domingo, 25 de octubre de 2015

El arte de quedarse solo: En toda la espaciosa y triste España


Sábado, 17 de octubre
VENECIA EN PRAVIA

La anécdota es bien conocida. Viajaban Baroja y Ortega, con otros amigos, por la Sierra de Gata. El filósofo iba movido solo por el entusiasmo visual, “ese deleite incalculable de revolcar la retina sobre paisajes no vistos aún”; el novelista corregía un nuevo tomo de las andanzas de Aviraneta y quería visitar los lugares en los que transcurría la acción. Descansaban en una posada de Coria (Ortega describe Coria con una greguería: “ciudad inverosímil, sombría, torva e inmóvil como un susto en medio de un camino”), cuando Baroja alzó la vista de los papeles que tenía entre manos e interrumpió de pronto la conversación general sobre Goethe y su ideal pagano.
            –– ¿Lo ven ustedes? No hay cosa peor que ponerse a pensar en cómo se deben decir las cosas, porque acaba uno por perder la cabeza. Yo había escrito aquí: Aviraneta bajó de zapatillas. Pero me he preguntado si estaba bien o mal dicho, y ya no sé si se debe decir: Aviraneta bajó de zapatillas o bajó con zapatillas o bajó a zapatillas…
            Paseaba yo por Pravia, también inverosímil e inmóvil, o así me pareció, pero nada torva ni sombría, con su estatua del rey Silo, sus plazas apacibles, sus caserones desvencijados y el cerco de verdor, cuando me hicieron una barojiana consulta: “Verás, estoy escribiendo un texto y he llegado a un callejón sin salida. Mi duda es si la siguiente expresión es correcta: …que por aquellos años bullía en triste actividad taimada. De repente no soy capaz de distinguir si es bullir con, bullir en, o qué carajo. Perdona la nimiedad, pero llevo un rato con ello.”
            Contesté lo que yo diría, que es lo que siempre hago en estos asuntos, sin importarme lo que diga la gramática, si es que dice algo. Ortega no apunta lo que le respondieron a Baroja. Yo le habría dicho: “Aviraneta bajó en zapatillas”.
            Nada nuevo. Solo que la consulta de mi amigo Ángel Pernia Garrido me llegó por Messenger y desde Venecia, donde él vive.
            Un hecho trivial, ya lo sé. Un ligero aviso del teléfono, casi imperceptible; me detengo un momento en la acera; respondo a mi amigo y él sigue escribiendo allá en Venecia y yo paseando acá en Pravia.
            Un hecho trivial, a nadie se le ocurriría contarlo. Pero a mí me parece un milagro más admirable que los que hacía el sabio Merlín en el reino de Camelot.


Domingo, 18 de octubre
LAS TENTACIONES DE SAN ANTONIO

La anécdota de ayer me ha hecho volver a Ortega, a quien tenía un tanto olvidado. Hojeo de nuevo el manoseado tomo de El espectador, publicado por Biblioteca Nueva en 1943, al que debo tantos buenos ratos..
            “Cada cosa, para ser bien vista, nos impone una distancia determinada”. Cada cosa y cada persona. Todo el arte de llevarse bien con la gente está en calcular las distancias y en no traspasarlas nunca. ¿Nunca? De vez en cuando tiene su gracia romper el protocolo. O que alguien se meta en tu vida sin llamar siquiera a la puerta.
            “Vivir es siempre vivir por algo o para algo: es un verbo transitivo”. Si no vives para alguien, no vives, te sobrevives. ¿Y para quién vivo yo? Prefiero no contestar a esa pregunta.
            “Aprendamos a preferir la trémula mudanza de la existencia a la esquemática y lívida eternidad. Seamos de nuestro día: mozos al tiempo debido, y luego espectros o sombras en fuga”. A Cernuda le irritaba la retórica de Ortega; yo la disfruto como un pastel algo dulzón del que no conviene abusar. Me temo que he sido mozo más tiempo del debido, ahora va siento hora de que aprenda a irme convirtiendo en espectro o sombra en fuga. Maldita aldita la gracia que me hace.
            ¿Cómo no sentirse seducido por Ortega, estemos o no de acuerdo con lo que dice? ¿Quién se atrevería hoy a retratar así a España?
            “Hay la voluptuosidad de Levante, festiva, decorativa; hay la voluptuosidad cantábrica de la comilona y el hogar confortable; hay la voluptuosidad andaluza de la postura, el perfume y el aire blando; hay la voluptuosidad gallega y lusitana, que es un gozar del dolor, una embriaguez con las lágrimas, una complacencia querulante en la propia tristeza al son del fado, un deleitoso morirse disuelto en la melancolía atlántica. En medio de esta varia delicia, Castilla, recluida en su desierto, toma el aire de un enjuto San Antonio asediado por una periferia de tentaciones”.
           

Lunes, 19 de octubre
NO PENSAR

“¡Siempre tan ocupado!”, me dice un amigo. “Tómate las cosas con más calma”. Y yo le recuerdo una cita de Madame de Sevigné: “Sin hacer nada, los días pasan y nuestra pobre vida está compuesta de esos días, y se envejece y se muere”.
            Haciendo algo también pasan los días, y quizá más deprisa, pero al menos está uno entretenido y no piensa en lo que le espera.


Martes, 20 de octubre
DISCUSIÓN EN VETUSTA

Discrepo un rato con Inés Illán, Elena Apaolaza y Aida Masip en el café Vetusta, tratando de demostrar (según costumbre) que soy el más listo;  luego, ya más relajado, me lamento de mis compromisos de la semana.
            ––En cualquier acto público, solo hay dos puestos que me agradan. Uno es el de participante anónimo que mira sin ser visto, que juzga sin ser juzgado, que si se aburre recurre a su teléfono y se pone a mirar el correo o las últimas noticias. El otro es el de máxima estrella de la fiesta. En todos los demás casos, cuando soy organizador, presentador, un comparsa más en el escenario, lo paso mal. El jueves Leonardo Padura dialoga con estudiantes y profesores en el Milán y yo soy solo el que pasa la palabra a unos y a otros. Ni siquiera puedo preguntar por mi cuenta.
            ––O sea que tú en el Campoamor, durante la entrega de los premios Princesa de Asturias, solo disfrutarías si eres uno de los premiados.
            ––No, no, ya te dije que yo, de no ser la estrella, lo paso bien observando a unos y a otros, cotilleando en la comida del Reconquista o en el teatro antes de que comience el acto. La otra manera de pasarlo bien no consistiría en ser uno de los premiados, sentados muy formalitos, como escolares aplicados, a un lado del escenario, sino estar en el centro: ser el rey.
            ––Que es lo que te gustaría ser siempre estés donde estés.
            ––Sí, en eso soy como todo el mundo.


Miércoles, 21 de octubre
EL SÍNDROME DEL VIEJO PROFESOR

En el café de la Ópera, frente al Campoamor, la productora televisiva de Xuan Bello, presenta su programa “Manos a la ópera”, que se estrena este domingo en la televisión autonómica. El guionista es Javier Almuzara, que también interviene en cada episodio contando una anécdota operística.
            Mientras espero a que comience el acto, hojeo el libreto que le han encargado para una nueva ópera y me entretengo imaginando la música del coro de solteros (“Yo amo la libertad / y mi amante es celosa. / ¿Casarse y esposarse / no son la misma cosa?”) y solteras (“Por eso a nadie envidio / la suerte en el amor; / cuando no sale mal, / sale mucho peor”). Como libretista, está a la altura de Lorenzo da Ponte, pero Mozart no hubo más que uno. El proyecto es todavía alto secreto y yo, de probada discreción, soy uno de los pocos afortunados que ha tenido acceso a estos versos para cantar que parecen de Lope, pero son de Almuzara.
            Después de ver el primer programa de “Manos a la ópera”, me sorprende la profesionalidad del resultado. Recuerdo cuando productor y guionista aparecieron por la tertulia, allá por los años ochenta y yo corregía sus primeros poemas. Siento el síndrome del viejo profesor, orgulloso de ver a dónde han llegado sus alumnos, pero también un poco fastidiado. Está bien que los alumnos te superen, pero que no se den demasiada prisa, que esperen un poco. A que uno cumpla los ochenta años, por ejemplo.
            Salgo del café de la Ópera, camino de otro café, donde me espera una amiga, pensando en que esto no puede quedar así, que he de correr más y mejor hasta alcanzarlos y superarlos de nuevo.

           
Jueves, 22 de octubre
MIENTRAS ME QUEDE VOZ

De pronto, en un programa de humor que es el único programa informativo que procuro no perderme, El intermedio, aparece Hilda Farfante contando su historia. No puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. Previamente, un gesticulante senador del PP se burla de los que pretenden reactivar la ley de la Memoria Histórica: “¡Pero si ya no hay fosas por descubrir! ¡Cómo no quieran dinero para seguir buscando a García Lorca por los cuatro puntos cardinales!”
            Hilda Farfante nació en Cangas del Narcea en 1931. Sorprende la serenidad y la lucidez con que habla. A su madre, maestra, la detuvieron cuando iba a abrir el colegio del que era directora. A su padre, también maestro en el mismo centro, unos días después. Los asesinaron a los dos y los enterraron en alguna fosa común. Eran tres hermanas. No volvieron a vivir juntas. A ella la crió su tía Guillermina. Poco después de las muertes una vecina les aconsejó que no se quedaran llorando en casa. Y tuvieron que salir y alzar el brazo y cantar el “Cara al sol” y escuchar cómo el cura del pueblo decía que todos los rojos eran unos asesinos. “Todavía no sé –dice– si a mis padres los mataron por maestros o por republicanos. El único arma que tenía mi madre era la llave de la escuela”. Pide permiso para recitar unos versos de Marisa Peña: “Mientras me quede voz, / hablaré de los muertos, / tan quietos, tan callados, / tan molestos. / Mientras me quede voz, / hablaré de sus sueños, / de todas las traiciones, / de todos los silencios, / de los huesos sin nombre / esperando el regreso, / de su entrega absoluta, / de su dolor de invierno. / Mientras me quede voz, / no han de callar mis muertos”.
            “¿He dicho ya que son de Marisa Peña?”, pregunta Hilda Farfante. “Ella también tiene su historia, pobre”.
            Al burlón senador del PP yo le condenaría a escuchar esa historia, una y otra vez, si no durante toda la eternidad, al menos hasta que no quede ninguna fosa por abrir, ninguna víctima por honrar, “en toda la espaciosa y triste España”.




domingo, 18 de octubre de 2015

El arte de quedarse solo: Sherlock, Jesús y Ana


Sábado, 10 de octubre
COMIENZA LA AVENTURA

El amor es como las historias de Sherlock Holmes. Lo mejor es el comienzo. Todo lo demás, si se ha dejado atrás la adolescencia, resulta aburrido, previsible y con un defraudante desenlace. Pero el comienzo, cualquier comienzo:
            “Estoy viendo Watson, que no tendré más remedio que ir –-me dijo Holmes cierta mañana cuando estábamos desayunando juntos.
            –-¿Ir ¿ ¿A dónde?
            –A Dartmoor… a King’s Pyland”
            Y una hora más tarde están en un tren que cruza la campiña inglesa a toda velocidad. Holmes hojea rápidamente el montón de periódicos que acaba de comprar en la estación de Paddington.
            El placer del comienzo, el placer de la aventura… Yo ahora de un salto me he subido a otro tren. Descarrilará pronto, como siempre. Pero mientas tanto.


Lunes, 12 de octubre
FIESTA NACIONAL

Ayer una joven pareja amiga me invita a conocer su nueva casa y, como siempre ocurre, lo que más me divierte es curiosear en la biblioteca. En seguida encuentro libros que me apetece leer. En uno de ellos, Baladas y canciones, me llamó la atención un desconocido soneto de Rubén Darío, que hoy me apeteció compartir en Facebook, como mi manera de celebrar la fiesta nacional.

Yo siempre fui, por alma y por cabeza,
español de conciencia, obra y deseo,
y todo lo concibo y todo veo
desde esa mi mejor naturaleza.

Con la España que acaba y la que empieza,
canto y auguro, profetizo y creo,
pues Hércules aquí fue como Orfeo.
Ser español es timbre de nobleza.

No es cadena perpetua, no es tijeras
con que cortar las alas a ninguno
e  impedirle soñar mejor mañana.

Soy español: sé tú lo que tú quieras.
Hay muchas patrias, pero el mundo es uno.
Siempre un amor con otro amor se hermana.

Me identifico con los cuartetos. El amor al propio país se ha utilizado muchas veces para oprimir a otros, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que sea un amor perverso. Con los tercetos me identifico tanto que en realidad no los escribió Rubén, sino yo. El suyo, un soneto muy menor y de circunstancias, termina con un “¡Viva la República Argentina!”. Yo jugué a decir sin decir, para que no se asustara nadie, “¡Viva Cataluña!”. Hay un nacionalismo que busca la prosperidad de su país en armonía con el resto del mundo y otro que pretende imponerse a los demás. En el caso del nacionalismo español (que a menudo no se atreve a decir su nombre) y del catalán (que lo proclama orgulloso) no diré cuál es el bueno y cuál el malo. Hay cosas que no se pueden decir sin enfadar a mucha gente y yo no quiero perder lectores. Por eso no afirmo, solo insinúo, apropiándome de unos versos de Rubén Darío, que el mito de la Unidad es eso, un mito, férreamente enquistado en el alma de mis compatriotas, sean de derechas o de izquierdas.
            Ni Cataluña es menos libre ni menos Cataluña por formar parte del Estado español, si así lo desean sus ciudadanos; ni España pierde nada si Cataluña deja de formar parte del Estado español, si así lo desean los catalanes. Los problemas que se plantean en el primer caso los estamos viendo todos los días; los que se plantearían en el segundo no serían mayores mi más difíciles de solucionar.
            El amor a España no es incompatible con el amor a Cataluña. Pero un amor que ata no es amor.


Martes, 13 de octubre
NO SER ES NO HABER SIDO

Si en este instante, una gran explosión hiciera estallar el planeta Tierra y muriéramos todos sus habitantes sin siquiera darnos cuenta de ello y los fragmentos se diseminaran por la inmensidad del espacio y no existiera más vida inteligente en el universo, ¿habría existido alguna vez la civilización humana?
            La respuesta a esa pregunta resulta indiferente porque no habría nadie para hacérsela.


Miércoles, 14 de octubre
DE LOS NOMBRES DEL INFIERNO

Leo Necesario pero imposible, de Javier Gomá, y me queda clara la segunda parte del título, pero no la primera. Es el último de cuatro libros a los que considera “otros tantos capítulos de una confesión íntima”. Contendrían la instrucciones que el autor se ha dado para conseguir un doble objetivo: “llegar a ser individual en este mundo y a la vez albergar la esperanza –contra toda experiencia– de seguir siéndolo fuera de él”. Pretende “mantener simultáneamente dos platillos en el aire sin dejar de mover las manos ni avanzar por el camino”.
            Sospecho que al menos uno de esos platillos se le cae estrepitosamente. Si he entendido bien, la razón de que el hombre pueda aspirar a la inmortalidad (él habla de “mortalidad prorrogada”) es que hubo un hombre, el más ejemplar de todos, que resucitó: Jesús de Nazaret.
            Javier Gomá desmonta con mucha inteligencia lo que en el cristianismo hay de artificiosa construcción teológica (muy ligada a un tiempo concreto) para quedarse con la figura histórica de Jesús, tal como puede deducirse de los evangelios.
            ¿Son los evangelios una obra histórica? Sí, aunque eso no quiere decir que todos sus datos sean exactos. El hecho de que hablan de un personaje que ha existido realmente según los testimonios de los que le conocieron (los evangelios están redactados por la segunda generación de seguidores de Cristo, décadas después de su muerte), lo demuestra que cuenten de él cosas que contradicen algunos de los dogmas del cristianismo. ¿Creía Jesucristo que era Dios? Nada hace pensar eso.
            Javier Gomá es tan eficaz demoliendo el cristianismo oficial –creación humana, demasiado humana– como cualquier escéptico enciclopedista. Su cristianismo es otro: se basa en lo que sabemos del Cristo histórico, no en las construcciones teológicas posteriores; ni siquiera confía demasiado en San Pablo, que no le conoció ni se intereso por su vida y milagros, salvo el de la resurrección.
            Pero ese hecho ya no es histórico (ni tampoco excepcional). Lo histórico es que algunos de sus seguidores contaron que le vieron después de muerto. También Conan Doyle cuenta en sus memorias que vio a su madre, después de muerta, con tanta claridad como en vida: “En la oscuridad, el rostro de mi madre resplandecía, apacible, feliz, ligeramente inclinado a mi lado, con los ojos cerrados. Mi mujer, que estaba a mi derecha, y una dama, que estaba a mi izquierda, la vieron con la misma claridad que yo. La dama, que no había conocido a mi madre, dijo: ¡Cómo se parece a su hijo!”
            Tan fiable o más que el de los discípulos sobre Cristo (nos ha llegado indirectamente, ninguno de ellos escribió sobre su experiencia) es el de Conan Doyle, un caballero británico incapaz de mentir, sobre su madre.
            Si he entendido bien, a la vida después de la muerte de la que habla Gomá no pueden aspirar todos, sino solo aquellos que hayan logrado, como Cristo, la máxima ejemplaridad. Derrocha mucha inteligencia y bien asimilada erudición para convencernos de que, si no hay certeza de ello (no puede haberla), al menos hay esperanza, una esperanza enteramente racional.
            No lo consigue, como comprobará cualquiera que tenga la paciencia de leerle. Y a mí me parece que lo que anhela no es ni necesario ni es deseable. ¿Ser conscientes de que el mundo sigue sin nosotros y no poder intervenir en él? Más deseable que esa “mortalidad prorrogada” (si he entendido bien, una especie de condena a muerte que se pospone indefinidamente gracias a nuestra ejemplaridad) es la muerte concebida como un dulce sueño sin sueños, solo triste para el que queda, no para el que marcha. Nadie ha sido capaz de imaginar un paraíso mejor. La mortalidad prorrogada indefinidamente es otro de los nombres del infierno.


Jueves, 15 de octubre
UN GOL EN PROPIA PUERTA

Sherlock nunca defrauda. “El periodismo es una institución muy valiosa”, le dice a Watson, “a condición de saber cómo servirse de ella”. Si la vicealcaldesa Ana Taboada le hubiera leído, no habría metido tan estrepitosamente la pata en su sonada entrevista. Además de la contundente arremetida de Graciano García, ahora incluso se ha creado una asociación para defender a los premios Princesa de Asturias de su acusación de estar “pasados de moda”.
            Esa asociación no busca defender los premios, que se defienden solos, sino atacar a Podemos. Ana Taboada se ha metido un gol en propia puerta. Yo lamenté sus irreflexivas declaraciones nada más leerlas, pero no como jurado de los premios, sino como votante de Somos Oviedo.


Viernes, 16 de octubre
UNA INTELIGENCIA SUPERIOR


Una inteligencia superior siempre resulta incómoda, salvo que vaya acompañada de juventud e inexperiencia. En ese caso es un placer conversar con ella: nos hacemos la ilusión no solo de estar a su altura, sino incluso un poco por encima, que es la posición que todos preferimos para tratar con los demás seres humanos, aunque algunos, como yo, hayamos aprendido a disimularlo.


domingo, 11 de octubre de 2015

El arte de quedarse solo: Siempre y ahora


Viernes, 2 de octubre
A MÍ CONMIGO

 “No me puedo sufrir a mí conmigo” es un verso de Villamediana que me gusta repetir. Pero no recuerdo que alguna vez fuera exacto: siempre me he llevado conmigo bastante bien, aunque a veces haya fingido otra cosa para hacer un poco de literatura (eso que queda tan mal en la literatura).
            Lo que no comprendo algunos días es cómo me aguantan los demás. Me temo que hoy ha sido uno de ellos: me he comportado como un viejo cascarrabias.
            Vuelvo de la tertulia, después de haberme metido con todo el mundo, los ausentes y los presentes, bastante descontento conmigo mismo. Esta ha sido una semana especialmente ajetreada. Y a una persona tan maniáticamente rutinaria como yo nada le altera más que el que le cambien sus horarios. Eso me saca, literalmente, de mis casillas.
            Menos mal que  he tomado la precaución de vivir solo y en mi casa nadie tiene que aguantarme. Salvo yo que, afortunadamente, me aguanto bastante bien..


Sábado, 3 de octubre
NECESARIO, PERO IMPOSIBLE

Nada me gusta más que el espectáculo de la inteligencia y hoy lo encuentro donde menos pensaba, en un debate sobre teología. No en el habitual de cada sábado con mi amigo José Manuel Feito, sino en la entrevista que Carlos Eymar le hace a Javier Gomá en El ciervo. Eymar se muestra seducido desde el comienzo: “Javier Gomá me recibe en su amplio y luminoso despacho, decorado con magníficos cuadros de arte abstracto. A sus cincuenta años, apolíneo, en mangas de camisa y corbata, parece encontrarse en el cénit del poder y del prestigio, como un Aquiles insustituible de la polis hispánica”.
            La experiencia religiosa no puede para Gomá calificarse de tal: “Porque por experiencia yo entiendo aquellas actividades de la subjetividad que cualquier persona comparte, con independencia de sus creencias, de su ideología, de la época y de la geografía en las que vive. Y en lo que se refiere a la experiencia de Dios no podemos pretender que sea una experiencia inherentemente humana de tal manera que quien no la tenga pueda ser llamado hombre no integral”.
            Las ideas sobre la resurrección y la inmortalidad del alma le parecen “anticuadas, poco convincentes, piadosas, vienen bien para un funeral o una homilía. Pero si uno se pregunta con seriedad cuál es la esencia de la individualidad y ve que es la mortalidad, entonces tendrá forzosamente que pensar en una mortalidad prorrogada”.  Incluso Cristo, después de muerto, ya “no es el mismo, pero es él mismo”.
            A Javier Gomá, católico, en otros tiempos le habrían llevado a la hoguera y es raro que en estos tiempos los guardianes de la ortodoxia no le hayan dado algún sonoro aviso: “¿Dios es amor? Eso es lo que dice San Juan. Pero el evangelio de San Juan es literatura suya. En boca de Jesús la palabra amor apenas la encontramos”.
            A Javier Gomá, creyente, como a mí, ateo, le interesa especialmente la figura del Jesús histórico, del Galileo (como él prefiere llamarlo), desligada de las interpretaciones posteriores. Por eso le defraudó tanto como a mí la obra del papa Ratzinger, supuesto gran teólogo, sobre Jesús: “En su introducción habla del Jesús histórico y en su desarrollo lo ignora por completo. Y razona sobre Jesús en tres libros, ignorando enteramente cualquier resultado que tenga que ver con el Jesús histórico. Es un libro edificante, piadoso, en una línea completamente antigua, siendo así que en la introducción se siente en la obligación de integrar el método exegético, histórico”.
            Para Javier Gomá, creyente, como para mí, ateo, el Jesús histórico “murió fracasado y equivocado”. Lo que él anunciaba –un reino de Dios inminente, que va a transfigurar las bases de la realidad– no llegó y además es un “concepto que después desaparece prácticamente de la teología del cristianismo”.
            Ni siquiera está claro, por lo que sabemos del Jesús histórico, que él pensara que era Dios. No lo afirmó claramente nunca y lo más probable es que se hubiera espantado ante semejante idea.


 Domingo, 4 de octubre
CRIMEN Y CASTIGO

Como soy tan fiel a mis costumbres, no dejo de ver cada nueva película de Woody Allen. Pero la magia que tuvo un tiempo, y que perdió para mí con Vicky Cristina Barcelona, no ha vuelto a recuperarla nunca: ahora, cuando más serio se pone, más risa me da. Desde entonces (quizá desde mucho antes, pero yo entonces no lo veía) no rueda más que naderías, encantadoras en algunos casos, como Magia a la luz de la luna, y chapuceramente pretenciosas en otros.
            Me cuesta tomarme en serio Irrational man, esa reescritura de Crimen y castigo. No me creo nada. Las alusiones filosóficas que suelta en clase el barrigudo y borrachín profesor de filosofía (Joaquin Phoenix) no muestran precisamente conocimientos filosóficos (¿qué es eso de que, según Kant, si escondemos a un judío en casa y un nazi nos pregunta por él tenemos que decirle dónde se encuentra?) y el que se decida a matar a un juez porque, según oyó en una conversación de cafetería, le otorga la custodia de los hijos al marido y no a la mujer, no plantea ningún problema moral: solo ejemplifica su tontería. ¿Ni siquiera se le ocurre escuchar al marido antes de dar por buena la versión de la mujer? ¿Ignora que, en cualquier pleito, y más en uno de pareja, hay que oir a las dos partes? Me gustaría saber que habría hecho ese Abe Lucas, presunto genio de la filosofía en crisis existencial, si hubiera leído en Facebook lo que cuenta una conocida poetisa, ganadora del premio Hiperión, colaboradora de ABC: “Una noche llego a casa y me tropiezo, porque no veo por un ojo y tiene a bien estar prácticamente a oscuras, con una maleta que ha ha puesto en el pasillo. Me hago mucho daño y lloro y él cenando en el salón con la indiferencia del psicópata;: ni una sola palabra, ni siquiera una mirada. Ya tenía mucho miedo, pero entonces me quedo helada de terror. Casualmente, empiezan a aparecer por el suelo trozos de cristales, cáscaras de plátano, helados a medio comer… un día le digo que nos divorciemos y que me pase una pensión hasta que yo me recupere del ojo y me contesta que ni hablar, yo le digo entonces que de qué voy a vivir, y él me dice que me meta a puta, bueno, ni de puta, añade, porque eres vieja y fea”.
            Y la historia continúa con vaciamiento de cuentas bancarias y cuantas sevicias se pueda uno imaginar.: Y no es un cuento, sino una confesión abierta en Facebook.
            ¿No escucharíamos la versión de esa pareja que parece hacer luz de gas con cáscaras de plátano, y al psiquiatra de la poeta, por supuesto, antes de tomar una decisión sobre lo que pasa? El personaje de Woody Allen decidiría asesinarlo sin entras en más averiguaciones y luego resulta que ese hecho le soluciona todos sus problemas existenciales, y los de erección mejor que cualquier dosis de viagra.
            Pero lo peor no es eso, sino que haya críticos y psicólogos que tomen en serio los presuntos problemas éticos que plantea este último disparate de Woody Allen, entretenido por cierto, sobre todo en su segunda mitad, si se prescinde de pretensiones culturetas, un poco a la manera de aquellos “Alfred Hitchcock presenta” de la televisión en blanco y negro..


Lunes, 5 de octubre
AMANECER EN CENTRAL PARK

¿Hay fórmulas para escribir un best seller? Sí, pero no siempre funcionan. En caso contrario, la mayoría de las editoriales, y de los escritores, no se dedicarían a otra cosa.
            A mí me gusta la que emplea Guillaume Musso en Central Park, que es la misma de las películas y las series de televisión que más me entretienen (pero que no son las que elogian una y otra vez los entendidos). Un comienzo insólito: Tras una noche de marcha por los Campos Elíseos, la inspectora de policía Alice Schäfer aparece esposada a un desconocido en medio de un bosque. No sabe cómo ha llegado hasta allí. Lo último que recuerda es el momento en que, unas horas antes, abrió la puerta de su coche en el aparcamiento subterráneo de la avenida Franklin Roosevelt. El desconocido tampoco recuerda nada, solo que es músico de jazz y la noche anterior actuó en un local de Dublin. Pronto descubren que lo que creían un bosque es el Ramble, la parte más agreste de Central Park.
            Un comienzo intrigantemente absurdo y luego el más detallado realismo. Yo disfruto siguiendo sus andanzas por Nueva York: salen del parque junto al Dakota, roban allí un teléfono a un adolescente que forma parte de un grupo de “ruidosos españoles”, bajan luego hasta el Lincoln Center, roban un coche en la esquina de Amsterdam Avenue con la calle Sesenta y uno, utilizan los iPad a disposición del público en la nueva tienda de Grand Central (yo estuve allí el día que se inauguró), llegan hasta Red Hook, el antiguo barrio de estibadores al oeste de Brooklyn… Y en medio (la accción transcurre en pocas horas) los traumáticos recuerdos de la inspectora (que trabaja en el 36 del Quai des Orfèvres, como Maigret) en París: “Rue Réaumur, después rue Beaubourg: cruzo el Marais por el oeste y desemboco frente a la plaza de l’Hôtel-de-Ville, repleta de luces. A lo lejos, la silueta de las dos torres macizas y la aguja de Notre-Dame se recortan en la oscuridad”.
            Me gusta entrar con los protagonistas en la FAO Schwarz, la más hermosa juguetería del mundo, frente al hotel Plaza, con sus porteros disfrazados de soldados de plomo. Me llevó a ella por primera vez  Hilario Barrero y la he visitado luego siempre que pasaba por Nueva York para sentir nostalgia de una infancia que nunca tuve. No podré hacerlo más: los alquileres de la zona la obligaron a cerrar el pasado julio.
            No sé si lo que yo busco en un best seller es lo que busca todo el mundo: una historia enigmática y trepidante situada en escenarios reales en los que uno ha estado y a los que le gustaría volver. La realidad haciendo verosímil la ficción y la ficción añadiéndole un toque de magia a la cotidianidad. Y que no pase de trescientas páginas.

            
Martes, 6 de octubre
FOREVER NOW

Termino la novela de Guillaume Musso. Nunca debería haberlo hecho. Qué absurda explicación del problema inicial. Cierra uno el libro con la sensación de que le han tomado el pelo. Por eso a mí no me gusta acabar esta clase de libros. Mejor quedarse con el enigma inicial y el escenario y luego imaginar el resto.
            De Central Park me quedo también con las citas que inician cada capítulo: “Un buen enemigo es el mejor maestro” (Lao Tse), “El destino nos persigue como un demente armado con una navaja de afeitar” (Tarkovski). Y mi favorita, de Emily Dickinson: “Forever is composed of nows”. El siempre está hecho de ahoras.






domingo, 4 de octubre de 2015

El arte de quedarse solo: Jardín y trampantojo


Sábado, 26 de septiembre
JARDINES DE LA FONTE BAIXA

Un buen lugar este mirador frente al cementerio marino de Luarca, junto a las columnas romanas traídas de la Dacia, en los prodigiosos jardines de la Fonte Baixa, para hacer un alto en el camino y pensar en el largo trecho ya dejado atrás, en el corto o largo, pero sin duda mucho más corto, que nos queda por recorrer.
            Un buen lugar, mejor, para no pensar en nada, para dejarse acariciar por el sol de otoño, acompañar por el azul del mar y los verdes innumerables del otro mar que me rodea; para dejarse advertir por las blancas tumbas que se acurrucan junto a la esbelta capilla.
            ¿Advertir de qué? De que ahora soy el rey del mundo, de que toda esta belleza es para mí, pero que tarde o temprano, más temprano que tarde, tendré que abandonarla.
            Pero mejor no pensar en eso y, como un verdadero monarca, pasar revista a estas disciplinadas criaturas vegetales que se me presentan en el uniforme de gala del otoño.
            Saludo primero a un viejo amigo, el ginkgo biloba, uno de los pocos seres vivos capaces de resistir un ataque atómico. Luego al más anciano del jardín, un algarrobo milenario que ha tenido que trasladarse aquí porque la autopista Madrid-Valencia le dejó sin casa. Me divierto con la gunnera manicata, o paraguas de los pobres, y sus hojas semicarnívoras de un metro de diámetro. Saludo a los pinos de Florida y a los naranjos mejicanos. También a las sequoias y al árbol ciempiés de los manglares. En el acer palmatium rojo, un raro bonsái japonés de colorido ramaje en forma de cúpula, creo encontrar una capilla dedicada a una divinidad desconocida. Inclino la cabeza e imagino una oración: “Dios que no existes, /cuando todo me falte, / tenga tu nada”.
            Inagotables jardines de la Fonte Baixa. La aristocracia del mundo vegetal ha venido a refugiarse aquí y convive perfectamente con plebeyas especies nativas. Un aguerrido escuadrón de leylandis  los protege de cualquier asechanza, especialmente del aire marino. Viven despreocupados de todo como en el más lujoso resort.
            Me gustaría acampar aquí una noche, contemplar las estrellas, escuchar el rumor del mar, el murmullo otoñal de las hojas, y al amanecer sumar el mío al aplauso de los nenúfares.


Domingo, 27 de septiembre
SI YO FUERA RICO

En la hermosa biblioteca del monasterio de San Juan de Corias apenas si hay libros; los centenarios estantes de nogal lucen en su desnuda belleza. Y en las paredes, para completar el símbolo, hay colgado solo marcos vacíos, como si de la decoración se hubiera encargado un artista iconoclasta.
            Como el sueño se retrasa, me venido hasta este solitario lugar a fantasear un poco. Si yo fuera rico, en nada me gustaría más emplear mi dinero que en llenar estos estantes de libros, pagar a un bibliotecario para que los ordenara y cuidara, como se cuida un jardín, y conceder becas, de uno a tres meses, para que aquí se alojara un estudioso o un poeta y dedicara ese tiempo a investigar, a escribir versos o a no hacer nada en este tranquilo e inmenso falansterio junto al Narcea.
            También dotaría unas becas de postgrado para los mejores estudiantes de cada una de las especialidades de la universidad de Oviedo con la condición de que, al final de la beca, el estudiante debería debatir conmigo, en público, sobre un tema de su especialidad previamente escogido por mí. ¡Cómo disfrutaría, los días previos, estudiando matemáticas o físicas o derecho o filologías varias para tratar de no quedar en ridículo! Como el tema lo escogería yo, huiría de asuntos que interesan solo a especialistas y me centraría en lo que nos afecta a todos. Yo creo que las materias con las que más disfrutaría debatiendo son las matemáticas y la teología, las más rigurosamente imaginarias.
            Antes de volver a mi habitación (en el primer piso, todas con nombres de escritor: Jovellanos, Clarín, Campoamor, Palacio Valdés…), me acerco casualmente a una de las paredes y compruebo que lo que yo creía marcos vacíos eran marcos pintados: un trampantojo.
            Como mi propia vida, pienso. Siempre queriendo aparentar lo que no soy. ¿Y qué soy? Quizá solo un curioso impertinente y un ignorante soberbio, pero un ignorante también de inagotable curiosidad.


Miércoles, 30 de septiembre
AGUAFIESTAS

Como la mayoría de la gente, tengo la costumbre de hacer balance antes de irme a la cama. El día de hoy fue largo, demasiado, y el balance final no demasiado positivo.
            Comenzó con un homenaje a Jaime Gil de Biedma en la biblioteca del Milán. La duración prevista era de doce a una, lo que dura una clase. A las doce y media, todavía se estaban dando las gracias a este y a aquel, al político que acababa de entrar y al que no había podido venir. A mí hacerles perder el tiempo a los demás me parece peor que robarles la cartera.
            En la mesa redonda, surgió un tópico muy repetido: que a Gil de Biedma le negaron el ingreso en el  partido comunista por ser homosexual. Las cosas no fueron enteramente así, como ha demostrado López Arnal en un libro reciente, La observación de Goethe. Militar en el partido comunista en los años cincuenta no era como entrar en su selecto club que se reserva el derecho de admisión y te rechaza por ser judío o ser homosexual. Requería un temple especial para poder resistir las torturas si se era detenido y llevar una vida espartana que no se permitiera ninguna relajación en las estrictas normas de la clandestinidad. Jaime Gil de Biedma, señorito de buena familia, acostumbrado a las juergas interminables (pocos días antes de solicitar el ingreso se había estrellado borracho con el coche de su padre), no daba el perfil adecuado, independientemente de que fuera o no homosexual. No aceptar esa solicitud era hacerle un favor. Podía servir mejor al partido colaborando desde fuera como “compañero de viaje”, y así lo entendió él. Luis García Montero, que no ha leído el libro al que me refiero (cuenta también cosas muy interesantes sobre otro hecho que sirvió para desprestigiar a Manuel Sacristán, primero amigo y luego bestia negra de los poetas del grupo de Barcelona) me dice que a él eso se lo contó el propio Gil de Biedma. Y Josefina Martínez añade “entonces punto redondo, no hay más que hablar”. Pero si hay más que hablar. Uno mismo no es la mejor autoridad para hablar de su pasado. Todos lo arreglamos a nuestro gusto. Y además es muy probable que esa amañada historia tenga su origen en el propio poeta, años después. Recordé que José Agustín Goytisolo, cuando dejó de estar de moda la poesía social, presumía de no haber participado nunca en ella. “Yo nunca escribí en un poema la palabra España”, llegó a afirmar en público. Yo, que ya le había oído varias veces semejante afirmación, me limité a levantar la mano y leerle un poema suyo incluido en la antología de José Luis Cano El tema de España en la poesía española actual. “Ese poema lo he corregido” replicó y efectivamente donde decía España ahora decía “país” Los poemas pueden corregirse; el pasado, no. Pero no era el momento de entrar en esas discusiones, aunque a mí nada me gusta más que eso y no las vacuas florituras.


            Luego llegó el momento de reunirse para fallar el premio Emilio Alarcos y la discusión de todos los años. Vicente Gallego, el ganador del año pasado, comió con nosotros. Se marchó antes de que comenzáramos a debatir. Yo cogí un papel, apunté un número y un título y le dije: “No  lo abras hasta la tarde. Voy a jugar a ser Patrick Jane, el mentalista”.
            La discusión de siempre luego en la cena. García Montero: “En beneficio de la poesía, cualquier miembro del jurado que sabe que un buen poeta se ha presentado al premio y su libro no ha sido seleccionado debe solicitarlo”. Yo: “Cualquier miembro del jurado, si no está de acuerdo con la preselección, puede pedir todos los libros, pero no uno concreto porque se presentan anónimamente”. Vicente: “Eso es ridículo, ¿cómo va a poder leerlos todos?”. Josefina: “Eso lo hizo una vez Gamoneda en el premio Jovellanos, según me han contado; le pareció muy floja la preselección y se encerró un día entero con todos los libros presentados; salió con la cabeza como un bombo y tuvo que aceptar que no había nada mejor que los preseleccionados”. Yo: “Pues ya me cae mejor Gamoneda, en ese punto se comportó como un jurado honesto. O se acepta o no se acepta la selección previa, si no se acepta, todos los presentados tienen el mismo derecho a otra lectura por parte del jurado, no solo sus amigos”.
            “Hay que respetar escrupulosamente las normas porque estamos jugando con dinero público”, añado yo, que en estas cuestiones siempre acabo adoptando un antipático aire entre Savonarola y Robespierre. “No importan que nos critiquen, sino que los que nos critican no tengan razón”, concluyo.
            Acabo sacando de sus casillas incluso a los habituados a insidiosas asambleas políticas como García Montero: “¡Haces más daño tú a este premio con esa columna del domingo siguiente contando los pormenores que todos los detractores de los premios!” 
            Lo dudo. Porque la mala costumbre que yo critico, jamás he permitido que se aplicara en este premio y Vicente Gallego, que asiste a nuestro debate, lo sabe de sobra: hace años un libro suyo no preseleccionado trató de ser rescatado por Ángel González y yo conseguí que no lo fuera. Ganó un libro excelente de un autor desconocido, que es una de las funciones de los premios, más noble que contribuir a mejorar la economía del poeta ya reconocido.
            Una persona que se empeña en tener razón, y yo no hago otra cosa, aburre y cansa. Y si además la tiene, irrita profundamente. Cuando nos despedimos, me voy con bastante mala conciencia: mi afán justiciero siempre acaba estropeando lo que debería haber sido una grata velada entre amigos.
            Pero antes de dormirme, algo me hace volver a sonreír. Tras el fallo del premio, recordé el papelito que le di a Vicente Gallego y le pido que lo abra. Aparece el número y el título del libro ganador.
            ¿Cómo adiviné, antes siquiera de que habláramos de ninguna obra, cuando no sabía las preferencias de nadie, qué libro iba a ganar? Un mentalista no revela sus trucos, que no tienen nada que ver con la magia, sino solo con la capacidad de observación y deducción.
            No seré tan listo como me creo, pero… Y me duermo tranquilo después de un día fatigosamente largo y en el que no me parece haber mostrado mi mejor perfil.


Jueves, 1 de octubre
CONTRA LA ADULACIÓN

Lo que más me molesta de los aduladores es que casi siempre prefieren adular a otro.