domingo, 11 de mayo de 2014

A buen entendedor: El arte de no tener amigos


Sábado, 3 de mayo
CARTAS DE AMOR

Abro las Máximas y malos pensamientos, de Santiago Rusiñol, recién reeditadas: “Las mejores cartas de amor son las que escriben los que no están enamorados”.
            Una gran verdad que antes dijeron Bécquer y Pessoa, y tantos otros. Las mejores cartas de amor, y los mejores poemas, se escriben cuando no se está enamorado. Pero para ello hace falta haber estado enamorado antes, de verdad y para siempre, muchas veces, cosa no demasiado frecuente, y saber escribir, algo aún menos frecuente.


Domingo, 4 de mayo
SOY TODOS LOS QUE HE SIDO

Soy todo los que he sido, y por eso disfruto con el nuevo Spiderman como si tuviera catorce años (en realidad, los tengo), o como un griego de la época de Pericles oyendo contar la historia de Hércules o de cualquier otro superhéroe. Cambia el envoltorio, sigue intacto el núcleo del mito.
            Y en mi caso se añade un placer especial, una de mis manías personales favoritas: ir reconociendo los lugares en que transcurre la acción. Quizá no sea tan personal esa manía. A todo el mundo le gusta peregrinar al escenario de sus historias favoritas, se cuenten en un libro, en una película o en una serie de televisión. Yo creo que hay una razón para ello: esos lugares se convierten en nexos entre la realidad y la ficción, en puertas que comunican mundos distintos.
            Peter Parker y Harry Osborn, los dos amigos de los años de internado que han vuelto a encontrarse, para charlar de sus cosas van hasta el Dumbo, el nuevo parque creado en una zona antes deteriorada y abandonada de Brooklyn, entre los puentes de Manhattan y de Brooklyn. Allí me llevó la primera vez, recién inaugurado, mi amigo Hilario Barrero. Allí he vuelto cada vez que he vuelto a Nueva York y allí he perdido el tiempo más de una vez charlando con algún amigo. Me agrada que Spiderman, cuando no está de servicio, tenga preferencia por el mismo lugar. Salta la valla y se acerca al río, como he visto hacer más de una vez a algún adolescente afroamericano. Luego se entretiene en tirar piedras para que parezcan rebotar en la superficie del agua y le enseña a su amigo Harry cómo hacerlo. Mientras los dos adolescentes charlan, la cámara se acerca un momento al puente de Brooklyn y me muestra tras él –como haciéndome un guiño de complicidad-- al Pier 17. tal como yo lo recuerdo, todavía no semidestruido para no sé qué reformas.
            Y luego, en la emocionante historia final, con el recuerdo de la escena en que un manifestante se coloca delante de un tanque en la plaza de Tiananmen, asoma un momento, a un lado de Park Avenue, la iglesia neobizantina de St. Barts, de San Bartolomé. Entre las incontables iglesias de Nueva York, es mi favorita. En esta ciudad, que sabe cómo buscar patrocinio privado para cualquier cosa que valga la pena, es frecuente encontar en los bancos de los parques inscripciones conmemorativas. También las hay en los bancos de algunas iglesias. En St. Barts puede leerse una firmada por mí: “Que los que no tienen sitio / lo encuentren en tu corazón”.
            La realidad es a medias verdad y a medias ficción. Sin los sueños la realidad no se sostiene. Las mentiras de los superhéroes nos dicen más de nosotros mismos que las verdades estadísticas. Peter Parker, el tímido adolescente abandonado por los padres, charla con su novia, Gwen Stacy, y detrás de ellos se lee, en grandes letras, Whole Foods Market. Reconzco el lugar: es Union Square (yo prefiero el que está en Time Warner, el centro comercial de Columbus Cirble). Seguramente han cenado allí, comprando la comida al peso y luego pagándola en caja antes de sentarse a consumirla, algo que a un español siempre le extraña siempre.
            Soy todos los he sido y vivo en todos los lugares que amo, aunque vuelva a ellos muy de tarde en tarde, o solo en sueños y en el ensueño del cine.


Lunes, 5 de mayo
RECONOCER EL ERROR

Me gusta ir de vanidoso por la vida, pero soy más hipócrita que vanidoso. La vanidad tiene mala fama, para mí inmerecida. Me caen bien los vanidosos, aunque yo no lo sea, solo finja serlo. El vanidoso está muy atento a los demás, quiere agradar, se desvive por conseguir un elogio, por ser admirado. Es fácil llevarse bien con las personas vanidosas. Son como niños: se creen cualquier cosas que se les diga siempre que suponga un elogio. Las personas orgullosas resultan más antipáticas. A mí la opinión de los demás me importa, pero bastante menos que la propia. De ahí que parezca una persona demasiado segura de sí misma e incapaz de dar su brazo a torcer. Y no es que no me guste rectificar. Todo lo contrario. Rectifico de inmediato en cuanto advierto un error. Pero tardo en advertirlos. A veces años. El último, exactamente treinta y siete años. Francisco Brines publicó uno de los libros suyos que yo prefiero, Insistencias en Luzbel, y un joven poeta y profesor, al que yo admiraba mucho entonces, a pesar de que ideológicamente estábamos en puntos opuestos, Miguel d’Ors, le dedicó una larga reseña, casi un estudio, en Nuestro Tiempo, una revista de la Universidad de Navarra. Yo me apresuré a fotocopiarlo y a enviárselo a Brines. No le gustó nada, se sintió ofendido. A mí me pareció que ese enfado se debía a un exceso de susceptibilidad por su parte. Pero ahora Miguel d’Ors reedita ese trabajo, junto con otros interesantes estudios y alguna apolillada minucia en el volumen Lecturas. Y yo releo aquellas viejas páginas, que tan inteligentes me parecieron, y las veo llenas de cerril y moralista incomprensión. Los versos finales de un poema (“El mar ha ennegrecido en lo lejano, / y se enciende la fiebre de la carne: / pues me llama al placer lo que allí vive”) los glosa así: “Lo que allí vive, y no, por ejemplo, la que allí vive, porque, lógicamente, cuando amar significa solo dar satisfacción al propio cuerpo se puede amar con lo que sea –persona, animal o cosa-- con tal de que proporcione esa satisfacción”. De otro poema dice que “sus posibles valores estéticos resultan difícilmente perceptibles para el lector normal a causa de la intensa conmoción que aquel le supone en el plano de los valores éticos y aún de la mera psicología”.
            Me gustaría pedirle perdón a Brines por haberle enviado esas fotocopias, pero me temo que ya es un poco tarde. Y Miguel d’Ors ya no es mi amigo. Si lo fuera, le diría que publicar esa reseña entonces quizá tuviera disculpa; reproducirla ahora, no tiene ninguna.


Martes, 6 de mayo
ENSEÑANZAS DE LA EDAD

¿Se vuelve uno más sabio con la edad o simplemente más comodón? Al contrario que cuando era más joven, ya solo soy capaz de enamorarme si estoy seguro, completamente seguro, de que no voy a ser correspondido.

Miércoles, 7 de mayo
SHERLOCK GOOGLE

Qué difícil resulta hoy lucirse como detective literario, una de mia aficiones favoritas. Resulta que en una nueva colección dirigida por Luis Antonio de Villena y Juan Bonilla se publica un libro inédito, Coral de carne, de un poeta poco conocido, Aníbal Turena. El volumen lleva nada menos que tres prólogos, uno de ellos firmado por Amelina Correa, benemérita profesora universitaria, quien firma también la solapa, y va ilustrado con fotografías.
            Pero comienza uno a leer los poemas y enseguida nota algo raro, un tufillo a fraude. Repaso los prólogos y no encuentro ninguna precisión bibliográfica concreta, salvo las alusiones a textos de Villena en los que presuntamente noveliza –como Juan Manuel de Prada a Gálvez-- al desconocido poeta menor, y una de las fotos –edulcoradamente gay-- resulta más que sospechosa. Se trata de yb apócrifo, sin duda alguna.
            Me dispongo ya a redactar un artículo (quiero ser el primero en descubrir el engaño) cuando se me ocurre algo en lo que debería haber pensado al principio: buscar a Aníbal Turena en Google. Y allí me encuentro, en primer lugar, con un artículo de Villena elogiando el libro que acaba de descubrir y editar y, a continuación, una entrevista de 2012, con motivo de la publicación de su novela, Majestad caída, en la que afirma: “El noventa por ciento de los personajes que aparecen en este libro son reales, y además están documentadísimos, aunque el protagonista, Aníbal Turena, un escritor maldito, es una invención mía”.
            Sin demasiado interés, añado yo. Villena no inventa heterónimos como Pessoa, sino caricaturas de sí mismo (“Bailan piernas en el ring. / Los brazos también bailan... / Dulce amado perillán, / entre tus piernas ¿qué danza?”). Y no sé qué pintan Bonilla y la profesora en este enredo.
            Con Google es más difícil engañar, y también presumir de listo, eso que a mi me gusta tanto.


Jueves, 8 de mayo
SPRUCE STREET

El Premio Príncipe de Asturias a Frank Gehry me lleva de nuevo a Nueva York y a su torre Beekman a la que pude admirar recientemente en la película de Spiderman, alzándose majestuosa sobre el puente de Brooklyn. No es en realidad una torre sino dos, muy unidas, como una pareja enamorada de rutilante acero. Quise verla de cerca una vez y tardé en encontrarla. Sabía su dirección, Spruce Street, una breve y fea calle que parte del City Hall Park y lleva hasta el antiguo puerto pesquero. Pero la  recorrí toda y no fui capaz de dar con ella. Pero al darme la vuelta, al final de la calle, allí estaba, encaramada sobre una escuela de ladrillo rojo.
            Eso es algo que solo pasa en esta ciudad. ¿No hay espacio para un nuevo rascacielos? Pues lo construimos sobre otro edificio. Alguna conclusión podría sacarse de que los setenta y seis deslumbrantes pisos con cerca de mil apartamentos de lujo y las mejores vistas de la ciudad se levanten sobre una escuela: la educación es la base del éxito.
            A la torre Beekman, como a los grandes hombres, hay que verlos a cierta distancia; desde demasiado cerca se vuelven casi invisibles, se confunden con los demás. Y no son sublimes sin interrupción: en la fachada que da a la vulgar calle Spuce, Gehry no quiso mostrar su llamativo genio, casi calatraveño, y se contentó con un liso paredón sin gracia ninguna (por ese lado parece que no había políticos ni especuladores que seducir).

Viernes, 9 de mayo
TAN A DESTIEMPO

Todo lo analizo, todo lo mido, todo lo peso y lo sopeso antes de tomar una decisión. Si me enamoré de ti, fue porque estaba seguro de que no me ibas a hacer ningún caso, de que me ibas a dejar en la tranquila rutina rumiando mi confortable soledad en verso y prosa. Pero empiezo a sospechar que me pasé de listo, mi deporte favorito.
            Dime que no me quieres, dime que estoy equivocado.
            No me llames a la felicidad, tan a destiempo.




3 comentarios:

  1. Amigo, Martín; creo que esa cabeza marmórea de arriba es del escultor polaco Igor Mitoraj. Hace unos años, admiré en Roma su Puerta de la Anunciación en la Basílica de Santa María de los Ángeles y los Mártires: las cabezas y los torsos parecían brotar del bronce cual si fuese de las aguas de un lago, tal era la sutileza de aquella transición.
    Por aquel año de mi visita (hará de esto siete u ocho años), en el interior del templo (diseño de Buonarroti, por cierto) había una exposición de sus obras, de las que traje un cumplido reportaje fotográfico.
    Si no es mucho pedir, te agradecería que me dieras información sobre dónde has dado con esta cabeza velada por tiras de tela (es un recurso muy empleado por el artista).
    Grazie tante.

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  2. Esa cabeza la encontré precisamente en la iglesia diseñada por Miguel Ángel que ocupa las antiguas termas, muy cerca de la estación de Termini. Comparto la admiración por el escultor polaco.

    JLGM

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  3. Gracias, Kurtz. Efectivamente, la Basílica de Santa Maria degli Angeli e dei Martiri forma parte del complejo de las termas de Diocleciano, creo que levantada
    sobre el antiguo tepidarium.
    Existe en el edificio anexo un importante museo, rico en muestras de arte funerario romano: recuerdo unas urnas cinerarias bellísimas. También un pequeño observatorio astronómico de tiempos de Mussolini.

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