domingo, 30 de noviembre de 2014

Nadie lo diría: Lo que más me cuesta


Sábado, 22 de noviembre
UN PINTOR CHINO

“Nunca harás nada porque eres incapaz de estar sin hacer nada”, me digo. Y recuerdo aquel apólogo sobre un pintor chino al que el emperador le encargó un cuadro que representara un amanecer sobre los jardines de palacio y las Montañas del Este. El pintor pidió ser alojado en una habitación del palacio con hermosos ventanales. Varios meses pasó acostándose tarde y levantándose pronto para ver la llegada de la aurora, sin tocar siquiera el pincel. Durante el día escuchaba música, leía versos, probaba los mejores vinos, cortesía de su anfitrión. Cuando el emperador le preguntaba por el encargo, respondía que aún no estaba listo y volvía a la contemplación matinal y a la buena vida durante el resto de la jornada. Los cortesanos murmuraban: el pintor no era más que un holgazán y lo único que pretendía era darse la mejor la vida a costa del soberano. La paciencia del emperador se agotó un día. Le llamó a sus estancias y le dijo que o comenzaba a pintar el cuadro o aquella misma tarde ordenaba que le cortaran la cabeza. El pintor sonrió: “Ya está terminado” Los cortesanos pensaron que se había vuelto loco. El pintor pidió entonces que le trajeran un lienzo blanco y sus pinceles y en unos pocos minutos pintó el más asombroso amanecer que se haya visto nunca, síntesis perfecta de todos los que había visto aquellos días en que no había hecho nada.

Domingo, 23 de noviembre
AUTORRETRATO DE DESCONOCIDO

Deja que las cosas maduren dentro de ti, pero evita que se pudran.
            Hay días en que la vida parece que se ha encaprichado con nosotros y nos acaricia en público sin pudor ninguno.
            Todas las religiones son verdaderas, pero ninguna está en lo cierto.
            Me basta estar seguro de una cosa para que comiencen a entrarme dudas.
            Soy el que mejor me desconoce.


Lunes, 24 de noviembre
CARA Y CRUZ

Qué hermosa, a veces, puede ser la vida.
Sin dormir, sin parar, iluminado,
escribo y canto y te sueño al lado,
recorro mares, gano mi partida.

El mundo, un buen amigo que sonríe.
Con su mejor careta me enamora,
me hace creer que ayer es siempre ahora,
me da su mano para que confíe.

El mundo, camuflado cementerio,
donde doy tumbos con mi tumba a cuestas,
quiere hacerme creer que está de fiestas,
me ofrece amor, oculta su misterio.

Dentro del ataúd vivo escondido.
Sueño que soy feliz. Me sé perdido.


Martes, 25 de noviembre
TRISTES TÓPICOS

Una veterana y ponderada periodista, Pilar Rubiera, pasa por clase para hablar de su oficio. Dice cosas muy sugerentes y provechosas para los alumnos, pero les repite más de una vez: “El problema de los jóvenes es que leéis poco, bastante menos de lo que leíamos nosotros, y sin muchas lecturas no se puede ser periodista”.
            No se me ocurre replicar, claro, al menos mientras está ella delante, pero luego no puedo dejar de poner los puntos sobre las íes: “Oiréis muchas veces eso de que los jóvenes cada vez leen menos; ya se decía allá por 1970, cuando yo tenía veinte años. Y es cierto que los jóvenes siempre leen menos de los que nos gustaría que leyeran, pero casi siempre suelen leer más que los adultos que les reprochan su falta de interés por la lectura”. Y les conté la anécdota, que siempre cuento, de aquel compañero que, en el último curso de la licenciatura, se jactaba de haber sacado buena nota sin leer ninguna de las lecturas obligatorias (para pasar el examen le bastó con el resumen que circulaba entre los más avispados) y al que no volví a ver hasta diez años más tarde cuando daba clases de Lengua y Literatura en un instituto. “¿Y qué tal te va?”, le pregunté. “Bien, bien, pero los alumnos de ahora son un desastre, no son como nosotros, no leen nada”.  


Miércoles, 26 de noviembre
MI DEPORTE FAVORITO

Ya sé que no debía decir esto, que voy a enfadar a la mayoría de mis lectores y que en otros tiempos sería acusado de alta traición (Blasco Ibáñez fue encarcelado por declararse a favor de la independencia de Cuba), pero me parece admirable la firmeza democrática con que están actuando los catalanes en defensa de sus derechos. Y de todos los políticos catalanes el que está dando mayor talla de estadista es Artur Mas, hasta el punto de que su última intervención ha dejado con un palmo de narices, no ya a Mariano Rajoy, que de estas cosas no se entera, sino al mismísimo Oriol Junqueras: ese Artur Mas de quien tanto se burlaron a este lado de la futura frontera cuando perdió la mayoría absoluta en las anteriores elecciones anticipadas. Yo creo que está haciendo historia, dando un ejemplo al mundo. Y si me equivoco o no ya lo dirán los manuales dentro de unos pocos años.
            Estas cosas no suelo comentarlas con nadie (los que nos criamos en el franquismo nunca hemos perdido por completo el miedo a opinar libremente en asuntos políticos), pero no sé cómo todos los que me conocen saben lo que pienso al respecto. “¿Y no te preocupa que si se declara la ley marcial como respuesta a la declaración unilateral de independencia vuelvas de nuevo a la cárcel?”, me pregunta un amigo.      “Hombre, espero que no lleguemos a tanto. Si eso ocurre, volveré a sepultar el libre pensamiento en las catacumbas, como en los tiempos de Felipe II o Francisco Franco, pero mientras tanto no quiero privarme de un lujo del que tan poco hemos disfrutado en la historia de España”.
            “Me parece a mí que tu único lujo, tu deporte favorito, es opinar sobre cualquier asunto lo contrario de lo que opinan los demás”.


Jueves, 27 de noviembre
HISTORIA DE HOY, HISTORIAS DE AYER

En el palacio de Toreno, Abla Saadat, esposa de un dirigente del Frente Popular de Liberación de Palestina encarcelado desde el 2002, habla de la situación de los presos palestinos. Cuenta muchos pequeños detalles exactos y terribles, como que los presos son una fuente de ingresos para Israel: a los familiares les está prohibido llevarles ropa o comida, dicen que por razones de seguridad, y ellos han de comprarlo todo en el economato de la cárcel, a un precio varias veces superior al de la calle. Y a mí entonces me vino a la memoria el economato de Carabanchel, hace ahora exactamente cuarenta años. Dentro de la cárcel no funcionaba el dinero, sino unos vales que hacían sus veces. Yo recuerdo que uno de los primeros días que salí al patio compré un bocadillo para matar el hambre, la comida que nos daban era muy deficiente, y al recibir la vuelta me di cuenta de que me habían dado de más. Lo dije en voz alta y traté de devolver aquel vale que sobraba (una cantidad insignificante, quizá una peseta), chocando con los que se apretujaban para hacer su compra, y entonces alguno de los que se amontonaban ante la ventanilla me sacó fuera de un empujón y me dijo: “Eh, chico honrado, ¿qué haces tú en tan mala compañía?”. Me escabullí como pude entre las risas de todos. No sé por qué, mientras Abla Saadat hablaba, yo recordé aquella anécdota sin importancia. O la otra en que mi absurda cabezonería me puso en riesgo de perder la vida, o eso llegué a pensar. Resulta que en aquel mundo fuera del mundo que era la séptima galería de Carabanchel en 1974 se les daba por las tardes un vaso de vino a los reclusos que lo querían. El reparto era en el patio. Se formaba una larga cola ante las grandes garrafas y los que bebían, para que no pudieran repetir, pasaban al comedor hasta que terminara el reparto. Yo contemplé con curiosidad, como hacía con todo en aquel planeta insólito, la operación y luego, al subir a las celdas, me encontré con que mis compañeros –yo estaba con los más peligrosos, con los fuguistas, con los que manejaban el cotarro y hacían allí dentro lo que les daba la gana– se habían quedado con el vino sobrante y me invitaban a compartirlo con ellos. Respondí que no bebía. Insistieron. Seguí negándome. Comenzaron a mirarme con malos ojos. Uno de ellos dijo: “Este tío raro es un chivato”. Otro sacó un pincho (una cuchara con el mango afilado y punzante) y lo acercó a mi pecho: “Ya sabes lo que hacemos aquí con los chivatos”. Y yo, a pesar de ello, seguí en mis trece: “No soy un chivato, pero no bebo”. Al final me dejaron por imposible: “¡Tiene cojones el tío!”
            No sé por qué recordé estas cosas mientras Abla Saadat contaba la barbarie israelí, el sufrimiento palestino. ¿Por ese afán que todos tenemos de ser protagonistas en cualquier situación? Quizá. Aquellas viejas historias mías ya hace tiempo que son agua pasada que no mueve ningún molino, ni el del rencor ni el del resentimiento, pero Palestina ahí sigue, encarcelada y masacrada, y nada puede hacer para mejorar su situación, cualquier acción en defensa propia es replicada con el ciento (o el mil) por uno. Atendemos a las palabras de Abla Saadat en el palacio de Toreno, nos conmovemos, nos solidarizamos, escuchamos después al Ocas Jazz Ensemble, apuramos de un trago la copa de la buena conciencia y volvemos cada uno a nuestros asuntos.


                                                             Viernes, 28 de noviembre
NADA QUE DECIR

Lo que más me cuesta aprender es a callar cuando no tengo nada que decir.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Nadie lo diría: Con un libro en las manos


Domingo, 16 de noviembre
INVITACIÓN AL VIAJE

La ciudad desde el barco es una mancha blanca, una sábana al sol. El teatro Cervantes, el café París en el Bulevard Pasteur, la librería Des Colonnes, la casa de Paul Bowles, la de Ángel Vázquez y Juanita Narboni, las enredadas calles que vuelven sobre sí mismas, el alboroto de los tenderos, el olor penetrante del mercado, las manchas de humedad en las fachadas, las cicatrices de la historia…
            Calles sin salida, muros y parapetos de metal que te obligan constantemente a volver sobre tus pasos. Al pasar por un pequeño puente por encima de la École del Affaires, un edificio en medio de la oscuridad con todas las ventanas abiertas, escupiendo a la calle la vida íntima de sus habitantes: hombres que salen de la ducha, mujeres en la cocina, televisores encendidos de los que manan, incesantes, las aleyas del Corán; niños que bajan a la calle a corretear… En La Corniche, la caída del sol sume a su `población en una inquietud y en una desesperación tales que pasan la noche asomados a la playa, llenando las horas de oscuridad de una fiesta enloquecida, con la música ensordecedora que sale de los coches aparcados, envueltos en nubes de Narguile, esperando, como en los ritos paganos que viajan desde Egipto hasta aquí, a que la luz emerja cada mañana por la cordillera del monte Líbano.
            Caminamos de noche por el barrio medieval que sube al centro desde el Arco Etrusco: paredones de piedra fosca horadados de mínimas troneras que no parecen suficientes para que nadie viva tras ellas, arcos que vuelan de un lado a otro de la calle sin que se sepa bien si están aquí para apuntalar las altas paredes o por el contrario son sostenidos por ellas, fachadas que se pliegan a cada tanto sobre sí mismas… Ciudad en la que todo es piel, más ilusionista que dramática, que busca la sorpresa, el birlibirloque, el deslumbramiento instantáneo, en la que el derecho y el revés están del mismo lado y se confunden el arriba y el abajo.
            Tres ciudades, tres, recorridas en el mismo día. Vuelvo a Tánger con Álvaro Valverde (Más allá, Tánger se titula su último libro de poemas), acompaño a Amador Vega (que es catalán, aunque tenga nombre de cantaor flamenco) mientras da un curso sobre Ramón Llull y la mística en la Université Saint Joseph de Beirut, me encuentro súbitamente con Perugia hojeando el repertorio de ciudades de Ignacio Jáuregui. Tres ciudades, tres libros, tres viajes sin fatiga en un domingo en el que no pasa nada. Y como colofón la habitación de un hotel de lujo, el Meurice, en el París de 1944, una habitación en la que dos hombres deciden el destino de la ciudad.
            Tres libros, una película, Diplomacia, en este domingo en el que no pasa nada. Y aún me queda tiempo para aburrirme (para mí, sin un poco de aburrimiento, no hay día completo) y para garabatear unos versos: “Cuando estoy solo, a nadie echo de menos. / Pero si estoy contigo, danza el mundo / y viene Dios a hacerme compañía / con su corte de arcángeles y de bestias felices”.


Lunes, 17 de noviembre
AYER Y HOY

El misterio del espacio, el enigma del tiempo. En 1979 presenté el primer libro de Víctor Botas en la antigua biblioteca Bances Candamo, tan cerca de Correos, hoy presento el último, Carta a un amigo, frente a Correos en la calle de la Ferrería. Treinta y cinco años han pasado en un abrir y cerrar de ojos.
            La ilusión de que todo cambia, salvo yo, siempre en los mismos sitios, siempre manteniendo las mismas tercas costumbres. Si diera esos pocos pasos esta tarde aquí en Avilés y volviera a la sala de la biblioteca donde me inclino ávidamente sobre un libro, ¿me reconocería en el que fui? ¿Reconocería el que fui al que soy?
            Pero el tiempo ni vuelve ni tropieza. Tropezaré yo cualquier día, pronto o tarde, y caeré por el negro escotillón.
            Alzo los ojos mientras leo uno de los poemas (“pasa / anónima galera entre la bruma / la soledad del hombre) y creo ver a mi amigo Víctor Botas mirándome sonriente desde el fondo de la sala.


Martes, 18 de noviembre
NUNCA RECUERDO NADA

Después de entretenerme un rato, mientras tomo un café, con el último libro de Javier Cercas y sus jugueteos con la impostura, doy un paseo por las calles anochecidas, sin pensar en nada, dejándome llevar por el azar. Al final de la calle Campomanes, cerca del Campillín, se me acerca un vagabundo, o eso me parece, a pedirme limosna y yo acelero el paso. Me sorprende oírle llamarme por mi nombre: “Eh, Martín, ¿ya no te acuerdas de mí?” Me detengo y le miro. No, la verdad es que no acuerdo, pero eso no quiere decir nada, tengo bastante mala memoria según para qué cosas. Se acercó a mí y olía a alcohol y tenía todo el aspecto de ser lo que a mí me había parecido: un pedigüeño. “Todavía guardo un poema tuyo que me regalaste”. Y sacó del bolsillo un folio arrugado y sucio con un poema manuscrito en una letra tan ilegible y desgarbada que podía ser mía. Se sabía de memoria los versos y recitó dos o tres: eran tan espantosamente mediocres que podían ser míos o de cualquiera. “Pero ¿dónde nos conocimos? ¿En la Facultad?”. Sonrío con tristeza, o eso me pareció. “Ya veo que no te acuerdas. O que no quieres acordarte. Pasaste casi entero un verano y en mi casa y algunas veces nos levantábamos muy temprano e íbamos juntos a nadar a la playa. El agua estaba muy fría, pero no nos importaba”. Supe entonces que estaba en un error; nadar no se encuentra entre mis costumbres; creo que solo he nadado, de niño, en el río de mi pueblo. Yo buscaba excusas para escapar de aquel encuentro. El desconocido volvió a sonreír. “¿Tampoco recordarás entonces que me dedicaste tu primer libro, Marineros perdidos en los puertos?” Y sacó un ejemplar de entre sus ropas. “Te lo vendo por cincuenta euros.” Le ofrecí cinco. Él los cogió de un manotazo y se alejó rápidamente sin darme el libro y mascullando lo que me parecieron insultos. Quizá le había conocido en algún otro tiempo, en alguna otra vida. Pero la verdad es que no recordaba nada. Tengo buena memoria: nunca recuerdo nada que no quiera recordar.


Jueves, 20 de noviembre
COSAS DE LA FISCALÍA

A veces pienso que me gusta meter los dedos en el enchufe, en cualquier enchufe. Soy como esos niños a los que les basta ver un cartel de prohibido tocar para sentir la irresistible tentación de hacer exactamente lo contrario.
            He decidido no hablar más ni de Cataluña ni del anterior Jefe del Estado y, en realidad, no hablo de otra cosa. Soy como esos viejos llenos de manías que no pueden leer el periódico sin indignarse. Hoy me encuentro con que la fiscalía ha solicitado que no se admitan las demandas de paternidad que se han presentado contra don Juan Carlos. Cierto que ya es un aforado más, uno de tantos miles como hay en España, pero resulta que  la “inviolabilidad” que al parecer le otorgaba la constitución a sus desafueros privados sigue amparando sus actos anteriores, incluso aunque se cometieran antes de ser rey. Y eso lo dicen, sin ruborizarse, unos señores que son fiscales y han estudiado para ello una carrera. Qué cosas. Si les entiendo bien, el Jefe del Estado español, el anterior y el actual, pueden ir teniendo hijos por ahí, practicando alegremente el derecho de pernada, y nadie podrá obligarles a reconocerlos ni a exigir que les pasen una pensión. Esos fiscales son en realidad unos intrigantes republicanos encubiertos.
            Si la Constitución española dijera lo que interesadamente, para proteger ya sabemos a quién, se dice que dice, yo me avergonzaría de ser español.
            Pero no me avergüenzo en absoluto. Solo me avergüenzo del comportamiento de ciertos españoles, fiscales o no.


Viernes, 21 de noviembre
NÁPOLES, ESPAÑA

Los regalos de azar, que tanto me gustan. Me envían desde Ginebra un libro que acaba de ser editado en Nápoles, el Quaderno spagnolo, de Lorenzo Giusso, un aristócrata napolitano (el palacio de su familia está en la Port’Alba, rodeado de librerías de viejo y de pizzerías, entre ellas la más antigua del mundo) enamorado de España. Fue discípulo de Ortega, amigo de Unamuno, y estas páginas nos llevan a la España republicana y luego a la de los años cuarenta y cincuenta. En 1932 clasifica a los madrileños por el café que frecuentan. Visita Asturias dos veces, en el 32 y en el 49, y de los asturianos subraya “la claridad de su inteligencia”.
            Ginebra, Nápoles, la remota España de ayer mismo vista por unos lúcidos ojos italianos. Cierro el volumen, tras leer cómo Giusto intenta justificar el cambio de Unamuno (pasa de ser el presidente de la Liga de los Derechos del Hombre a ofrecer cincuenta mil pesetas –-él, tan tacaño– para ayudar al general Franco), cierro también los ojos, y vuelvo a pasear por Nápoles: entro y salgo en las librerías de Port’Alba, cruzo la piazza Dante, recorro Via Toledo hasta las galerías y el palacio real, a mi derecha las empinadas y temerosas callejuelas del barrio de los españoles…
            Con un libro en las manos, sigo siendo el rey del mundo, dueño del tiempo y del espacio.



domingo, 16 de noviembre de 2014

Nadie lo diría: A donde el viento me lleve


Domingo, 9 de noviembre
NI UNA PALABRA MÁS

Para que dos no vivan juntos, basta con que uno no quiera. Salvo en caso de secuestro, claro está.
            Y para saber si quiere o no, el único medio es preguntárselo.


Lunes, 10 de noviembre
VEINTE AÑOS DESPUÉS

Sonrío al pensar en lo mucho que le gustaría a Víctor Botas estar hoy aquí sentado, en el aula Leopoldo Alas, escuchando a doctos catedráticos compararle con Horacio y Marcial.
            ––Ya eres tú también un clásico, amigo Botas, ya te estudian en la Universidad, ya formas parte de la vida de los que no te conocieron. Seguro que no te extrañaría demasiado. Siempre estuviste seguro de ello, tú que nunca estabas seguro de nada.


Martes, 11 de noviembre
EN UNA ENCRUCIJADA

“Tengo miedo / de algo que existe y que no se ve”. Esos versos creo que son de Rosalía y últimamente me han venido a menudo a la cabeza. Las cosas que no se ven son las que dan más miedo. Al menos a mí.
            Para espantar ese miedo, trato de aturdirme. Bebo un poco, quizá demasiado. No me muestro muy exigente a la hora de aceptar determinadas invitaciones, duermo con frecuencia fuera de casa, yo que no solía hacerlo nunca.
            Es como si presintiera que la amenaza va a cumplirse de noche y en mi dormitorio. Ayer llegué tarde, casi al amanecer. Al ir a acostarme, vi la cama revuelta, como si alguien hubiera dormido en ella y acabara de levantarse. Me extrañó, pero enseguida pensé que quizá el día antes no me había acordado de hacerla. Pero entonces oí ruidos en el cuarto de baño. Parecía que alguien se estaba duchándose. Quizá me dejé la ducha abierta, pensé. Pero no acababa de decidirme a entrar y cerrarla. Me quedé quieto, sin saber qué pensar. Y entonces del baño salí yo, desnudo, terminando de secarme con la toalla. Comencé a vestirme con cierta prisa, como si temiera llegar tarde al trabajo, aunque a mí me parecía que era una hora muy temprana. No sabía qué pensar, salvo que me estaba volviendo loco. En aquel momento sonó el teléfono, el móvil, el que yo tenía en el bolsillo. Los dos nos sobresaltamos al escucharlo. Yo lo saqué del bolsillo de mi pantalón y aquel otro que tanto se parecía a mí lo busco en el bolsillo de los suyos, que aún no se había puesto, que estaban sobre una silla y acabó encontrándolo sobre la mesita de noche. Los dos contestamos casi al mismo tiempo: “Diga”. Y entonces me vio y puso una cara de asombro como la que yo había puesto al verle poco antes a él. Al teléfono no contestaba nadie, debía ser una equivocación. Nos mirábamos sin saber qué decir. Yo cerré fuertemente los ojos y pensé: “Esto no puede ser verdad”. Y al abrirlo me encontré sentado en la cama poniéndome los calcetines. Nunca antes me había ocurrido una cosa así.
            (Estábamos en la nueva cafetería-panadería que han abierto en la calle Argüelles; yo hacía tiempo hasta las siete en que debía moderar una mesa redonda sobre la poesía de Víctor Botas, con Rodrigo Olay, Pablo Núñez y Luis Bagué.)
            Ya sé, ya sé lo que vas a decirme, Martín, que debo consultar a un psiquiatra, pero no me atrevo. ¿Y si me confirma que me estoy volviendo loco? Seguro que eso de encontrarse con uno mismo es un síndrome de alguna enfermedad que ya aparece catalogada en los manuales de psiquiatría.
            (No me atrevía a darle ningún consejo, no me atreví a darme ningún consejo. Terminé mi café y me fui hasta el cercano edificio de la Universidad. Junto a los versos de Rosalía, hay otros, de Ángel González, que también me vienen a menudo a la cabeza: “Yo mismo me encontré frente a mí mismo / en una encrucijada”).


Miércoles, 12 de noviembre
DESPACITO  Y BUENA LETRA

Días de estreno por partida doble. Me llegan hoy los primeros ejemplares del nuevo libro de Víctor Botas, Carta a un amigo, y los de mi homenaje a Venecia, aforismos y poemas con ilustraciones de Elías Benavides. Del segundo me trae a casa el editor, Fermín Santos, la edición completa: es un libro de bibliófilo, de tirada muy limitada, que además de los grabados originales de Benavides, lleva en cada ejemplar un texto mío manuscrito e inédito.
            En la mesa de la cocina, la única libre de libros, y tras recordar a Antonio Machado (“despacito y buena letra, / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas”), como un niño aplicado me pongo con los deberes.
            “En medio del más placentero sueño, me despertó el teléfono. Soñaba que estaba en Venecia y que tú estabas conmigo. Y al abrir la ventana, recién amanecido, Venecia seguía allí, y al volver a la cama para dormir un poco más tú seguías conmigo”.
            “Aquella noche en Venecia, al regresar al hotel por solitarias callejuelas, sentí unos pasos insistentes tras de mí, como si me siguieran. Me detuve sobre un puente y me vi pasar, con los ojos fijos en no sé qué obsesión”.
            “Al final de la fiesta, algo bebido, subo a la góndola que me espera a la puerta del palacio. Cierro los ojos y me dejo mecer por la aguas, acariciar por la fresca brisa de verano. Cuando los abro, contemplo frente a mí el muro y los cipreses de San Michele, la isla de los muertos, el portón que se entreabre sigiloso”.


Jueves, 13 de noviembre
TOMO UNA DECISIÓN

Cuando tomo una decisión, no hay vuelta atrás. He decidido no hablar más de la cuestión catalana para no aburrir a mis lectores, y no hablaré más. “¿Has leído el artículo de hoy en El País de tu amigo Andrés Trapiello?”, “Lo he leído”, “¿Y no tienes nada que decir? ¿No tienes nada que replicar a eso de que los catalanes tratan de privarte de tu ciudadanía y de tus derechos? ¿O a aquello otro de que el independentismo logró el 9-N en Cataluña en 12 horas lo que no logró el terrorismo en 30 años: liquidar el Estado?”
            Claro que tengo mucho que decir, pero no digo nada. Ni replicando a Andrés Trapiello –un gran poeta, pero quizá más dotado para el canto del mirlo que para el razonamiento lógico o el pensamiento abstracto (o eso pienso yo, soy de los que creen que siempre tienen la razón de su parte--, ni al presidente del Gobierno de mi país, que desvalorizó la consulta catalana diciendo que siete de cada diez catalanes se habían mostrado contra el independentismo (se descalificada a sí mismo: él gobierna con mayoría absoluta cuando, con las mismas cuentas sobre el total del censo, siete de cada diez españoles no le han votado). ¿Y para qué voy a decir nada y enfadar a nadie? Rajoy y Junqueras tiran cada uno para un lado, pero, por algún raro misterio de la mecánica, los dos hacen avanzar el barco en la misma dirección: la cada vez más próxima declaración unilateral de independencia. Yo he decidido no hablar más de esta cuestión y cuando yo tomo una decisión la tomo a rajatabla, aunque las tentaciones de abandonarla resulten casi irresistibles.

Viernes, 14 de noviembre
APRENDE, MONAGO

Alejandro Dumas consideraba vergonzoso para un hombre de su valía pagarse los viajes. De Cádiz a Argelia, en 1846, viajó en un barco de guerra La Veloce, puesto a su disposición por el gobierno francés. Aprovechó para darse una vuelta también por Túnez. Cuando se lo reprocharon, replicó altivo:

            –-Señor mariscal, he calculado con el capitán que desde mi salida de Cádiz el viaje ha costado once mil francos en carbón y alimentos al gobierno francés. Ahora bien, Walter Scott en su viaje a Italia costó ciento treinta mil francos al Almirantazgo inglés. Por lo tanto, el gobierno francés todavía me debe ciento diecinueve mil francos.



Sábado, 15 de noviembre
¿SABÉIS DE QUIÉN HABLO?

Los días eran para él fuente inagotable de maravillas y de felicidad. Nunca tomaba disposiciones para el porvenir.
            ––Vivo –decía– como los pájaros en la rama. Si no hace viento, me quedo en ella; si lo hace, abro las alas y voy adonde el viento me lleva.



sábado, 15 de noviembre de 2014

Al otro lado: Un diálogo con Eduardo San José


Llevas un cuarto de siglo publicando tus diarios, desde Días de 1989, y más de una docena de volúmenes lo constatan. ¿Lo que abunda no termina por cansar?

––Todo lo que se prodiga cansa, dice un sabio dicho popular. Pero una cosa es que yo lleve un cuarto de siglo escribiendo y publicando mi diario y otra que los lectores se pasen la vida leyéndome. Los lectores van y vienen, descansan un tiempo, pueden ser sustituidos por otros nuevos. Y por otra parte hay cosas que nunca cansan por mucho que se repitan, como la puesta de sol o el florecimiento de los cerezos. Ya me gustaría a mí ser una de esas cosas.

Te confesaré que hace años (pero no tantos como 25) que abro tu página dominical pensando que es más de lo mismo y que no me va a interesar. Siempre termino de leer la página entera, para certificar que, en efecto, no me interesaba… Claro que entonces me estoy engañando… Nunca espero antes del riguroso final para ese dictamen, que declaro aquí falso.

––No acabo de entender lo que dices. No sé si hay en ellas falta de lógica o simple masoquismo. No hace falta tomarse el plato se sopa entero para descubrir que está salada; basta con una cucharada.

Más bien quería decir que me imagino que no me va a interesar (¡esta García Martín otra vez a vuelta con lo mismo!) y siempre acaba interesándome.

––Eso me gusta más.

Entre nosotros, ahora que no nos oyen: a lo peor se te está gastando el colmillo. ¿No te estás ablandando? Tus reseñas (que no son lo que nos ocupa ahora) se detienen cada vez más en el elogio: que no digo gratuito…. Y en los diarios has llegado no sé si a disculparte con Gamoneda, pero al menos sí a comprender su enfado hacia ti, tu traición de una vieja amistad con tu burla a sus jeremiadas… Recuerdo aquel comentario tuyo al primer tomo de sus memorias, por otra parte extraordinarias.

––Si me estoy ablandando, no me había dado cuenta. Yo, como crítico, siempre procuro estar en su punto: ni poco hecho ni demasiado duro. Mi juicios siempre han sido matizados. En el caso de Gamoneda siempre he distinguido entre sus versos (no enteramente desdeñables, sobre todo cuando no están demasiado corregidos para ocultar el sustrato biográfico) y sus declaraciones, a menudo simplemente ridículas. El caso más llamativo fue cuando despotricó, una vez más contra la poesía realista porque era el lenguaje del poder mientras recibía la felicitación del presidente del gobierno y le abrazaba y besaba el ministro de Cultura porque ese mismo día acababa de recibir los dos más importantes premios oficiales, el Cervantes y el Reina Sofía.

Volviendo al interés que pueda tener este libro. ¿Qué sentido tiene publicar en un libro lo ya aparecido en un periódico, y aún más, en un blog?

––¿Qué sentido tiene que se publiquen en libro las novelas de Dickens o de Dumas si ya había aparecido previamente en el periódico? ¿Qué sentido tienen que se publiquen en libro los cuentos de Clarin si ya se habían publicado previamente en el periódico? Por otra parte, los cien libros de Azorín quedarían reducidos a media docena si no hubiera publicado los que reúnen textos publicados anteriormente en los periódicos. 

Te jactas de no corregir ni “afeitar” tus textos periodísticos, de editarlos apenas y darlos tal cual se escribieron. Bien. Pero esa pureza también ofende: ¿no hay desidia ahí?, ¿no se desaprovechan muchas posibilidades del texto?

––Vayamos por partes. Todos mis  textos son corregidos cuidadosamente antes de aparecer en libro y procuro que lo haga un profesional. Nada debería publicarse sin esa revisión. Una buena editorial se diferencia de una mala en la importancia que da a los correctores. Lo que no hago es cambiar el contenido de acuerdo con los acontecimientos posteriores. El deslumbramiento de un encuentro amoroso queda tal cual, aunque poco después viniera la decepción. Los textos que publico en el periódico no son textos periodísticos en el sentido habitual de la palabra. No están escritos apresuradamente. Son ya textos literarios (que no quiere decir retóricos ni redichos) con su acabado final.

Metiéndonos ya en el libro que presentamos, y hablando en parte de lo anterior, como lector me ha faltado un texto de presentación, un balance, una explicación de conjunto que reduzca el caos ilegible de los días de dos años casi completos. No digo tanto como una moraleja, pero creo que el libro merecía no comenzar ex abrupto: además, este volumen de tus diarios no puede ser igual que otros; incluso diría que debe de ser especial y significativo para ti. Hay una fecha que supongo que no tendrá comparación con ninguna otra de estos años, y es un 14 de marzo de 2011, omitida pudorosamente en el curso del diario, una ausencia evidente, sólida, testimonial...

––Eres muy generoso a la hora de contar. El libro abarca desde septiembre de 2010 hasta junio (no completo) de 2011. Conviertes nueves meses en casi dos años. No quedo en muy buen lugar: eso quiere decir que se te ha hecho eterno. Pero tienes toda la razón cuando afirmas que este diario no puede ser igual a otros. Ninguno mío lo es. A mí me gustaría que se leyeran como volúmenes independientes, no formando parte de una serie. Y en cuanto a la falta de prólogo yo creo que la cita inicial lo dice todo: “Es una obra íntima, para lectores de intimidad, que no aspira ni desea el gran público, que debería, en rigor, aparecer manuscrita. En estas páginas, ideas, teorías y comentarios se presentan con el carácter de peripecias y aventuras personales del autor”.

Las entradas de los días y semanas que siguen a la fecha que cité antes son de lo más emocionante que te he leído; y de lo más sabio literariamente, por el respeto en la contención de los hechos y por la depuración de sentimientos al lector.   

––Gracias.


Hablamos del género del diario íntimo, de su particular “sinceridad”: no me negarás a veces te desnudas para que no se te vean las vergüenzas; juegas al impudor para ocultarte. Dicho de otra forma: ¿diferencias entre lo íntimo (la confesión) y lo privado (ahí donde ya no dejas entrar a nadie)? Ese núcleo en el que late la condición y la carencia más personales; la pérdida de la madre; ciertos días de 1974 en la séptima galería de la cárcel de Carabanchel…

––Lo no dicho es tan importante como lo dicho, en mis diarios y en cualquier obra literaria. Y en cuanto a mis experiencias carcelarias, son demasiado tremebundas y novelescas para resultar verosímiles. No sería capaz de contarlas sin que parecieran un cuento… de terror.

Tirando del mismo hilo, y sin invadir la confidencia: en los últimos años quizás estás liberando más la memoria pública de todo aquel episodio.

––Ahora ya lo veo como algo que ocurrió a otro. Es un capítulo que no acaba de encajar en mi biografía. Cosas de la historia de España.

También, y no creo que sea mera impresión mía, sueltas rienda a lo que podríamos calificar como imprudencia política: estos últimos han sido años muy crispados y quizá lo reclamaban (la cuestión palpitante del País Vasco y Cataluña, de la ilegalización del Gara y de Bildu, cuyos derechos defiendes aquí, del Estatut y el soberanismo recrecido, la crisis económica…). En todo ello te muestras a menudo contra el común sentir, para reclamar el sentido común… Pero no quería que hablásemos de política, sino en clave literaria: me interesan los resortes por los que traes la política a tus textos sin arrogarte la condición del intelectual (zolesco, sartreano). Tu diarista es siempre un individuo más, que habla a pie de foro, sin tribuna ni megáfono (aunque eso tenga algo de impostado). Creo que lo haces con la distribución muy intencionada de las entradas: a una de tema político sigue otra confidencial e íntima, o poética y atemporal…

––Me crié en una dictadura, vivo en una democracia (llena de imperfecciones, eso es cierto), tenemos libertad de expresión. Yo la aprovecho todo lo que puedo. Recuerdo ahora aquella frase de Artigas que citó Hugo Chávez en su respuesta al exabrupto (¿por qué no te callas?) del anterior jefe del Estado español: “Con la verdad ni ofendo ni temo”.

¿Has tenido algún problema editorial por esa propensión reciente a tratar de la política real en tus diarios?

––No, ninguno. Al menos de momento. Las editoriales se enfadan por mis reseñas, sobre todo cuando señalo el carácter de estafa al público que tienen algunos libros que se lanzan a bombo y platillo (Vida, de Juan Ramón Jiménez, Las ciudades y los escritores, de Fernando Savater).

Hablando ahora de cuestiones genéricas y teóricas sobre el diario íntimo: ¿te planteas una poética o esta solo se aclara a posteriori? Quizá pueda rastrearse una evolución desde los primeros de tus libros de diarios; han ido impregnándose de más adherencias de otros géneros: la crónica, las memorias, la crítica, el cuento fantástico (¡gótico!), la autoficción, el diálogo filosófico, la enciclopedia, el ensayo, el aforismo, la poesía, por supuesto.

–-La poética, desde Aristóteles, es siempre a posteriori. No sé quién dijo que la novela es un género en el que cabe todo; lo mismo puede decirse del diario. Lo único que no cabe en un diario, como a mí me gusta repetir, es el aburrimiento.

Creo que tus diarios encuentran su lugar propio en la literatura española contemporánea, por ejemplo entre los de Umbral, Trapiello, Benítez Reyes, a través de otro no sé si “sub-” o “infra-” género: el chisme. El chisme sublimado a categoría de Historia. Que es lo que para su literatura reclama por ejemplo Jorge Edwards, y que quizá no sea otra cosa que lo que con mejor nombre los franceses de la escuela de Annales denominaron la “historia privada”.

––No sé lo que tú entiendes por chisme. Pero entiendas lo que entiendas no me parece a mí que los diarios de Trapiello o los de Umbral estén faltos de ellos. Ni siquiera los ponderados artículos de Antonio Muñoz Molina. Por el que apareció esta sábado en Babelia nos enteramos que “una noche, en Cambridge, después de tomar varias cervezas, Borges no pudo contenerse y se puso a orinar en la escalera del edificio, junto a la puerta del ascensor” y que otra vez, en Buenos Aires, yendo a la Biblioteca Nacional, no pudo llegar a tiempo a los servicios de un bar “y se orinó en el camino, mojándose ampliamente los pantalones y los zapatos, si bien no consideró necesario volver a casa a cambiarse”. Estas anécdotas, que le habrían encantado al Víctor Botas de Aguas mayores y menores, las toma Muñoz Molina de un libro de Norman Thomas di Giovanni recién aparecido en inglés. Le reprocha al autor, que fue secretario de Borges, el contarlas, pero él no tiene inconveniente en reproducirlas en el diario de mayor circulación para que todos se enteren y no queden perdidas en las páginas de un libro que nadie aquí va a leer. Hipocresía se llama esa figura.   

En este volumen criticas a Trapiello por extenderse en teorizar sobre la condición novelística o no de sus diarios; pero la contracubierta de tu libro lo define como “novela de no ficción”.

––La contracubierta es cosa del editor. Parece que los libreros y los directores de suplementos literarios prestan más atención a las novelas. Pero no sé yo si la artimaña funcionará.

Te defines también en estas páginas (148) como un novelista frustrado. Creo que al menos aquí hay, más que la novela de un literato (Cansinos), la cabal novela de un novelista (Palacio Valdés); y su principal logro es la construcción de un personaje, que se llama como tú, con algunas de tus rutinas, manías... Juegas mucho con esa idea quijotesca y borgiana: “yo sé quién soy”/ “no sé quién soy” (p. 192); Martín, “el otro, el mismo”: ¿hasta qué punto la imagen de este personaje creado es un espejo fiel de la persona, y hasta qué punto la persona acaba imitando a ese Golem?

––Todos tenemos que crearnos un personaje, escribamos o no. Día a día vamos escribiendo el guión de nuestra propia vida.

Tengo que confesarte que me encantan los paratextos de tus libros. Te felicito con admiración y envidia: porque no pretenderás que creamos que el autor es otro. No te veo dejando suelto un cabo tan importante, en manos de los editores. Es un género difícil, y creo que tú logras no solo divertir o incitar, sino resumir y completar el libro, ciñéndolo en lo más importante y desbordándolo en sus límites. Por ejemplo, la contracubierta de Lecturas buenas y malas: un panfleto publicitario, un virtuoso juego paródico.

––Hombre, muchas gracias. Porque, ciertamente, pero esto no se lo digas a nadie, siempre que el editor me lo permite la nota de contraportada de mis libros la escribo enteramente yo. Quizá por eso son tan poco convencionalmente elogiosas.

Una última reflexión sobre la publicación de un diario en un diario-periódico, y sobre las colaboraciones en prensa en general: ¿es la mejor forma de disponer de una soledad acompañada?, ¿podemos asimilarlo a tu gusto por leer en los centros comerciales y las cafeterías atestadas?

––A mí la gente no me molesta, siempre que se mantenga a cierta distancia. Me gusta estar solo entre la gente. No me deprime, todo lo contrario. Y me gusta estar con amigos. Y me gusta estar solo simplemente. Cada cosa a su tiempo. Solo o con otros, procuro estar siempre en buena compañía.

Te vas a quedar sin material para unas memorias. O quizá no: quizá sigue intacto ese núcleo de lo íntimo-privado, y que solo lo publiques “cuando ya no importe”…  ¿Qué contendrían unas memorias tuyas?

––Tengo muy mala memoria, por eso escribo diarios. Hay digo todo lo que quiero decir. Ya se sabe que el secreto de aburrir es contarlo todo.




domingo, 9 de noviembre de 2014

Nadie lo diría: Donde quiera que estés


Domingo, 2 de noviembre
LA LLUVIA, LA OSCURIDAD, EL FRÍO

Ya se han acabado los hermosos días del otoño; ya están aquí la lluvia, la oscuridad, el frío. Llega el momento de encerrarse en casa, encender un buen fuego, abrir un libro, contar viejas historias.
            Dentro de mí todavía luce el sol. ¿Por cuánto tiempo?


Lunes, 3 de noviembre
HACIA OTRA ESPAÑA

Una España se derrumba con estrépito. Algunos se empeñen en mirar para otra parte y hacer como si no pasara nada; otros se dedican a apuntalar las ruinas. De poco les va a servir. Mejor dejar que todo se venga abajo y preparar los planos para construir de nuevo.
            Y procurar que los escombros no nos caigan encima…


Martes, 4 de noviembre
UNA SALUD DE HIERRO

“Claro, como tú no has estado enamorado nunca…”, me dice un amigo al darse cuenta de que no tomo demasiado en serio sus quejumbrosas confidencias sentimentales.
            ––¿Yo? Muchas veces. Pero se me pasa pronto. Tengo una salud de hierro.


Miércoles, 5 de noviembre
SIGO ESTANDO CONTIGO

Me gustan las historias de fantasmas, como a todo el mundo, aunque no crea en ellos. O sí. Pero no están fuera, aunque fuera los veamos, sino dentro de nosotros. Hace tiempo que no se me aparece ninguno. La última vez fue en Nápoles, una ciudad a la que iba con frecuencia, pero a la que desde entonces no he vuelto. Pasaba yo allí unos días solo y en seguida establecí mi rutina, como siempre hago. Cada día, visitaba un lugar ya conocido –el Museo Nazionale, San Gregorio Armeno, las tumbas de Virgilio y Leopardi– y me perdía luego por estrechas y empinadas callejuelas dejando que el azar me sorprendiera con algún desconchado palacio o una iglesia de sucia y oscura fachada que de pronto se abría a un deslumbrante interior barroco. Cenaba ligeramente y después, antes de regresar al hotel, tomaba algo en el Gambrinus con un libro sobre la mesa y el cuaderno de notas. Tenía mucho que anotar. Nápoles es una ciudad inagotable. Cada día traía nuevos descubrimientos, incluso en aquellos lugares que creía más conocidos. Una noche, el café ya casi desierto, noté que una mujer me miraba desde una mesa cercana. Alcé los ojos. Ella no desvió los suyos y me sonrió. Me parecieron obvias sus intenciones, así que, sin devolverle la sonrisa, sin hacer ningún gesto de complicidad, volví a concentrarme en mi trabajo. Al poco, se había sentado a mi lado, sin siquiera pedir permiso. Seguía sonriendo, a pesar de mi gesto sorprendido y adusto. “No te enfades”, me dijo acariciando una de mis manos. Me puse bruscamente de pie. “¿Nos conocemos, señora?” Ella siguió sentada y sonriendo. “Claro que nos conocemos. Sigues siendo el de siempre. Te asustan las mujeres”. Yo me volví a sentar. “Me asusta todo lo que no comprendo”. “Pobre niño mío”, dijo. Y me acarició el pelo, el poco pelo que me va quedando. Me sentí, efectivamente, como un niño que necesita que le mimen. Miré a mi alrededor, avergonzado, pero estábamos solos en uno de los salones del café, rutilante en sus oros y palaciegas cornucopias. ¿Qué edad tendría aquella mujer? Cuando me miró la primera vez me pareció casi de mi edad. Ahora, su cara muy cerca de la mía, no tendría ni veinte años. Me recordaba a alguien. Y de pronto recordé a quién. A la virgen adolescente que sostiene a Cristo en la Pietà de Miguel Ángel. A mí mismo me pareció absurda aquella comparación, pero su piel se había vuelvo cada más blanca, se trasparentaban las venas. En aquel momento entró un grupo ruidoso en el café solitario. Eran turistas españoles y hablaban a gritos. Yo aproveché para marcharme. La mujer no vino conmigo. Tampoco se quedó allí. Cuando me quise despedir, ya no estaba. Pero antes de irse, no sé cómo ni cuándo, había escrito algo en mi cuaderno. Un verso de no sé qué poeta (creo que yo lo incluyo en El amor en poesía): “Donde quiera que estés, sigo estando contigo”.
            Sigues estando conmigo y no dejo de verte aunque no haya vuelvo a verte.


Jueves, 6 de noviembre
DE LA MISMA PERSONA

De vez en cuando he de hacer una saca forzosa de libros. La última fue cuando la asistenta metió en bolsas todos los que se amontonaban en la cocina y me dio un ultimátum: “Si quiere que planche y cocine, o los libros o yo”. Llamé a Valdés para que se los llevara sin siquiera mirarlos. Y hoy, trasteando en su librería, me encuentro con un elegante cuaderno, me parece que regalo de Ana Vega, todo garabateado de “ocurrencias” (así las llamo en el título) que había olvidado por completo. Seguramente procede de esa obligada limpieza de la cocina de casa. No sé si mis ocurrencias son muy ocurrentes; sé que, al menos para mí, no resultaron muy memorables. Copio las primeras páginas.
            Me gusta contarlo todo, no callarme nada, pero guardar mis secretos hasta la tumba y más allá.
            La diferencia entre el intelectual y el hombre de la calle es que el segundo suele ser más inteligente.
            Casarse solo una vez es como no haberse casado nunca; al matrimonio empieza a cogérsele el gusto cuando vamos por el tercero o el cuarto.
            Todo lo que sabemos de la realidad no es más que un conjunto de fantasías.
            Lo que más importa aprender nadie lo sabe enseñar.
            ¡Qué llenos de prejuicios están siempre los demás!
            Dime cómo son tus vecinos y te diré cómo eres.
            No me hables de ti, háblame de quien detestas y entonces sabré todo lo que quiero saber de ti.
            Abro de par en par las puertas de mi casa y no entra nadie; las cierro y todo el mundo quiere entrar.
            Tenía un pequeño amor al que no daba ninguna importancia; fue, ahora lo sé, el gran amor de mi vida.
            Soy tan miedoso que me asusta mi propia sombra; en realidad es lo que más me asusta, casi lo único que me asusta.
            Me cuesta estar donde estoy; casi siempre estoy en otra parte.
            Hay mentiras que no son más que verdades disfrazadas para no asustar.
            Temo al amor como a una enfermedad mortal.
            Hay escritores tan indiscretos que nos cuentan lo que ni siquiera nosotros sabíamos de nosotros mismos.
            Soy el centro del mundo, como todo el mundo.
            Una mujer me dijo: “Estoy enamorada de ti”. “Somos rivales –le respondí–, estamos enamorados de la misma persona”.


iernes, 7 de noviembre
UNA VIEJA PARÁBOLA SUFÍ

Érase una vez un anciano a la entrada de la ciudad. Un forastero se acerca a él: “Nunca he estado aquí. ¿Cómo es la gente?”. El anciano contesta con otra pregunta: “¿Cómo era los habitantes de tu ciudad?”, “Egoístas y malos, por eso me marché de ella”, “Pues así es la gente de aquí”.
            Algo más tarde otro forastero se acerca al anciano: “Acabo de llegar a esta ciudad. ¿Cómo es su gente?”. La respuesta es una pregunta: “¿Cómo era la gente de la ciudad de donde vienes?”, “Buena y acogedora. Allí tenía muchos amigos. Me dio pena separarme de ellos”, “Pues aquí encontrarás a esa misma clase de personas”.
            Un mercader que estaba dando de beber a sus camellos, tras escuchar las dos conversaciones, se acercó al anciano, que tenía fama de sabio, y le dijo en tono de reproche: “¿Por qué has dado dos respuestas distintas a la misma pregunta?”, “Porque cada uno, vaya donde vaya, ve siempre lo que lleva en su corazón”.


Sábado, 8 de noviembre
DERRIBAR MUROS

Mañana se cumple un cuarto de siglo de la caída del muro de Berlín y se vota, contra viento y marea, en Cataluña. Hermosa coincidencia. La libertad no hace a los hombres felices; los hace, simplemente, hombres.

            

domingo, 2 de noviembre de 2014

Nadie lo diría: Ayer y hoy


Domingo, 26 de octubre
INCREÍBLE

¿Qué vida no es un fracaso si se repasa en una noche de insomnio? ¿Quién no tiene mucho de que arrepentirse? Pero luego, al levantarse, la mañana es tan azul, el día de otoño tan espléndido, que cualquier cosa –el aroma del café, el periódico aún sin abrir, el revoltijo del Fontán– me parece un inmerecido, principesco regalo.
            “Ya sé, ya sé, le digo a mi yo más depresivo. No soy nada, nunca seré nada, ni siquiera me he casado y a mi edad ya debería haberlo hecho por lo menos tres o cuatro veces. Me jubilaré siendo el último del escalafón. Pero en días como hoy tengo la impresión de que la vida está enamorada de mí. Increíble, ¿no? Con tanta gente guapa como hay en el mundo... Debe ser que le gustan quienes se apartan del rebaño”.


Lunes, 27 de octubre
DOS AMIGOS

Se inaugura la exposición sobre Víctor Botas en la Biblioteca del Fontán. No soy capaz de escuchar las intervenciones. Encerrada en las vitrinas, está también una parte de mi vida, que se fue para siempre sin que yo me diera cuenta. Cuando vuelvo de aquellos días de 1980, los primeros de la tertulia, al tiempo presente, escucho las palabras de Paulina:
            ––Y termino con versos de dos buenos amigos suyos. El primero es Horacio y su “Non omnis moriar. Exigi monumentum aere perennius”. Víctor Botas también, como su admirado vate latino, ha levantado un monumento, aunque de frágil papel, más duradero que el bronce. El segundo amigo es José Luis García Martín, con quien tantas discrepancias le unían. Los versos finales de su poema “In memoriam” me sirven a mí también para terminar mi intervención: “La Muerte, que todo lo puede, /          mientras yo tenga vida, / contra tu voz no puede”.
            Sonrío. Mentiría si dijera que me molesta verme colocado al lado de Horacio.


Martes, 28 de octubre
HISTORIAS DE ESPAÑA

En la historia de un país, como en la de cualquier persona, cuentan tanto los recuerdos como los olvidos. ¿Quién se acuerda hoy de la guerra de Ifni? ¿Quién recuerda que fue una provincia española, tan legalmente española como Teruel o Tenerife? Un viejo número de Blanco y negro, de enero de 1958, me lleva a ese tiempo olvidado. “Qué son, cómo actúan y quiénes componen las bandas que atacaron las provincias de Ifni y Sahara español” se titula uno de los artículos: “El derecho de España sobre Ifni es indiscutible. De ahí la negativa de Rabat a plantear sus aspiraciones a aquel territorio ante el Tribunal Internacional de La Haya y su insistencia en discutir el asunto ‘mano a mano’ con España, que, por otra parte, nada tiene que decir a este respecto”. Como no tienen razón, los marroquíes acuden a la fuerza y grupos de bandidos y de comunistas atacan a las tropas españoles, pero “sus continuas razzias en busca de alimentos les han ganado el odio de la pacífica población civil que los padece”.
            La exaltada retórica del artículo, su defensa de la legalidad y de la unidad de España no impidió que, en 1969, España cediera a Marruecos ese territorio, como luego haría con lo que legalmente era otra provincia española, el Sahara. Y aquí paz y después gloria. Las leyes las hace y las deshace, a su conveniencia, el que manda.
            Pero aún hay más en ese número de una vieja revista. Mercedes Formica entrevista a una joven escritora que acaba de ganar un premio importante, el Nadal. La primera novela que había escrito no le gustó nada a su marido; le dijo que era muy mala, que la rompiera. La segunda, por si acaso, la escribió a escondidas y la envió al premio bajo pseudónimo.
            ––No olvidaré mientras viva la noche del concurso. Acosté a la niña muy temprano y animé a mi marido para que se marchase al Gijón. Temía que si se quedara acabaría contándole la verdad. Yo estaba nerviosísima. Aborrezco la radio y por esa razón no tengo aparato en casa. A las diez de la noche no pude resistir más y bajé a la portería para pedirle prestado el suyo a la portera. No encontraba Radio Barcelona y solo cogía una emisora que transmitía sin cesar fados portugueses. A eso de las doce de la noche di al fin con Radio Barcelona. Se oía muy mal, pero aún así pude escuchar la lista de los primeros seleccionados. Estaba entre ellos. Para celebrarlo me bebí un vaso de vino. Hubo luego varias votaciones y en las tres mi novela obtuvo siete votos. Al final de cada una de ellas, me bebí otro vaso de vino. Luego ya no pude captar Radio Barcelona. Cada vez que lo intentaba salía un señor hablando en portugués. De repente sonó el teléfono. “¿Es usted Sofía Veloso?”. Ese era el pseudónimo con el que me había presentado. Cuando mi marido llegó a casa, se encontró con un periodista que le dijo que yo había ganado el premio. Le pareció una broma. “¿Sabes lo que ha pasado –me dijo al entrar–, que la gente dice que tú eres Sofía Veloso, la que ha ganado el Nadal? Qué absurdo. Ahora tendremos que desmentir la noticia”. Yo bajé la cara como avergonzada y le dije: “Sí, Rafael, yo soy Sofía Veloso. Tú te alegras, ¿verdad?”
            La vida de aquella mujer era muy simple y muy representativa de las mujeres de la época: “Desde las ocho y media de la mañana en que me levanto, a las ocho de la noche en que acuesto a mi hija, me dedico a la casa, a mi marido y a la niña. A las ocho me pongo a escribir, hasta las doce o doce y media de la noche. A veces me paso todo el día esperando esa hora. Otras, las menos, acompaño a Rafael al Gijón”.
            Esa mujer que teme que su marido se enfade al enterarse de que se ha presentado a escondidas a un premio literario y lo ha ganado se llama Carmen Martín Gayte.
            1958, Sidi Ifni era una provincia española como cualquier otra y Carmen Martín Gayte era una mujer española como cualquier otra: su obligación, cuidar de los hijos, del hogar y del marido; si escribía, debía hacerlo medio a escondidas y procurando no enfadar al señor de la casa, también escritor, Rafael Sánchez Ferlosio.


Miércoles, 29 de octubre
PSICOSIS DELIRANTE

“El nacionalismo es una psicosis delirante” afirma hoy Félix de Azúa en un artículo de El País. Yo estaría de acuerdo si el “es” lo sustituimos por un “puede llegar a ser”. Lo mismo que el antinacionalismo. Veamos un ejemplo de esto último. En su artículo cuenta que un amigo suyo oyó a no se sabe quién un disparate a propósito de Cataluña, que en Youtube hay un video en que alguien disparata también sobre el tema y “ni uno solo de los 300 historiadores subvencionados para los fastos de 1714 ha desmentido esas quimeras”. Como si no tuvieran otra cosa que hacer los historiadores que visionar los miles y miles de videos que se amontonan cada día en Youtube y corregir sus desaciertos. De esa incuria de los historiadores deduce Azúa “lo más temible del nacionalismo catalán”: el desprecio a los votantes.
            ¿El desprecio a los votantes? ¡Alto ahí, señor Azúa! Usted puede opinar lo que quiera, pero debe respetar los hechos, aunque sea un intelectual aficionado al humorismo. Las últimas elecciones a la Generalitat las ganaron los partidos que pedían una consulta independentista. Trataron de cumplir su programa. Se lo impidió el gobierno de España recurriendo la ley de consultas ante el Constitucional (que todavía no se ha pronunciado al respecto, aunque la ley se haya suspendido cautelarmente por exigencia del gobierno); buscaron luego otra manera de cumplir con la voluntad de los electores y primero el gobierno español se burla de esa otra manera (un sucedáneo, una farsa), después busca la forma de impedirla… Hombre, señor Azúa, usted puede opinar lo que quiera, está en su derecho, pero no puede decir que el gobierno catalán desprecia a sus votantes, quien los desprecia, quien trata por todos los medios de que no se cumpla su voluntad de ser consultados, es el Gobierno de España. Y no me parece que este hecho resulte discutible para nadie que no esté afectado por esa “psicosis delirante” que usted, como nos pasa a todos, diagnostica tan certeramente en cabeza ajena, pero no es capaz de verla en la propia.  


Jueves, 30 de octubre
LA  JUSTICIA MILITAR

Con apasionada inteligencia, sin una sola concesión al melodramatismo ni a la demagogia, recrea Pedro de Silva en El Rector el asesinato legal de Leopoldo Alas Argüelles. ¿Eran otros tiempos? No parece que hayan pasado del todo. Hoy mismo leo que un tribunal militar español ha revocado el procesamiento de tres militares por un delito de torturas cometido en Irak, debido a que los convenios de Ginebra no protegen a los terroristas. Creíamos que protegían a los seres humanos, pero estábamos equivocados. Parece que las leyes internacionales, según los militares españoles, permiten torturar a cualquiera, siempre que previamente se le califique de terrorista. En 1937 permitían condenar a muerte solo por defender la enseñanza laica y participar en un mitin a favor de las viudas y huérfanos de la revolución de Octubre.


Viernes, 31 de octubre
POR QUÉ VIVO SOLO

Amo a demasiada gente como para poder convivir con ella en la misma casa.

Sábado, 1 de noviembre
POR QUÉ NO PUEDO VIVIR SOLO

Cuando cierro la puerta y dejo al mundo fuera, se me cuela por las rendijas un mundo de fantasmas.