado, ya he aprendido; a incumplir mi palabra cuando me conviene comienzo hoy a aprender. Aún no pierdo la esperanza de convertirme algún día en una persona normal.


Martes, 11 de diciembre
VENTAJAS DE NO SER NADIE

Como todos los escritores, me paso la vida quejándome de que nadie me lee, o de que no se me lee tanto como me gustaría.
Pero que no nos lean demasiado también tiene sus ventajas. Es la mejor manera de decir lo que uno quiere sin que nadie se escandalice ni proteste en exceso para no dar mayor publicidad a las afirmaciones irreverentes. De esa ventaja yo siempre creo que he sabido sacar todo el provecho posible.


Miércoles, 12 de diciembre
CONSEJOS

Busco una cita para incluir en mis felicitaciones navideñas (al final uno acaba cogiéndole gusto a las viejas tradiciones) y me decido por Natalia Ginzburg:
“No el ahorro, / sino la indiferencia ante el dinero; / no la prudencia, / sino el desprecio por el peligro; / no la astucia, / sino el amor por la verdad; / no la diplomacia, / sino el amor al prójimo; / no el éxito, / sino el gusto por la vida”.
            Son consejos que no sé si garantizan conservar el gusto por la vida, pero lo que está claro es que resultan los más adecuados para evitar el éxito.


Viernes, 14 de diciembre
PERDER EL TIEMPO

Llevo a la tertulia de este viernes, que comienza a las siete en punto como todos los viernes desde hace más de treinta años, el nuevo número de la revista Clarín, el 102, recién aparecido. Pero resulta que no es la única novedad. También acaban de llegar de la imprenta los Cantos guaraníes, que he preparado junto Cristian David López, y que es el primer libro en guaraní que se publica en Asturias y no sé si en España.
Y no es solo eso. Alfonso López Alfonso me entrega De La Habana, Nueva York y México a Gijón, las cartas que un emigrante asturiano le escribió a su hermana entre 1913 y 1932; tienen todo el encanto y la emoción de esa intrahistoria que tanto fascinaba a Unamuno.
Y aún hay más. Otro contertulio (y autor de un libro sobre la tertulia), Martín López-Vega publica Extravagante tripulación y antes que el autor, e incluso que el editor, ya tenemos aquí el primer ejemplar. Se trata de una recopilación de entrevistas con escritores. El primero es el poeta Eugénio de Andrade. Recuerdo bien cuándo se hizo esa entrevista en una casa del Paseo Alegre, en la Foz del Duero, en Oporto; recuerdo bien cómo, mientras el poeta hablaba, el sol se desangraba lentamente tras los ventanales, sobre la desembocadura del río.
Pero no terminan aquí las novedades de la tertulia. Jaime Martínez trae el CD que con su grupo, La Bande du Poulet Fou, acaba de grabar. La letra y la música de las canciones son suyas; también les pone voz y toca el teclado y la guitarra acústica. El título de una de las canciones, “Brevísima historia de la eternidad”, homenajea a Borges y el estribillo procede de Víctor Botas: “Porque embiste el corazón  / como un rinoceronte enloquecido”.
            Los curiosos ocasionales piensan que lo único que hacemos en la tertulia es charlar de esto y de aquello, discutir y perder el tiempo. Quizá tengan razón. Pero, permitiéndome por una sola vez un cierto orgullo, pienso que es la nuestra una de las más provechosas maneras de perder el tiempo.


Sábado, 15 de diciembre
ME FALTA TODO

Los tesoros escondidos, las casas abandonadas, el árbol inmenso que extiende sus ramas en medio del bosque. Ninguna historia que a mí me interese puede prescindir de esos elementos. Siempre he tenido la sensación de vivir en un cuento de hadas, donde todo es posible, lo mejor y lo peor, imprevistamente y sin por qué.
            Leo las Memorias inmemoriales de Azorín en la cafetería de costumbre. Hay muy pocos clientes, nadie pasa a saludarme. Leo una o dos horas, no sé bien, deteniéndome un rato entre capítulo y capítulo, distrayéndome un poco con mis ensoñaciones antes de volver al libro. Conozco la obra, la tengo en varias ediciones. Nunca me había parecido gran cosa. Los capítulos estrictamente autobiográficos se entremezclan con imprecisos relatos. La leo ahora en la hermosa primera edición completa, de 1946, que encontré en Valdés. Y resulta una obra distinta, con su sabiduría sin énfasis, con su imaginación desleída, con su paladeo de ciertas palabras, unas raras y otras muy antiguas.
            Vuelvo luego a casa, en la noche clara, iluminada de estrellas que apenas se entreven en las luces de la ciudad, con la sensación de haber recuperado un viejo tesoro.
            Me detengo ante el semáforo de costumbre y como de costumbre, mientras espero la luz verde, trato de resumir el día en las diecisiete sílabas de un haiku: “Ya nada es mío, / salvo la soledad / y el mundo entero”. Al atravesar el parque, intento alguna variación: “No tengo nada, / y no me falta nada / de lo que quiero”.
            Pero entro en casa, cierro la puerta y me falta todo. Los cuentos de hadas son así, como la vida misma, cosa de brujería y encantamiento.


sábado, 8 de diciembre de 2012

Nada personal: La vida y otros cuentos de hadas


Sábado, 1 de diciembre
SIN FINAL FELIZ

“Pues, señor, una vez hubo un rey que tenía un hijo muy vicioso a quien por más que reconvenía no conseguía llevar por el buen camino”. Así comienza uno de los cuentos recogidos por Sergio Hernández de Soto y publicados en la Biblioteca de las Tradiciones Populares Españolas que dirigía Antonio Machado y Álvarez.
            Me llega ahora una reedición de esos cuentos de encantamiento y con ellos toda la magia de los días de infancia. Cierro los ojos y vuelve a caer la nieve, a empujar el viento puertas y contraventanas, vuelvo a estar sentado junto a un buen fuego en la cocina de casa de mi abuela y a escuchar viejas historias mientras la leña seca alegremente chisporrotea.
            ––Un día llegó un mendigo a pedir limosna a la puerta del palacio. Como era de la misma edad que su hijo, al rey se le ocurrió que cambiaran de ropa, que el mendigo se quedara a vivir con él y que el príncipe se fuera a recorrer los caminos y a vivir por un tiempo de la caridad de la gente. Al príncipe le pareció divertida aquella aventura y aceptó encantado, pero, como era bastante pícaro, mientras salía del palacio le fue pidiendo a escondidas de su padre dinero a todos los que se encontraba, cortesanos y soldados, diciéndoles que se lo devolvería muy aumentado a su vuelta. Se las prometía muy felices cuando se adentró en el bosque, camino de la ciudad, dispuesto a emborracharse con cualquiera que encontrara. Pero se encontró con unos bandoleros que acechaban a todo el que pasaban, pero que a él no le hicieron caso al verle tan desharrapado. Entonces él, ofendido, les enseñó la bolsa llena de monedas de oro. ¡No soy lo que parezco! ¡Soy un príncipe! ¡Dejadme unirme con vosotros! Los bandidos pensaron que era un pobre loco, le quitaron el dinero y le dieron una patada en el culo: “Anda a mendigar por aquí que a nosotros no nos sirven bandoleros tan tontos”.
            Busco ese relato tal como yo lo recuerdo, palabra por palabra, peripecia por peripecia, en el libro de Hernández de Soto y no lo encuentro, aunque a cada paso me tropiece con otras pequeñas maravillas, como “Las tres naranjas” o “La hermosura del mundo”.
            A veces sueño que yo soy ese príncipe expulsado de casa y condenado a vivir como un mendigo. Recuerdo bien sus mil y una peripecias, cómo las trastadas del destino le van volviendo otro y cómo al final regresa a casa y todo tiene un final feliz, aunque no le espere ninguna princesa sino el mendigo que le sustituyó y que resulta ser su hermano gemelo, hecho desaparecer a poco de su nacimiento para que no se disputaran el trono.
            Yo era un niño de seis años y abría los ojos asombrados antes esas historias que no acababa de entender. Ahora me basta con cerrar un momento los ojos para volver a ser ese niño que nunca he dejado de ser.
            En la vida no hay menos prodigio y asombro que cualquier cuento de hadas. Pero no tiene final feliz.

            
Domingo, 2 de diciembre
CLEMENTÍSIMO PRÍNCIPE

Ayer, antes de ir a ver La clemenza di Tito, busqué la obra de Metastasio que yo sabía que tenía por alguna parte. Esta noche se derrumbó uno de los inestables montones de libros que colonizan cada rincón de mi casa y apareció la versión de Ignacio de Luzán representada en el Buen Retiro en 1747. Falta la música de Mozart (entonces los compositores fueron Francisco Corselli, Francisco Corradini y Juan Bautista Mele); incluso sin ella ese retrato del piadoso príncipe perfecto conserva todo su encanto. A Tito Vespasiano “el concurso de las más raras dotes del ánimo y de las más amables prendas del cuerpo le hicieron universalmente tan querido que fue llamado la Delicia del Género Humano”. Pero ni siquiera él se libró de la traición: “Dos mancebos patricios, a uno de los cuales Tito amaba tiernamente y llenaba cada día de nuevos beneficios, conspiraron contra él. Descubriose la maquinación; fueron convencidos los culpados y por decreto del Senado condenados a muerte; pero aquel clementísimo príncipe, contento con haberlos reprendido paternalmente, concedió a ellos y a sus secuaces un entero y general perdón”.


Lunes, 3 de diciembre
GRACIÁN Y YO

Hay una máxima de Gracián que siempre tengo muy en cuenta: “Nunca hables de ti mismo”. Yo nunca hablo de mí mismo cuando hablo de mí mismo. Aprovecho para hacerlo cuando hablo de otra cosa.


Martes, 4 de diciembre
UN HONOR

Hubo un tiempo en que admiraba a Fernando Savater. Hace tiempo que he dejado de hacerlo. Su ingenio y su brillantez antes estaban al servicio de la verdad, o eso me parecía, ahora solo sirven a sus prejuicios, o eso me parece.
            ¡Qué fácil resulta desmontar los sofismas de cualquiera de sus artículos! Por ejemplo, el que publica hoy: “En este país –¡ay, Larra!— se puede ser vasco, catalán, andaluz o extremeño sin problemas, pero difícilmente español”. Y luego añade con ironía: “Los españoles son en realidad españolistas”.
            No todos, amigo Fernando, no todos, aunque sí bastantes. Un español españolista es el que quiere obligar a los vascos y a los catalanes que no se sienten españoles a serlo. Un español cabal, un español no españolista, orgulloso de su condición, es el que no pretende obligar a nadie a compartir su patria ni su orgullo.
            Ser español, amigo Savater, es un honor, no una obligación como pretendéis los españolistas de constitución y tente tieso.

  
Miércoles, 5 de diciembre
PASARSE DE LISTO

Como a todo el mundo, me gustan mucho las entrevistas personales, esas en las que uno muestra su corazón al desnudo (y a ser posible de cintura para abajo) y habla de sus divorcios, sus curas de desintoxicación, sus peleas familiares a cuenta de la herencia…. Me gustan mucho, siempre que yo sea, no el protagonista sino el morboso espectador. Por eso cuando Javier Cuervo me pidió una larga entrevista “de contenido humano”, tardé en aceptar. Y no debería haberlo hecho, pero pudo más mi vanidad. Y también lo que tenía de reto. “Vamos a ver –me dije– si consigo contarle exactamente lo que quiero contar, ni una palabra más, y no lo que él quiere que cuente”.
Estuvimos más de tres horas reunidos en la cafetería. Como buen estratega, me dejó ganar las primeras partidas. Fingió escuchar con atención todas las frasecitas que yo traía preparadas. Sonrió, sin entrar al trapo, ante mis afirmaciones deliberadamente provocativas: “Por supuesto que, en opinión del Estado español, Cataluña no es una región maltratada. Ninguna mujer lo es en opinión de su maltratador”, “En su último artículo, Juan José Millás ejercita el ingenio a propósito del tribunal constitucional y de su presidente, que se pasa los fines de semana en Marbella con su guardaespaldas a costa del contribuyente (lo confunde con Carlos Dívar). Qué fácil ser brillante cuando uno acomoda la realidad a su capricho”. “En la campaña contra el Niemeyer, leí el otro día lo que había costado al erario público cada una de las entradas a sus espectáculos. Se me ocurrió entonces a mí sumar todas las subvenciones al Museo de Bellas Artes de Asturias, incluido lo que se ha gastado en la inacabable ampliación, y dividirlo por el número de visitantes: cada una de esas entradas gratuitas le costaba al contribuyente asturiano una cantidad que triplicaba ampliamente la de las entradas al Niemeyer”. Javier Cuervo me dejó decir todo lo que llevaba preparado y luego, poco a poco, fue llevándome a su terreno. Como sin querer, sin apenas preguntas, me hizo hablar de todo aquello de lo que a mí no me gusta hablar.
“Por querer pasarme de listo, he hecho el ridículo”, pensé al despedirme. Estoy acostumbrado. En cualquier caso, he aprendido la lección: en periodismo, como en cualquier otro campo, no se debe desafiar a los maestros. Que son los únicos a los que vale la pena desafiar, por otra parte.
“¿Y cuándo va a aparecer la entrevista?”, le pregunto. “El domingo anterior a Navidad y el día de Nochebuena”.
            Pues vaya regalo que me espera. No sabré luego dónde meterme. Menos mal que esos días anda la gente muy ocupada con la preparación de las fiestas y apenas si tiene tiempo para otra cosa. Y además, siempre me queda el recurso, tan habitual en estos casos, de negarlo todo y echarle la culpa al periodista.


Jueves, 6 de diciembre
TÉCNICA Y MAGIA

Mañana soleada, como de domingo, que aprovecho para levantarme tarde, no hacer nada de lo que tengo que hacer, leer tranquilamente el periódico en una cafetería, pasear luego lentamente por lugares mil y una vez recorridos: el Fontán, el Campillín, la plaza de la Catedral… Como llevo conmigo el iPad aprovecho para hacer alguna foto. He hecho más fotos en mi vida que ningún turista japonés, he publicado más fotografías –siempre sin firmar–  que muchos fotógrafos profesionales, pero no tengo nada de fotógrafo. Me aburren las minucias técnicas. Mi cámara es siempre la más sencilla, la que cabe en una mano, la que lo hace todo. Yo solo tengo que mirar y, cuando quiero guardar lo mirado, apretar un botón. Y por mucho que mire el más familiar rincón del mundo, o el rostro de la persona que quiero, siempre encuentro alguna inédita maravilla. No soy un fotógrafo, nunca he pretendido serlo, espero que no me acusen de intrusismo tantos buenos profesionales. Y que no se enfaden si les digo que a mí la fotografía como arte me interesa más bien poco, que las fotografías que yo prefiero son siempre casuales y anónimas, realidad retenida, técnica convertida en magia.

  
Viernes, 7 de diciembre
NEGROS JINETES

A nada temo más que a mis melancolías. A esos negros jinetes del desánimo que a veces me alcanzan  y le quitan el gusto a todo, entenebrecen el mundo, vacían las palabras de sentido.
            A veces –para decirlo con un verso de Villamediana– “no me puedo sufrir a mí conmigo”.
            Paso, como todo el mundo, desesperantes periodos de desánimo en los que me apetece quedarme en un rincón, cerrar puertas y ventanas, no hablar con nadie, no hacer nada. Largos períodos de desánimo. En ocasiones duran hasta tres cuartos de hora.


sábado, 1 de diciembre de 2012

Nada personal: El mejor regalo


Domingo, 25 de noviembre
VAN A POR MÍ

“Guárdate de los Idus de Marzo”, le dicen a Julio César. “Va a por ti”, me avisan varios amigos. En una cárcel italiana, los hermanos Taviani recrean en blanco y negro la tragedia de Shakespeare. Los actores son reclusos condenados por graves delitos, algunos de ellos incluso a cadena perpetua. La conjura y el crimen que representan les traen a la memoria otras conjuras y otros crímenes verdaderos. Y las palabras de Shakespeare suenan en sus labios con una verdad inédita. En el desnudo patio de la cárcel –los reclusos asomados a las ventanas–, Antonio recita su oración fúnebre ante el cadáver de César: “Por tres veces rechazó la corona. Pero Bruto dice que le mataron porque era ambicioso. Y Bruto es un hombre honrado…”
            Salgo del cine, después de ver César debe morir, pensando en otra cárcel y en otras tragedias y en la complejidad de los seres humanos. Al llegar a casa enciendo el ordenador, abro el correo y la tragedia se convierte en farsa: “Van a por ti”, me advierte un amigo. Y otro: “Guárdate de la furia de los jubilados de oro”.
            Resulta que Xuan Bello me entrevistó en un programa de la televisión autonómica. Más que una entrevista, fue una charla distendida en su casa de Caces, rodeados de libros.  Surgieron muchos asuntos al hilo de la conversación y uno de ellos fue que, cuando cumplí sesenta años, la Universidad me envió una carta en la que me ofrecía irme a casa cobrando la jubilación íntegra y además un complemento especial con todo lo que dejaría de cobrar con la jubilación. Me daban todas las garantías de ese pago, que además estaría exento de los recortes que el gobierno comenzaba a aplicar a los sueldos de los funcionarios. Al principio creí que era una broma. Por entonces había una gran polémica debido a que el gobierno quería retrasar la edad de jubilación. Pero no, no era una broma: había tenido que firmar en la secretaría del departamento antes de recoger la carta; ningún bromista podía llegar tan lejos. Al año siguiente, cuando cumplí sesenta y uno, otra vez la propuesta y la invitación a coger el dinero e irme a casa a rascarme la barriga y escribir mis versos y mis prosas. No acepté, que es lo que habría hecho cualquier persona con dos dedos de frente. Otros muchos profesores sí lo hicieron y, como yo, en lenguaje coloquial, dije que, dada la situación económica de la Universidad, esa propuesta me parecía “casi delictiva”, parece que han entendido que les aplicaba el calificativo a ellos y andan pasándose  la entrevista de unos a otros y buscando llevarme a juicio y, si es posible, a la cárcel.

        
            Aterrado ante la perspectiva (tengo poca vocación de héroe y ninguna de mártir), aclaro que no me refería a los colegas que aceptaron la oferta de la Universidad. Mi calificativo se refería a las autoridades académicas y a los representantes sindicales que la negociaron. Y retiro lo de “casi delictivo” (una imprecisión coloquial) y lo sustituyo por el calificativo con el que 200 jueces (entre ellos del Supremo) se ha referido a una actuación, estrictamente legal, del gobierno, el indulto a varios policías condenados por tortura: “ilegítima y éticamente inasumible”.   
            La Universidad de Oviedo recorta en papel, en energía (planea cerrar centros varios días a la semana), aumenta la horas de trabajo de los profesores, el número de alumnos por aula, tiene dificultades para pagar la nómina a sus trabajadores… Y se permite el lujo de mandar a una buena parte de sus profesores a casa y pagarles todos los complementos de docencia y de investigación como si siguieran en activo.
            Respeto mucho a mis colegas que aceptaron la oferta (a algunos los conozco personalmente y doy fe de su valía), pero no puedo callar mi pasmo, mi asombro y mi estupor ante esa oferta.
            Se cuenta y no se cree. Yo la cuento siempre que puedo. Y quienes me oyen –españoles o no–  entienden un poco mejor por qué España está en esta situación.


Lunes, 26 de noviembre
DEUDAS

Hace setenta y cinco años fusilaron en Avilés a un hombre bueno. Se llamaba Luis Menéndez Alonso. Fue el fundador de la Biblioteca Popular Circulante, la primera biblioteca de Avilés que permitía a los lectores llevarse los libros a casa, y también, ya con el nombre de Bances Candamo, mi primera biblioteca, la inagotable cueva de todos los tesoros.
            Cuando los sublevados entraron en Avilés, en noviembre del 37, una de las primeras cosas que hicieron fue detener a este hombre, acusarle del delito de “rebelión” y, en cuatro días, juzgarle, condenarle a muerte y ejecutarle. El asesinato tuvo lugar el día 12 de noviembre, el mismo día en que Luis Lumen, como se le llamaba, cumplía cuarenta y cinco años. Nunca nadie tuvo un más macabro regalo de cumpleaños.
            En el palacio de Valdecarzana, a dos pasos de la biblioteca que él fundó, a dos pasos del hotel Ferrera donde fue condenado a muerte, se presenta un libro dedicado a su memoria y a la de dos de sus hijos, ya fallecidos. Sus otros hijos asisten al acto. Yo hablo de su poesía, tan cercana a la de Fernando Fortún y otros posmodernistas, leo sus versos, tan llenos de inteligencia y bondad, y pienso en cuánto le debo a este hombre bueno que murió años antes de que yo naciera.
            Cuántas deudas. Por mucho que uno viva nunca tendrá tiempo de pagarlas todas. 


Martes, 27 de noviembre
EL ORIGEN DEL MUNDO

La vida de un hombre es un círculo que se va cerrando. Nacemos en un lugar que pronto se nos queda estrecho y soñamos con ir lejos, con andar todos los caminos. Pero el mundo es redondo, como cualquier vida plena, y acabamos volviendo al punto de partida.
            Últimamente mis caminos comienzan a pasar cada vez más por Aldeanueva del Camino. Recorro sus calles esta mañana de otoño y la encuentro más hermosa que nunca, rodeada de montañas y bosques que amarillean, con el límpido rumor de las aguas de la garganta sonando como cuando yo era niño. Ahí sigue, frente a mi casa, al otro lado de la carretera el jardín de la Masides, el jardín primordial, y siguen los machadianos olmos secos en la Pista, frente a las escuelas en que aprendí a leer. Y la torre de la iglesia de la Parte de Arriba, a la que más de una vez subí a tocar las campanas. El azul del cielo, en esta transparente mañana, es exactamente el del primer día de la creación.
            No podría vivir aquí, pero nunca he dejado de vivir aquí.

  
Miércoles, 28 de noviembre
RISOTTO CON SETAS

No soy yo persona que necesite muchos reconocimientos. Y no por modestia, que es una cualidad de la que no estoy muy dotado, sino porque, como don Quijote, yo sé quién soy, lo poco o mucho que valgo. acaparar premios y honores es para gente insegura. A mí me basta con mi propio aplauso, que rara vez me concedo.  
            Que no necesite halagos no quiere decir que no me gusten. Y hoy he recibido uno que no cambiaría ni por el Nobel. Tenía que leer mis poemas en un instituto de Plasencia. Y yo pensaba que los profesores se limitarían a amontonar a los alumnos en el salón de actos y a dejarme que lidiara una hora con su desinterés. Pero no. Los alumnos del instituto Sierra de Santa Bárbara llevaban un mes preparando mi visita. Habían organizado una exposición de cuadros que ilustraban mis poemas, preparado un vídeo sobre mi vida, un voluntario se había ofrecido a presentarme, otros leyeron poemas o llevaban escritas preguntas para el coloquio.
            No he asistido nunca a recepción que hay después de la entrega de los Nobel (ni espero asistir), pero sí a algunas comidas en honor de los premiados con el Príncipe de Asturias y puedo asegurar que no las cambiaría por la que me ofrecieron en el instituto. El menú estaba elaborado por los alumnos de 2º curso de “Cocina y gastronomía” y servido por los de “Servicios en Restauración”. Era un menú literario, con platos inspirados en mis versos: había un “risotto con setas y crujiente de parmesano” que recibía el nombre de El enigma de Eros y un “solomillo ibérico en salsa de Oporto” denominado “El secreto” (un poema de Al doblar la esquina). Nunca la poesía resultó más sabrosa y nutritiva.
            Abundan los profesores, sobre todo en la enseñanza secundaria, que se pasan la vida quejándose del desinterés de los adolescentes de hoy por todo lo que tenga que ver con los libros y con la cultura. Yo nunca he estado de acuerdo con esas teorías apocalípticas, como sabe muy bien mi admirado Francisco García Pérez, que ha convertido el denuesto del alumnado casi en un género literario.
            Creo que los alumnos de hoy son tan inteligentes como los de siempre –la inteligencia es patrimonio de la infancia y de la juventud, y como el pelo, se va perdiendo con los años–, pero están recibiendo una mejor preparación que la que recibimos los españoles crecidos en los años duros del franquismo. En conjunto valen más que nosotros, aunque no todos los alumnos de ahora sean excepcionales ni todos los de entonces fuéramos un desastre.
            Si alguna vez tuviera la tentación de quejarme por el poco éxito que tengo como escritor (pero sospecho que a esa tentación soy inmune), me bastaría con recordar la velada de hoy en Plasencia para no echar en falta ningún otro reconocimiento.


Jueves, 29 de noviembre
LIBROS QUE CAMBIAN LA VIDA

Siempre he detestado las pequeñas librerías. Ya sé que no debería decir esto. Que lo elegante es hacer un elogio de las pequeñas librerías, en las que el librero conoce cada libro que vende y los gustos de los lectores, y lanzar una diatriba contra las grandes cadenas que venden libros como podrían vender zapatos. Pero yo soy de pueblo. Y las pequeñas librerías que yo conocí no eran las de París o Nueva York, sino papelerías que nunca tenían el libro que pedías o ni siquiera sabían que lo tenían a menos que les señalaras tú que estaba en el escaparate. No añoro las pequeñas librerías de cuando yo era joven, todo lo contrario. Ni me lamento de que desaparezcan las malas librerías, la mayoría, y queden solo las que pueden competir con la venta por Internet o con el libro electrónico.
            Entro por primera vez en la librería La Central de Callao y quedo fascinado. Está pensada no como un lugar donde se venden libros, sino como un lugar donde se encuentran a gusto las personas a las que les gustan los libros.
Siempre que paso por Nueva York, visito la librería Barnes & Noble, de Union Square. No voy a comprar nada (aunque siempre acabe comprando), sino solo a perderme un rato en su ordenado laberinto, a tomar un café, a contemplar desde sus ventanales el arbolado y el mercadillo de la plaza. A partir de ahora, siempre que pase por Madrid visitaré La Central de Callao, donde no hay un mínimo detalle dejado al azar.
Los libros que nos cambian la vida no se buscan, se encuentran. En La Central es más fácil encontrarlos que en cualquier otra parte.