sábado, 27 de abril de 2013

Nada personal: Aprendo a callar



Sábado, 20 de abril
TRANSPARENCIAS

Llegará lejos: dice siempre lo que su interlocutor quiere escuchar.
Me gusta el éxito, pero no lo valoro tanto como para esforzarme en conseguirlo.
Soñó que sus sueños se hacían realidad y se convertían en pesadillas.
Amaba tanto a España que no la distinguía de sus queridas propiedades privadas.
Todo el mundo sabía el secreto que él ni siquiera se atrevía a confesarse a sí mismo.
Vivía en una casa con paredes de cristal, pero dormía vestido.
Aquel político era un encantador de serpientes, pero perdió las elecciones porque en su país los reptiles no tenían derecho al voto.
Pagaba a un periodista para que difundiera falsos rumores sobre él porque no quería avergonzar a los demás con su honestidad sin tacha.
Sabía de sobra lo que le cuesta a un político triunfar en democracia. A él le había costado la mitad de la fortuna de su mujer.
Habría que acabar con el voto secreto para no favorecer la impunidad de los votantes.
En política el que manda solo manda mientras manda.
Era tan vanidoso que no quería ser más que nadie, se conformaba con no ser inferior a sí mismo.
Las leyes no se hicieron para quien hace las leyes.
Los pobres casi nunca son honrados, y esa es una de las pocas cosas que tienen en común con los ricos.


El que se deja engañar a menudo no es más honesto que el que engaña, es solo más tonto.
En aquel país los electores tenían tanta puntería que siempre acertaban con el peor.
Era tan patriota que procuraba que el bien de su país coincidiera siempre con el suyo propio.
Recientes estudios de la Universidad de Harvard han demostrado que todo político, cuando deja el cargo, experimenta una disminución de su estatura que oscila entre los dos y los diez centímetros.
Quienes añadieron a los lemas de Libertad e Igualdad el de Fraternidad, ¿no habían oído nunca contar la historia de Caín y Abel?
Si no sabes disimular que eres más inteligente que tu jefe es que eres muy poco inteligente.
A los buenos políticos no los vota nadie porque nos dicen lo que hay que decir, no lo que queremos escuchar.
Estaba en contra del gobierno y era el único habitante de aquella isla desierta.

Domingo, 21 de abril
HAGO CASO A MIS LECTORES

––Últimamente siempre hablas de lo mismo, amigo Martín. Ya aburres. Deja al rey en paz.
––Por mi parte, bien dejado está. Y tienes razón. No eres el único que se queja. Ya sabes cómo son los lectores. Si algo les gusta, no dicen nada, pero si no les gusta, no te preocupes que te lo harán saber. Y lo que me hacen saber es que ando un poco obsesionado con que si la Constitución esto y la Constitución lo otro y que era más divertido cuando contaba mis aventuras amorosas.
––Todas falsas, por cierto.
––Casi todas. Y no tengo más remedio que reconocer que tienen razón. Por eso no he hablado de las elecciones de Venezuela. Y bien que me cuesta. Porque yo soy de esas personas que no pueden no pensar. Sería como no respirar.
––Una vergüenza esas elecciones. Todo el mundo está de acuerdo. En eso es en lo único en que El País coincide con La Razón. No hace falta que digas nada.
––Una vergüenza, sí. Resulta que fueron antidemocráticas porque la diferencia entre el vencedor y el ganador fue de poco más de un punto. ¿Y cuál fue la diferencia entre Hollande y Sarkozy en las últimas elecciones francesas? ¿Y cuál suele ser la diferencia en cualquier país democrático cuando solo se presentan dos candidatos? En Estados Unidos, no es que el perdedor esté casi siempre muy cerca del ganador, es que a veces incluso le supera en votos, como ocurrió en la primera elección de George Bush. Y con abundantes indicios de pucherazo en el estado de Florida. En cualquier elección puede haber irregularidades, pero han de resolverse de acuerdo con la ley electoral de cada país. No pidiendo a gritos y con violencia que se vuelvan a contar todos los votos, los de las mesas dudosas y los de las que no. ¿Tú te imaginas que, después de la elección de Bush, un grupo de senadores demócratas se hubiera ido en gira por Europa para pedir que no reconocieran al gobierno de su país? Eso lo hacen los venezolanos de la oposición, dicen que democrática, y no solo no pasa nada, sino que hasta los elogian en periódicos democráticos y de izquierdas, como El País. Pero yo de estas cosas no puedo hablar. Porque se aburren mis lectores y porque mi única amiga venezolana, la escritora Marina Gasparini, no simpatiza precisamente con los chavistas. No hablo de esto ni del distinto tratamiento que se ha dado a las elecciones en Paraguay. ¿Tú has visto algún editorial de El País sobre ese vencedor que parece que ha comprado al partido, los votos y lo que haya que comprar? No, los editoriales los dejan para arremeter contra Maduro e incitar, más o menos veladamente, al golpismo contra un gobierno democrático que no nos gusta. Lo mismo de siempre. Pero yo de estas cosas no hablo. Yo respeto mucho a mis lectores. Me dedicaré a escribir haikus, que eso no molesta a nadie.


Lunes, 22 de abril
PARA NO MOLESTAR

Dejo a un lado los periódicos, y abro el cuaderno para anotar algunas reflexiones sobre la actuación de la Fiscalía en el caso de la infanta y en el llamado caso Faisán, pero me acuerdo de que a mis lectores no les gusta que me meta en política, me callo lo que pienso (tenía veinticinco años cuando murió Franco, estoy acostumbrado) y me pongo a escribir haikus, que es algo que no molesta nadie.
Noche de agosto. / En el jardín, desnudos, / la luna y yo.
Cuántas estrellas. / Miro y no encuentro / la que me guíe.
Salgo de casa. / ¿Quién podría decirme / si he de volver?
El niño juega / y el anciano sonríe / mientras se mira.
¿A dónde voy / con tanta prisa / sin despedirme?
Junto al camino / la casa con sus luces / siempre apagadas.
Cantan sirenas. / El puerto, la neblina, / irse muy lejos.


Martes, 23 de abril
EL POETA BURLÓN

Cuando un poeta habla de sí mismo, no hay que hacerle demasiado caso. Antonio Machado decía que nunca corregía sus poemas “porque es muy frecuente, casi la regla, que el poeta eche a perder su obra al corregirla”. Pero Dámaso Alonso demostró que había corregido una y otra vez su primer libro. Víctor Botas afirmaba que había vivido ajeno a la poesía hasta que, pasados los treinta años, había comenzado a escribir los versos de Las cosas que me acechan, que a todos sorprendieron. Ahora sabemos que esos primeros versos tan distintos, tan personales, no cayeron del cielo, sino que venían precedidos de cientos y cientos de borradores y poemas desechados.
            Hoy, día del libro, Paulina Cervero dona a la biblioteca de Asturias el archivo del poeta. Algunos de estos papeles yo ya los conocía, los tuve en la mano a poco de haber sido escritos, incluso hice alguna sugerencia, a veces aceptada. Pero mucho otros no los había visto nunca. Víctor Botas tenía la coquetería de disimular su cultura literaria; presumía de lo mucho que sabía de economía o de derecho, pero en literatura le gustaba aparentar que era el buen salvaje. A veces pienso que nos tomaba el pelo. Como aquella vez que entramos en una librería, se acercó a un estante, cogió un libro grueso y me dijo: “He oído hablar mucho de esta novela. ¿Qué tal está?”. Yo me acerqué solícito, dispuesto a dar mi pequeña lección, como siempre hago, y resulta que el libro que tenía en la mano era el Quijote.
            Al fondo de la sala Clarín, donde tiene lugar la donación, creo entrever por un momento a Víctor Botas que me hace señas, como en tantos actos literarios, para que termine de una vez porque quiere salir fuera a fumarse un cigarrillo. Hay quien nos deja para no dejarnos nunca.


Miércoles, 24 de abril
REGRESOS

En más de una ocasión me han preguntado si creo en los fantasmas. Pues claro que creo. No creer en ellos sería como no creer en mis propios ojos. Camino siempre muy de prisa. Termino la clase y, antes de que los alumnos terminen de guardar sus apuntes, ya estoy en marcha hacia la clase siguiente. Esta tarde me encontraba a mitad del pasillo, en el segundo piso de la antigua Escuela de Magisterio, cuando oí que me llamaba un alumno. Me volví y me detuve a esperarle. Y entonces ocurrió. Fue como el flash de una vieja película en blanco y negro. Yo recorro aquel mismo pasillo, al final de una clase, y de pronto un compañero se me acerca corriendo. Al pasar junto a mí deja caer los papeles que lleva en la mano. Cuando extrañado voy a agacharme a recogerlos, en el otro extremo, corriendo tras él, aparecen dos policías, dos grises con cara de pocos amigos. Los papeles del suelo no son apuntes, como yo pensé en un primer momento (distingo claramente la hoz y el martillo). Estamos en 1970. Se celebra el juicio de Burgos, hay protestas en todas las universidades, se ha declarado el Estado de Excepción. Me he puesto pálido, he comenzado a sudar, súbitamente me cae encima todo el terror de entonces. “¿Le pasa algo, profesor?”, “No, nada, gracias”. Me recupero en seguida y sigo mi camino.
            Sí, yo creo en los fantasmas. Aterradores una veces, otras simplemente burlones. Doy ahora clases en las mismas aulas en que me senté, día tras día, entre 1968 y 1971. A veces, mientras dicto un poema, escucho la voz de mi profesor de entonces, Jesús Neira, y me veo a mí mismo mirándome con ojos curiosos: “Olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida”. Los poemas de Antonio Machado nos los dictaba de memoria, como yo mismo hago; los de Ángel González de un libro, lo recuerdo bien, que tenía en la portada una foto del poeta, todavía sin barba, bastante más joven de lo que yo soy ahora.
            ¿Cómo no voy a creer en los fantasmas? En estas aulas me aguarda el que fui hace casi medio siglo. “Yo mismo me encontré frente a mí mismo / en una encrucijada”, escucho dictar al profesor Neira.
            En estas aulas yo también estoy frente a mí mismo; distingo bien mis ojos burlones entre los distraídos, atentos o aburridos de los alumnos.
            ¿Qué pensará de mí el joven que fui? Temo haberle defraudado.


sábado, 20 de abril de 2013

Nada personal: La importancia de leer



Domingo, 14 de abril
BENDITA INCONSCIENCIA

Disparan balas cada vez más cerca. Ayer fui a visitar a una amiga que había resbalado mientras limpiaba la terraza de su casa y se había fracturado la muñeca, hoy me encuentro con otra que se rompió un pie y por fin se atreve a salir con muletas y me hablan de otro amigo al que le ocurrió algo semejante en la pista finlandesa…
            Tengo sesenta y dos años y nunca me he caído, nunca me he roto nada, nunca me he quedado inmovilizado en casa… ¿Hasta cuándo durará la buena racha? Me entran temblores cada vez que pienso en que, de un momento a otro, todo puede cambiar. Solo de pensar en no poder ir corriendo de acá para allá, como hago siempre (incluso cuando no tengo ninguna prisa), me pongo a temblar y a sudar.
¿Quién me iba a cuidar si soy un egoísta que vive solo y nunca se ha preocupado por nadie? Paso un mal rato, acobardado y obsesionado. Pero como, entre mis muchos defectos, tengo el de ser un inconsciente por la noche ya me he olvidado del asunto.
            Camino, como todos, por el borde mismo del abismo, pero mientras no dé un mal paso –acabaré dándolo, ya lo sé–  silbo feliz y sigo mi camino.

Lunes, 15 de abril
NO ES UN MAL

Leo a Leopardi: “La muerte no es un mal: libera al hombre de todos los males. La vejez es el sumo mal: priva al hombre del placer, dejándole el deseo, y acarrea todos los dolores. Sin embargo los hombres temen a la muerte y aspiran a llegar a viejos”.


Martes, 16 de abril
EL REY CALÍGULA

A mis amigos les ha divertido mucho que Francisco Bastida, en respuesta al comentario de su artículo, me llamara ignorante y me invitara a matricularme en Derecho si quería saber que es eso de la “inviolabilidad” de la persona del rey. También afirma que soy como el que conducía por la autopista en dirección equivocada y pensaba que los equivocados eran los demás.
            ––Mira –me dice Ángel pasándome La Nueva España–, lo que escribe Jesús Iglesias, senador de Izquierda Unida. Por una parte, se refiere a eso que tú señalas, y que todo el mundo parece olvidar, a que “el rey ha jurado guardar y hacer guardar las leyes”, pero a continuación añade: “Sin embargo, el artículo 56.3 afirma que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidades, aunque incumpla las leyes”.
            ––Es un tema que ya me aburre y no pienso seguir hablando de él. Que en España todo el mundo piense, incluso los expertos en Derecho, que nuestra Constitución es la única constitución democrática del mundo en la que estarían a gusto un Nerón o un Calígula, pues allá ellos. Ya se sabe que en España se inventó el esperpento. Según la interpretación de Jesús Iglesias, si al Jefe del Estado español le da por robar (o por quedarse con un tanto por ciento de los negocios que favorece) o por ser polígamo o por montar un local de trata de blancas en uno de los palacios del Patrimonio Nacional, la justicia no puede hacer nada, los periódicos tienen que callar y los españoles mirar para otro lado. Que conste, que no se me ocurre decir, ni insinuar siquiera, que el actual Jefe del Estado haya incurrido en ninguna actividad delictiva. Los que lo insinúan son otros, y constantemente. Lo que yo digo es que, según la extendida y espúrea interpretación del artículo 56.3, si no lo ha hecho es porque no ha querido, por su honestidad natural, no porque ninguna ley se lo impida.
            ––-¿Y tú no crees que dice eso el artículo de la Constitución? Si todo el mundo, hasta los más expertos, lo interpretan así, ¿en qué te basas tú para afirmar lo contrario?


            ––-En que quienes así entienden citan siempre una frase, no el artículo completo. Y el sentido de una frase depende del contexto. Mi admirado Francisco Bastida me podrá dar lecciones de muchas cosas, pero quizá no del arte de leer, que es a lo que me he dedicado toda la vida. Te repito el artículo completo. He acabado aprendiéndomelo de memoria, como los poemas que comento en clase: “La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”. Los artículos aludidos señalan que los actos de “la persona del rey” (a la que se refiere el posesivo “sus”) deben ser refrendados por el presidente del Gobierno, salvo el nombramiento de los miembros civiles y militares de su Real Casa y la distribución de la cantidad que recibe de los presupuestos del Estado para su sostenimiento. Si consideramos aisladamente la primera oración, podría interpretarse que “la persona del rey” incluye tanto la esfera política como la esfera privada del monarca, esto que la “inviolabilidad” se refiere tanto a su actividad de “sancionar y promulgar las leyes” como (hablo en hipótesis, que conste) a si roba, mata, se salta los semáforos en rojo o conduce con una elevada tasa de alcoholismo. Pero el artículo no termina ahí. La siguiente oración nos indica que sus actos deberán estar “siempre refrendados” por el presidente del Gobierno o por el ministro correspondiente y que sin ese refrendo carecen de validez. Queda por tanto claro que “la persona del rey” de la primera frase alude solo al rey en el ejercicio de sus funciones constitucionales, para nada se refiere a su vida privada. Esto es lo que dice, tal como está redactado, el artículo 56.3, y si alguien tiene dudas, el encargado de resolverlas es el Tribunal Constitucional. Pero a nadie se le ha ocurrido recurrir a él. A los españoles de a pie los expertos nos han engañado haciéndonos creer que teníamos una monstruosa Constitución que situaba al encargado de “cumplir y hacer cumplir las leyes” al margen de esas leyes y pudiendo saltárselas cuando le conviniera. Vamos, que teníamos un rey Calígula, un Nerón, un Tiberio que, en su vida privada, podía hacer de su capa un sayo y revivir las delicias de Capri o el incendio de Roma sin que a nadie le estuviera permitido ponerle el más mínimo reparo. Exagero, claro. Pero eso es lo que se deduce de la interpretación que Francisco Bastida (y todos los expertos que aparecen en los periódicos) hacen de ese dichoso artículo.
            ––O sea que, como siempre, solo tú tienes razón.
            ––Búrlate lo que quieras. No voy a hablar más del asunto. Solo le diría a mis conciudadanos que lean directamente la Constitución y saquen sus propias consecuencias. Y que no se fíen demasiado de los presuntos expertos. Muy expertos en economía eran los que les endosaron las preferentes y muy expertos en derecho constitucional los que nos dicen que el monarca, en sus actividades privadas, estaba por encima del código penal. Pero se equivocan, como se equivocaron los cortesanos que veían al rey del cuento de Andersen o de don Juan Manuel engalanado con ricas vestiduras. Yo soy como el niño del cuento que se atreve a decir que el rey está desnudo. Sí, desnudo, y desde el punto de vista de una posible imputación por sus actividades privadas con el culo al aire.
            ––No te pases.
            ––No me paso. Es una expresión coloquial, nada ofensiva, que solo indica que, por miedo a tocar la Corona, los legisladores no desarrollaron esa parte de la Constitución y no incluyeron a los miembros de la Casa Real entre los ciudadanos sujetos a “procedimientos especiales”, como ocurre, por ejemplo, con diputados y senadores. Cualquier juez puede llamarlos a declarar. Y pasemos a hablar de otra cosa, que ya me aburre este asunto. Solo quiero que conste que, cuando he hablado de los posibles delitos del Jefe del Estado en su actividad privada, he hablado siempre en hipótesis, sin referirme para nada al actual Monarca, a quien jamás me imaginaría, como hacen otros, saltándose la ley a la torera durante más de treinta años, plenamente confiado en la opinión de los “expertos”.

Miércoles, 17 de abril
SOLO LO NECESARIO

Sigo con Leopardi: “El hombre suele ser tan malvado como cree necesario. Actúa rectamente cuando no le son útiles sus malos instintos. El hombre inteligente, quiero decir; el estúpido hace el mal aunque de hacerlo no le venga ningún bien”.


Jueves, 18 de abril
NO SÉ CALLAR

Encuentro a Álvarez Areces en la lectura de poemas guaraníes del Ateneo Obrero de Gijón. Ahora anda bastante menos acelerado que cuando era presidente. Se queda a charlar después del acto y nos cuenta algunas de sus aventuras como alcalde de Gijón. Recuerda que, en su primera campaña, cuando hacía propuestas para cambiar la imagen de la ciudad, le decían que lo suyo eran “pompes de xabón”. Y que cuando se inauguró el Elogio del Horizonte hubo tres manifestaciones en contra y un exaltado se acercó y le dio un puñetazo. Ahora la escultura de Chillida forma parte de la imagen mejor de Gijón y nadie ha pedido disculpas. Se nota que le gusta contar batallitas, como a cualquier jubilado. Le sugiero que escriba sus memorias, pero le aviso de que Planeta solo se las pagará bien si habla de sus compañeros de partido.  Sonríe, seguro que tiene al respecto muchas cosas que contar. Pero no las contará nunca.
            Yo, en cambio, como no sé callar, acabo hablando de lo que no debía, de lo que había prometido no hablar más. Y comparo el famoso viaje de la última cacería africana, valorado en más de cuarenta mil euros, y regalo de un intermediario en ciertos negocios saudíes, con el viaje a Canarias de ochocientos euros o las cestas de Navidad que han propiciado varias de las imputaciones en el caso Marea. “Cohecho impropio en ambos casos –digo–, pero que en uno necesita ser probado y en el otro ha sido confesado por la propia Casa Real”. Procuro enseguida cambiar de tema, y no porque la lectura más correcta del artículo 56.3 (que permite imputar delitos, si se diera el caso, a cualquier Borbón) no interese en el republicano Ateneo Obrero, sino porque hasta yo, que soy la persona más torpe del mundo, me he dado cuenta de que el ejemplo del caso Marea no es el más adecuado para tratar en la grata compañía del expresidente.


Viernes, 19 de abril
LA SOLUCIÓN EL JUEVES

Hojeamos en la tertulia el maravilloso libro de C. S. Lewis La experiencia de leer. Y acabo hablando, una vez más, del tema del que no quiero hablar.
–-Se repite mucho la queja de que en España se lee poco. Pero dado lo que suele leer la gente, premios Planeta y cosas así, no se pierde mucho. Más importante es que algunos solo lean por encima, y sin enterarse, aquello que se dedican a explicar.
––¡No, otra vez la Constitución, no! ¡Ya estamos convencidos de que un delincuente no puede ser Jefe del Estado español aunque se piense lo contrario!
––No solo es eso. Aquí un catedrático de Ética y experto conferenciante en la materia puede publicar bajo su nombre un libro que no es que no haya escrito, es que ni siquiera lo ha leído.
––¿No te referirás a mi admirado Fernando Savater?
––La solución el próximo lunes en "Crisis de papel", amigo Almuzara.

sábado, 13 de abril de 2013

Nada personal: Viva España con honra


Domingo, 7 de abril
DON ERRE QUE ERRE

Soy una persona bastante irritante. Tan terco en las discusiones que casi siempre acabo sacando a mi interlocutor de sus casillas. Y es que, cuando creo que tengo razón, no hay nada que me haga cambiar de parecer (salvo, claro está, nuevos datos y razones más convincentes que las mías).
“¿Así que eso de que al rey no se le puede juzgar, haga lo que haga, no es más que un error al interpretar la Constitución? ¿Así que todo el mundo la ha leído mal, menos tú”, me dice esta mañana triunfante mi amigo Luis (el viernes discutimos hasta la exasperación sobre el tema) y me alarga el periódico. “Este artículo no lo ha escrito cualquiera, sino Francisco Bastida, catedrático de Derecho Constitucional. Me imagino que a él no te atreverás a llevarle la contraria, aunque conociéndote nunca se sabe”.
            Leo el párrafo que me señala: “El Rey podrá decir que todos son iguales ante la ley, si previamente reconoce que la ley no es igual para todos, empezando por él, pues, según la propia Constitución, ‘la persona del rey es inviolable’ (art. 56.3), lo que quiere decir que no se le puede someter a juicio y exigirle responsabilidad por sus actos, ya sean públicos o privados. A diferencia de las presidencias republicanas, esta prerrogativa no se limita a sus actos como Jefe del Estado; se extiende a todos porque su persona es inviolable”.
            Yo leo el artículo completo, releo el párrafo que me indica mi amigo y sonrío. Nada me encanta más que tener razón frente a un experto.


            —En ese artículo, amigo Luis, Francisco Bastida comete un error de primero de Derecho: no glosa lo que la Constitución dice, sino lo que “quiere decir”, esto es, la interpreta, y el único intérprete autorizado de la Constitución es el Tribunal Constitucional. Francisco Bastida saca sus conclusiones a partir de una cita parcial del artículo 56.3, cosa que nunca se debe hacer (con citas truncadas se puede demostrar cualquier cosa). Te leo el artículo completo (y ahora comprendes porque voy siempre a tomar café con el iPad: es un arma contundente en las discusiones): “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65.2”.  Te aclaro lo que dicen los aludidos: el 64 alude a que el Presidente del Gobierno (o, en su caso, los Ministros competentes) ha de refrendar los actos del rey y el 65 a que distribuye libremente la cantidad global que recibe para el sostenimiento “de su Familia y Casa” y a que “nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa”. Y ahora vamos al error de Bastida (un error muy compartido, pero inexplicable en un catedrático de Derecho Constitucional). Si la primera frase del artículo 53 dijera lo que él cree que dice, cualquier acto del rey (irse de vacaciones, comprar un regalo para una amiga muy especial, organizar una fiesta con sus amigos empresarios) debería estar refrendado por el Presidente del Gobierno. Y una disculpa como las que nos dio tras la famosa cacería (“Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir) sería un acto estrictamente anticonstitucional porque “de los actos del Rey –art. 64.2– serán responsables las personas que los refrendan”, no él. La interpretación de Francisco Bastida, por muy extendida que esté, no se sostiene tras la lectura de la Constitución. A menos que el Tribunal Constitucional diga otra casa, la inviolabilidad y la no sujeción a responsabilidad de la persona del Rey se refiere exclusivamente a su actividad pública, a sus actos como Jefe del Estado, que es la que “siempre” ha de estar refrendada por el gobierno. Como persona privada, el ciudadano Juan Carlos de Borbón está sujeto a las leyes que ha jurado “guardar y hacer guardar” igual que cualquier otro ciudadano español. Ni siquiera tiene un fuero especial, al contrario que los diputados y otros cargos públicos. Y no lo tiene porque en ninguna parte, que yo sepa, se dice que lo tenga. Esto es lo contrario de lo que todo el mundo afirma. Pero es lo que se deduce de la Constitución (salvo que el Tribunal Constitucional diga otra cosa). Su fuero judicial, en lo que a sus actividades privadas se refiere, es exactamente el mismo que el de la Infanta Cristina. Si el juez Castro sigue cumpliendo con su deber, esto es, si se limita a aplicar la ley, el siguiente implicado en la causa Nóos resulta bastante probable que sea el monarca.
            ––¡No creo que se atreva a tanto!
            ––Yo tampoco. Pero no, al contrario de lo que nos han hecho creer, porque la Constitución se lo impida, sino porque no se atreve. O porque no le dejan.


Lunes, 8 de abril
LAS TARDES INFINITAS

No hay vida tan corta que no le sobren algunos días, ni tan larga que no le falten.
Nunca he estado tan solo como algunas noches en la cama contigo.
Las fiestas que más nos importan no están marcadas de rojo en el calendario.
La realidad a veces deja de hacer pie en la realidad y se vuelve de lo más fantasiosa.
Le odiaba porque con sus continuas bondades me había hecho esclavo de una eterna gratitud.
Lo que más me fastidia de morir es no poder contar luego en el diario un acontecimiento tan importante.
            No despertamos del sueño de la vida, solo dejamos de soñar.


Martes, 9 de abril
FRÁGILES, FRAGANTES

Me gusta mucho el título que el profesor Guojian Chen ha puesto a su última selección de poesía china: Poemas para disfrutar. Y mientras él, ayudado por nuestro joven contertulio Da Jo, nos presenta, con milenaria calma, el breve volumen en la librería Cervantes, yo aprovecho para reescribir a Tu Fu:
“Alrededor de mi cabaña / serpentea un arroyo. / Ante la puerta enramada, / pasa un viejo camino. / Altas hierbas ocultan / el resto de la aldea. / Nada tengo y no me falta nada. / Frágiles las ramas de los sauces. / Fragantes los árboles de nísperos. / Se pone el sol, los cormoranes / agitan sus alas en el dique / y yo sueño que soy el rey del mundo”.
Y de algún modo –pienso mientras escucho los poemas– lo soy.



Miércoles, 10 de abril
TEORÍA DE LA RELATIVIDAD

Qué bien suena la palabra independencia cuando la gritamos nosotros y qué mal cuando nos la gritan a nosotros.


Jueves, 11 de abril
ELOGIO DEL ABURRIMIENTO

Hace tiempo que he dejado de asistir a las conferencias (salvo, claro está, que no tenga más remedio porque sea yo quien la dé). Debería recuperar esa costumbre. Cierto que, en la mayoría de los casos, se trata de un aburrido rito social. Pero el aburrimiento tiene sus ventajas. Favorece la errabundia fantasiosa y la creatividad. A las ocho comenzó la conferencia de esta tarde. A los ocho y media todavía no había comenzado la conferencia y los miembros de la mesa seguían intercambiando flores, gratitudes y otra retórica hojarasca. Yo, como suelo hacer en estos casos, me puse a escribir haikus:

Cae la noche / aún más negra que el día / y me cae encima
Quién como el río / que cada día pasa / y aquí se queda
Esa tortuga / junto al camino inmóvil / espera a Aquiles
Cuando estoy solo / hay tanta algarabía / que no me escucho
Entre la hierba / del jardín de los muertos / una serpiente
Viejas campanas / en la tarde de hoy / y en otro siglo
Toda la vida / buscando una salida / y al fin la encuentro


Aguas heladas / y tengo que cruzar / al otro lado
He llegado al final / después de un largo viaje / y es el principio
Cuántos regalos / un día y otro día / y nunca iguales
En el jardín / la tarde se distrae / y no anochece
En el estanque / chapotea la tarde / antes de irse
A veces llego / al final del camino / y sigo andando
En el pasado / ocurren muchas cosas / que no han pasado


           
Luego el conferenciante, tras otros diez minutos de agradecidas zalamerías, se puso a contarnos el Edipo rey de Sófocles. Como yo ya lo había leído, aproveché para reescribir en clave autobiográfica un relato de David Roas: “Cuando salía de casa, caminaba siempre dos pasos por delante de él. Al llegar a cualquier sitio, tenía que detenerse un rato a esperarse. Uno de sus juegos preferidos era desafiarse a ver quién leía más rápido, pasando rápidamente la página e impidiéndose leer cómodamente. En las conferencias, cuando el conferenciante empezaba a hablar, él ya había tomado nota de la conferencia entera y luego se aburría soberanamente. El día en que murió fue el único en que no quiso adelantarse a sí mismo y se lo encontraron sentado frente al ataúd en que reposaba escribiendo un epitafio”.


Viernes, 12 de abril
NECESIDAD DE EDIPO

Aquel psicoanalista era tan ortodoxo que quería prohibir adoptar a las parejas homosexuales porque en ella los niños no podrían tener complejo de Edipo.



Sábado, 13 de abril
TODAVÍA NO

––¿”Delenda est monarchia”, amigo Martín?
––Todavía, no, amigo Xuan. Vayamos por pasos. Ahora tenemos recambio, cosa que no ocurría cuando Ortega tituló así su famoso artículo. Ahora lo que hace falta es un nuevo Cid Campeador.
            ––¡Épico te pones!
––Hace falta un español de verdad, que ante las dudas sobre el comportamiento del monarca, se adelante y, como en Santa Gadea de Burgos, le tome juramento: “Villanos te maten, rey, / villanos, que non hidalgos, / si no dices la verdad / de lo que te es preguntado: / si tú fuiste o consentiste / del yerno en los malos pasos”. Se afirma que la mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo; con más razón debe parecerlo el propio César, además de serlo. “Viva España con honra” gritaban los revolucionarios de Septiembre hartos de las licencias de la reina castiza y campechana. Eso mismo, con unas palabras o con otras, gritamos ahora muchos buenos españoles. Y para despejar dudas hace falta un nuevo juramento de Santa Gadea, ante Congreso y Senado reunidos, o en un juzgado de Palma. Y si las dudas no se disipan creo que resulta inevitable, por simple cuestión de decencia (además de por exigencia constitucional: un rey que falta a su juramente de “guardar y hacer guardar las leyes” incurre en inhabilitación), un cambio en la Jefatura del Estado. Afortunadamente ahora tenemos recambio. La opción republicana (ya sabes, amigo Xuan, que yo soy muy conservador y moderado y nada amigo de aventuras) solo si también nos falla Felipe VI.


sábado, 6 de abril de 2013

Nada personal: Cambiar de vida


Martes, 2 de abril
FRONTERAS

De vez en cuando me entran ganas de cambiar de vida. Dejar de dar vueltas un día y otro por las mismas calles, de ver a la misma gente, de hacer siempre las mismas cosas. Quizá, en el fondo, no soy más que un vagabundo domesticado por la rutina. Y de vez en cuando, muy de vez en cuando, intento rebelarme.
            A las seis de la mañana, mucho antes de que amanezca, subo al coche. Desayuno en Lezo, una pequeña villa guipuzcoana al fondo de la ría de Pasajes. Calles estrechas, casonas con escudos, una pequeña plaza con el ayuntamiento y la iglesia del Santo Cristo y una frutería que se desparrama por las oscuras piedras. A esta hora ocupan la plaza algunas furgonetas de carga y descarga, la cruzan algunas mujeres que van a hacer la compra, todo respira provinciana calma. Algo disuena, sin embargo, en este apacible lugar. Algo me dice que, sin salir de España, estoy en otro país. Las banderolas, los carteles, las pintadas unánimes: “Preso eta iheslariak. stera!”
No hace falta entender la lengua, para entender el grito. Pero yo ahora soy un vagabundo. He venido solo para mirar, ver y pasar, no para tomar partido.


            Desayuno con calma, cerca de un frontón donde juegan algunos niños y luego sigo hasta Pasajes. El barrio de San Juan es solo una casa larga y angosta. De viaje por los Pirineos, aquí pasó Víctor Hugo unos días que no olvidó nunca. El edificio en que se alojó, ahora museo, se adentra en el agua y es quizá el más hermoso del lugar. Yo entro en su dormitorio, me asomo a las ventanas a las que él se asomó y recuerdo sus versos: “A bord des mers, quand on sommeille, / tout caresse et berce l’oreille…”
Sí, cuando dormimos a la orilla del mar, todo nos mece y acaricia el oído: el ruido del viento sobre las olas, el ruido de las olas sobre las rocas… Y a través de los sueños nos llega el canto lejano de los marineros.
            Pero yo salgo de la casa, sigo caminando por la orilla de la ría (al otro lado está el barrio de San Pedro) y lo que me llega de pronto son los gritos y los disparos de cierta noche aciaga. Una placa recuerda cuatro nombres y una fecha, 22 de marzo de 1984, y abajo, en las rocas junto al agua, están dibujadas cuatro fúnebres siluetas. No sé la historia que hay detrás, o no quiero recordarla, sé que hubo una mujer torturada y obligada a hacer señales con una linterna y una emboscada y unos hombres que llegan en una lancha y de pronto se ven rodeados y acribillados a balazos.


Cuántos muertos, cuánta barbarie en esta tierra. Y qué hermoso este paseo hasta llegar a uno de los dos faros que señalan la estrecha embocadura que se abre a la mar.
            No soy un político, no tengo soluciones para las heridas de la historia. Yo soy un vagabundo, yo sigo mi camino y sin salir del país entro en otro país. Me gusta que ya no haya fronteras administrativas, me gustaría que no hubiera tampoco tercas fronteras de rencor en los corazones.
            Huyo de una rutina pero para encontrarme gozosamente con otra. Bayona es una plaza y el Café du Théâtre, frente al lugar en que se encuentran sus dos ríos; es cruzar el largo puente del Santo Espíritu en busca de la sinagoga a la que se acogieron los judíos expulsados de España; es acercarse a la catedral por la Rue du Port-Neuf, con su olor a chocolate; es sentarse en el pequeño parque que hay frente a ella, junto a la biblioteca pública, entre los rododendros y las rosas, bajo el gran magnolio; es cruzar hasta la Petit-Bayonne, tan euscalduna, y llegar hasta el Château-Neuf, ahora sede de la universidad.
Bayona son las calles con soportales y los bares con ikurriñas y carteles de toros y los días lluviosos y llenos de las melancolías españolas de tantos exiliados.


           
Miércoles, 3 de abril
AGUAS TERMALES

Como quiero ser otro, como quiero tomarme vacaciones de mí mismo, me he venido a Dax, la ciudad balneario a orillas del Adour, un río al que encuentro fangoso y muy crecido con las lluvias de los últimos días.
            Lo primero que hago en Dax es buscar la Fontaine Chaude, el manantial de la Nèhe, con sus incesantes chorros de agua caliente. Bebo, en el cuenco de las manos, esta agua que brota a más de sesenta grados para que me cure, si no de los males que tengo, sí de los que creo tener.
            Paseo luego por el Balcón del Adour, entre el puente viejo y la nueva pasarela, con sus inclinados postes de colores, y me imagino las largas tardes en este lugar, sin nada que hacer más que charlar con algún otro convaleciente y dejarse acariciar por el tibio sol de primavera. Por supuesto, me alojaría en el Hôtel Splendid, verdaderamente espléndido, del más elegante art déco, con sus ecos del tiempo de los grandes transatlánticos y de Nueva York y de Miami y del Hotel Nacional de La Habana (por los dos anduvo Hemingway muy borracho).


            Y al lado del Splendid, blanco y azul, resplandeciente, el nuevo hotel de las termas, de Jean Nouvel, un limpio cubo de cristal y acero con transparentes voladizos.
            Pero yo prefiero el Splendid, ya lo dije, y para comer o tomar un café o ver algún espectáculo me iría al Atrium, también art decó y del mismo arquitecto que el hotel, André Granet. Por su color y la sencilla geometría de sus trazos, me trae recuerdos de mi instituto del bachillerato, el Carreño Miranda.
            En Dax nadie tiene prisa, en los pasillos del hotel uno se encuentra con gente en albornoz camino de los baños, abundan las calles peatonales llenas de flores  y con el incitante olor de las panaderías desde primera mañana.


En Dax, tan francesa, se sueña con España, a la que pronto la unirá un nuevo tren de alta velocidad, y se siente, como en ninguna otra parte, la pasión por los toros. Este año cumple precisamente cien años su gran plaza, que pronto tuvo que ser ampliada. Hay un gallardo monumento al toro de lidia y en las tiendas de fotos se muestran grandes ampliaciones de faenas de la fiesta. 
            Un buen lugar para descansar, sin duda. Pero yo de descansar me canso pronto. No llevo un día y ya he recorrido una y otra vez las mismas calles, paseado una y cien veces por la orilla del río, cambiante de color según el sucederse de las horas. No me extraña que Pierre Benoit, que vivió en este lugar, escribiera novelas de aventuras que transcurren en el imposible desierto o en la remota Atlántida. Los lugares apacibles son propicios al ensueño y a la tentación de la huida.
             

Jueves, 4 de abril
LES AFFAIRES D’ESPAGNE

En el mercadillo de Cambo-les-Bains entre postales, viejas fotografías y cachivaches varios, encuentro un curioso libro: Mémoire pour G.-J. Ouvrard, par M. Mauguin, avocat, sur les affaires d’Espagne, editado en París en 1826.
            Gabriel-Julien Ouvrard fue uno de los grandes financieros de la Revolución y del Imperio; conoció el éxito y el fracaso, la cárcel y el destierro. Su primer gran negocio lo hizo a los diecinueve años. Hijo de un fabricante de papel, sin apenas estudios, se le ocurrió comprar por dos años toda la producción de papel de la región de Nantes. Era el año 1789 y fue el primero en ver que las revoluciones son grandes devoradoras de letra impresa.
            Los asuntos de España a los que se refiere el libro tienen que ver con la invasión de los cien mil hijos de San Luis que devolvió a Fernando VII el poder absoluto. Ouvrard se encargó del abastecimiento del ejército francés, como en otras ocasiones, pero sus gastos no le fueron reembolsados.
            De las martingalas de los especuladores de hoy me distraigo con las noveleras peripecias de los especuladores de ayer. Ouvrard fue amante de Teresa Cabarrús, la mujer que provocó la caída de Robespierre.
            Me gustan los regalos del azar, ya lo he dicho, y el luminoso Cambo, donde Rostand edificó su villa de versallescos jardines, me lleva a la España de 1823, en la que las tropas francesas del duque de Angulema eran recibidas con vítores y flores por los buenos españoles, ya que les devolvían las cadenas de las que les había librado Riego.

Viernes, 5 de abril
CEMENTERIOS

La Bastide Clairence, fundada en el siglo XIV por un rey de Navarra que luego fue rey de Francia, tiene en lo alto la iglesia de la Asunción, rodeada y hasta invadida por el cementerio: incluso en el claustro y en el atrio hay tumbas. La primera en que me detengo es una losa en forma de corazón adosada a la pared. Dice así: “Dieu / Patrie / a la mémoire de / Jan Bte Darritchon / Mort au champ d’honneur / le 22 Août 1914 / à l’âge de 20 ans / P.P.L.”


            A los veinte años murió en un duelo Jean-Bautiste Darritchon. ¿Qué historia habría detrás? Quizá fue afortunado. La mayor parte de sus compañeros morirían en los años siguientes y no en el campo del honor sino entre la mugre y el sinsentido de las trincheras.
            Paseo entre las tumbas, anoto algún epitafio, me emborracho de melancolía. Fuera, en lo que parece un simple prado, hay una verja, una estrella de David y un cartel que indica que allí están enterrados los judíos españoles que huyeron de la Inquisición y que en este lugar se refugiaron bajo la protección del duque de Gramont. Eran pocos los que llegaron hasta La Bastide, unas setenta u ochenta familias. A cambio de esa protección, durante los dos siglos que aquí vivieron, proporcionaban a la villa un médico y un boticario.
            Tomo luego un café en la apacible plaza. El pueblo tiene algo de hermoso decorado, de lugar fantasma. Entra uno en la iglesia, una de esas iglesias vascas que semejan un viejo teatro con su triple galería de madera, y se encienden las luces y un coro de angelicales monjas comienza a cantar. Parece que de un momento a otro las altas galerías van a llenarse de fieles o de los integrantes de los Estados Generales de Navarra, que aquí se reunían, o que quizá va a entrar por la puerta, hermosamente demacrado, el joven que a los veinte años murió del tiro de un rival por defender el honor de una mujer que no tardó en olvidarlo.
            Abandono La Bastide Clairence un instante antes de convertirme yo también en un fantasma. O quizá un instante después.

Sábado, 6 de abril
VOLVER

Subí hasta lo alto del Larrún, la primera cima de los Pirineos, pero no a pie, como habría hecho mi admirado Miguel d’Ors, sino en un viejo tren de cremallera que parece de juguete. En la cumbre de este monte celebraban sus aquelarres las brujas que luego chamuscaría la Inquisición. Es emocionante ver toda la costa, desde Biarritz hasta San Sebastián, por un lado, y el abrupto norte de Navarra por el otro. Luce el sol y apenas si molesta la brusca caricia del viento. Un lugar fuera del mundo y en el centro del mundo.


Pero de pronto suena ligeramente el teléfono. Acabo de recibir un mensaje. No debería mirarlo. Pero lo hago. Y contesto. Y de pronto me siento impaciente por regresar, por volver a mis libros y a mi rutina.
            De vez en cuando me entran ganas de cambiar de vida, pero se me pasan pronto.